Otro experimento
No se trata de laMoringa del viejos zorro, se trata del llamado socialismo del siglo XXI
Por Alejandro Ríos * Los viejos zorros verde olivo de la Plaza de la Revolución en La Habana apenas se manifiestan sobre la debacle venezolana o lo hacen de manera subrepticia. Tienen sus esperanzas cifradas al norte, no al sur, y es conveniente mantenerse fuera del berenjenal de Maduro.
Ya una vez los “hermanos países socialistas” dejaron de serlo abruptamente y ahora pudiera ocurrir lo mismo, con el llamado socialismo del siglo XXI, tan eficiente como otros disparates, impuestos a sangre y fuego, para hacer desaparecer los artículos de primera, segunda y hasta de tercera necesidad.
El clan de ancianos del castrismo ya pasó por similares avatares, con cierto éxito. Lograron que los cubanos no salieran a la calle para discutir públicamente la ausencia de leche, carne, pollo, huevos y papel sanitario. La única vez que los de la isla se rebelaron abiertamente fue durante el “maleconazo”, en 1994, con la idea peregrina de huir para siempre del maldito país.
El presidente venezolano culpa al imperialismo americano de sus cuitas, pero sucede que en Cuba el otrora enemigo va dejando de ser imperialista para transmutarse, simplemente, en un buen vecino, con quien las ventajas de entenderse son tentadoras.
El escenario para la supervivencia del socialismo cubano, de la centuria pasada, el llamado real, pero reformado, resulta ideal. Basta con ver los anuncios de televisión de Western Union para enviar dinero a familiares de la isla. No alientan la libre empresa en grande, sino el “meroliquismo” que tanto criticaba el propio Fidel Castro, por considerarlo ideológicamente contraproducente.
Usted se esfuerza en el exilio, si acaso con dos trabajos, y separa parte de sus ganancias para enviar al pariente, fascinado con lo que le cuentan del capitalismo. Y entonces el comercial machaca con la bondad del que se quedó atrapado en la isla y cuanto merece la ayuda, no para invertir y montar un negocio en condición, como debiera ser, pues está prohibido, sino para componer sombrillas rotas o arreglar colchones desvencijados en plena calle, porque La Habana es un lugar promiscuo y ruidoso. Las imágenes del anuncio son de colores empercudidos, con personas felices de ser pobres.
Es la idea que los numerosos americanos de visita ahora mismo en Cuba tienen del tercer mundo. Un lugar inevitablemente mediatizado por la inoperancia a gran escala pero pícaro y exótico en la interacción personal y hasta soportable, sabiendo que es “la vida de los otros” la que se dirime. Nada que un mojito no pueda cauterizar.
Lo que necesita este proceso, iniciado el pasado mes de diciembre, es un pueblo dócil, por eso uno de los zorros verde olivo de la Plaza de la Revolución, el más recalcitrante, lo mismo regaña a los jóvenes, por presuntas desviaciones ideológicas, que a los agricultores por no producir como es debido. Igual letanía de antaño. Los vejetes de la nomenclatura no aflojan las clavijas.
En la ecuación siguen ausentes los opositores y los cubanoamericanos, a no ser algunos muy ricos que han manifestado su interés en invertir cuando las leyes se lo permitan. Estos mercaderes también desean un lugar seguro, sin alborotos sociales, algo afín a las dictaduras.
En 1986 Fidel Castro dijo, sin un ápice de vergüenza: “Ahora si vamos a construir el socialismo”. Como siempre, lo que estaba dilucidando era cómo permanecer en el poder. El éxodo sostenido y en aumento por aire, mar y tierra habla de la frustración y desesperanza de un pueblo que no está dispuesto a que sigan experimentando con su destino, sean rusos, venezolanos o americanos.
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