'De la playa con tremendo vuele para los carnavales'
Playa y carnavales, dos de las opciones populares del verano habanero, están plagadas de violencia y marginalidad.
Por María Matienzo Puerto | La Habana | Diario de CubaDiario El mar azul y la arena repleta de botellas de cerveza, nylons de galletas, hojas de maíz, latas de refresco, cabos de cigarros y gente. Las vacaciones y el calor impulsan a los habaneros que no pueden pagarse unas vacaciones en hoteles, a coger cualquiera de las rutas que llevan a Guanabo, Boca Ciega, Santa María, El Mégano o Bacuranao.
Ana, doctora del Policlínico Docente Betancourt Neninger cuenta cómo en una noche ha tenido hasta tres muertos. "Un ahogado y dos muertes por apuñalamiento y todo consecuencia de lo mismo." El alcohol y la marginalidad. Ella hace catarsis mientras atiende a un paciente que ha llegado de urgencia: "Pero lo peor son los acompañantes. Si hubo una pelea tenemos que aguantar que vengan los amigos del herido y sus atacantes".
El Neninger es el policlínico más cercano a la playa Bacuranao a donde van a parar los bañistas de Guanabacoa y Alamar. La doctora asegura que "de 6 a 8 pm es el primer horario pico. Después hay un impasse y regresa la cosa cuando se acaba la novela, de 10 pm en adelante".
"Aquí no hay policías", comenta una enfermera. "La patrulla pasa de vez en cuando y si ocurre algo llamamos y vienen lo más rápido posible. Aquí suturamos y mandamos, si es muy grave, para el Naval."
Las historias se cuentan a cientos. Pero no hay estadísticas oficiales. La violencia en Cuba es un tema del que se evita hablar porque colinda con lo anecdótico y porque, como dice una maestra primaria retirada, "no es conveniente reconocer que ha fallado todo. La educación principalmente. Es muy duro admitir que el hombre nuevo que creamos es violento y mal educado".
Los vecinos de La Facute, localidad del Cotorro, acostumbran a alquilar un camión para ir a Santa María.
"Siempre es una historia distinta. Esta vez tiraron a un hombre del camión en marcha", cuenta Nayra, "pero no te asustes que no le pasó nada. Regresó con su borrachera para la playa y le dieron más golpes por allá. Al final, durmió una noche en el calabozo".
Un desconocido cuenta a un botero cómo a su sobrino, en el CUPET de Guanabo, por andar entretenido le desfiguraron el rostro. "Se formó una fajazón, tiraron una botella al aire y le dio a él, sin beberla ni comerla."
El botero asiente porque sabe "lo caliente que se pone eso por allá". Y aporta a la conversación: "Yo no tiro para allá porque la gente se pone muy mal. Se suben llenos de arena o mojados, se fajan dentro del carro. Y no estoy para eso. Además la policía también de pone de madre".
Y cuenta cómo en un fin de semana quitaron 75 licencias. Otros boteros hablan de la misma cifra. "No importa que anden en moto o en bicicleta", dicen de los policías. "Se ponen del carajo y como algunos son nuevecitos, se hacen los incorruptibles."
Los boteros que sobreviven al asedio policial suben los precios hasta 3 CUC el viaje sin importar hasta dónde llegues. El pasaje habitualmente se cobra a 1 CUC por persona.
El transporte urbano no escapa a la violencia.
"Un pasito atrás, caballero, que esa guagua está vacía", se escucha decir constantemente al inspector de transporte de la Villa Panamericana, que agrega: "Aunque hayan puesto refuerzo, las 400 llegan aquí repletas, lo que pasa es que yo digo eso para poder montar aunque sea dos pasajeros más".
La realidad es que cada ómnibus sobrepasa con creces su capacidad y aunque ya es difícil ver las puertas abiertas con gente colgando, desde afuera nunca se logra entender cómo se acomoda la gente.
"Van cantando. Percutiendo como si todos fuéramos amiguitos. Pero esa es la mejor versión de un viaje a la playa", dice Alicia quien un día no tuvo más remedio que coger la ruta 400. "Me rompieron las gafas y de paso me toquetearon toda."
"Oye y tienen tremenda energía", dice un guagüero de la 400 de los pasajeros, "porque los escuchas planificando irse ese mismo día, con tremendo vuele, para los carnavales".
En los carnavales
Algunos vecinos de Malecón recuerdan el paso de las carrozas frente a sus casas y otros se alegran de que se lo hayan llevado bien lejos para allá, para 23.
Los carnavales durarán solo dos fines de semana "y si nos portamos bien", ironiza Ricardo, "lo extienden por lo que queda de verano".
"Pero ojalá que no", protesta Ángela. "Si cada vez que anuncian carnavales yo me erizo. Mi nieto ya tiene 15 años, está a la moda y le gusta divertirse, y quién le dice que no vaya a los carnavales. Entonces, lo que nos queda es rezar…"
A las 6 pm del sábado ya estaban bajando por la Rampa las guaguas llenas de policías. Aproximadamente 70 vestidos del Ministerio del Interior y cuatro o cinco de azul, para cubrir la entrada al carnaval por el parque Maceo.
A las 6 pm en las calles perpendiculares a Malecón estaban parqueadas ambulancias, camiones y ya la cerveza a granel empezaba a venderse.
"Todavía hace mucho sol", comenta una policía mujer que controla el tráfico por donde entran las guaguas, "pero ahorita, a eso de las 9, la cosa se pone caliente. Yo recomiendo a quien quiera venir y no buscarse problemas que mire bien al lado de quién se pone a bailar".
¿A quién exactamente se referirá la policía?
"Aquí no", y señala la zona de Malecón que coincide con la Fuente de la Juventud, la heladería Bim Bom y el final de la Rampa. "Aquí no, porque aquí hay hasta maricones."
El sábado por la noche los gays, trans y travestis que bailaban en la carroza de Regla se dedicaron a mojar con lo que tuvieran a mano, agua y escupidas fundamentalmente, a los policías que custodiaban la zona.
"Y los policías no podían hacer nada porque todo parecía un juego", cuenta Dagmara quien fue testigo del suceso. "Aunque se veía que había mucha venganza en lo que hacían."
Sin embargo, la mujer policía que se mostró recelosa a la tercera pregunta sobre la violencia en la fiesta pública, contó cómo el viernes en la misma esquina, ocurría "una piña tras otra".
"Nosotras fuimos a la WiFi", cuentan tres muchachos que prefieren llamarse a sí mismos en femenino y que acostumbran a conectarse a internet en el área de la Rampa, "pero qué va, cuando vimos cómo estaba la cosa, decidimos regresarnos. Así que no podemos decir si es verdad o no lo que cuentan que pasó allá abajo".
Eduardo cuenta por qué él también decidió renunciar a un sábado de diversión: "Era una marea negra lo que bajaba y perdóname, pero negros y maricones nunca han ligado".
El tono racista y homofóbico de Eduardo se repite en uno y otro comentario que hace la gente. Pero pocos se preguntan por qué es mayoritariamente la población negra la que acude a los carnavales. Todos hacen muecas, dejan frases inconclusas y rematan lo que piensan con un "imagínate tú…", para evitar hacer comentarios racistas o para reafirmar sus prejuicios raciales.
La policía cachea a todos, pero se ensaña en los jóvenes negros y mulatos. Julio es trigueño, parece extranjero y apenas lo miraron.
"La pobreza es un círculo vicioso del que no se puede salir tan fácil como la gente piensa por ahí", comenta Julio, "y una cosa lleva a la otra. De la pobreza a la marginalidad y a la violencia cuando crees que el resto del mundo es tu enemigo, no va nada. A eso le agregas que hay mucha gente joven que no sabe qué hacer con su vida y viene aquí, como a practicar un deporte extremo".
Boris, médico del Hospital Ameijeiras coincide con otros: "Es que es la única opción para muchos. Y qué quieres que se hagan, ¿qué se esfumen?"
Y continúa: "La Rampa cambia de color de la mañana a la noche. Fíjate bien. Por la mañana es una masa mayoritariamente blanca revisando internet y por la noche, ya sabes…"
"El año pasado me regalaron unas invitaciones para los palcos y no vuelvo más", cuenta Manuel. "Me quedé con una sensación rarísima. Pensé que hay que tener problemas para querer participar de algo tan feo."