La hora de las definiciones
Hay un absurdo y arbitrario procedimiento impuesto por Cuba que debe ser eliminado: el no reconocer a los ciudadanos norteamericanos de origen cubano el pasaporte de su país de nacionalidad, que es EEUU
Los derechos se arrancan y no se mendigan
Se hace muy difícil analizar y mucho menos especular qué motivos y fines condujeron a las conversaciones secretas que sostuvieron los gobiernos de Estados Unidos y Cuba durante más de un año antes de producirse el anuncio de ambos presidentes en diciembre pasado sobre el acuerdo de restablecer relaciones diplomáticas. El elevado grado de secretismo con que se produjeron estas conversaciones imposibilita hacer cualquier análisis objetivo y se caería en especulaciones subjetivas sobre qué se trató en ellas y como se realizaron dichos acuerdos iniciales. Como sentenciara Martí en su tiempo: “En política lo único verdadero es lo que no se ve”.
Creo que el restablecimiento de relaciones diplomáticas era necesario para poder, como le dije a un viejo amigo a principios de enero, que el árbitro levantara su mano derecha y gritara “Play Ball”. Ya están ambos equipos en el terreno, ya se han discutido las reglas del juego, ahora solo nos queda a nosotros observar jugada por jugada el desarrollo de este histórico acontecimiento y como ciudadanos de este gran país influenciar en estas negociaciones.
A pesar de cierto apresuramiento que se observa en la actual administración para lograr algunos objetivos, tengo la impresión que el camino no será tan fácil al haberse creado un sincretismo entre las medidas tomadas por ambos gobiernos durante más de medio siglo de enfrentamiento, que hacen extremadamente difícil al ejecutivo norteamericano convencer al Congreso de realizar cambios para flexibilizar el embargo existente. Este sincretismo hace que a pesar de que el gobierno cubano declare que no cambiará un milímetro en su forma de gobernar, Estados Unidos por su parte se ve imposibilitado de hacer algo que logre cambiar medidas existentes que afectan a ambos países. No alcanzaría el espacio de estos artículos para poder analizar la gran madeja de problemas a resolver en las negociaciones, por lo que citaré solo algunos ejemplos concretos que nos den una idea de los obstáculos a vencer.
Por ejemplo, tanto Cuba como Estados Unidos desean que se produzca un flujo de turismo a la Isla sin restricciones. Sin embargo, las leyes establecidas en ambos países imposibilitan que esto suceda, dado el absurdo y arbitrario procedimiento impuesto por Cuba, que exige a los ciudadanos norteamericanos de origen cubano un pasaporte de su país de origen y no reconoce el pasaporte de su país de nacionalidad, que es Estados Unidos. Medida discriminatoria con sus nacionales cuando estos no exigen el mismo requisito a ciudadanos norteamericanos naturalizados de otros países ya sean irlandeses, noruegos o de cualquier otra nacionalidad del planeta. Por su parte Estados Unidos no puede violar su propia constitución creando un apartheid para las minorías cubanas, ya que todos los ciudadanos norteamericanos son considerados por su carta magna con iguales derechos y deberes. Y es aquí como decimos los cubanos que “se tranca el dominó”.
Aceptar las reglas impuestas por Cuba en este sentido sería equivalente a aceptar que se vuelva a segregar en Estados Unidos a negros y blancos o a otros ciudadanos por el color de la piel, las religiones o creencias que profesen. Francamente, no creo que el Congreso norteamericano le dé luz verde al Presidente si este pretende aceptar las reglas cubanas que violan la constitución de Estados Unidos, por lo que considero que tiene que hacerse sentir la voz firme de millones de cubanos ciudadanos de este país. La pasividad puede abrir el camino para una injusticia más.
La comunidad cubana residente en Estados Unidos, afectada por estas extorsiones, y que tanto se ha lamentado de que por vivir fuera de Cuba no pueden hacer nada ante las imposiciones de la tiranía castrista, tienen ahora con el restablecimiento de relaciones diplomáticas el primer campo de batalla para luchar por sus intereses y principios. Les respalda todo el derecho que les da la constitución norteamericana para unirse ante esta práctica segregacionista que impuso el castrismo, y que ahora corre el peligro de ser ignorada y aceptada por los que administran el país adoptivo al que pertenecen.
Las batallas se ganan combate a combate. Los derechos se arrancan y no se mendigan. Esa embajada donde acaba de izarse la bandera norteamericana es ahora la primera trinchera de los millones de ciudadanos de origen cubano en Estados Unidos, y desde esa trinchera y desde cualquier parte del mundo pueden por primera vez hacer valer sus derechos.
Los que querían relaciones para caer como buitres sobre los despojos dejados por el castrismo agonizante tendrán que morder la bala, porque en esta hora de definiciones habrá que contar también con el enorme potencial de esa masa que ya ha decidido el resultado final de dos elecciones presidenciales.
Que no piense el castrismo que la avalancha de turistas que espera ansioso se va a dar aceptando su arrogancia e intransigencia. Ya estos no son los tiempos en que se cometió el error de dejarles el camino libre esperando que el país del norte les resolviera el problema. Ahora, esos millones de cubanos a los que despojaron de todas sus propiedades y expulsaron de la Isla como indeseables, son el país del norte.
El otro ejemplo que quería mencionar es el de las contrataciones de trabajadores cubanos por parte de las posibles compañías norteamericanas que ya hacen planes de inversiones en la Isla. Como todos sabemos, el gobierno cubano practica un neo-esclavismo con sus ciudadanos, al estilo de las primeras encomiendas que la Corona española implantó en la Isla a principios de la colonización.
Es decir, el gobierno cubano selecciona la mano de obra que necesitan las empresas extranjeras, se las ofrece a dichas empresas, cobra sus salarios en dólares y les paga a los trabajadores en pesos cubanos totalmente devaluados.
Tampoco creo que el Congreso norteamericano acepte ser cómplice de estas prácticas esclavistas condenadas por la Organización Internacional del Trabajo. Nuestros hermanos en la Isla, obligados por la necesidad a aceptar esta explotación despiadada, no pueden hacer nada. Pero si esto llegase a pasar, los cubanoamericanos tienen todo el derecho que les da la constitución de Estados Unidos para denunciar ante los tribunales competentes, y ante todas las organizaciones internacionales que se oponen a estas prácticas, a los que se presten a ser cómplices del neo-esclavismo.
Martin Luther King logró lo que parecía imposible, los cubanoamericanos también pueden.