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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 05/09/2015 17:50
Haciendo historia para Stalin
Utilizando el trabajo forzado de 100 mil presos, se construyó el canal Mar Blanco-Mar Báltico, uno de los numerosos delirios megalómanos salidos de la mente de Stalin

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             Carlos Espinosa Domínguez - Cuba Encuentro
En el prefacio de su libro Criminality and Creativity in Stalin´s Gulag (Academic Studies Press, Boston, 2014), Julie Draskoczy cuenta que lo primero que le fascinó del canal Belomor (en ruso, Belomorkanal, versión abreviada de Belomorsko-baltiysky kanal) fue que no podía creer que un campo de prisioneros, un lugar que ella tenía como de alto secreto en la atmósfera ideológicamente cargada de los años 30, contrariamente fuera presentado tan cándida y positivamente por prominentes figuras de la cultura. Esos entusiastas del campo, explica, no eran necesariamente representantes de la política oficial o devotos miembros del Partido. Muchos eran artistas y escritores y algunos de ellos se encuentran entre sus favoritos: Mijaíl Zóschenko, Víctor Shklovski, Máximo Gorki.
  
Esos bien conocidos autores soviéticos, entre muchos otros, presentaron Belomor como una “escuela” de educación socialista, a la vez que campo de prisioneros. Además del apoyo de esas luminarias de las letras, Belomor dio lugar a una película, una pieza teatral y otros productos culturales.
  
Algunos historiadores e investigadores sostienen que esos artistas no tenían otra opción, que fueron intimidados por el Estado. Pero a Draskoczy ese argumento no le parecía suficiente. Eso, comenta, la llevaba continuamente a hacerse con perplejidad la misma pregunta: ¿cómo es posible mostrar tanta creatividad al enfrentar la muerte? Draskoczy no pudo evitar pensar de manera reiterada en ese tópico, y eventualmente lo escogió como tema para redactar su tesis doctoral.
 
Pero el propósito de este trabajo no es comentar el libro de Draskoczy, quien aborda ese asunto desde otra perspectiva. En realidad, quiero referirme a otro libro, que recoge la aportación hecha por un grupo de escritores soviéticos a la propaganda de un proyecto que se convirtió en símbolo de lo moralmente vergonzoso del estalinismo. Pero para ello, tengo que empezar por el principio, que en este caso es la obra del canal Mar Blanco-Mar Báltico, uno de los numerosos delirios megalómanos salidos de la mente de Stalin.
 
La idea de unir esos dos mares a través de una vía acuática no era nueva ni mucho menos (los primeros planos datan del siglo XVIII). Pero la causa principal de que no se hiciera antes de 1917 era esencialmente financiera. Eso, sin embargo, fue manipulado por el régimen soviético, al usar expresiones hiperbólicas —el proyecto fue “enterrado en un mar de papel” o “ahogado por la burocracia”—, que ocultaban las verdaderas razones que tuvo el gobierno zarista para no realizarlo. Por supuesto, la explicación que se dio se fundaba en la incapacidad del sistema capitalista para diseñar y materializar esa obra. Solo la ideología comunista, bajo la dirección de los bolcheviques, podía hacer el canal una realidad. La Unión Soviética iba a triunfar donde la Rusia zarista había fracasado.
 
La obra se inició en noviembre de 1933 y su construcción demoró 20 meses. Para acometerla fueron movilizados unos 100 mil prisioneros. Los primeros tuvieron que hacer el viaje a pie hasta Provenets, situado a 20 millas. Era invierno, los campos estaban cubiertos de nieve, y al llegar se encontraron con un bosque que prácticamente no había sido tocado por manos humanas. No había donde dormir y los prisioneros tuvieron que construirse su propio refugio. Debido a la inclemencia del clima, muchos enfermaron y murieron. Pero eran pérdidas que el OGPU (siglas en ruso de la Dirección Política Estatal Unificada, órgano de la seguridad del Estado a fines de los años 20 y comienzos de los 30 y responsable de la obra) se podía permitir. Esos presos podían ser reemplazados por otros, de acuerdo a las demandas del canal.
 
En el libro Making History for Stalin: The Story of the Belomor Canal (University Press of Florida, Gainesville, 1998), del cual proviene buena parte de la información usada para redactar este trabajo, su autora, Cynthia A. Ruder, incluye el testimonio de una mujer llamada Nadezhda Alexandrovna Teplitskaia. Era la viuda del director de orquesta Leopold Teplitski, quien había sido arrestado a causa de su pasión por el jazz y por promoverlo. La mujer recuerda que su marido le contó que cuando iban en el convoy, los guardias les quitaron toda la ropa de invierno que llevaban. Al llegar a Provenets, para poder dormir se vieron obligados a derribar árboles y construir sus barracas.
 
Los materiales para la obra serían obtenidos de las áreas que estaban alrededor, pues de ese modo el gasto de transporte iba a ser mínimo. Madera, granito, turba, tierra y eventualmente cemento. El objetivo era explotar al máximo la riqueza natural de Karelia. Eso respondía a la consigna del OGPU: “Rápidamente. Sólidamente. Barato. Más madera, menos metal, menos cemento, ni un solo kopec en moneda extranjera”. Para construir el canal, se recurrió además al método más económico: el trabajo de esclavos que serían suministrados por el Gulag (siglas en ruso de la Dirección General de los Campos).
 
La salvación para miles de criminales
 
Como resultado de esa errada política, el canal se hizo con métodos casi primitivos. Carretillas, picos, caballos, poleas de madera y un surtido de otros equipos, fueron las herramientas básicas. La prensa alardeaba de que las piedras extraídas se trasladaban en los “Fords Belomor”, nombre con el cual se bautizó a un pesado camión de cuatro pequeñas y sólidas ruedas de madera hechas de tacones de árboles. Durante el curso de la obra se usaron 15 mil caballos y 700 mil carretillas. Se detonaron 4.5 millones de explosiones. Se emplearon 390 metros cúbicos de cemento, así como 7.1 millones de metros cúbicos de agua, cifra suficiente para cubrir durante siete años las necesidades de la población mundial en aquel momento.
 
Esa enorme cantidad de agua fue responsable, en parte, de la inundación de varios caseríos y granjas situados a lo largo del canal. Muchas personas perdieron sus casas, sus pertenencias y, en ocasiones, sus vidas. Entre las gentes que perdieron sus hogares, había muchos Viejos Creyentes, nombre con que se conocía a los cristianos partidarios de la vieja liturgia y cánones eclesiásticos que no aceptaron la reforma de Nikon en 1654. A partir de esa fecha, fueron cruelmente perseguidos y diezmados. Se habían mudado a Karelia pensando que allí podrían evitar la persecución bolchevique. Incluso algunos cementerios fueron cubiertos por el agua y se conocieron anécdotas de sarcófagos flotando en el canal, como resultado de las islas que fueron inundadas. No existen datos de la cifra monetaria de las propiedades que fueron dañadas, aunque se calcula que fue similar al daño ocasionado por proyectos como la presa de Asuán.
 
El diario Pravda comentó con orgullo que el canal se hizo sin ayuda ni asistencia extranjera, y también sin maquinaria soviética o de otros países. Los ingenieros que tomaron parte incluso proclamaron el nacimiento de una nueva ciencia: la “hidrotecnia socialista”. Asimismo uno de ellos llegó a asegurar que la calidad de las compuertas de madera no era inferior a la de las de hierro. Y expresó que América y Europa debían quitarse el sombrero ante aquellos obreros.
 
Y a propósito de esta última consideración, se impone hablar de quienes realizaron aquella obra. Esta se hizo, ya lo apunté, con el esfuerzo de unos 100 mil obreros, que en realidad eran presos. A comienzos de los años 30, en el sistema penal soviético se adoptó la política de perekovka (regeneración), basada en la idea de que “el trabajo reforma a los criminales”. Oficialmente, se la presentó como la salvación para miles de criminales, que podían ser transformados en miembros productivos de la sociedad. Pero en la práctica, con la perekovka los convictos pasaron a ser considerados una fuente de mano de obra barata e ilimitada, para realizar proyectos que otros trabajadores no iban a estar dispuestos a asumir.
 
Ninguna otra obra de construcción hecha con trabajo forzado alcanzó tal nivel de fanfarria y escrutinio público como el canal Belomor (con ese mismo sistema se realizaron después el metro de Moscú y el canal Moscú-Volga). Este fue tomado como ejemplo emblemático de la perekovka, ya que su éxito justificaría su empleo en otros proyectos de gran envergadura. Proporcionaba, pues, la oportunidad para propagandizar y legitimar la perekovka. El canal además iba a ser presentado como uno de los grandes logros del primer Plan Quinquenal.
 
El canal Belomor era un experimento único, y eso lo hacía el experimento soviético por excelencia. Stalin lo elevó a nivel de mito nacional, y la retórica oficial se encargó de presentarlo como un logro que solo los métodos y la filosofía del comunismo podían asegurar. Era además crucial en el temprano proyecto del héroe estalinista, que intentaba demostrar la habilidad de la sociedad soviética no solo para remodelar la naturaleza sin necesidad de la asistencia tecnológica de Occidente, sino también para remodelar hombres y mujeres —especialmente aquellos políticamente sospechosos— en devotos ciudadanos socialistas.
 
Pero ese paradigma de la perekovka significaba una flagrante violación de la ética para la cual no había excusa. El trabajo forzado no admite ser visto positivamente bajo ninguna circunstancia. A eso se debe agregar que las condiciones laborales eran extremas y difíciles: en invierno, las temperaturas eran de 40 grados Celsius bajo cero; los accidentes eran reiterados. La alimentación era insuficiente (solo recibían 800 calorías por día) y debido a eso los presos estaban débiles y contraían enfermedades como el beriberi. Todo eso dio lugar a una tasa de mortalidad, que en 1933 llegó a ser del 10 por ciento. Aunque las cifras exactas nunca se podrán saber, se calcula que durante la obra murieron unas 25 mil personas. En su libro All that is Solid melts into Air: The Experience of Modernity (Penguin Books, 1988), Marshall Berman comenta que “el canal fue un triunfo en publicidad; pero si la mitad del cuidado puesto en la campaña de relaciones públicas hubiese sido dedicada al trabajo en sí, hubiera habido muchas menos víctimas y mucho más desarrollo”.
 
Para acelerar el trabajo, se usaron distintas estrategias. Aparte de incentivos intangibles (diplomas, banderas honorarias, agradecimiento), se ofrecían estímulos materiales como raciones suplementarias para quienes sobrepasaban la norma. Sin embargo, la motivación más efectiva era la reducción de la sentencia. Por el contrario, negarse a trabajar o falsificar los datos del tufta o índice industrial, conllevaba castigos como una menor ración, una mayor supervisión e incluso persecución. Asimismo se creó y animó el movimiento de losudarniki, los obreros de choque, cuyo elevado rendimiento se usaba de ejemplo para estimular a los demás a imitarlos. Se hacían competencias entre las brigadas y también maratones nocturnos, en los cuales los presos laboraban “voluntariamente” de 24 a 48 horas seguidas.
 
Por otro lado, a medida que avanzaba la obra los reclusos tenían que construir nuevos campos. Al llegar a cada sitio, solo encontraban bosques. De modo que antes de empezar a adelantar el canal, tenían que construir sus propios barracones y organizar el suministro de alimentos. Sin embargo, en todos los artículos que se publicaron en la prensa soviética no se habla de las pérdidas humanas ni del deterioro de la salud de los presos, como tampoco se habla del impacto ecológico que aquel proyecto dejó como saldo.
 
Un proyecto sin sentido
 
Cuando el canal quedó terminado, 12.484 presos fueron liberados inmediatamente. A otros 59.516 se les redujo la condena. Y el resto fueron enviados a otras obras como el metro de Moscú y el tren Baikal-Amur: aparentemente su período de reeducación aún no había concluido. Como es natural, en esas estadísticas no figuran, los reclusos que escaparon ni tampoco los que murieron. De acuerdo a los documentos oficiales, el número de guardias que había era en total 37. Pero es una cifra difícilmente creíble para un proyecto de esa magnitud.
 
El canal fue inaugurado el 2 de agosto de 1933, con una gran cobertura en las primeras páginas de los principales diarios soviéticos. Stalin asistió al acto oficial y para acomodarlo, se construyó un hotel que hoy alberga el Museo del Canal Belomor. El dictador hizo un recorrido en el barco Anujin, acompañado por Klim Voroshilov y Serguei Kirov (en YouTube se pueden ver unas breves imágenes donde aparecen los tres). Stalin no quedó satisfecho con el canal, que le pareció estrecho y poco profundo. Una reacción inesperada de quien fue su iniciador y su verdadero arquitecto. Pero dado que no era ingeniero ni marinero, al aprobar los planos no tenía sentido de la proporción.
 
El canal tiene 227 kilómetros y es más largo que el de Panamá y el de Suez. En su tiempo, fue una obra sin paralelo por el tiempo récord en que se hizo y por la tecnología tan rudimentaria que se empleó. Otra cosa muy distinta es su utilidad práctica. Debido a las condiciones climatológicas, solo puede operar seis meses al año. El tráfico usual consiste en barcazas y barcos de carga y de pasajeros de pequeñas dimensiones. No es de extrañar por eso que en privado, Stalin calificara el canal como “un proyecto sin sentido, que no tiene uso para nadie”.
 
Estaba previsto que el costo de la obra sería de 88 millones de rublos, pero al final esa cifra ascendió a 101 millones. Hasta 1940, el canal había tenido un pobre rendimiento económico. El total de transportación alcanzado hasta entonces solo era del 44 % de la capacidad diseñada. Pero, en cambio, su construcción fue muy importante para el desarrollo del Gulag. A mitad de la década de los 30, los mayores proyectos del país fueron desviados de los ministerios y se asignaron a la Dirección General de los Campos. De ese modo, esta se convirtió en la principal entidad constructora del Estado. El régimen pudo justificar así sus conclusiones en cuanto a que los campos ofrecían una solución barata para los problemas de infraestructura del país.
 
Muchos en la Unión Soviética conocían la historia de la construcción del canal, pero pocos hablaban sobre ello. Durante mucho tiempo fue un tópico tabú, y hasta la perestroika mucha información era clasificada y los investigadores no tenían acceso a ella. Como tantos otros hechos de la historia de ese período, admitir públicamente que el canal Belomor se construyó con trabajo forzado —algo que, por lo general, se admitía en privado—, equivalía a admitir los excesos cometidos durante el estalinismo. Y admitir esto, sugería la existencia de un fallo en el sistema soviético.
 
En 1932 se creó una marca de cigarros llamada Belomorkanal, que en otra etapa fue la más popular en la Unión Soviética y otros países del Este (aún se produce en Ucrania y Bielorrusia). En su magnífico libroGulag, Anne Applebaum comenta que durante varias décadas esos cigarros fueron el único monumento a la construcción del canal. En la actualidad, en Provenets hay un monumento que tiene esta inscripción: “A los inocentes que murieron construyendo el canal del mar Blanco, 1931-1933”. En 1985, el cantante y poeta polaco Jan Krysztof Kelus comparó en una canción el nombre de esos cigarros con el de Auschwitz Filters, debido a los miles de presos que murieron durante la construcción de aquella obra.
 
Las del canal no son las únicas víctimas cuyos restos descansan en esa región. En Warped Mourning: Stories of the Undead in the Land of the Unburied (Stanford University Press, 2013), Alexander Etkin cuenta que en 1997 un grupo de investigadores independientes, miembros de la Sociedad Memorial, de San Petersburgo, encontraron una gran fosa colectiva cerca del canal. El lugar, llamado Sandarmoj por la población más cercana, es un bosque de pinos en el que unas 9 mil personas fueron fusiladas entre 1937 y 1938. Las víctimas eran hombres y mujeres de 60 etnias y 9 religiones, entre las cuales había una proporción inusualmente alta de figuras de las élites política y académica. Más de mil habían sido trasladadas desde el campo de Solovetski, a centenares de millas. Por razones desconocidas, los condujeron vivos, los forzaron a cavar su propia tumba y luego los asesinaron.
 



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: SOY LIBRE Enviado: 06/09/2015 16:38
Haciendo historia para Stalin (II)
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El libro sobre el canal Belomor es un ejemplo aterrador de cómo los regímenes totalitarios
falsean cínicamente la realidad, despojan a la historia de su valor testimonial y eliminan la visión individual
       Por Carlos Espinosa Domínguez  -- Cuba Encuentro
Además de los numerosos artículos que vieron la luz en la prensa, el canal Belomor dio lugar a un libro que constituye uno de los textos más peculiares y problemáticos publicados en la Unión Soviética durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Promovido como la memoria de aquella obra, trata de documentar la historia del proyecto y de quienes lo construyeron. Se trata de una historización forzada e instantánea, por haber sido escrita mientras el hecho acontecía. No se le dio margen para que pasara la prueba del tiempo y ganar así ese estatus de merecer un lugar en la historia. El libro en cuestión es El Canal Stalin Mar Blanco-Mar Báltico, como se tituló la edición original en ruso.
 
A uno de los principales impulsores de aquel libro, se debe también la que posiblemente es la primera descripción positiva de los campos de trabajo: el narrador y autor teatral Máximo Gorki. Conviene recordar, como expresó el dramaturgo y ensayista español Ángel García Pintado, que la trayectoria de Alexei Maximovich Peshkov —ese era su verdadero nombre— estuvo formada de zigzags desconcertantes y punteada por viscerales explosiones, “como resultado de la tensión emocional y de los desequilibrios psíquicos que la realidad excepcional provoca en él”.
 
Eso puede ayudar a comprender las razones por las que el hombre que en 1918 tuvo desavenencias y criticó a los bolcheviques —“Lenin, Trotski y sus compañeros de viaje están ya emponzoñados por el veneno viscoso del poder”—, entre 1928 y 1929 recorrió el país y visitó fábricas, granjas colectivas, reuniones de obreros, eventos del komsomol. Su propósito era recopilar información para una serie de artículos que titulóEn y acerca de la Unión Soviética, y que se publicaron en el periódico Nashi Dositzheniia (Nuestros Logros).
 
Durante aquel viaje, a Gorki también le organizaron una visita a las islas de Solovki, situadas en la región norte de la Rusia europea. Allí se estableció en 1923 el primer campo a donde fueron enviados presos por motivos políticos. Anne Applebaum comenta que los biógrafos de Gorki concuerdan en que antes de que él llegase, se hicieron elaborados preparativos. Algunos convictos recuerdan que las reglas del campo cambiaron por ese día. Por ejemplo, se permitió a los hombres ver a sus mujeres, para que todos parecieran contentos. Otros aseguran que los detenidos que intentaron acercarse al escritor fueron rechazados. Asimismo Applebaum reproduce el testimonio de un recluso, según el cual el escritor “solo miraba donde le decían que mirase”.
 
Gorki hizo lo que se esperaba de él y escribió con admiración sobre las condiciones de vida. Acerca de las salas a donde lo llevaron, apunta que “no se tiene la impresión de que la vida esté siendo regulada en exceso. No, de ninguna manera existe semejanza alguna con una prisión; en cambio, parece como si fueran habitaciones en que viven pasajeros salvados de un barco hundido”. Concluye que el campo le pareció “satisfactorio para los enemigos de la patria, a los que, sin embargo, se les trata con humanidad”. Y a propósito, conviene consignar el hecho de que el mismo año en que aparecieron los artículos del escritor, Evgueni Cherkasov realizó el filme propagandístico El campo deprisioneros Solovki, aunque no existen evidencias de que se proyectase.
 
Ya en aquel artículo Gorki resaltaba que en Solovki se estaba revitalizando una idea lanzada por Félix Dzerzhinski, el fundador de la Cheka: los campos no deben ser meras prisiones, sino “escuelas de trabajo”. El escritor deja claro su apoyo a la perekovka, que permitía que personas socialmente peligrosas se transformaran en obreros cualificados y revolucionarios conscientes. Eso lleva a Applebaum a afirmar que el artículo de Gorki se convertiría en “la piedra angular de la formación de actitudes tanto políticas como privadas hacia el nuevo y mucho más extenso sistema de campos ideado ese mismo año”. Era, pues, una razón más que hacía del autor de La madre la figura intelectual idónea para supervisar el proyecto dedicado a glorificar el canal Belomor.
 
A Gorki además le había molestado que Inglaterra hubiera roto las relaciones diplomáticas con el joven estado soviético, alegando, entre otras razones, el uso del trabajo forzado. En 1926 había parecido en Londres un testimonio titulado An IslandHell: A Soviet Prison in the Far North, escrito por Serguei A. Malsagov, un oficial del Ejército Blanco que había conseguido escapar de Solovki. Un año después, un escritor francés, Raymond Duguet, publicó otro libro sobre Solokvi, Un bagne en Russie Rouge. Solovki, l´île de la faim, des supplices, de la mort. Un poco antes habían sido editados en Estados Unidos otros dos títulos sobre ese tema: Letters from Russian Prisons (1925) y The Red Terror in Russia (1926), de Serguei Melgunov. Al régimen soviético le interesaba, por tanto, mostrar una imagen positiva de los campos para desacreditar esos libros e influenciar la opinión pública internacional.
 
Al mismo tiempo, eso tranquilizaría a la inquieta población soviética. Dado que la colectivización había provocado resistencia, hambruna y una cifra no confesada de campesinos arrestados o ejecutados, hacía falta presentar el canal Belomor de modo que inspirase confianza y orgullo, y demostrar que el Partido estaba dirigiendo al país por el camino correcto. A los soviéticos se les prometía además un final feliz: incluso los criminales y los enemigos de la revolución tendrían la oportunidad de reconstruir sus vidas mediante el trabajo.
 
Colectivizar la más individual de las actividades
De acuerdo a lo que se conoce, la decisión de preparar un libro sobre el canal Belomor surgió en una reunión celebrada en la casa de Gorki, en 1932. A la misma asistieron Stalin, Molotov y Voroshilov. Fue allí donde el “cóndor soberano” pronunció la famosa frase “ingenieros del alma humana”, para referirse a los escritores. Hasta entonces, estos habían sido enviados individualmente a documentar la industrialización, la colectivización y la mecanización de la agricultura. Con eso objetivo, visitaron granjas colectivas y fábricas. Ahora, en cambio, se trataba de un libro que iba a ser escrito colectivamente.
 
Es probable que la idea fuese de Gorki. Si no lo fue, hay que reconocer el mérito de no haber escatimado esfuerzos para convencer a sus colegas: “Si el trabajo colectivo se aplica en todas las esferas de la sociedad, ¿por qué no podía tener éxito en la literatura? ¿Por qué no colectivizar la más individual de las actividades?”. Asimismo para animarlos a sumarse al proyecto les argumentó: “Tomad, por ejemplo, el canal Belomor. Eso representa un cambio visible en nuestra geografía. ¿No es, entonces, el tema perfecto para los escritores soviéticos? ¡Pensad en esto como nuestra contribución a Plan Quinquenal!”. Debe tomarse en cuenta además que el éxito del proyecto era extremadamente importante para el prestigio personal de Gorki.
 
Al dirigirse a los autores que iban a participar, Stalin les expresó: “Ustedes ayudarán a la redacción del libro”. Nótese que no les dijo “ustedes deberían ayudar” o “los animo a ayudar”. Sus palabras eran una orden, no una invitación. No está documentado cómo se hizo la selección de los 120 escritores que iban a ser invitados. La única excepción fue Sacha Adveenko, el benjamín del grupo, que fue sugerido personalmente por Gorki. Era obrero de una fábrica y publicó un libro de corte autobiográfico que tuvo mucho éxito.
 
La brigada incluía algunos de los nombres más populares entonces: los satíricos Ilia Ilf y Evgueni Petrov, el novelista Valentín Kateiev, el narrador y dramaturgo Alexei Tolstoi. Asimismo estaban Marietta Shaguinián, quien bajo el seudónimo de Jim Dollar había escrito una novela policial antinorteamericana, Mess-Med: los yanquis en Petrogrado; la poeta Vera Inber; el guionista Evgueni Gabrilovich; el narrador Serguei Budantsev, cuya novela Un relato de los sufrimientos de la mente fue considerada por algunos críticos una obra singular en la literatura soviética; Boris Pilniak, quien tras la publicación de su relato Historia de la luna no apagada, en el cual sugería que la muerte de Frunze fue un asesinato, intentaba recobrar la confianza de las autoridades. De todo el grupo, el autor menos previsible era Mijaíl Zóschenko, un narrador inmensamente popular cuyos cuentos breves significaron una respuesta humorística en los tiempos más pavorosos del estalinismo.
 
Respecto a este punto, se puede especular que la atmósfera de esos años pudo provocar la participación de algunos escritores. Por ejemplo, otro nombre que causa sorpresa en la lista es el del crítico, teórico y ensayista Víktor Shklovski, uno de los máximos exponentes del movimiento formalista ruso. Aunque aparece acreditado en el libro, en realidad no viajó con el grupo al canal. Lo hizo solo en octubre de 1932, movido por razones personales: Vladimir, su hermano mayor, había sido arrestado como conspirador de un supuesto complot para enviar información secreta a gobiernos extranjeros. La contribución de Shklovski al libro fue el precio que tuvo que pagar por la liberación de su hermano. Desafortunadamente, este fue detenido de nuevo en el fatídico año de 1937, y esa vez su hermano no pudo hacer nada para salvarlo.
 
Hubo además autores que recibieron la invitación, pero prefirieron declinarla. El ejemplo más notorio fue el de Mijaíl Bulgakov. Un caso contrario fue el de Mijaíl Prishvin, quien pese a que pidió participar en la escritura del libro, no fue aceptado. Nadie conocía esa zona como él, pero ese conocimiento resultaba inservible en un libro con fines propagandístico como aquel. Por otro lado, conviene precisar que de los 120 escritores que integraron la brigada, solo 34 intervinieron después en la redacción del volumen. Asimismo hay que consignar que aunque no viajó con los demás, Gorki organizó el viaje y contribuyó además con el texto introductorio (“La verdad del socialismo”) y con la conclusión (“Primera experiencia”). Fue también el editor del libro, junto con Leopold Auerbach y Semion G. Firin. Un dato a resaltar: este último era oficial del OGPU
 
El viaje al canal Belomor duró dos semanas y tuvo lugar a mediados de agosto de 1933. Es decir, poco después de que la obra había sido inaugurada. Antes de salir, recibieron orientación proporcionada por el ya mencionado Semión G. Firin, jefe del campo. Al llegar, fueron recibidos por unas mujeres con cestas de cerezas y pescado fresco y frascos con miel. Durante su estancia, recibieron un trato esmerado. Acerca de ello, en un testimonio que, por supuesto, no figura en el libro, Adveenko recordó: “Desde el momento en que pasamos a ser huéspedes de los chekistas, el comunismo empezó para nosotros. Comíamos y bebíamos lo que nos apetecía y tanto como deseábamos. Embutidos ahumados. Caviar. Frutas. Chocolate. Vino. Coñac. Y sin tener que pagar nada”.
 
Cabe preguntarse: y los reclusos, ¿qué comían? He aquí la que era su ración diaria: 1,2 kilogramos de sopa de repollo, 300 gramos de kasha de carne, 75 gramos de pescado, 100 gamos de pastel de repollo. Al respecto, Adveenko comentó que “dada el hambre en ese momento los obreros del canal comían bien”. En parte, no dejaba de tener razón. Olvidaba, sin embargo, que aquellos hombres y mujeres realizaban diariamente un trabajo muy intenso y lo ejecutaban bajo temperaturas extremas. Pero al menos tenían asegurada esa ración, a diferencia de los millones de personas que literalmente se morían de hambre en Ucrania y en zonas rurales de la Unión Soviética.
 
Versión oficial, pero no la verdadera historia
Aquella fue una excursión manipulada y cuidadosamente planeada hasta el más mínimo detalle. A los reclusos —los “soldados del canal”—, los escritores los veían trabajar desde lejos. Y sus encuentros con ellos estuvieron muy controlados. Además solo pudieron charlar con criminales comunes, no con presos políticos. Todo estaba milimétricamente organizado para que vieran una imagen higienizada del campo. Esa mitificación funcionó desde los primeros momentos, con la opípara y lujosa comida. Ni la población del país ni los convictos disfrutaban de tales delicatesen. Durante toda la estancia, el OGPU se preocupó de perpetuar ese mito de la abundancia. Asimismo y acorde con sus prácticas, controló toda la información con medias verdades y evidentes mentiras. Eso devino un factor clave que comprometió la integridad del libro como documento histórico. De un cimiento como ese, podía salir la versión oficial, pero no la verdadera historia tanto del canal como de las personas que lo construyeron.
 
Paso ahora a referirme concretamente al libro. En la nota que aparece al inicio, se incluye un calendario de su proceso de creación: “Agosto 13, 1933-El editor jefe de la serie Historia de las Fábricas e Industrias declara su intención de incluir en el plan un libro que describa la construcción del canal Mar Blanco-Mar Báltico; Agosto 17, 1933-Una delegación integrada por 120 escritores de la República Federativa Soviética Rusa, Ucrania, la Rusia Blanca, Tadzhikistán y Uzbekistán emprende un viaje a través del canal; Septiembre 10, 1933-El plan del libro es diseñado y el trabajo se divide entre los diferentes autores; Septiembre 20, 1933-El comité de autores comienza las reuniones para discutir y criticar el manuscrito; Noviembre 28, 1933-Se comienza a preparar el libro; Diciembre 12, 1933-El manuscrito es entregado a la imprenta; Enero 20, 1934-El libro aparece publicado.”
 
En cuanto al método con que se redactó, se dice que los 34 autores se responsabilizan plenamente del libro. Asimismo estos se ayudaron y se corrigieron unos a otros. Asimismo se especifica que resulta difícil indicar quién escribió cada una de las varias secciones. Y en este sentido, se enfatiza que, de hecho, “los verdaderos autores de todo el libro son los obreros que colaboraron en la construcción del histórico canal Mar Blanco-Mar Báltico, dedicado a Stalin”.
 
Se hicieron tres ediciones del libro. La primera, de 4 mil copias, se hizo especialmente para distribuir entre los delegados al XVII Congreso del Partido (26 de enero a 16 de febrero de 1934), conocido como el “Congreso de la Victoria”, en honor a los logros del I Plan Quinquenal. La segunda edición fue de 45 mil ejemplares y la tercera, de 150 mil. Al año siguiente apareció en Nueva York y Londres la traducción al inglés, bajo el título de Belomor. An Account of the Construction of the New Canal between the White Sea and the Baltic Sea (Harrison Smith and Robert Hass, 1935). Dado mi desconocimiento del ruso, es esa la versión que he leído y cuya traslación al inglés, como en ella se aclara, fue preparada en Moscú.
 
De acuerdo a Cynthia A. Ruder, ambas ediciones difieren en el número de capítulos. Estos pasaron de 15 a 35, al darse esa categoría a secciones del original que aparecían dentro de capítulos más extensos. A ello cabe añadir que la estructura de la edición en inglés es desordenada y confusa. Esa versión además tiene al principio una introducción de Amabel Wiliam-Ellis, escritora y editora británica que inicialmente fue miembro del grupo de Bloomsbury, al cual pertenecía su primo Lytton Strachey. Es un texto que bien merecería algunos comentarios, pero por razones de espacio me abstendré de hacerlos.
 
El libro no pierde oportunidad para hacer el panegírico de la perekovka. Está lleno de historias edificantes sobre la rehabilitación de los presos mediante el trabajo. Prácticamente todos los capítulos incluyen referencias y descripciones alusivas a ello. Uno de los muchos ejemplos es el dedicado a un connotado ladrón, que se convirtió en un bien entrenado obrero soviético gracias a su participación en la obra del canal. Hay otro texto, titulado “Rothenburg o la historia del hombre reformado”, donde se relata el caso de ese convicto por robo y estafa. Estuvo un año en la cárcel en Inglaterra y como no aprendió nada, al salir reincidió en las actividades delictivas. Un oficial del OGPU le hace comprender que no es culpa suya, que fue el sistema capitalista el que lo forzó al latrocinio.
 
En otro texto, se cuenta la anécdota de un ingeniero de apellido Vyaseminski. Presentó una queja a la dirección de la obra porque el conserje le dijo que tenía que irse a dormir, pues era medianoche. Incluso se llevó los papeles y los dibujos con los que él estaba trabajando y le cerró los libros. La queja de tan abnegado preso no fue atendida y el conserje continuó enviándolo a la cama. Otro detalle que ilustra la manipulación ejercida es que en los primeros capítulos a los presos no se les nombra como tales, sino que se les llama trabajadores y udarniki, obreros de choque.
 
Se glorifica el trabajo forzado
En consonancia con la época, solo se habla de los aspectos positivos. La impresión que se da del campo es la de una institución humana, en la cual se cuida a los reclusos (en todo el libro solo se mencionan dos muertes). A pesar del enorme cúmulo de trabajo, los presos tenían abundante tiempo libre. Todos además recibían atención médica y dental. El OGPU organiza círculos de estudio, lecturas y cursos por correspondencia, para que los convictos no siguieran en la ignorancia. Eso les permitiría no reincidir en la prostitución, el robo, el bandidaje. Asimismo la imagen que se presenta asombra por su cinismo, pues no solo glorifica el trabajo forzado, sino que además transforma a los brutales chekistas en benévolos y casi paternales consejeros, cuya única tarea es reformar a los infortunados reclusos para que se conviertan en felices miembros de la clase obrera.
 
En este sentido, también es pertinente señalar que hay textos dedicados por entero a enaltecer la labor de los oficiales del OGPU: Firmin, L. Kagan, Yakov Rappaport, Dmitri Uspenski, Naftali Frenkel (este último era un antiguo criminal reeducado, que pasó a ser uno de los jefes a cargo del canal). Gorki se refiere a ellos y apunta que “aunque visten como oficiales, viven como monjes: nunca se les ve borrachos, y no andan con chicas, dice un preso. Es decir, todo lo que se espera de los «guardaespaldas del proletariado»”.
 
Además de retratos de Stalin y Gorki, el libro está ilustrado con doce imágenes tomadas durante la construcción del canal. Los textos que llevan al pie son muy elocuentes: Las calles crecen en el bosque, Al cambiar la naturaleza, el hombre se cambia a sí mismo, Entre los caballos también hay obreros de choque, Removed la roca. ¡Haced camino para la esclusa!, Una competencia entre la brigada de mujeres y la de las minorías nacionales… Hoy se sabe que algunas de esas fotografías fueron retocadas. Incluso resulta notorio que en las tomadas a los escritores, estos aparecen acompañados no por presos, sino por los administradores del campo y los chekistas. Dos de esas imágenes pertenecen al famoso representante del constructivismo Alexander Rodchenko, cuyo estilo vanguardista fue tolerado en los primeros años de la revolución, pero que después que Stalin llegó al poder era objeto de crecientes críticas. Es probable que, en un esfuerzo por mejorar su situación, decidiera visitar el canal para propagandizar la obra.
 
Aquel libro ejemplifica de manera vívida y persuasiva lo que ocurre cuando las fronteras entre literatura e historia son traspasadas por los escritores, bajo un régimen que no permite más opinión que la suya. Aquellos autores cuyo ámbito creador habitual era el de la ficción, fueron designados para ser árbitros de supuestos hechos históricos. Al respecto cabe recordar que el término historia presupone cierto grado de veracidad y de fidelidad a los hechos. Esos dos aspectos quedaron contaminados no solo por los organizadores del libro (el OGPU), sino también por aquellos escogidos para contar la historia. A estos se les dio una verdad selectiva, una realidad cuidadosamente manipulada, y eso fue lo que reflejaron.
 
Al igual que fiscalizó la obra del canal, el Partido autorizó al OGPU a supervisar todo lo concerniente al libro. Primero, al monitorear en todo momento la visita de la brigada; y después, como coeditor del libro, a través de Firmin. Con esto último se aseguró el control de la escritura de su propio proyecto. Y por supuesto, el resultado no podía ser ni remotamente factual. El libro fue uno de los primeros intentos de ejercer total control político sobre la literatura, y también de colectivizar su creación. En suma, un ejemplo aterrador de cómo los regímenes totalitarios falsean cínicamente la realidad, despojan a la historia de su valor testimonial y eliminan la visión individual.
 
Durante las purgas iniciadas en 1937, el libro no logró escapar a esas circunstancias. La mayoría del personal del OGPU que dirigió la obra del canal, entre ellos su jefe, Guenrik Yagoda, fueron encarcelados o ejecutados. Varios de ellos aparecían en algunas de las fotos del volumen. GLAVLIT, la agencia encargada de la censura, prohibía expresamente la mención de los nombres de los “enemigos del pueblo”. A resultas de ello, el libro se convirtió en uno de los más censurados de la época estalinista. Las copias de las bibliotecas fueron ocultadas o destruidas.
 
Por otro lado, once de los autores que formaron parte de la brigada fueron represaliados. El haber participado en el proyecto no los eximió de ser víctimas del sistema al cual habían servido. Ya en la tercera edición del libro no figuraba el nombre de Mijaíl Kosakov, probablemente porque estaba a punto de que lo arrestasen. Serguei Budantsev, ardiente y devoto defensor del régimen, también fue detenido y murió en la cárcel. Mijaíl Zoschenko fue sometido a persecución e intenso escrutinio. Recibió además ataques públicos de Zhdanov y sus invectivas lograron que lo expulsaran de la Unión de Escritores. A partir de entonces, tuvo que vivir de la traducción. Todo eso hizo del otrora elogiado libro un objeto intocado e indeseado. Poseerlo se consideraba un crimen por el cual se podía ir a parar a un campo, a sufrir la realidad brutal de la que no se hablaba en sus páginas.
 
Pero el tabú alrededor del libro iba más allá del simple hecho de que varias de las personas que allí se nombraban habían sido víctimas de la represión estalinista. A eso hay que sumar que, a partir de las grandes purgas de 1937 y 1938, el énfasis en reformar con el trabajo pasó a ser inaceptable en los campos. Tampoco debe perderse de vista que de la lectura del libro se desprendían concomitancias morales y éticas sobre un proyecto realizado con trabajo forzado, que transgredía conceptos básicos como humanidad y justicia. Todo ello motivó que, durante varias décadas, aquel libro se mantuviese sepultado en el olvido y el silencio.




 
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