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Mariel, pasado y presente de un éxodo
“Por aquí se fueron y jamás volverán”, rezaba un cartel en el muro de la termoeléctrica.
Sin embargo, los que “se fueron”, se convirtieron en el sostén de los que se quedaron. Hoy muchos comparten el exilio en Miami con quienes les despidieron a huevazos o pedradas
Escuela de pesca, campamento El Mosquito en 1980, visto desde el puente sobre el río homónimo
El éxodo del Mariel ocurrió entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980.
Camilo Ernesto Olivera Peidro | La Habana, Cuba En el poblado de Boca del Mariel, existe una pequeña playa preferida por los lugareños. Al lado se encuentran las instalaciones de la otrora terminal de embarque de azúcar a granel. Un poco más alla, funciona la termoeléctrica Máximo Gómez.
A mediados de abril de 1980, transcurría un sábado cuando los bañistas en la playita percibieron la entrada de cuatro embarcaciones con bandera estadounidense. Observaron cómo se dirigían hacia la zona del muelle aledaño. En ese momento se hizo evidente la presencia de oficiales cubanos armados en el lugar. Luego se supo que ahí, en una nave de almacenaje de azúcar, estaba la sede provisional de la capitanía.
En los días siguientes, la asistencia de barcos y yates provenientes del norte aumentó. Tanto el poblado de La Boca como el de Mariel, fueron tomados militarmente por tropas del ejército y efectivos de la policía.
El gobierno de Cuba había habilitado el puerto de Mariel, ubicado a 35 kilómetros al oeste de La Habana como punto de embarque para un puente migratorio semejante al propiciado, a través de Boca de Camarioca en Matanzas, quince años antes. Entre abril y octubre de 1980, salieron por este sitio, rumbo a La Florida, 125 000 cubanos.
El vía crucis de los marielitos El gobierno cubano anunció que todo el que quisiera podía irse. Pero que, como condición, debían solicitar la baja definitiva en centros de trabajo o estudio. Muchos refugiados en la Embajada de Perú salieron con salvoconducto a esta gestión. Fueron víctimas de los fascistas actos de repudio aupados por el régimen.
Muchos cubanos realizaban diversas gestiones para visitar a los familiares que los esperaban en ese puerto. Hombres, mujeres y niños llegaban al lugar con las huellas visibles de la humillación sufrida en sus lugares de origen.
Pero algo igual o peor les aguardaba en la parada final. En la esquina de la pizzería Wakamba, acechaban las turbas, aupadas por los funcionarios del gobierno local, armadas con palos y cabillas. Los que llegaban, eran cazados y golpeados con saña. Luego la policía “intervenía”.
Los atacados eran llevados a la Unidad de Guardafrontera conocida como El Mosquito, ubicada en la desembocadura del río del mismo nombre a cuatro kilómetros de Mariel. Allí eran confinados, durante días o semanas. Las condiciones en las barracas eran infrahumanas. Mezclaban a las familias con delincuentes, o presos sacados de las penitenciarías, enviados a este retén para luego ser deportados. El lugar era custodiado por militares armados y perros entrenados.
En el viaje de vuelta, los ómnibus tomaban rumbo al Mariel cruzando el puente. Al final de este, las autoridades apostaban a niños traídos de las escuelas de Baracoa y Henequén. Los profesores les repartían huevos y piedras para que los alumnos se los lanzaran a los que se iban en los vehículos.
Actualmente, en ese sitio, donde padecieron tantos cubanos, se encuentra un Instituto de capacitación para la pesca.
El umbral de la libertad El muelle de la Flota Camaronera (hoy de la Empresa de Astilleros Astimar) era el último paso en el vía crucis. Allí los que se iban, eran concentrados en dos naves aledañas al muelle, en ese entonces, vacías y a medio terminar. Esperaban a ser llamados mediante un listado. Luego al abordar la embarcación, pasaban por otro control.
Como condición para poder llevarse a sus familiares, los que venían en las embarcaciones tenían que permitir que les atiborraran la cubierta con otras personas de diversa índole. Hubo quien optó por refugiar a los suyos en los camarotes.
Cuando los barcos se alejaban de la costa, la última imagen, a lo lejos, era la de las columnas de humo provenientes de las chimeneas de la Termoeléctrica de Mariel.
En un tramo del muro perimetral de esa industria, estuvo durante muchos años un cartel que expresaba: “Por aquí se fueron y jamás volverán”.
El letrero desapareció durante la década de los noventa. Fue cuando arreció la crisis. Los que “se fueron”, se convirtieron en el sostén de los que se quedaron.
Hoy comparten el exilio en Miami, quienes marcharon en 1980, con muchos que les despidieron a huevazos o pedradas y, más tarde, huyeron en la estampida balsera de 1994.
La dictadura que les obligó a abandonar el país, sigue gobernando con puño de hierro y mal disimulado guante de seda fina.
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35 años del gran éxodo del Mariel
La marcha de más de 125.000 cubanos a Estados Unidos en 1980 fue una conmoción para la revolución y para la ciudad de Miami
Un bote de refugiados cubanos llega a Florida en 1980. / U. S. COAST GUARD
Luis Barbero - Miami - El País El éxodo del Mariel, uno de los grandes movimientos migratorios del siglo XX, cumple 35 años. Más de 125.000 cubanos salieron de la isla en apenas siete meses —entre abril y octubre de 1980— con destino a Estados Unidos, especialmente a Miami, que se vio superada por la masiva y repentina llegada de ciudadanos que huían del régimen de Fidel Castro, que por aquel entonces todavía contaba con el apoyo de la Unión Soviética. La crisis migratoria del Mariel fue un shock para Cuba y para EE UU, dos países vecinos (uno pequeño; el otro, un gigante) que han convivido más de medio siglo en medio de la desconfianza, y que ahora buscan el sendero del reencuentro. “El mito de la revolución cubana empieza a caer con el Mariel”, afirma sin dudar Sebastián Arcos, director asociado del Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de Florida.
Esta oleada migratoria tiene su origen en un incidente diplomático entre Cuba y Perú. El 1 de abril de 1980, un grupo de cubanos empotró un vehículo contra la verja de la embajada de Perú en La Habana para solicitar asilo. Un suboficial que custodiaba el edificio falleció cuando intentó evitar la entrada. Castroexigió a Perú la entrega de sus conciudadanos y amenazó con quitarle la protección a la legación diplomática, algo que finalmente ocurrió. Y ahí llegó la sorpresa. Más de 10.000 cubanos irrumpieron en poco tiempo en la embajada peruana solicitando asilo. Sin ser consciente nadie, estaba empezando un imponente movimiento migratorio que, como le ocurre ahora a Europa con la crisis de los refugiados, dejó boquiabiertos a los dirigentes políticos, que tardaron semanas en dar respuesta al fenómeno.
La ocupación de la embajada peruana empujó a Castro a anunciar la apertura del puerto del Mariel para que pudiesen salir de la isla los cubanos que lo deseasen. Decenas de barcos procedentes de Miami, del primer exilio cubano, el que se produjo tras el triunfo de la revolución, arribaron al puerto del Mariel para trasladar a sus familiares a Estados Unidos. El trasiego de embarcaciones fue diario, constante, con imágenes que sacudieron la conciencia mundial. El dramático éxodo duró siete meses, hasta que Estados Unidos, bajó la presidencia de Jimmy Carter, cerró la puerta por las repercusiones negativas que la crisis migratoria estaba teniendo en la política doméstica. Más de 125.000 cubanos llegaron a Estados Unidos en esos intensos meses, transformando definitivamente la historia reciente de la isla y de la revolución cubana, pero también de Miami, que experimentó un cambio que tardó años en asimilar.
Más de 125.000 cubanos salieron de la isla en apenas siete meses “Fue un momento traumático para Cuba. Hacía una década que el país estaba domesticado por Fidel Castro. La oposición, los últimos focos guerrilleros, estaban extinguidos. Se había institucionalizado la economía soviética con los planes quinquenales. El país estaba plenamente sovietizado”, afirma Arcos, que en 1980 estudiaba el primer año de la carrera en La Habana. Este investigador sitúa el origen del éxodo del Mariel en 1978, cuando Castro indultó a más de 3.000 presos tras una negociación con el Gobierno de Jimmy Carter. “Hubo un flexibilización del régimen y a Cuba llegaron personas del exilio que estremecieron a las sociedad. La historia oficial decía que el exilio cubano en Estados Unidos hacía los trabajos sucios. Y es verdad que una parte trabajaba en hoteles, pero tenían más poder adquisitivo que un médico, un ingeniero o un profesor de universidad en Cuba. Traían productos y comida que en Cuba no existían. La sociedad comprendió que los habían engañado. Ese reencuentro entre cubanos del exilio y los que residían en Cuba es el origen del Mariel”, añade Arcos, quien recuerda “los actos de repudio y la violencia” que el régimen empleó contra los ciudadanos que decidían irse de Cuba. “La Habana estaba aterrorizada, lo que generó confusión en las generaciones más jóvenes, que vieron que los cubanos se querían ir del país. Yo rompí con la revolución y dos años después estaba en la cárcel”, añade el profesor universitario.
Castro aprovechó la crisis para vaciar las cárceles de presos comunes y enviarlos a Estados Unidos, una decisión que tendría consecuencias fatales para Miami, donde se quedaron la mayoría de los cubanos que salieron en esta ola migratoria. “Las estimaciones más conservadoras apuntan que el 15% de los que llegaron eran delincuentes”, apunta Tomás Regalado, actual alcalde de Miami por el Partido Republicano y que en 1980 cubrió el éxodo como reportero. “Los guardianes de las cárceles leían listas de presos para soltarlos, los montaban en un vehículo y los llevaban hasta los barcos. A la gente que venía de Miami le decían que por cada familiar se tenían que llevar personas adicionales. Y ahí había delincuentes y espías”, añade Arcos.
Si el impacto del éxodo en Cuba fue enorme, no le va a la zaga lo ocurrido en Miami, que no estaba preparada para acoger a tantas personas en tan poco tiempo. De los 125.000 cubanos que llegaron en 1980, unos 100.000 se quedaron en Miami, tras una intervención del Gobierno federal, que promovió que algunos de los recién llegados fuesen a otros estados. “Fue una bomba demográfica y una bomba política”, afirma el alcalde de la ciudad. Hubo que alojar a gente en campamentos junto a las autopistas, hacer ejercicios malabares para alimentar a todos los recién llegados o escolarizar a más de 12.000 niños que no hablaban inglés. En pocos meses, creció el paro y el número de pobres. No obstante, Regalado cita el incremento de la criminalidad como la consecuencia más nefasta de esta etapa. “La mayoría de los que llegaron eran buenas personas, pero los delincuentes que envió Castro siguieron delinquiendo aquí”, añade el alcalde. Los siguientes años fueron los que quedaron inmortalizados en la serie Miami Vice. Drogas, armas, corrupción. “El repunte del crimen hizo que la ciudad contratase a muchos policías sin un chequeo meticuloso, lo que dio lugar al mayor escándalo de corrupción de la historia de Miami. Con el tiempo, decenas de policías fueron detenidos por el FBI. Los policías cogían a los narcotraficantes se quedaban con la droga y los mataban”, recuerda Regalado.
La ocupación de la embajada peruana en 1980 empujó a Castro a anunciar la apertura del puerto del Mariel para que pudiesen salir de la isla los cubanos que lo deseasen La Pequeña Habana, la zona deMiami colonizada por los cubanos, por ejemplo, se vino abajo. “La gente dejó de ir por la delincuencia”, afirma Regalado, que añade que tuvieron que pasar más de cuatro años para que la ciudad volviera a tener cierta normalidad tras la convulsión de uno de los grandes movimientos migratorios del pasado siglo.
La mala fama de los 'marielitos' 35 años después, el término marielito, como se conoce a los cubanos que salieron de la isla en 1980, sigue teniendo un componente negativo. En Miami, y por añadidura en todo Estados Unidos, todos ellos quedaron manchados por los presos comunes liberados por Fidel Castro que llegaron en aquella oleada migratoria. Todavía hoy, afirma Jorge Duany, director del Instituto de investigaciones cubanas, se percibe una fractura entre los cubanos del primer exilio y los que llegaron a partir de 1980. “Antes de 1980, es el exilio de la clase media-alta de Cuba. El que llega después, además, se había formado bajo la revolución”, afirma este antropólogo de origen cubano. “La imagen de los marielitos ha sido sumamente negativa. La propaganda del régimen fue eficaz al identificarlos con lo que llamó la escoria de la sociedad: delincuentes, homosexuales, enfermos mentales, prostitutas…” Tampoco ayudaron películas comoScarface, protagonizada por Al Pacino, añade Duany: “Losmarielitos salían como mafiosos, sangrientos, sin escrúpulos”. Con el paso del tiempo, esta mala imagen se ha atenuado, y la mayoría de los marielitos están integrados en Estados Unidos sin ningún problema, pero aún se percibe ciertos recelos hacia ellos, dice el antropólogo. Los balseros que llegaron a mediados de los años noventa del siglo pasado, en otra crisis migratoria, tienen mejor imagen no solo en la sociedad estadounidense, sino entre la propia comunidad cubana.
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