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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 01/05/2015 16:36 |
¿Tienen sentimientos los perros?
Ya han pasado semanas y todavia la recuerdo todos los días, se qué con
el tiempo ese sentimiento se acabará y cuando la recuerde será con alegria.. Nada que soy un sentimental
Distinguir entre emociones y sentimientos es difícil, y más todavía cuando estos conceptos, y lo que representan, se utilizan en las conversaciones diarias. (Francisco Mora ¿Es posible una cultura sin miedo? Alianza Editorial. Madrid 2015). Y esto se hace todavía más difícil cuando se habla de animales. Y aún más si se hace sobre los perros que conviven y han convivido tanto y tan largo con el hombre, o los chimpancés, o los delfines, e incluso los elefantes. En relación a los perros, se podría decir que pocos de sus dueños dudarían que expresan emociones a través de su conducta, sea la alegría o el miedo, pero también pocos dudarían de que sienten; es decir, que poseen sentimientos. ¿Es esto así? ¿Tienen sentimientos los perros? La contestación, directa, científica y no hay otra, es: no. ¿En qué se justifica todo esto?
La emoción es una reacción conductual inconsciente tendente a mantener la supervivencia de los individuos. Casi todos los animales con cerebro han desarrollado estas reacciones a lo largo del proceso evolutivo, pero de manera especialmente clara y relevante los mamíferos, lo que incluye al hombre. Por ejemplo, en una situación concreta, sea ante una amenaza o un peligro, tanto un perro como un ser humano reaccionan emocionalmente de forma muy similar. Es decir, lo hacen, bien con un contraataque o bien con una huida. Sin embargo, ante esa misma reacción conductual, algo ocurre en el ser humano que no ocurre en el perro. El ser humano sabe de su emoción, es consciente de lo que le sucede. El perro no. Ese saber, ese ser consciente de lo que ocurre y sus consecuencias es el sentimiento. Sentimiento es ser conocedor de la emoción que se experimenta. Sentir es elevar la emoción hasta la conciencia, y con ella, poder expresarla con el pensamiento. Y eso solo lo puede hacer el ser humano gracias a la complejidad y al enorme desarrollo de las redes neuronales de su cerebro, alcanzado a lo largo de varios millones de años. El perro, no.
El cerebro humano posee un coeficiente encefálico de 7. Es decir, un peso de cerebro enorme, siete veces superior al de cualquier otro mamífero. Esto quiere decir, si se quiere expresar de otra forma, siete veces superior al peso y complejidad cerebral necesario "para el control de su propio cuerpo en relación a los mecanismos necesarios para mantener la propia supervivencia". Frente a ello, el perro tiene un coeficiente encefálico de 1 (que indica que su cerebro tiene la media de la relación cerebro-cuerpo de cualquier otro mamífero). (F. Mora, El reloj de la sabiduría. Tiempos y Espacios en el cerebro humano. Alianza Editorial. Madrid 2008). Con su cerebro, el perro responde e interactúa con el mundo ante cualquier vicisitud, pero no lo sabe, no es consciente de lo que hace, simplemente reacciona y actúa de modo inconsciente ante la amenaza. La respuesta del perro, sus gestos y posturas corporales, y su aparente sentir son la lectura humana de su conducta (conducta que, pudiera parecer semejante a la humana), pero que solo queda en la no conciencia. El perro no piensa, ni tiene intimidad, ni subjetividad. En el perro es todo hacia afuera, pero nada hacia adentro. La neurociencia evolutiva y comparativa demuestra claramente que el cerebro del perro no posee las áreas de asociación de la corteza cerebral, y las complejas redes neuronales necesarias para la elaboración de la conciencia.
Añadido a todo esto, está la tendencia innata humana a antropomorfizar psicologicamente (es decir, a rellenar de características humanas) todo aquello con lo que convive, desde una simple máquina a un ordenador. Recuérdese si no la historia de los niños con su tamagochi, pequeñas maquinitas a las que consideraban casi seres vivos y sintientes, y que llevaron a alguno de esos mismos niños al suicidio ante la muerte de su tamagochi. O el caso de ciertos ordenadores de hoy en día y de alta tecnología que llevan incorporados en sus diseños el reconocimiento tanto de la cara como de ciertos gestos, así como la voz y tonos vocales de sus dueños. Y que cuando éstos les hablan, pueden establecer una conversación con ellos, desde el mismo momento en que el ordenador reconoce al usuario cuando entra a su despacho por la mañana y le dice: "Buenos días", "¿como se encuentra Ud.?", "¿vamos a trabajar un poco juntos esta mañana?" "¿qué quiere que hagamos?". ¿Podría uno evitar humanizar y sentir como semejante a un ordenador de este tipo? !!Imagínense en el caso del mejor amigo del hombre, que se mueve y gesticula, sobre todo, si este es inteligente.
Los sentimientos son, pues, procesos conscientes que expanden las emociones inconscientes, sean de miedo, alegría o placer, transformándolos en fenómenos vividos subjetivamente. Valdría la pena añadir, en aras aun mejor entendimiento, que también el ser humano puede realizar conductas inconscientes (de apariencia consciente) cuando ocurren daños específicos en su cerebro que bloquean las vías neuronales que llevan a la conciencia. Tal es el caso de algunas personas que padecen de ciertas cegueras cognitivas (agnosias) (Francisco Mora. Cómo funciona el cerebro. Alianza Editorial. Madrid 2009).
Pues bien, estas personas han perdido la capacidad consciente de ver, pero pueden ver por redes neuronales inconscientes, de modo que si se les sienta delante de una pantalla de ordenador y se le pide que señalen con su dedo índice un objeto que aparece en la pantalla estas personas ciegas cognitivas pueden señalarlo perfectamente, aun a pesar de que no saben lo que están haciendo, dado que no pueden ver conscientemente, y por tanto tampoco podrían nunca explicar sus propias reacciones. Es más, se les puede pedir que caminen, y si se pone delante de ellas un obstáculo, lo evitan sin ser en absoluto conscientes de lo que están haciendo. Procesos cerebrales similares (salvando ese espacio-tiempo enorme, casi insalvable, entre el ejemplo patológico humano que acabo de dar y el cerebro animal) son los que ocurren cuando los perros expresan sus conductas ante los aconteceres del mundo.
Acerca del Autor:
Francisco Mora Catedrático de Fisiología Humana, Universidad Complutense de Madrid y catedrático adscrito de Fisiología Molecular y Biofísica, Universidad de Iowa
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¿Se siente nuestro perro realmente culpable cuando nos hace una trastada?
Son conscientes nuestros canes de que han hecho algo malo o que nos disgusta?
¿Rompen cosas porque están enfadados con nosotros?
¿Entienden que les estamos echando la bronca porque su comportamiento nos ha molestado?
Micaela De la Maza
Sí, el asunto de los perros que se muestran culpables tiene mucho pero mucho tirón, todos tenemos más de una anécdota para ilustrarlo: hasta el 74% de los dueños de perro está convencido de que su perro se muestra culpable tras hacer algo que no debía. Hay webs dedicadas a mostrar las caras presuntamente compungidas de los trastos caninos que comparten sus vidas con nosotros y, cómo no, hay cientos o miles de vídeos de 'perros culpables' que hacen que nos partamos de risa.
El perro culpable es una proyección nuestra
Pero resulta que no es cierto: es un mito, los perros no se sienten culpables. Y tampoco planean un destrozo para vengarse de ti. Incontables estudios lo han demostrado, pero el mito no se desvanece. Los perros siguen, en teoría, demostrando claramente su culpabilidad y con frecuencia son castigados por ello. Esos zapatos rotos, ese mando de la tele, ese libro... Si tu can los ha atacado puede ser por ansiedad, porque huelen a ti, porque no tenía otro juguete a mano o por muchas otras razones, pero no necesariamente sabrá que ha hecho algo mal. Sobre todo si tú sólo encuentras los restos de la trastada y no le pillas haciéndola.
El vídeo de Denver, la labradora 'culpable' fue uno de los primeros virales perrunos de internet. Se ha visto ya ¡44 millones de veces!
Por eso vamos a repasar aquí las claves de la cuestión para tratar de evitar esas regañinas con frecuencia tan inútiles y casi siempre dañinas que solo consiguen una peor relación entre humanos y canes. Para empezar, los canes detestan los conflictos tanto con sus congéneres como con los humanos. Por eso han desarrollado diversas maneras de apaciguar enfados y calmar a los sujetos agresivos. Al menos hay treinta gestos o rituales con los que tratan de comunicar, aunque no siempre con éxito, las señales de calma.
El tener aire de culpabilidad -tal y como lo traduce un humano al ver ciertas expresiones de su can- no significa que el perro sepa que romper ese zapato está mal. Lo que sí sabe es que su humano está enfadado y él debe hacer algo para apaciguarle. Ante el tono o la postura corporal de enfado, el perro hace señales de calma: aparta la mirada, se lame el hocico, se esconde; rehuye un posible conflicto porque sabe que algo no va bien. Pero normalmente, salvo que le hayan pillado en el acto y le hayan indicado lo que ha hecho mal, el perro ¡no tiene ni la más mínima idea de porqué su humano le está echando una bronca!
No nos enteramos de nada
Se puede decir, en todo caso, que el perro pone cara de culpable (en versión humana), pero no se siente culpable. ¿Cómo lo han demostrado? Por ejemplo a través del experimento que llevó a cabo la conocida etóloga Alexandra Horowitz: se hace pensar a un humano que su perro ha hecho algo que no debía (comerse una chuche) y pese a que el can es totalmente inocente, muestra todas las señales de sentirse culpable porque, claro, le echan la bronca.
Otro dato interesante de ese estudio: cuando no le decían al dueño del perro si el can se había comido la chuche o no, es decir cuando le obligaban a averiguarlo en función del lenguaje corporal de su perro, la mayoría no acertaba. Otro estudio similar llevado a cabo en 2014 en Cambridge volvió a corroborar la cuestión: el comportamiento del perro -si había hecho algo mal o no- no estaba relacionado con el aire de culpabilidad. Si no había regañina humana de por medio, aunque hubieran hecho algo que no debían hacer, los perros no se mostraban culpables.
Los grandes expertos, como Patricia B. McConnell, coinciden: somos nosotros, los humanos, los que atribuimos esta emoción humana a los perros. Sin embargo, hay quien explica que los perros sí podrían tener la capacidad de sentir culpabilidad, puesto que su capacidad neuronal es similar a la de otros mamiferos que demuestran esta emoción, pero no sería en la manera en la que se les atribuye actualmente.
Los muy pillos aprenden a poner cara de culpables
¿Qué pasa por su mente cuando un perro muestra ese comportamiento, esa cara de culpabilidad, incluso antes de que el humano sea consciente de que ha habido una trastada perruna? Parece que, de nuevo, hay algo más complejo en el aire. Entre otras cuestiones, los perros que aprenden a poner cara de culpables son castigados mucho menos que los otros, independientemente de su comportamiento. Así, el perro muestra señales de calma para evitar el conflicto que, ha aprendido, puede surgir porque ya surgió en el pasado.
Es un mecanismo que le funciona y lo repite. Y que, no falla, consigue que muchos humanos acabemos a carcajadas.
Micaela de la Maza
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