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General: ¿Por qué el Papa Francisco dijo en EEUU lo que calló en Cuba?
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جواب  رسائل 1 من 2 في الفقرة 
من: cubanet201  (الرسالة الأصلية) مبعوث: 11/10/2015 16:31
Los nuevos monstruos y el papa Francisco
 
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Cristina Fernández, y el Papa Francisco.
¿Por qué el Papa dijo en EEUU lo que calló en Cuba?
                                        Por Fabio Rafael Fiallo | Ginebra | Diario de Cuba
Con la vivacidad intelectual y la chispa de ironía que caracterizaba al cine italiano de las primeras décadas de la posguerra, un trío de grandes cineastas (Mario Monicelli, Dino Risi y Ettore Scola) produjeron en 1977 un filme titulado Los nuevos monstruos, que se convirtió en todo un éxito de taquilla. A través de una docena de sketches, el filme ponía al desnudo la hipocresía y la indolencia de la sociedad italiana de ese entonces, en particular de sus intelectuales y de un clero tan influyente como omnipresente.
 
La carga contra el clero fue quizás la más mordaz. Uno de los sketches describía los tejemanejes de un cura hipócrita que sabía manipular muy bien los sentimientos de sus feligreses. Cuando su prestigio y reputación estaban a punto de desmoronarse, el hábil sacerdote utilizó la misa dominical para pronunciar un sermón conmovedor y organizar una procesión del Santísimo Sacramento, con monaguillos esparciendo incienso, mientras el coro entonaba el Tantum ergo, cautivador canto en latín.
 
Los feligreses se arrodillaron al paso del Santísimo, haciendo ensimismados el signo de la cruz. Ante tanta belleza, a muchos les brotaban lágrimas de los ojos, ignorando o subestimando de paso las bajezas del prelado. El cura logró de esa manera salirse con las suyas.
 
A semejanza de la Italia de aquel filme, la América Latina de hoy ha engendrado sus propios nuevos monstruos. Los mismos pululan en el ámbito de la política. Son nuevos, porque ya no se trata de dictadores militares con manos manchadas de sangre, como Trujillo, Somoza o Perón, y luego Videla y Pinochet, ni de prelados católicos que apoyaban a los mismos. Pero no por abstenerse de llegar hasta el asesinato de opositores, los monstruos de hoy dejan de merecer la execración.
 
Esos siniestros personajes de nuestro tiempo no son otros que los paladines de la izquierda radical latinoamericana, fidelistas de pura cepa: Hugo Chávez Frías, Daniel Ortega, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, y en su versión cantinflesca, Nicolás Maduro, payaso errático y sin fulgor.
 
Los mismos no han tenido reparo alguno en deformar, hasta prostituir, principios y valores éticos por los que tantos latinoamericanos se batieron e incluso dieron su vida. Justicia social, soberanía nacional, libertad de expresión y de asociación, son principios que esgrimieron para alcanzar el poder; y una vez logrado su objetivo, hacen añicos de esos valores enraizados en la gesta histórica de nuestros países.
 
Al igual que para los dictadores militares que la izquierda tanto combatió, el continuismo se ha convertido en el objetivo prioritario y final de los nuevos esperpentos de la política latinoamericana.
 
Esa cofradía moralmente carcomida tiene un ídolo que venera como un dios. Se llama Fidel Castro, eslabón viviente entre los déspotas de ayer y los gobernantes arbitrarios de hoy.
 
Invocando el principio de no injerencia en los asuntos internos de un país, los epígonos del castrismo han logrado usurpar la justicia, asediar la prensa, hostigar y encarcelar la oposición, y amañar elecciones, sin que los gobiernos e instituciones regionales se dignen a mover un solo dedo para exigir el respeto del derecho internacional en la materia.
 
Entre los cómplices preclaros de esos monstruos con poder, cabe mencionar a José Insulza, ex secretario de la OEA, y Dilma Rousseff, actual presidenta de Brasil. Después de haber sufrido, el primero la persecución, la segunda las torturas, de dictaduras militares que crearon la desolación en sus países respectivos, estos personajes han hecho la vista gorda con el sufrimiento de los prisioneros políticos que hoy yacen en prisiones de Cuba y Venezuela.
 
Los nuevos monstruos cuentan igualmente en sus filas con altos prelados de la catolicidad. Ayer, miembros del clero apoyaban al franquismo, defendiéndolo y oponiéndolo al liberalismo en nombre de la doctrina social de la iglesia formulada, entre otros textos, en la encíclica Quadragesimo Anno del Papa Pío XI. Hoy es el cardenal Jaime Ortega, quien, por razones que algún día conoceremos, no escatima esfuerzo para callar, ocultar o minimizar los crímenes del castrismo.
 
Y para que no falte nada en el tétrico espectáculo, el Papa Francisco en persona ha observado un silencio ensordecedor y una condescendencia sorprendente ante un castrismo cuya crueldad no tiene nada que envidiar a la del tristemente famoso Augusto Pinochet.
 
Después de haber afirmado que ni se enteró de los arrestos y vejámenes cometidos contra disidentes que trataron de acercársele para hablarle de derechos humanos durante su reciente visita a Cuba, ¿con qué cara podría el Papa Francisco criticar a Poncio Pilatos por haberse lavado las manos ante el martirio de Jesús?
 
¿Por qué el Papa Francisco sí pudo, durante su estadía en Estados Unidos, abogar por la abolición de la pena de muerte, condenar el comercio de armas, criticar las prisiones de aquel país y defender a los indocumentados, pero no dijo esta boca es mía ante las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en Cuba, y ni siquiera se dignó a recibir a un solo disidente, o a abogar por la liberación de los presos políticos, durante su placentera estancia en la Isla de los Castro? ¿Cómo explicar ese doble rasero, sin atribuirlo al hecho de que en Estados Unidos formular críticas severas no genera ningún riesgo, mientras que en Cuba cualquier frase controversial puede crear percances inauditos?
 
Hay que reconocer que en materia de complicidades papales, no hay nada nuevo bajo el sol. ¿Acaso Pío XI —el mismo que promulgó la encíclica Quadragesimo Anno sobre la doctrina social de la Iglesia— no se rebajó a bendecir las tropas de Mussolini que partían a Abisinia (antigua Etiopía) a matar africanos cuyas solas armas eran lanzas y escudos? Hoy, les toca a los disidentes cubanos, cuyas únicas armas son la palabra y el arrojo, soportar indefensos la indiferencia papal.
 
A pesar de todo, con o sin la ayuda del Papa, el día llegará en que los cubanos logren romper las cadenas que los estrangulan desde hace ya más de medio siglo. Y ese día, téngalo por seguro, amigo lector, el ocupante del trono de San Pedro, en un intento de redimirse y congraciarse con los feligreses de la Isla, expresará, al fin, su adhesión a la causa y las aspiraciones de la disidencia cubana que durante su estancia Francisco menospreció.
 
En ese momento, la Cuba inmortal, la de José Martí y Antonio Maceo, de Huber Matos, Orlando Zapata y Oswaldo Payá, la de las Damas de Blanco, de los plantados y de los miles de caídos bajo las balas criminales de los Castro y del Che, la Cuba eterna de los vilipendiados "gusanos" y otras víctimas del asesinato de reputaciones perpetrado por la propaganda castrista, esa Cuba de ayer, de hoy y de siempre, podrá enrostrar a las autoridades eclesiásticas de turno: ¿cómo habláis hoy de derechos humanos, cuando durante los largos años en que más lo necesitábamos, no osasteis reclamar desde el púlpito la tan anhelada libertad?


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من: SOY LIBRE مبعوث: 11/10/2015 17:18
Los cinco errores del Papa
 
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       Por *Carlos Alberto Mintaner | El Nuevo Herald
El papa Francisco basa sus ideas económicas en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), una mezcla de buenos propósitos y declaraciones vacías, algunas de ellas contradictorias, que el Vaticano ha ido acumulando desde 1891, cuando León XIII proclamó la Encíclica Rerum Novarum para abordar la “cuestión social”.
 
La DSI, como se conoce en el argot político, fue concebida para enfrentarse a los comunistas, pero sin decantarse claramente por la economía de mercado. No obstante, contiene al menos cinco errores importantes que la invalidan como un instrumento serio para propiciar el desarrollo y combatir la pobreza.
 
▪ Primero: La idea de que la propiedad privada sólo se justifica “en función social”. Esa declaración de la DSI les abre la puerta a todas los abusos de los mandamases. ¿Quién decide si tener una confortable mansión en Miami, otra en un resort del Caribe y un buen yate para navegar entre ellas son propiedades moralmente aceptables en función social? ¿Cuál es la función social de poseer un Botero, un Picasso un Mercedes Benz o un Rolex Presidente? ¿Dónde comienza o termina la “función social”? ¿Qué quiere decir exactamente esa frase?
 
▪ Segundo: La equivocada noción del “bien común”. Ese concepto esgrimido por la DSI –pero no sólo por ella– sirve para justificar la intervención del Estado con el objeto, supuestamente, de corregir los errores del mercado. Es relativamente fácil entender que la noción del bien común es un camelo, dado que las necesidades de la sociedad tienden al infinito, mientras los recursos disponibles son limitados. Los bienes y servicios que se les ofrecen a unos siempre se les niegan a otros. El aeropuerto que se construye es a costa del hospital o la escuela que no se edifican. Los recursos que se emplean en construir un magnífico templo para adorar a Dios no se utilizan para construir un orfanato. Y quienes toman las decisiones no lo hacen tras devanarse los sesos para establecer cuál es el bien común, sino para satisfacer a sus partidarios o, en el peor de los casos, para beneficiarse personalmente. Sería útil que el Santo Padre y sus asesores repasaran las fundamentadas propuestas de la “Teoría de la elección pública”. Tal vez se ahorrarían unos cuantos disparates.
 
▪ Tercero: La nefasta creencia en que existe un “precio justo” para las cosas, y que los funcionarios son capaces de determinarlo. Ese viejo debate, que comenzaron los griegos clásicos, la DSI lo ha trasladado a la certeza de que existe un “salario justo” o unas “condiciones materiales justas”, en las que se verifica la dignidad del hombre. En rigor, esa posición es el fruto de la ignorancia, la demagogia o el buenismo. El salario y las condiciones de vida de los trabajadores (y de los propietarios) no dependen de las necesidades subjetivas señaladas por la DSI, sino de las condiciones objetivas de la sociedad en que se trabaja y de la calidad del aparato productivo. Una sociedad que obtiene sus recursos de vender café no puede alcanzar la calidad de vida de otra que fabrica chips, aviones y productos farmacéuticos. Si uno trabaja como un holandés, puede y debe aspirar a vivir como un holandés. Si uno trabaja como un congolés, tendrá que vivir como un congolés, aunque la DSI insista inútilmente en su discurso bondadoso, a menos de que el gobierno fuerce una continua transferencia de recursos de las sociedades productivas a las improductivas, o de los sectores productivos a los improductivos, actitud que acaba por destrozar los fundamentos del sistema económico.
 
▪ Cuarto: La desigualdad. La postura de la DSI frente a la desigualdad es peligrosa y puede agravar la situación. Es absurda la suposición de que quienes administran el Estado deben y pueden determinar la cantidad y calidad de bienes que debe poseer una persona para combatir el flagelo de la “desigualdad”. Ya sé que lo que le preocupa al Vaticano es que el CEO de una compañía gane 200 veces más que el señor que limpia los baños, pero de alguna manera es la sociedad la que decide o admite esas diferencias, de la misma manera que convierte en supermillonarios a sus artistas o deportistas favoritos sin importarle la desigualdad que se provoca. ¿Quién establece esos límites? ¿Es inmoral que los cardenales posean aire acondicionado, secretarios, autos, mientras haya feligreses muertos de hambre, exponentes de la desigualdad, agolpados en las puertas de las iglesias pidiendo limosnas?
 
▪ Quinto: La austeridad y el no-consumismo. Es disparatada la defensa que hace la DSI de la austeridad y del no-consumismo, sin admitir el carácter subjetivo de esas actitudes, y sin entender la contradicción inherente que existe entre combatir la pobreza y condenar el consumo. Si el Primer Mundo le hiciera caso al Vaticano y súbitamente asumiera una vida austera, cientos de millones de personas en el planeta serían precipitadas a la miseria y al hambre. (Supongo que Francisco sabe que el 70% del PIB norteamericano se debe, precisamente, al consumo, y que cada punto que cae significa más desempleo y pobreza).
 
Afortunadamente para los católicos, no es necesario que suscriban la DSI para salvarse. En estos temas los papas no hablan ex cátedra. Saben que pueden equivocarse.
                  *Carlos Alberto Mintaner
     Periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas. El Nuevo Herald
 
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el Nuevo Herald | elnuevoherald.com
 


 
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