La prensa que admira a Fidel
Los reporteros nunca le preguntan por qué tantos millones de cubanos se han ido de la isla
Los periodistas nunca fueron tan amables con déspotas latinoamericanos de derecha
La economía cubana se desplomaba, produciendo tensiones políticas
Glenn Garvin /
Imagino que el ateo Fidel Castro pondría objeciones a la siguiente afirmación, pero sin duda es el santo patrón del mal periodismo. Literalmente le debe su medio siglo como dictador a un reportero del New York Times, Herbert Matthews.
En 1957, cuando Castro era un asediado jefe guerrillero en la Sierra Maestra, con solo 18 combatientes mal armados, Matthews escribió una serie de 4,000 palabras en que lo describía como el comandante de un poderoso ejército insurgente.
“Miles de hombres y mujeres siguen con el alma y el corazón a Fidel Castro y el nuevo trato”, escribió Matthews (¿qué, un Roosevelt cubano?). Ese artículo en el periódico más poderoso del mundo fue tan importante para la victoria de Castro que más tarde levantaría un monumento en honor a Matthews.
Mattthews fue el primer reportero norteamericano en reverenciar a Castro (una biografía de su vida se titula El hombre que inventó a Fidel), pero no fue el último. Desde Diane Sawyer saludando al dictador con un beso —¿creen que le hizo lo mismo a George W. Bush?— hasta Dan Rather llamándolo el “Elvis de Cuba”, toda esa charla sobre decirle la verdad al poder se disuelve en una adoración en lo que respecta a Castro.
Los reporteros nunca le preguntan por qué tantos millones de cubanos se han ido de la isla para huir de su mandato, muchos a bordo de balsas. O por qué tiene el derecho de pasarle el gobierno a su hermano.
He observado esto durante años, y sigo sin entenderlo.
Los periodistas nunca fueron tan amables con déspotas latinoamericanos de derecha como el chileno Augusto Pinochet o la junta militar argentina.
Pero los admiradores de Castro siguen apareciendo. CNN en Español, en su nueva serie DocuFilms, transmite esta semana un recuento revelador de una sesión de excesiva amabilidad entre un reportero norteamericano y Castro.
Un viaje con Fidel, que se transmite el domingo a las 8 p.m. y se repite el 14 y el 15 de noviembre, sigue al homenajeado cineasta Jon Alpert, entonces un reportero independiente que trabajaba con NBC, al entrevistar en exclusiva a Castro en un viaje a la ONU, en Nueva York, en 1979.
Castro salía mucho en la prensa en esa época. Las tropas cubanas intervenían en Etiopía, para disgusto no solo de Estados Unidos sino de países del norte de África y del Oriente Medio. La economía cubana se desplomaba, produciendo tensiones políticas que estallaron en el éxodo del Mariel, cuando más de 100,000 personas abandonaron la isla.
Alpert podía haberle hecho muchas preguntas sustanciosas en el avión rumbo a Nueva York. Pero lo que preguntó fue: “¿Qué se pone para andar en la casa?”, “¿Trae algo especial?”, “¿Trae todo lo que va a comer?”
Ese tipo de preguntas pueriles siguen sin cesar y hasta se ponen peor. En la suite de Castro en el hotel, Alpert pide ver primero el interior del refrigerador y después el dormitorio. Castro lo hace pasar.
“Esta es su cama, Fidel?”, pregunta el impresionado Alpert. “Aquí es donde Castro duerme”, es la respuesta.
Lamentablemente, ese no fue siquiera el peor ejemplo de periodismo adulador durante el viaje de Castro a Nueva York.
Barbara Walters ayudó a Castro a organizar una cena para sus amigos de ABC, Time, NPR y otros medios. El Washington Post informó sobre el pésimo sentido de la decoración de Castro y su cuidadosa atención al menú (“Nunca, nunca ase una langosta, dice. Siempre hornéela”).
Seamos justos: los reporteros le hicieron a Castro algunas preguntas difíciles sobre derechos humanos, los de ellos. Cuando el reloj marcó las 11 p.m. y todavía la comida no llegaba, Walters preguntó “qué clase de anfitrión es este que invita a una cena y no le da comida a sus invitados”.
Lástima que nadie le preguntó qué clase de hombre ocupa el poder y no deja votar a su pueblo durante seis décadas. Pero supongo que conocemos la respuesta.