Lo políticamente correcto contra la libertad
Por Hector García QuintanaRecuerdo una vez en Cuba que tuve una polémica con un amigo por el tema de la libertad de expresión. Le comenté entonces que me había sentido directamente atacado cuando se implantó desde el Estado un absurdo que respondía al nombre de “brigadas de respuesta rápida” cuyo objetivo era reprimir a los disidentes o simples críticos que se atrevieran a expresar públicamente sus discrepancias con el sistema comunista de la isla. En la reunión vecinal donde se planteó dicha aberración antidemocrática algunos expusimos –tímidamente, por supuesto– las reservas a dicha medida, pero de poco sirvió para intentar echarla atrás. Los pocos tontos discrepantes en la isla no son tomados en cuenta.
Mi amigo, varios meses más tarde cuando le contaba todo, me afeó la conducta. Me dijo que mi deber revolucionario entonces era callar aunque no me gustara la idea, porque en ese momento se me pedía asentir hacia algo que era necesario para la marcha de la revolución, y disentir era faltar a mi deber de revolucionario.
Desde esa fecha, sin tener cultura democrática, ya me molestaban muchas de las cosas que luego se convertirían en obsesiones para mí y descubrí que había muy pocas cosas peores que no tener libertad, quizás tener hambre, o frío, y así hasta quedarse en los dedos de una mano. Pero no tener libertad es paralizante.
Salvando las distancias y las comparaciones fáciles, en estos días dos decisiones me recuerdan aquella incomodidad que sentí cuando me obligaban a callar la verdad para evitar reconocer un problema. La primera y de más trascendencia, es la del gobierno de Barack Obama de prohibir la publicación de las fotos de soldados norteamericanos torturando a prisioneros en Iraq y Afganistán; la segunda, y quizás menos importante para el resto del mundo, es la censura a la que se sometieron, en la cadena de televisión pública española, los pitidos y el griterío de un grupo de indeseables que en un partido de fútbol profirieron contra el rey de España y el himno español.
Son dos hechos alejados, con desigual trascendencia internacional pero igual en el fondo: la censura como medio de ocultar una verdad y con un pretexto como fondo para justificarla. Por desgracia ambos presidentes, Obama y Zapatero, han prometido ser las administraciones más transparentes de sus países, lo que contrasta claramente con este tipo de decisiones que cercenan de un plumazo la libertad de un grupo de seres humanos, por muy indeseables que puedan ser sus expresiones.
Si al gobierno norteamericano no le gustan las fotos de torturas por parte de sus tropas, primero debieron preocuparse de no crearlas, y si a la dirección de Radio Televisión Española –directamente elegida por el gobierno de España– no le gustan los arranques nacionalistas de un grupo maleducado que ejerce –de malas maneras, pero ejerciéndola al fin– su libertad, igual también debieran pedirle al gobierno español que no diera alas al nacionalismo radical dentro de España.
Los motivos pueden ser variados pero me molesta la censura, no soporto que se escuden en pretextos de tipo patriótico para cercenar el derecho de quien sea para ejercer su libertad. Lo hicieron en Europa con las caricaturas de Mahoma luego de hacerlo en todo el Medio Oriente, lo han hecho con las fotos de las torturas y se hace con cada caso que molesta a cualquier lobby o grupo de poder que presiona a la opinión pública y al gobierno. Si se critica a un gitano somos racistas; si a un inmigrante, somos xenófobos; si a un maricón o lesbiana se nos acusa de homófobos, si a una víctima del terrorismo o el cine español somos fascistas. Y no importa si la crítica no tiene nada que ver con su condición. La verdad es que detrás de lo políticamente correcto se esconden muchas de las peores censuras. Es verdad, no es una dictadura quien la ejerce, pero cumplen el mismo objetivo: callar o hacer callar al otro. Lo siento mucho pero eso no es libertad. Si tengo que callar algo negativo por temor a ofender a que el criticado me lance al ruedo de los retrógrados y potencialmente decapitables, no estoy viviendo la libertad. Para velar por el buen uso de la libertad no deberían estar los gobiernos, para ello están las leyes encarnadas en la justicia. Lo demás es pura majadería y autocracia.
ACERCA DEL AUTOR HECTOR GARCÍA QUINTANA Novelista y Profesor de Literatura. Máster en Études Ibériques et Latino-Américaines(Université François Rabelais, de Tours, Francia, 2015) y Máster en Historia (Universidad de La Habana, 1995). Editor y Maquetador especialista en libros en papel y electrónicos.
Ha publicado la novela "El diablo bajo mi piel" (2000, 2012) y "Cómo se escribe una novela" (2006, 2011). Sus artículos han aparecido en periódicos cubanos y españoles, ha sido colaborador del diario El País, del diario Cubaencuentro y de la revista digital del Grupo de Estudios Estratégicos, así como de las revistas Vitral y Deliras.
Ha ganado la Beca de creación literaria Mascarada y el Premio Nacional de cuento «Waldo Medina» de Cuba. Actualmente mantiene su propio espacio literario en www.hgquintana.com
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