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Entrevista con Luis Becerra Prego, el “25”
Luis Benito Becerra Prego no era escritor, poeta, homosexual, testigo de Jehová cuando fue destinado a las Umap. Tampoco había cometido delito alguno ni se había señalado especialmente por sus creencias religiosas. Simplemente un cubano más, Nacido el 3 de Abril de 1949 en Santa Clara, posteriormente estudió en la Universidad Central Marta Abreu de esa ciudad y logró graduarse de Ingeniero Civil en el curso 1979-1985 (curso para trabajadores). Actualmente resido en el Paraguay. Cuba Encuentro lo entrevistó para dar a conocer sus vivencias de esa experiencia terrible.
¿Cómo fue la despedida de tu familia?
Claro que esta debe ser la primera pregunta si de un recuento se trata, pero no puedo menos que decir que estamos empezando por uno de los momentos más desgarradores de mi vida. Solo me acompañaban en este momento mi madre y mi esposa (recién estrenada), era el 18 de junio de 1966 y el pasado día 13 me había casado. Amén de que tuvimos que interrumpir la “Luna de Miel”, fue una sorpresa que me hubiesen convocado para partir, de verdad no imaginaba que fuera tan inminente.
Luego de llegar al sitio indicado para la partida, una antigua emisora de radio, entonces convertida en una oficina del Comité Militar, nos dimos cuenta, por lo heterogéneo del grupo que había sido convocado, que las sospechas que teníamos eran ciertas, aquello no era un llamado al Servicio Militar Obligatorio (SMO), nuestro destino sería otro, del cual apenas sabíamos a ciencia cierta de que se trataba, las Umap (Unidades Militares de Ayuda a la Producción).
Luego que franqueé la entrada ya no pudimos tener más contacto mi familia y yo, apenas nos comunicábamos con un silbido, patrimonio familiar, para saber que ellas estaba allá afuera acompañándome, y yo dentro, angustiado, asustado… pero estos silbidos nos hacían saber que estábamos conectados, claro que a veces costaba trabajo emitirlo (el silbido), ya que la angustia que embargaba a esas dos mujeres, mi madre y mi esposa, me lo impedía.
Dije al comienzo lo que representaba para mí este capítulo de mi vida, desde el punto de vista sentimental y es por eso que no quisiera pormenorizar algún otro detalle, demasiado me desgarra recordar esto.
¿Sospechabas que te llevarían hacia las Umap?
Ya lo decía en la anterior respuesta, teníamos sospechas de que pudiera ser ese el destino, pero dada mi edad, que perfectamente se correspondía con la de los que eran citados para el 3er. llamado del SMO, que era el que correspondía por esa fecha, pensé que podía ser. Claro, cuando uno es joven nunca piensa en lo peor.
¿Sabías, tenías conciencia de lo que eran las Umap?
A ciencia cierta, no. Pienso que casi nadie tenía verdadera conciencia de lo que eran las Umap, que según se rumoraba se habían “estrenado” en el mes de noviembre del año anterior; es decir, en el 1965.
Algunos detalles se comentaban, de hecho algunas personas, pocas por cierto, que conocía habían sido enviadas hacia allá, pero no sabía la verdadera magnitud del asunto, eso sí, sabíamos que era un lugar de reclusión donde habían sido llevados personas básicamente por su compromiso religioso, (sobre todo testigos de Jehová contra los que el Estado sentía un particular rechazo, por su actitud ante los símbolos patrios y su negación a integrase a instituciones armadas) otros por implicaciones de homosexualidad o de disentimiento político.
¿Qué edad tenías en ese momento?
Yo apenas tenía apenas 17 años. Nací en abril de 1949, pienso que era uno de los más jóvenes de los reclutados. (¿Reclutados?)
¿A qué te dedicabas?
Desde el curso escolar anterior, me había trasladado a la enseñanza nocturna, por entonces estudiaba el tercer año en lo que fue la Escuela de Comercio, luego cambió su nombre, que ahora no recuerdo. El cambio a la sesión nocturna fue producto de que la economía familiar se había deteriorado, yo vivía con mi tía y su esposo desde niño (esta tía es la madre que estaba fuera de las oficinas del Comité Militar aquella noche del 18 de Junio); por una suerte de embargo que nunca supimos entender, al esposo de mi tía le fueron confiscadas todas sus propiedades, y el decidió partir hacia EEUU, por lo que fue a parar a las “Brigadas Johnson” (un remedo de las UMAP para las personas que pedían la salida para EEUU; solo que al final podías emigrar) y ya había tomado la decisión de casarme, de modo que comencé a trabajar en una carpintería con el esposo de una tía, y de esta forma ayudar al sostenimiento de la familia.
¿Por qué crees que te llevaron? ¿Tenías antecedentes penales? ¿Habías cometido algún delito?
Estoy seguro que mi caso no es un caso particular, ¿motivos? Claro que no había motivos para esa reclusión, no tenía, ni tengo antecedentes penales, nunca cometí delitos, pero claro, por cualquier motivo, cualquier persona podía ser situado en “la acera de enfrente”, bastaba ser presumido, es decir, vestir con dignidad, profesar algún credo religioso, tener una preferencia musical “subversiva”, léase The Beatles, José Feliciano, etcétera. Esta actitud discriminante, a mi entender (claro, posteriormente lo vi así) tenía su base en la falacia “del hombre nuevo”.
El socialismo parecía que se definía por una asepsia social prístina, inmarcesible, no podía haber prostitutas, homosexuales, incluso era la imagen que se extrapolaba del extinguido “Campo Socialista”, de donde jamás se escucharon comentarios de elementos sociales de este tipo. Huelga comentar si el método (las Umap o cualquier otro) asumido para llegar a esta utopía, dio resultados.
¿Cómo fue el viaje desde Santa Clara hasta el destino final? ¿Cuáles te resultaron los momentos más difíciles de ese viaje?
Si aún hoy me resultó traumático rememorar lo que me preguntabas al principio sobre la despedida familiar, esto que ahora me preguntas no lo es menos. Han pasado los años, el próximo junio se cumple medio siglo y aún conservo con nitidez aquel tormentoso viaje. No tengo el don ni el dominio expresivo para pormenorizar todo este trayecto, que pudo haber sido de aproximadamente 20 o 22 horas, pero que a todos nos pareció algo interminable, sucintamente lo puedo describir como algo muy cruel: íbamos hacinados, quizás más de 40 o 50 personas en un vagón ferroviario de carga que estaba completamente cerrado desde el exterior, sin agua y ni siquiera un lugar para las necesidades fisiológicas, creo que cercano al techo del vagón había una pequeña abertura, esto lo digo porque es una de las dos cosas más significativas para mí de este viaje. Cuando había transcurrido ya algún tiempo y el tren se detuvo en un lugar que no podíamos saber dónde, pero por la velocidad y el tiempo transcurrido debió suceder en Placetas o algún lugar cercano a este pueblo, un amigo muy entrañable que por suerte para mí (no para él, claro, no creo que él hubiera deseado, aun con toda y la amistad que nos unía, haber sido mi compañero de infortunio) me acompañaba, decidimos tirar un pedazo de papel, donde dábamos datos a nuestras familias para que supieran al menos en qué dirección íbamos, con cierta cantidad, mínima, de dinero adjunto, y este mensaje al mucho tiempo nos dijeron que, felizmente, llegó a su destino, y digo felizmente no solo por la importancia del mensaje, sino por la muestra de solidaridad humana de este acto. Hasta siempre estaré agradecido de este o estos personajes anónimos, que en lugar de desechar un mensaje que no sabían de quién era, y cuyo remitente no los vería jamás, y que asimismo pudieron embolsarse el dinero y tirar el papel, cumplieron con el pedido de un desconocido.
La segunda cosa que me atrevo a compartir es la llegada, la no sé si ansiada llegada, al menos era el fin de un primer sufrimiento de los tantos que nos esperaban. Se detuvo el tren (que entonces vimos, aun en la oscuridad, estaba rodeado por militares con bayoneta calada) y hacia la izquierda se veían los faros de camiones (sus luces resultaban aún más molestas por la oscuridad reinante), estacionados en una carretera estrecha. Eran camiones soviéticos, —aquellos llamados Zil V-8— que, posteriormente, nos llevarían hasta una especie de rústico terreno de béisbol. Todavía era de madrugada cuando se habían abierto las puertas de los vagones.
Los camiones habían sonado el claxon sin parar mientras unas voces ásperas, autoritarias, nos ordenaban con palabras ofensivas a saltar y correr hasta los vehículos mencionados. ¡Dígame usted: correr!, después de tantas horas de encierro, algunos no podíamos ni caminar, nos caíamos, tropezábamos, ahora no puedo estar seguro si por el problema del entumecimiento muscular o por lo terrorífico de los gritos y el estridente sonido de los claxon en la noche. Hoy todavía me estremezco si escucho varios vehículos dando claxon a la vez.
Después, ya en los camiones, emprendimos un viaje cuyo tiempo no pude precisar, por unos lugares oscuros, oscuridad cerrada, y una compacta vegetación que bordeaba el camino, la que no fue difícil reconocer: al primer roce, el marabú se nos presentó con su punzante “caricia”. El fin de este último recorrido, nuestro lugar de destino, ya tú, “22” [Viera], lo has descrito con el oficio que te caracteriza y a mí me falta, en tu novela Un ciervo herido.
¿Cuáles fueron algunos de los momentos en que más temor sentiste, si es que los hubo?
¡¡Claro que hubo momentos de miedo, de terror diría!! El que diga que alguna vez no ha sentido miedo no es honesto ni consigo mismo, el tema es cómo reaccionar ante el miedo, eso te puede definir históricamente, pero particularmente los que estuvimos en ese lugar (me pesa escribir las siglas, porque ni eran unidades ni ayudábamos a ninguna producción ni nada, pero nunca podremos obviar el gran sentido del uso de la semántica para edulcorar ciertos términos que se han usado en Cuba, y disculpen la digresión), los que vivimos esa experiencia, que no quiero cualificar, claro que sentimos miedo, ahora mismo cuando comentaba sobre la llegada del tren a Camagüey, ahí, ¿quién de los que estábamos no sintió miedo? Pero el miedo, también en ese heterogéneo grupo humano en que nos habían compactado, era un elemento común, cada uno de nosotros teníamos un enorme miedo, o al menos, para no juzgar a todos por igual, nos sentíamos muy inseguros, de lo contrario otra hubiera sido la historia que se contara en la novela mencionada, se hablaría de los hombres que se rebelaron por no permitir que se les condenara a trabajos forzados sin que hubieran cometido ningún delito. Quizás es lo mejor que nos pudo suceder, me refiero a que no hubiese una rebelión.
¿Qué propósito, en verdad, piensas que tenía el gobierno al crear las Umap?
Creo que básicamente te había respondido esta pregunta; la pretensión de que la sociedad socialista debía ser como una sala de terapia intensiva o un quirófano en términos humanos, es decir, el utópico “hombre nuevo”, que no hubiera ninguna manifestación de conducta social que se saliera de ciertos estándares, hizo que el Estado optara por esta “depuración”. Vaya, como un método de arrancar cierta “mala yerba”, pero para erradicar las yerbas, la vegetal me refiero, las no deseadas o malignas, existen plaguicidas, fungicidas, etcétera., pero la “yerba social” transita por otros caminos, por otros criterios y me parece el más acertado el camino del Evangelio: “Cristo vino a condenar el pecado no a los pecadores”. Analizar las causas que producen la transgresión social, no al transgresor. En una sociedad solo se puede pretender que las personas sean iguales en derechos y deberes y hasta en esto es difícil que se logre, mas no se puede pretender la homogeneidad de una sociedad en términos de actitudes personales, gustos artísticos, credos religiosos, filiaciones políticas, orientación sexual, etcétera. Esta es mi opinión.
Cuéntame un día de trabajo, desde la salida del campamento hasta el regreso.
Siempre que el trabajo que realizas no esté signado por la vocación, este resulta difícil, a veces odioso, enfrentarlo, y claro que yo no tenía vocación para el trabajo agrícola, no me era absolutamente desconocido pero no era mi vocación y muchos menos tenerlo que enfrentar con obligatoriedad y en las peores condiciones.
Un día de trabajo en este lugar era igual al siguiente y al anterior, solo cambiaban las condiciones climáticas, siempre era lunes, aunque el resto del mundo vivía la semana como siempre y nunca llovía aunque lloviese, al menos para nosotros, y recuerdo unos muchos días que comenzaron con un ¡¡DE PIEEEEEE!!: traumático, un poco antes de las 4 a.m. porque el traslado hasta el lugar de labores era muy lejos, (en otros momentos, esta tortura se producía a las 5:30 a.m.), recuerdo que era hacia el norte de la provincia [de Camagüey], cercano a la costa, en ocasiones en unas extensas áreas de cultivo de plátano.
Nos trasladábamos en una carreta toda metálica que hacía el viaje más insoportable debido a la ausencia de amortiguación por cuanto estaba diseñada para cargas no humanas. Nada, que al llegar ya tenías deseos de descansar y no de enfrentar una extenuante jornada de más de 11 horas de trabajo. La disponibilidad de agua era la que pudiéramos llevar en una cantimplora o algún embase al efecto, que nunca iba a ser suficiente para tu necesidad, por lo que muchas veces tuve o tuvimos muchos que recurrir al agua depositada por la lluvia en las huellas de los vehículos que transitaban por las guardarrayas, apartar los renacuajos y beber, no había otra opción.
Y qué decir del raquítico almuerzo, unos 120 hombres y apenas unas pocas bandejas sin una elemental limpieza por el uso reiterado y el mayor de los peligros: sucedía que algunos de los productos que componían el menú se agotaran y entonces los últimos no eran precisamente los primeros, sino los que se quedaban, además de con el cansancio acumulado, con un hambre que intentaría saciar al anochecer cuando regresara al campamento, lo cual era muy poco probable.
Mi edad y mi complexión física hicieron que con el correr de los meses mi cuerpo reaccionara a estas nuevas exigencias, pero no quiero recordar esos primeros días, las manos todas ampolladas, sangrantes, por la fricción con la guataca y el machete, la sed, el dolor muscular ante un ejercicio desconocido hasta entonces, alguna vez pensé en el suicidio, en esos momentos en que sentí que no podría superar esa prueba.
Y bueno, el regreso del trabajo: hasta llegué a encontrar acogedora aquella barraca, con sus malos olores penetrantes, la nunca aceptada hamaca (aún hoy las veo y solo puedo sentarme en ellas) y otras muchas incomodidades.
¿En algún momento recibieron instrucción, adoctrinamiento alguno que indicara que estaban allí para “reeducarlos”, o quedaba claro que no era más que un castigo por equis razón?
Además del desagradable grito con que nos conminaban a levantarnos en la madrugada, y cuando la salida hacia los campos no era tan temprana como la descrita anteriormente, teníamos que participar en la escucha de un programa, que eufemísticamente, era dirigido para: “los combatientes de las fuerzas armadas y el ministerio del interior”, me refiero a Información Política. Evidentemente, el destinatario estaba equivocado, como equivocado el resultado, si es que se pretendía, amén de la somnolencia por la hora, la falta de motivación hacia esto resultaba otra tortura, máxime cuando al final del programa realizaban preguntas referidas a lo supuestamente escuchado. Si algo era particularmente notorio es que el nivel de instrucción de quienes organizaban esta actividad (los sargentos ¿políticos?) era sumamente elemental, por no decir que eran unos absolutos ignorantes, no puedo asegurar que fuera la generalidad, pero al menos el que conocí,mi sargento político, apenas sabía hablar, tenía un vocabulario muy reducido compatible con su instrucción, por lo que cualquier respuesta que se le diera él no era capaz de evaluarla.
Por estas razones, no creo que con esto se buscaba algún tipo de adoctrinamiento. Por lo demás, no hubo nunca ninguna alusión a que se pretendiera algún tipo de “reeducación”.
¿A quiénes de tus copadecientes recuerdas con cariño, o solamente recuerdas?
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Lamentablemente, aunque en mi permanencia en ese lugar establecí fuertes vínculos afectivos con muchos, con muy pocos con posterioridad me vinculé, éramos de disímiles lugares. De Santa Clara solo recuerdo a uno que le decían el “Maestro” —que frisaba los 40 años de edad—, porque esta era su profesión antes de que lo llevaran a las Umap, y lo vi muchas veces luego en Santa Clara. Pero lógicamente, él ya no ejercía: el estigma de la Umap lo marcó para siempre. Pero al menos, con los que eran de la zona de Calabazar de Sagua y Encrucijada, que por razones de trabajo, posteriormente, visité, sí me encontré con algunos con los que en las Umap había hecho amistad: Pedrito Llano, el negro Bambán, “Pinchajugo”, Vidal Vergara y otros.
Fuera de los antes mencionados, fue muy emotivo mi encuentro con el ya fallecido Armando Suarez del Villar Fernández-Cabada, fundador del Teatro Estudio junto con Raquel Revuelta. Este fue un hombre con una personalidad que me impactó mucho, era de los de más edad en el grupo y con posterioridad fue trasladado al campamento de los homosexuales, que según se decía, era peor que el nuestro. Después, ya en los años 80, nos mantuvimos comunicados, (él vivía en La Habana). Por suerte, al terminar su encierro (que pudo no haber sido o haber sido más corto, esto está contado muy bien en una nota periodística de Félix Luis Viera a propósito de su muerte) cuando lo vi, estaba integrado al Instituto Superior de Arte y en actividades artísticas. Innegablemente, fue un referente en la historia del Teatro Cubano.
Pero dejo para el final, por ser una de las personas que más recuerdo y con mayor afecto, a Jorge Blondín Iparraguirre, él quizás ni me recuerde, yo a 50 años no lo olvido. Él era el “soldado” Umap 24 y yo el 25 (por cierto, en el campamento muchos me decían “Piedra Fina”, por lo de la charada) y por ser números contiguos nos tocaban surcos también contiguos, era solo unos años mayor que yo y de mi complexión, pero tenía experiencia en el trabajo agrícola —vivía en el central azucarero Washington— y además mucha destreza y yo en los primeros tiempos me sentía desfallecido en estas tareas, las manos ampolladas, dolores en los brazos, vaya, en el límite de mis posibilidades físicas, y Blondín me ayudaba trabajando la mitad de mi surco (era obligatorio el cumplimiento de la norma de trabajo). Esto, por supuesto, me aliviaba mucho, pero quizás lo que más le agradecía era que, para alentarme y hacer un poquito menos terrible el ambiente de aquellos surcos interminables y la sed arrebatadora, todo el tiempo me iba cantando unas décimas campesinas, una novela versada, que si mal no recuerdo se llama “Camilo y Estrella”. Cuando a él se le olvidaba este detalle yo le decía: —¡Coño Jorge!, continúame la novela, por favor”; y el amablemente continuaba.
¿A quiénes de los jefes recuerdas con afecto o con repulsión?
Los jefes yo los veía a distancia, solo un sargento, sargento mayor, que creo recordar se llamaba Héctor Hernández Hernández, era sin dudas diferente, el resto eran oficiales que tenían en común lo que ya comenté del “político”, personas de muy poco nivel y que estaban ahí por problemas de haber transgredido cuestiones militares, eran en no pocos casos crueles, pero su ignorancia no les daba para más, no se le pueden pedir peras al olmo, no es que el olmo sea un árbol desechable, puede que su madera sirva, que dé sombra, pero no da peras, ellos no daban bondad, al final estaban ahí, no como nosotros, pero igual estaban cumpliendo un castigo, ¿inmerecido? No sé, al menos el nuestro sí.
Pero este sargento mayor que mencionaba, que era el segundo jefe del campamento, y habanero, sí se acercaba a algunos, en particular a mí y a mi amigo Félix Luis Viera —a quien, por cierto, una vez salvó de un inminente castigo— y conversábamos, era afable.
Pero lo peores, casi sin excepción, eran los centinelas o soldados de guarnición y los cabos Umap. Estos cabos Umap, digamos que “capos”, aunque eran igual “soldados” Umap de los llegados el año anterior, pero como ahora tenían ciertas ventajas, resultaban particularmente crueles. Me atrevo a mencionar en particular al cabo Umap Valdivieso, solo así por ese nombre lo recuerdo (y porque tengo memoria, de lo contrario lo hubiera querido borrar de mi mente). Por cierto, a este, el cabo Umap Valdivieso, le salvé la vida en una oportunidad. Él increpó al “soldado” Umap 33 (un personaje, un joven de Ranchuelo, con unos traumas terribles desde la infancia, muy violento si se le molestaba pero de buen corazón, la última vez que lo vi ya acusaba una esquizofrenia muy avanzada que ni me reconoció), Guillermo Abreu, de apodo “Laborete” y este lo tiró al suelo, alzó la guataca para matarlo —te voy a matar, le decía— y yo pude a tiempo bloquearlo, y supongo que por el afecto que me tenía “Laborete”, permitió que yo lo neutralizara y todo no pasó de ahí. El cabo Umap Valdivieso ni siquiera se atrevió a denunciar lo ocurrido.
Hoy, tantos años después, ¿guardas rencor?, ¿has perdonado a tus verdugos?
¡¡Que pregunta!! Una vez, en un acto de confesión sacramental, yo estaba particularmente muy atribulado, y un sacerdote (que por cierto yo le doblaba la edad en ese momento) me dijo: “Dios nos dio un regalo muy preciado: el tiempo, para Dios no hay tiempo Él es eterno, pero nosotros tenemos ese regalo que hace que lo que hoy se nos presenta como lo más inaccesible, lo más tormentoso, lo más doloroso, el tiempo en su decurso lo vaya diluyendo, lo disminuya y clarifique”.
Además, y ya respondiendo, me disminuiría en mi dimensión humana el sentir rencor por todo lo que sucedió. A estas alturas de la vida solo es un recuerdo horrible, que quizás tenga como lado positivo ser una muestra de la ineficacia del igualitarismo. Por otro lado, no es tan simple identificar a mis “verdugos”, yo pienso que es un producto de una equivocada, absurda y cruel forma de lograr una transformación social y mucho menos alcanzar el enriquecimiento humano de una sociedad.
No, decididamente no es rencor lo que siento, es peor, decepción, alguien dijo una vez, creo que Napoleón a José Fouché: “has cometido algo más que un crimen, has cometido una equivocación”. Llamémosle así, una cruel equivocación. Por favor, no vayas a pensar que peco de ingenuo, o de místico por estos criterios del rencor y el perdón, solo que me cuesta aceptar la maldad a ultranza. No sé si mi criterio sea lo más representativo en cuanto a rencor y perdón, es cierto que esto de las Umap ha dejado huellas y pérdidas no recuperables en muchos de los que allí estuvimos. Algunos murieron, y puedo comprender lo que esto significó para sus familiares. Otros han lastrado ese dolor por siempre con diferentes repercusiones. Creo que la suma de muchos de estos testimonios dará la imagen más cercana de lo que significó y que puedan conocerlo aquellos que no lo sabían o de los que ahora se manifiestan con el propósito de minimizarlo o ignorarlo.
¿Deseas agregar algo más para Cuba Encuentro?
Solo agradecer a este medio la oportunidad para poder brindar elementos testimoniales sobre este desagradable capítulo de la historia de nuestro país y de mi vida. Muchas cosas más pudiera haber comentado, pero no ha sido fácil para mí esta catarsis, si bien creo que parte de lo medular está dicho. De paso, quiero identificarme: mi nombre es Luis Becerra Prego, de Santa Clara, ingresé a las Umap el 18 de Junio de 1966. Actualmente vivo en el Paraguay. Muchas gracias.
Gracias a ti.
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Entrevista con el número “16”
El “exsoldado” Umap número 16 le ha pedido a CUBAENCUENTRO que no aparezca su nombre en esta entrevista que nos ha concedido. Teme represalias y aún hoy, nos ha dicho, “siento miedo”. Máxime porque años atrás le fuera confiscado, por las autoridades del régimen, un diario que escribiera en secreto durante su estancia en aquellos campos de trabajo forzado. Cuando lo llevaron a las Umap, en 1966, el “16” se desempeñaba como maestro de primaria y Secundaria Obrera y Campesina, y profesaba la fe cristiana.
¿Cómo fue la despedida de tu familia?
La despedida hacia un destino incierto fue triste y marcó mi vida. Mucho más con mi madre en fase terminal de una enfermedad. Ella murió seis meses después de aquel fatídico 18 de junio de 1966, cuando me llevaron. Mamá solo tenía 42 años de edad. Falleció el día 4 de diciembre, precisamente el mismo día en que mi hermana menor cumplía sus 15 años. Como ya imaginas, la despedida con ella fue para siempre, pues nunca más pude verla con vida.
Además de la despedida con la familia y amistades, el ser llevado obligatoriamente hacia algo desconocido producía mucho miedo. Yo sentía mucho miedo.
¿No se te ocurrió pedir a las autoridades una prórroga o algo así, tomando en cuenta el estado en que se hallaba tu mamá?
Mira, ya 8 meses antes, en noviembre de 1965, me habían citado para partir, y según los rumores, nos llevarían a esa cosa que no se sabía bien qué era, pero que todo el mundo decía que era algo terrible, las Umap.
Pasé toda la noche en un sitio en Sagua la Grande adonde nos habían citado. Pero al amanecer me sacaron del grupo y me dijeron los soldados que mi ida se había aplazado. No me dieron más explicaciones.
Nunca supe el motivo, pero sospechaba que mi padre había pedido que aplazaran mi partida. Esta suposición nunca puede comprobarla.
Cuando volvieron a citarme, en junio de 1966, le pedí a papá que por favor no interviniera, si es que acaso pensaba hacerlo, porque yo no podía seguir viviendo con tanta zozobra.
Papá no me respondió. Solo vi en su rostro una tristeza que jamás he podido olvidar.
¿En qué los llevaron hasta Santa Clara?
Primero nos trasladaron a Sagua la Grande, desde la zona en donde yo vivía. Por aquellos años, Sagua la Grande era cabecera de la Regional de su mismo nombre y pertenecía a la entonces provincia de Las Villas. Fue en camiones, cerca de las 7 de la mañana.
En Sagua la Grande nos encerraron en una escuela primaria donde pasamos la noche sentados en pupitres, hasta las 5 de la madrugada del día siguiente.
De ahí nos trasladaron en camiones hasta Santa Clara, a un lugar muy apartado, pero creo que no muy lejos de la estación de ferrocarril de Santa Clara.
¿Sospechabas que te llevarían hacia las UMAP?
Sí lo sospechaba, como te respondí antes, habían pasado 7 meses desde la citación anterior y ahora el rumor sobre las Umap era más fuerte y se veía más claro a qué tipo de personas llevaban para allá.
¿Sospechabas que te llevarían porque profesabas una religión?
Sí. Casi todos los que allí estábamos, muchos jóvenes, otros no tan jóvenes, pertenecían a distintas confesiones cristianas: católicos, miembros de las iglesias protestantes o evangélicas: presbiterianos, bautistas, metodistas, pentecostales y también, para mí, los que más sufrieron: los testigos de Jehová.
Otros no practicaban ninguna religión.
¿Qué me puedes decir del viaje en tren hasta aquellos campos de Camagüey? ¿Cuáles fueron para ti los peores momentos de ese viaje?
Tanto el largo viaje en tren hasta Camagüey, como la larga noche sentados en pupitres en la escuela primaria desde las 7 de la noche hasta la madrugada, cuando nos trasladaron a Santa Clara, se podría decir que todos los del grupo comentaban que íbamos rumbo a Camagüey.
Pero en realidad, nunca se nos informó hacia dónde nos llevaban.
La noche entera de vigilia y vigilados todo el tiempo, cuando solo nos dieron agua, más la cantidad de horas en aquel tren infernal, en vagones de transportar la caña de azúcar, es algo que no quisiera recordar, todavía me duele.
En el vagón solo había una tanqueta de agua. Pasadas una horas, había orines y aun excremento por todas partes. Tampoco era posible ver bien, porque el vagón iba con la puerta de corredera cerrada. Un infierno.
Para mí, uno de los momentos más difíciles fue cuando llegamos a ese punto de Camagüey (bueno, suponíamos que era Camagüey), en pleno campo y en la madrugada avanzada y el tren al fin se detuvo y abrieron las puertas de los vagones y vi en la oscuridad que una gran cantidad de soldados con fusiles y bayoneta calada rodeaba el tren a todo lo largo y por ambos lados.
Los soldados comenzaron a gritar que nos bajáramos con rapidez. Fue muy triste para mí, muy triste. En ese momento me pregunté: “¿Qué hice?” “¿Dios mío, qué es esto?”.
¿Qué edad tenías entonces? ¿En qué trabajabas? ¿Tenías antecedentes penales? ¿Habías cometido algún delito?
Yo tenía 23 años recién cumplidos.
Trabajaba como maestro. Impartiendo clases de sexto grado a adultos, todas las asignaturas, alternando con clases de Español y Biología en Secundaria Obrera y Campesina en el mismo centro nocturno. Antes trabajé como maestro en escuelas de enseñanza primaria.
Nunca, en mis 23 años de edad, había tenido problemas con la justicia. Jamás tuve antecedentes penales.
En mi hogar recibí amor y buenas enseñanzas de mis padres. Desde niño, también fui formado en la fe cristiana en una Iglesia Evangélica de mi zona. Fui líder de los jóvenes y también de la Iglesia.
¿Cómo fue la llegada al campamento Umap? ¿Qué recuerdos tienes de esos momentos?
Al amanecer de aquel inolvidable, triste 20 de junio de 1966, cuando llegamos al primer campamento donde estuve, un sitio muy apartado y lejano de toda humanidad, llamado “Guanos”, en el centro de la llanura camagüeyana, sin vestigios, te repito, de viviendas y seres humanos, me sentí muy descorazonado y me hacía la misma pregunta: “¿Por qué? ¿Qué daño le habré hecho a alguien?”.
El campamento estaba constituido por varias barracas de paredes de bloques y techo de fibrocemento, con baños de duchas abiertas sin ninguna privacidad. Rodeado por una alambrada de cercas de púas muy alta y con una sola puerta de entrada y salida, siempre cerrada y custodiada por dos guardias con armas largas.
Recordé películas que había visto de campos de concentración nazis, esa fue mi primera impresión y al comprobar, también, la forma déspota, con marcado desprecio, constantes amenazas, violencia, con la que fuimos tratados todos desde el primer momento.
Sentí en lo más profundo de mí que estaba “preso” y la misma pregunta me martillaba el cerebro: “¿qué hice, Dios, qué hice?”.
¿A quiénes recuerdas más de quienes compartieron contigo los distintos campamentos en que estuviste?
Del campamento “Guano” nos informaron que seriamos trasladados. Como a las dos semanas nos llevaron para el campamento “Anguila”, tiempo después para “California”. No tan lejos de estos dos últimos campamentos se hallaban algunas casitas de guano y yaguas, habitadas por haitianos, que mucho abundaban por los campos de la provincia agramontina.
Estos haitianos, cuando era posible y teníamos autorización, nos vendían dulces elaborados por ellos y sus familias. También, en la quietud de las noches, escuchábamos el toque de tambores y cantos que elevaban a sus deidades
De “Guano”, “Anguila” y posteriormente “California”, recuerdo con especial cariño y te los cito mediante mis notas a: Juan Bernia de la Rosa†, Alicio Castillo Martínez, al que cariñosamente le llamábamos “Alipio”. También a Ángel Antonio Leiva Pérez, Mario Nodal Asencio (“Mayito”) ambos de Santa Clara, y también de Santa Clara a Félix Luis Viera Pérez y Luis Becerra Prego (la madre de este era de mi pueblo). Vidal Vergara Rodríguez, Rubén Rodríguez Suárez, Ramón Rodríguez Cubela, Jacinto Álvarez Muñoz (“Toto”) del ingenio azucarero Constancia (hoy “Abel Santamaría”), de Encrucijada. Igual a Manuel Llano Gómez (“Manolito”)† quien tanto me ayudó (a escondidas del cabo de escuadra) limpiando mi surco de aquellos campos de caña o yuca, etcétera, de más de 40 cordeles de largo. Y si no terminabas la norma, tenías que quedarte con el cabo de escuadra Umap hasta la hora que terminaras, casi siempre de noche ya.
Manolito Llano, EPD, joven fuerte, robusto, a la vez que trabajaba su surco me adelantaba el mío y así muchas veces pude cumplir la norma. Manolito falleció en Estados Unidos. Dios lo tenga en su santo reino, ¡cuánto tengo que agradecerle!
Cuéntame un día de trabajo, desde la partida del campamento hasta el regreso.
Se nos levantaba con la voz de un cabo Umap gritando el “de pie”. No olvido la voz tan desagradable, como todo él, del cabo Erasmo Valdivieso, con sus ojos verdosos y pelo “jabao” repelado. Era un ser ruin, desagradable. Era un hombre malo, nos daba la impresión de un puro nazi.
El “de pie” era alrededor de las 4 de la mañana, y a veces antes de esa hora dado el lugar donde fuéramos a trabajar, mientras más lejos del campamento más temprano nos llamaban.
Después de ir a los lavaderos cerca de los baños, para lavarnos la cara y cepillarnos los dientes, pasábamos al comedor a tomar el desayuno, consistente en un poco de leche caliente (más agua que leche) y un pedacito de pan duro.
Formábamos por pelotones y nos contaban como ovejas por nuestros números al que tenías que responder por orden. Este conteo era realizado en las madrugadas y al formar para ir a dormir cada noche a las 9.
Nos montábamos en las carretas o “guarandingas” rusas haladas por un tractor que timoneaba un tractorista de la granja y junto a él iba uno de los sargentos. También en cada carreta viajaban, junto a nosotros, los cabos Umap vigilándonos y escuchándonos todo el tiempo.
Del campamento a cualquiera de los campos de trabajo, ya fueran de caña o de yuca, o de cualquier otro cultivo, nunca demorábamos menos de una hora, en un recorrido dando brincos en la guarandinga, apretujados unos contra otros, que significaba el resguardo que teníamos para no caer en el piso o salir disparados, debido los baches de los caminos o guardarrayas. Aquellos caminos rurales en pésimas condiciones llenos de huecos, piedras, polvo en abundancia.
Lo mismo si limpiábamos cualquier campo con guatacas o con machetes, existía para todo la famosa “norma a cumplir”, que debías hacerla en las 8 o más horas de trabajo diario, hasta que terminaras. Si no cumplías, como dije antes, tenías que permanecer hasta la hora que fuera con un cabo Umap detrás de ti exigiendo, vigilando, gritándote, agitándote con palabras groseras, amenazantes.
Los campos a limpiar eran de 40 cordeles, decía, y a veces mucho más largos, con la dificultad de que la hierba estaba más alta que las recién sembradas cañas. Había que hacer el trabajo con mucho cuidado, para no cortar las cañas en lugar de la hierba, porque esto podía costarte un castigo.
Colocaban una pipa con agua a pleno sol del día, al comienzo o entrada del campo donde trabajábamos.
Cuando ya no nos quedaba agua en la pequeña cantimplora que llevábamos —llenada en el campamento, en la madrugada— y nos hallábamos bajo aquel sol terrible, el calor asfixiante, empapados en sudor, excesivamente fatigados, no te autorizaban a salir del surco a buscar el agua que necesitabas para continuar trabajando, porque la pipa se encontraba bien lejos y el agua se calentaba como si estuviese puesta al fuego.
Entonces designaban a un cabo Umap para que llevara las cantimploras y las llenara. Esto demoraba dada la distancia hasta donde estaba situada la pipa.
Si en el campo que estábamos limpiando ya las cañas estaban grandes y tenían jugo, pues a escondidas y vigilando pelábamos algunas y así calmábamos un poco la sed. Después había que esconder la caña y el bagazo en la misma hierba que habíamos cortado, para que cuando los cabos y los sargentos pasaran revisando el trabajo que estábamos haciendo, no encontraran los restos de las cañas.
Muchas veces tuvimos que tomar el agua de lluvia caída la noche anterior o días atrás y que se encontraba en charcos o zanjas. La sed es algo tormentoso, muchos nos poníamos como si fuésemos un animal de cuatro patas, las dos manos sobre la zanja y con los pies nos empinábamos para tomarla, con la boca pegada casi a la tierra; a veces estaba fresca, otras caliente.
Al campamento regresábamos al anochecer, tarde, luego de más de 15 horas desde el famoso “de pie”.
Al ir para los baños a esa hora se hacían largas colas. Éramos 120 hombres y había solamente 10 duchas o llaves de agua. El baño debía ser rápido, pues para todo existían horarios que teníamos que cumplir estrictamente. Después del baño, la comida.
A las 9 de la noche la formación, cuando volvían a contarnos y el jefe político de la compañía nos hablaba, nos daba un discurso no muy largo.
Después de romper la formación para ir a dormir, cuando apagaban las luces —las luces fueron de mechones de luz brillante durante más de un año, por lo menos en los campamentos que a mí me tocaron— debíamos estar de inmediato en la hamaca. Ya casi al final nos dieron literas para dos, uno debajo y otro arriba.
En silencio absoluto debíamos permanecer, nos vigilaban aun durmiendo. Si se sentía algún ruido o alguno de nosotros conversaba, podíamos ser castigados, y siempre la amenaza de suspendernos el famoso “pase”. También nos castigaban si la norma no era cumplida, o por problemas personales con otros reclusos.
¿En algún momento recibieron instrucción, adoctrinamiento, algo que indicara que estaban allí para “reeducarlos”?, ¿o quedaba claro que no era más que un castigo, en tu caso por tu filiación religiosa?
Se podría decir que no nos dieron ninguna instrucción o adoctrinamiento.
Pero cada noche, en la formación, después de contarnos, como te decía, el jefe político nos daba charlas de temas actuales tanto de Cuba como de otros países. Desde luego, estos temas tenían que ver con lo bueno que era el socialismo y lo mal que andaban los países que no eran socialistas.
Creo que allí nos llevaron a todos por “alguna razón” para ellos contraria e indigna según sus “principios”. Creo que porque no encajábamos en ese propósito del “hombre nuevo” que decían querían tener. Pero el “hombre nuevo” nunca existió, ni existe, ni existirá.
Tuve la oportunidad, en aquellos dos años y 12 días que permanecí en las Umap, hasta su desintegración el día 30 de junio de 1968, de conversar con muchos de los que allí nos encontrábamos. Sobre todo, las tardes de los domingos, que era el único tiempo libre que teníamos. Y nos identificábamos unos con otros, hacíamos amistad, pero sin pensar ni remotamente que algo nos convertiría en el “hombre nuevo”.
El homosexualismo fue uno de los motivos para estar allí. Y como pude leer en el maravilloso, sentido, real libro que escribiera Félix Luis Viera cuyo título es Un ciervo herido… “ellos eran los menos culpables…”, aunque ninguno de los confinados en las Umap era culpable.
Muchos de los religiosos eran jóvenes líderes en sus iglesias, como católicos, evangélicos, presbiterianos, metodistas, bautistas, episcopales y pentecostales, también los testigos de Jehová, que fueron los que más sufrieron, resistieron terribles castigos sin doblegarse.
Para leer la Biblia, reflexionar, orar, cada domingo en las tardes lo hacíamos a escondidas detrás de la ultima barraca que era la de los baños, siempre uno de nosotros vigilaba a los cabos Umap, a los guardias y oficiales, mientras los otros estábamos reunidos en comunión con Dios.
Si éramos sorprendidos tendríamos serios problemas. Pero gracias a Dios, nunca nos detectaron. Ni tampoco detectaron los sitios donde escondíamos la Biblia ni pudieron saber cómo la habíamos entrado al campamento.
Entre los que más recuerdo que estaban allí por su condición religiosa: Juan Bernia de la Rosa, Alicio Castillo Martínez. Jorge Blondín Iparraguirre, Pablo Torres Jiménez, Juan Martínez Márquez (“Wanche”), Moisés Rodríguez Díaz, entre muchos otros.
¿Qué sientes medio siglo después de aquello?
Han pasado ya 50 largos años de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap).
Allí nos llevaron obligadamente, sin motivos, culpas, delitos. Éramos en gran mayoría jóvenes de entre los 17 y 25 años, y otros con 27, 30 o más años, que eran minoría.
Homosexuales, católicos, protestantes, testigos de Jehová, artistas, pintores, escritores, bailarines, oficinistas, estudiantes que, todavía me pregunto: ¿qué daño habíamos hecho?
Ya estamos llegando al final de nuestras vidas, muchos de aquellos jóvenes de entonces, se nos adelantaron y ahora viven con los ángeles, junto a nuestro Dios, como Juan Bernia de La Rosa, Manolito Llano Gómez, Ángel Antonio Leiva Pérez, Armando Suarez del Villar y únicamente el propio Dios sabe cuántos más.
Aquí estoy, hermano “22” [se refiere el entrevistador], lleno de paz sobre una roca, mirando lo vivido, rememorando lo que vale la pena, lo que vale y brilla de la sociedad y de mi espíritu.
A pesar de y en contra de… no hay rodillas dobladas…, sí adoloridas, pero firmes. Las pupilas un poco gastadas, pero aun atisbando la distancia, el porvenir y esperando con fe, con amor, con humildad, lo que nos sea deparado para estos duros finales
¿Alguna otra observación para CUBAENCUENTRO?
Por favor, quisiera que dieran a conocer esta lista que a continuación te copio y que resguardo desde hace medio siglo:
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Número. Nombre y Apellidos, Lugar de Origen 1. Andrés Liriano Pérez, ¿? 2. Raúl Rodríguez Ruano, Santa Clara 3. Dámaso Toriza Montero, Caibarién 4. Venerando Grande Prieto, Caibarién 5. Rafael Verberena, Ranchuelo 6. Sergio Peñate Ruiz, Placetas 7. Rubén Rodríguez Suárez, Central Constancia (Encrucijada) 8. Luis Estrada Bello, Placetas 9. Ramón Rodríguez Cubela, Central Constancia (Encrucijada) 10. Pedro Iglesias León, ¿? 11. Manuel Llano Gómez (“Manolito”)†, Encrucijada 12. Armando Díaz Caro, ¿? 13. Vidal Vergara Rodríguez, Central Constancia (Encrucijada) 14. Juan Manuel Pérez Blanco, Encrucijada 15. Gilberto Luaces Larrondo, Encrucijada 16. 17. Justo Pérez Bucarano, Santa Clara 18. Gilberto Arrieta Martínez, Encrucijada 19. Francisco Santirso Quesada, Sagua La Grande 20. Pedro ___, Caibarien 21. Otto Pérez Jiménez (“Pinchajubo”), Encrucijada 22. Félix Luis Viera Pérez, Santa Clara 23. Gilberto López Kinson, Encrucijada 24. Jorge Blondín Iparraguirre, Central Washington 25. Luis Becerra Prego, Santa Clara 26. Roberto Quintana, Sagua La Grande 27. Jesús Soriano Pérez, Cienfuegos 28. Andrés Medina Hernández, Cienfuegos 29. Alicio Castillo Martínez, Encrucijada 30. Dagoberto Hernández Gómez, Encrucijada 31. Juan F. Bernia la Rosa†, Encrucijada 32. Osvaldo Hernández Gómez†, Encrucijada 33. Guillermo Jiménez Abreu, Ranchuelo 34. Sergio Álvarez Quirós, Santa Clara 35. Roque Leyva Cortés, Ranchuelo 36. Medardo Chaviano, Calabazar de Sagua 37. Carlos Bravo Sosa, Ranchuelo 38. Silvio Torres Hernández, Encrucijada 39. Rafael Díaz Mancha, Central Santa Lutgarda 40. Osvaldo Oramas Casanova, Santa Clara
“California” (una zona rural), traslado de la “compañía” el 23 de agosto de 1966, y nuevos ingresos.
5. Rafael ___, Santa Clara 10. Ricardo, Habana 11. Rafael Estrada Téllez, Santa Clara 15. Tomas Paret Bonachea, Santa Clara 19. Omar Rodríguez Sánchez, Santa Clara 20. Jesús Rodríguez Borrego, Güira (Habana) 21. Manuel Martínez, Habana 23. Luis M. Reyes Martínez, San Antonio (Habana) 26. Julio M. Sánchez Rivero, Santa Clara 36. Fernando Fernández del Cuadro, San Antonio (Habana)
Bueno, he respondido tus preguntas con nostalgia, dolor y amor.
Quisiera terminar con estas palabras:
“No hay medicamento que cure el dolor del alma, solo hay un anestésico llamado tiempo, que te enseña a no sentir dolor aunque la herida perdure…”
Y gracias, hermano “22”. Dios te bendiga a ti y a esta revista.
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