“Lo marginal, entendido como aquello que ha sido
descartado o que se descarta socialmente, en Cuba lo abarca casi todo”
(foto del autor)
Cuba, una república de lo marginal
Ernesto Pérez Chang | La Habana, Cuba | Cubanet
“Es un marginal” o “ese barrio es marginal”, escuchamos decir cuando alguien se refiere a determinado tipo de persona o lugar que suele ser asociado a conductas antisociales, incluso delictivas, sin embargo, según criterios de algunos estudiosos del tema, en Cuba los límites de lo que suele entenderse como “lo marginal” son sumamente difusos y no pueden circunscribirse a los mismos patrones que conforman el concepto para otros países.
“Lo marginal, entendido como lo descentrado, como aquello que ha sido descartado o que se descarta socialmente, en Cuba lo abarca casi todo”, explica el joven sociólogo e investigador Marcos González: “En Cuba muy pocos acertarían en el arriesgado intento por definir qué cosa es lo marginal y mucho menos cuáles son sus espacios físicos o los elementos que lo delimitan o determinan, tal vez porque esas manifestaciones, conductas, personas y lugares que acuñamos como tal parecen no circunscribirse a determinadas zonas de lo social identificadas con lo no oficial, lo no reconocido, definiciones que estarían condicionadas por juicios y prejuicios de todo tipo. (…) En La Habana, por ejemplo, nadie dudaría en mencionar como ‘marginales’ a ciertos barrios periféricos como Párraga, La Güinera o Mantilla, así como a sus habitantes; mientras que en las antípodas señalarían espacios urbanos (incluyendo a quienes los viven) como Miramar o el Vedado, sin tener en cuenta que sus visiones de lo marginal no han sido actualizadas y que se rigen por esquemas que las dinámicas sociales de los últimos 50 años han condenado a la obsolescencia”.
Vivir en la periferia de la ciudad, en un barrio insalubre y en condiciones de verdadera miseria para algunos especialistas no son factores suficientes para definir lo marginal, algo que pudiera manifestarse en las mejores y más exclusivas zonas de La Habana.
“En Cuba ni la vivienda ni el barrio donde se vive sirven como criterios para definir lo marginal. Puedes encontrarte a un médico, a un abogado viviendo en una choza sin agua ni electricidad, mientras que un analfabeto que vende ropas traídas del Ecuador tiene una súper mansión en Miramar”, afirma Maritza Trabazo, psicóloga y profesora universitaria: “¿Cuáles son los criterios entonces? ¿El acceso a la educación, a la cultura, el tener dinero o no tenerlo, delinquir? En Cuba es muy difícil unificar un criterio al respecto. Si lo marginal lo identificamos con lo pobre, entonces el 90 por ciento de los cubanos somos marginales; si es el nivel educativo o la integración a una cultura o a un modo de vida, entonces se vuelve más difícil identificar lo marginal. ¿Una jinetera es marginal? Su oficio lo es pero ella puede ser universitaria, vivir en una buena zona del Vedado; ¿puede ser marginal un médico? Claro que sí. Es una realidad diferente a la de otros países, porque vivimos en un verdadero caos social, donde las categorías de individuos se confunden. Habría que preguntarse cómo fue que llegamos a esto y en eso sí que no me gustaría entrar”.
Para algunos, el proceso político de los últimos 60 años fue determinante en la generalización de lo marginal, vinculado al discurso populista que esgrimió el gobierno durante años, y que fue producto de una identificación total de algunos valores morales, religiosos, y algunas conductas sociales con lo “burgués”:
“El buen gusto, las artes, la disciplina social fueron estigmatizadas y se hizo una interpretación muy burda de lo popular, asociado al irrespeto, a lo violento pero además a lo hipócrita”, nos dice Aurelio Manrique, profesor de historia, ya jubilado: “En aquellos primeros años, para ser revolucionario había que identificarse con el caos, y se entronizaron las peores conductas sociales. Te pongo un ejemplo, yo estuve entre los que expropiaron algunos pequeños hoteles y casas de huéspedes en La Habana. Recuerdo que cuando nacionalizamos el Palacio de la Mortera, en el Prado [Actualmente Hotel Caribbean], vaciamos todo, muchas cosas que estaban ahí fueron a parar a nuestras casas: adornos, vajillas, joyas, muebles, abrigos de pieles. Supuestamente reaccionábamos contra los ricos pero en verdad lo que deseábamos es tomar su lugar. Lo mismo sucedió con las casas, nadie respetó nada. Veías una casa cerrada, sellada, y simplemente entrabas y te establecías sin importarte que fuese de una persona que podía regresar en cualquier momento al lugar que le pertenecía. Simplemente no te importaba, el gobierno estimulaba ese irrespeto, el entronizamiento de la violencia y la indisciplina social.”
“Ahora, cuando ya a ellos [al gobierno] los años los han convertido en lo mismo que repudiaron y combatieron, quieren reeducar al pueblo, re inculcarle valores y no sé si eso pueda hacerse. Recuerda que muchos identifican lo marginal con lo cubano: el solar, la mulata vendiendo su cuerpo en la esquina, los aseres [amigotes] jugando dominó y emborrachándose, ese es un error social, una tragedia, que a muchos fuera de Cuba les resulta muy atractivo y si sirve para atraer turismo, tendremos caos por mucho tiempo. Los del gobierno no viven ni caminan por las mismas calles que tú y yo”, agrega.
En Cuba, debido a los altos niveles de pobreza, sólo un pequeño por ciento de los ciudadanos puede decidir dónde vivir y cómo hacerlo. La mayoría de las personas están obligadas a adoptar modos de vida que son prácticamente estrategias de subsistencia, lo que ha llevado a que el concepto de lo marginal termine confundiéndose con otros fenómenos sociales muy vinculados pero que no lo definen de una manera adecuada.
ACERCA DEL AUTOR
Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).