Fusilamiento de los ochos estudiantes de medicina en 1871
El 27 de noviembre de 1871, fueron condenados a muerte ocho inocentes jóvenes criollos, estudiantes del primer año de Medicina en la Universidad de La Habana. Una falsa acusación dio lugar al proceso, al final dominado por lo más recalcitrante del Cuerpo de Voluntarios que vio alcanzado su objetivo de aterrorizar a los cubanos. Tan solo algunos miembros de la secta abakuá ofrendaron sus vidas en un intento por salvar a los condenados.
Los estudiantes de Medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871
Por Pedro Hernández Soto, Orlando I. Romero y María Victoria Bahler Vargas
El fusilamiento vergonzante de ocho jóvenes estudiantes de Medicina por las fuerzas colonialistas españolas trató de frenar los sentimientos y acciones independentistas de los cubanos
24 de noviembre de 2014
El crimen. El momento de la infamia
A las cuatro y veinte minutos del 27 de noviembre de 1871 comenzaron a estallar descargas de fusilería en la explanada de La Punta, frente al Castillo de los Tres Reyes del Morro. Fueron cuatro en total. Cada una de estas segaba la vida de dos jóvenes estudiantes de Medicina, injustamente condenados a muerte por la falsa acusación de profanar la tumba de Don Gonzalo Castañón Escarazo, exdirector del periódico anticubano La Voz de Cuba.
Los fusilados fueron:
Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (Edad 16 años). Nacido: 24 de junio 1855. Bautizado. Fecha: 25 de agosto 1855. Lugar: Parroquia de Nuestra Señora de Monserrate, La Habana. Libro: Bautismo de Blancos, Libro 5, Folio 59, No. 241. Por: Pbtro. Francisco de Paula Gispert.
Anacleto Bermúdez y González de Piñera (Edad 20). Nacido: 7 de junio 1851. Bautizado. Fecha: 23 de julio 1851. Lugar: Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, La Habana. Libro: Bautismo de Españoles, Libro 31, Folio 505, No. 1009. Por: Pbtro. Francisco de Paula Gispert.
José de Marcos y Medina (Edad 20). Nacido: 7 de marzo 1851. Bautizado. Fecha: 16 de abril 1851. Lugar: Parroquia de Nuestra Señora de Monserrate, La Habana. Libro: Bautismo de Blancos, Libro 3, Folio 64, No. 211.
Ángel Laborde y Perera (Edad 17). Nacido: 5 de diciembre 1853, Barrio del Cerro, La Habana. Bautizado. Fecha: 22 de diciembre 1853. Lugar: Parroquia El Salvador del Mundo, Cerro, La Habana.
Juan Pascual Rodríguez y Pérez (Edad 21). Nacido: 24 de junio 1850. Bautizado. Fecha: 5 de agosto 1850. Lugar: [Parroquia del Espíritu Santo]], La Habana. Libro: Bautismo de Españoles, Libro 40, Folio 25v, No. 54. Por: Don Antonio Abad Facenda.
Carlos Augusto de la Torre y Madrigal (Edad 20). Nacido: 29 de julio 1851, en Puerto Príncipe. Bautizado. Fecha: 16 de octubre 1851. Lugar: Catedral de Camagüey, Puerto Príncipe. Libro: Bautismo de Españoles.
Eladio González Toledo (Edad 20). Nacido: 29 de octubre 1851, en Quivicán, Habana. Bautizado. Fecha: 27 de noviembre 1851. Lugar: Parroquia de San Pedro Apóstol, Quivicán, Habana. Libro: Bautismo de Blancos.
Carlos Verdugo y Martínez (Edad 17). Nacido: 15 de enero 1854. Bautizado. Fecha: 18 de marzo 1854. Lugar: Catedral de San Carlos de Matanzas, provincia de Matanzas.-Libro: Bautismo de Blancos, Libro 27, Folio 84, No. 320. Por: Pbtro. D. Francisco Caleat .
Llamo su atención sobre la edad de los ajusticiados que incluyen un niño de 16 años, dos adolescentes de 17 y del resto ninguno rebasaba los 21 años de edad. El holocausto incluyó a Carlos Verdugo Martínez quien se encontraba en la provincia de Matanzas el día del presunto delito.
Para hacer más deleznable el hecho fueron obligados a arrodillarse de espaldas al pelotón de fusilamiento, dirigido por el capitán de voluntarios Ramón López de Ayala.
El momento de la infamia
El 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes había dado inicio a la Guerra de los Diez Años con el alzamiento de conjurados y esclavos en La Demajagua. El suceso de los estudiantes de Medicina se produce cuando las armas cubanas alcanzaban importantes victorias en los campos de batalla contra las fuerzas españolas.
La Universidad de La Habana era cuna de patriotas. Muchos profesores, estudiantes y graduados se incorporaron a las tropas insurrectas bien sea llegando en expediciones armadas a nuestras costas o encaminándose desde la Capital hacia los montes.
Gonzalo Castañón era un símbolo de la ultra derecha reaccionaria española. Había calificado públicamente como prostitutas a las emigradas cubanas. Y el 31 de enero de 1870, en Cayo Hueso, el patriota cubanoMateo Orozco lo mató a tiros al final de un violento altercado, en la habitación del hotel donde se alojaba el peninsular.
El inmoral juicio y condena formó parte de un conjunto de hechos indignos, recalcitrantes y sanguinarios, que marcaban el estado de cosas en la colonia que luchaba por su independencia:
La masacre del Teatro Villanueva. El jueves 21 de enero de 1869, en la presentación artística, el cantante Jacinto Valdés pronunció un ¡Viva Céspedes! Al día siguiente el coliseo se vistió con los colores de la enseña nacional en banderas y cintas, mientras los voluntarios eran apostados en los alrededores. El detonante estalló cuando un actor exclamó: "¡Viva la tierra que produce la caña!" El público dio vitores y aplaudió. Entonces los voluntarios dispararon contra el edificio de madera y después a quienes intentaban huir, provocando una verdadera masacre.
La ejecución del hijo de Carlos Manuel de Céspedes. En mayo de 1870, el capitán general Caballero de Rodas advirtió a Carlos Manuel de Céspedes, que su hijo menor, Amado Oscar de Céspedes y Céspedes, de 22 años, estudiante, estaba preso y condenado a muerte. Le proponía conmutar la pena si él abandonaba la lucha. Céspedes fue categórico: “Oscar no es mi único hijo, soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la libertad de Cuba”. El joven fue ejecutado el día 29. A partir de entonces Céspedes ganó el apelativo de El Padre de la Patria.
Condena a muerte del estudiante universitario Luis Ayestarán Moliner. El 24 de septiembre de 1870 el estudiante universitario de 24 años, miembro de la Cámara de Representantes de la Asamblea de Guáimaro, quien ostentaba el blasón de ser primer habanero incorporado a las fuerzas del Ejército Libertador, fue condenado a muerte y ejecutado en el garrote vil.
Privación a la Universidad de La Habana de otorgar grados académicos. El 10 de octubre de 1871, exactamente tres años después del alzamiento de Céspedes, el poder colonial aprobó un decreto que privaba a la Universidad de La Habana del derecho a otorgar el grado académico de doctor en ciencias. Esta decisión obligaba a los aspirantes a viajar al extranjero para intentar alcanzar tan preciado título.
Sucesos de la Acera del Louvre. Tomada militarmente la Capital por los Voluntarios, el 24 de noviembre fueron tiroteados los tranquilos asistentes al café El Louvre, y asaltado y saqueado el Palacio de Aldama. Ese mismo día ocurrieron choques entre patriotas y fuerzas regulares en Sancti Spíritus, Cárdenas y Cienfuegos.
Cronología del proceso contra los estudiantes de Medicina
En proceso judicial amañado, orquestado y dirigido por la furia y el odio de los voluntarios españoles, fueron condenados y ejecutados cuatro jóvenes, casi niños estudiantes de Medicina
El 23 de noviembre de 1871, en horas de la tarde, congregados en el aula de anatomía, unos 45estudiantes del primer año de Medicina, del curso 1871-1872, esperaban su profesor. Tal instalación era aledaña al Cementerio de Espada (Calles San Francisco, Aranburu, San Lázaro y Vapor, en Centro Habana) . Algunos de ellos ingresaron al camposanto y se entretuvieron con acciones tales como utilizar el carro mortuorio de la Escuela de Medicina para circular por la plaza que existía frente a la necrópolis. Por otra parte, Alonso Álvarez de la Campa, de dieciséis años de edad, tomó una flor del propio camposanto.
• Aqui la historia del cementerio
El 25 de noviembre Dionisio López Roberts, gobernador político de La Habana, hizo una visita de rutina al sacramental, y recogió de Vicente Cobas Quiza, celador de la necrópolis, la falsa afirmación de la rayadura -por los estudiantes- de la tumba de Gonzalo Castañón. López Roberts en persona apoyado en policías y voluntarios y agentes detuvo en la Escuela de Medicina, alrededor de cincuenta alumnos quedaron detenidos. Seis de ellos ingresaron en la cárcel de La Habana bajo absoluta incomunicación. Fue el gobernado político el promotor del inicio del sumario. Tras las palabras amenazadoras de López Roberts, fue iniciado el sumario.
El 26 de noviembre. Un consejo de guerra verbal se encargó de juzgar a los 43 acusados. La defensa fue asumida, por Federico R. de Capdevilla, capitán graduado del Ejército. La sentencia no comprendió pena de muerte alguna, dictó sentencia de absolución a unos y pequeñas sanciones a otros. Esto encolerizó a los amotinados voluntarios, que obtuvieron del general de división Romualdo Crespo -sustituto del conde de Balmaseda, capitán general de la Isla, quien se encontraba en esos días en el interior del país- una nueva vista con un tribunal, con mayoría propia. Algunos historiadores afirman que esta concesión echó por tierra los intereses extorsionadores del Segundo Cabo para con las acaudaladas familias de los estudiantes.
El 27 de noviembre se realizó el siniestro segundo consejo de guerra. El delirio de los voluntarios había creado un ambiente en todo propicio al sacrificio de los acusados. La mayor atención se dedicó a cuántos de los encausados debían ser ejecutados. Cerca de la una de la tarde se dictó el fallo sobre peticiones arbitrarias: ocho condenados a pena de muerte por fusilamiento , treinta y cinco a presidio y reclusión por términos de seis años, cuatro años y seis meses. Solo dos estudiantes fueron absueltos. Pasadas las cuatro de la tarde la canallesca sentencia fue cumplida.
La Universidad de La Habana fue clausurada. Los integrantes de la alta casa de estudios se rebelaron de manera enérgica: aumentaron las incorporaciones de estudiantes y profesores al Ejército Libertador y las afiliaciones a las redes conspirativas en el territorio nacional y el extranjero.
Resistencia y repercusión
La Habana, tomada militarmente por el Cuerpo de Voluntarios, asistió afligida y desconcertada al inminente fusilamiento de ocho jóvenes estudiantes de Medicina. Solo unos pocos miembros de plantes abakuá sacrificaron sus vidas en ataques a las fuerzas españolas
Asevera el intelectual, investigador e historiador Tato Quiñones que mucho después Don Manuel Sanguily afirmaría:
“Aquel fue un momento único, fue aquella una hora terrible y tristísima: una ciudad muy grande y populosa, permaneció muda, se mantuvo quieta, y en tanto un puñado de hombres pudo regocijarse en la matanza… ¡Culpable fue la ciudad abyecta y ruin, frente a aquel montón de forajidos!…”
No fue totalmente así. En una ciudad ocupada por las fuerzas colonialistas, en medio de la más absoluta embriaguez despótica, ocurrieron hechos que han enriquecido la rica historia nacional.
El capitán del ejército español Nicolás Estévanez Murphy, al oír desde la Acera del Louvre las detonaciones que troncharon la vida de los estudiantes, indignado, quebró allí su espada y renunció a la carrera militar, pues para él “por encima de la patria estaban la humanidad y la justicia.
Desfile de jóvenes estudiantes
Otro oficial de la misma graduación y tropa, Federico Capdevila Miñano, abogado de oficio en la defensa de los jóvenes, al conocer lo ocurrido, extrajo su espada, la rompió en público como expresión de protesta y cesó a continuar prestando servicios en las fuerzas armadas colonialistas.
Hasta aquí lo conocido a partir de las publicaciones periódicas y textos editados antes de la Revolución, pero en 1871, el periodista Manuel Cuellar Vizcaíno, en su artículo “Un Movimiento solidario con los ocho estudiantes de medicina” (La gaceta de Cuba), dio a la luz dos documentos citados textualmente por Quiñones en su trabajo Cinco héroes negros:
“Copia número 1:
“El ataque a los voluntarios y soldadesca española, en vista de que se proponían asesinar por fusilamiento a los niños estudiantes patriotas, y todo daba a entender que iban a realizar su crimen, fue tomado un acuerdo por potencias abakuá . Tuvieron su primera reunión en el hospital de San Lázaro y la segunda en la fábrica de tabacos “Romeo y Julieta". Antonio Ramos Infante, Iyamba de Ocobio Mucarará; Carlos Valdés, hijo del marqués de Indarte, Isoé (sic) de Ocobio Mucarará; Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit (Andrés Petit), Isué de Bacocó; José Portuondo, miembro de Ebión Efort y José González Ojitos, patriota blanco del barrio de San Lázaro que siempre andaba con los abakuá.
“Copia número 2:
“Murieron atacando a los voluntarios Adolfo García y Cirilo Villaverde o Cirilo Mirabal. En distintas partes de La Habana hubo muertos y heridos el día 27 y el anterior. El día 25 Pepe Rusia mató a un celador en La Chorrera. Los voluntarios mataron a Pepe en la calle Vapor. Pepe Rusia pertenecía a la potencia Eroco Efort. Pero antes del caso del cementerio de Espada, el día 22, Francisco Pedroso (Pancho Engafia) mató a un celador en la calzada de Paula y murió tratando de saltar la muralla de Egido. [16]
Repercusión
En 1872, Ana María Betancourt de Mora, patriota cubana y destacada precursora en las luchas por la emancipación femenina, en audiencia con el entonces presidente de los Estados Unidos, general Ulises Grant, para que mediara ante el gobierno español y este amnistiara a los 31 jóvenes presos por la misma causa que dictó el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina.
En 1873 el hijo menor de Gonzalo Castañón, Fernando Castañón, de 26 años, vino a La Habana y examinó la tumba de su padre. Entonces, para confirmación plena de la macabra iniquidad afirmó que el sepulcro no había sido dañado. Fue la mayor y más clara confirmación de la inocencia de todos los condenados.
Fueron necesarios infinidad de trámites de familiares y amigos para que Amadeo I, el Rey de España, promulgara el indulto de los estudiantes presos. España aún debe una rehabilitación de los sancionados y disculpa pública por el crimen cometido.
Los ocho estudiantes de Medicina, asesinados aquel 27 de noviembre de 1871, han recibido un permanente homenaje póstumo del pueblo cubano Desde entonces, la efeméride es recordada por los estudiantes universitarios con una marcha multitudinaria que desciende de la escalinata de la Universidad de La Habana y avanza impetuosa por la calle San Lázaro hasta Prado y Malecón, y se reúnen en La Punta, lugar de la inmolación. Tal manifestación solo fue interrumpida durante la despótica tiranía del general Gerardo Machado.
En noviembre de 1889 se levantó un monumento a su memoria, en la explanada de La Punta, en el mismo lugar que fueron ejecutados. A partir de entonces allí, se les recuerda con profundo respeto y se les rinde el homenaje que merecen, ellos y todos los estudiantes caídos, y se ratifica el compromiso de la juventud cubana de defender la patria frente a cualquier agresión.
José Martí y los estudiantes de Medicina de 1871
Martí en su quehacer patriótico y literario apreció aquellas muertes, no como inmolaciones innecesarias sino como un germen inquebrantable de decisión libertaria contra el yugo español
En 1972 amanecieron pegadas, en las iglesias y otros importantes edificios de Madrid, copias impresas de una página titulada El 27 de noviembre de 1871, reveladoras del crimen cometido un año antes en La Habana, Cuba. El documento era de la autoría de José Martí pero lo firmaban Fermín Valdés Domínguez y Pedro de la Torre y Núñez.
En España, en las iglesias de la capital y las ciudades donde estudiaban los sobrevivientes del amañado juicio del 27 de noviembre de 1871, se efectuaron misas en memoria de los ocho estudiantes fusilados. El triste suceso se conmemoró con un emotivo acto en la casa madrileña donde residía el cubano Carlos Sauvalle Blain, amigo de Martí.
Las palabras de homenaje fueron dadas por el propio Martí, aún convaleciente de una intervención quirúrgica para superar traumatismos ocasionadas por los grilletes carcelarios. De esta intervención afirmó su entrañable compañero Fermín Valdés Domínguez, testigo presencial, lo siguiente: “… habló, y fue su oración —patriótica y enérgica— tan hermosa y arrebatadora, que en aquella sala no había corazón que no se agitara de pena, ni ojos que no lloraran, ni labios que no se abrieran nerviosos para aclamarlo”.
Martí en su quehacer patriótico y literario apreció aquellas muertes, no como inmolaciones innecesarias sino como un germen inquebrantable de decisión libertaria contra el yugo español. Reafirma su reflexión cuando diez años más tarde, el 26 de noviembre de 1891, en el Liceo Cubano de Tampa, pronuncia su discurso Los Pinos Nuevos, del cual extraemos los siguientes párrafos:
“Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas; ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia.
“No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan,—¡sino cabezas altas! Y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!
“Otros lamenten la muerte necesaria, yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida,
la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!
“Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida.
“Era el paisaje húmedo y negruzco: corría turbulento el arroyo cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como aquellas queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la tempestad, erguía entero, su copa rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!”
Ya lo había afirmado en su vehemente poema A mis hermanos muertos el 27 de noviembre, que firmó con sus iníciales y apareció en las páginas finales del libro en que Valdés Domínguez denuncia el crimen cometido por los Voluntarios en La Habana.
En 1893, publicó en Patria, Nueva York, el artículo El 27 de noviembre, con un profundo análisis de los sucesos de aquel fatídico día, y destacó el paradigma de los jóvenes patriotas:
“Del crimen ¡ojalá que no hubiera que hablar! Háblese siempre del oro rebelde que en el pecho cubano solo espera la hora de la necesidad para brillar y guiar, como una llama. ¡Así, luces serenas, son en la inmensidad del recuerdo aquellas ocho almas!”