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General: Algunos con orgullo de ser 100% cubanos, otros reniegan su condición de cubanos
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Resposta  Mensagem 1 de 1 no assunto 
De: administrador2  (Mensagem original) Enviado: 21/01/2016 21:52
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100% CUBANO
           Por Francisco Almagro  |  Diario de Cuba
Tomo prestado el título de una canción del gran trovador y compositor cubano que es Pedro Luis Ferrer para contar esta historia. Sucedió en un comercio de Miami, donde habitualmente las familias compran frutas, vegetales y viandas, todo muy fresco, atendido por una pareja de jóvenes cubanos recién llegados, atentos, siempre alegres, capaces de comunicarse con los frecuentes usuarios en un inglés aceptable y un español de tintes campesinos.
 
Quizás por esos complementos, el negocio prospera exponencialmente. Aquel día estaba ella sola para atender el negocio, y por alguna razón le dije que era cubano, a lo cual añadí, "y a mucha honra". La muchacha, tan tierna en sus deberes, cambió el rostro, me miró fijamente y chilló: "Pues para mí no es ninguna honra ser cubana". 
 
Me lo habían contado muchas veces. Pero nunca había tenido delante de mí un joven que renegara de su condición de cubano, ni en Estados Unidos ni en la Isla.  Por amigos y familiares sé que cada día es mayor la proporción de jóvenes que se abochornan de haber nacido en la otrora Perla del Caribe. Hasta alguna cámara indiscreta ha preguntado en Cuba a un grupo de niños qué quieren ser cuando crezcan, y la respuesta ha sido: "Ser extranjero".
 
Mucho se ha escrito sobre este fenómeno, y mucho habrá que escribir y aún más por hacer para que las jóvenes generaciones nacidas en Cuba sientan orgullo real por su tierra. ¿Cómo es posible que lleguemos al punto de negarnos a nosotros mismos? Y debo dejar constancia de que ya no solo sucede con los cubanos que recién emigran a Estados Unidos; la abjuración se da también en hijos de cubanos nacidos en estas tierras, abochornados de sus apellidos, del acento, de sus gustos culinarios, de ese involuntario movimiento de pies cuando oyen sonar un tambor. Da vergüenza ajena cuando, pudiendo enseñarle a sus hijos el español, y hacerlos así hombres y mujeres de dos grandes culturas —y de más oportunidades laborales, sociales— se les habla solo en idioma prestado.     
 
Puede que la negación propia haya comenzado en la Cuba revolucionaria como un mecanismo sicológico para evadir una situación esquizofrenizante: un discurso nacionalista, chovinista, con la imposición de un antinorteamericanismo venido a menos y  al mismo tiempo, en la vida real, para el cubano lo "americano" y "extranjero" —que no lo del "campo socialista"—  seguía siendo garantía de calidad, de durabilidad y buen gusto. Una cosa era ser antimperialista, pues en Cuba una parte del sector intelectual y liberal prerrevolucionario siempre lo fue, y otra odiar a "los americanos", rechazar sus productos, cultura, deporte y avances científicos. 
 
Las diferencias vergonzosas entre el extranjero y el cubano se hicieron evidentes cuando los llamados técnicos extranjeros —rusos, búlgaros, alemanes— tenían tiendas y lugares exclusivos donde los nacionales no tenían acceso. Aunque con cierta discreción, resultaba de igual modo insultante no poder entrar a la tienda del Sierra Maestra o a la Marina Hemingway de aquellos años. No recuerdo a ningún niño o joven decir que quería ser ruso o checo. Si recuerdo muchos cubanos y cubanas casados con rusos, checos, alemanes o búlgaros viviendo como "extranjeros" en Cuba.
 
La cruzada castrista contra todo lo "de afuera", específicamente lo norteamericano, no tuvo paralelo. En Cuba fue casi un delito oír o tocar jazz, decir que el Ford era superior al Lada, seguir el béisbol de Grandes Ligas o preferir a Mickey Mouse antes que al Tío Estiopa. Pero como suele suceder con el discurso fatuo, sin sustentación, antihistórico, todo aquello se vino abajo por su propio peso. Tras la debacle del socialismo real en Europa, experimento tampoco sustentable, se hicieron imprescindibles los dólares del enemigo. Los mismos dólares que llevaron a tantos jóvenes cubanos a las cárceles cubanas por varios años y arruinaron sus vidas para siempre. Los cubanos empezaron a vestirse, a pasear, a comer gracias a la "moneda del enemigo".  
 
Con la liberación del dólar cayeron las caretas. La fiebre del jazz reconquistó la noche habanera, los automóviles alemanes y asiáticos se tomaron los hoteles, se supo la Gran Carpa todavía en pie —aunque no la dejaran ver—, y los personajes de Disney, digitalizados, regresaron al mundo infantil. Por decreto, la moneda foránea y en consecuencia, todo lo "de afuera" —léase capitalista— era bienvenido. Las llamadas "lacras de la sociedad de consumo" como la prostitución, el juego y las drogas regresaron con más fuerza, solo que con nombres cambiados para que parecieran otra cosa: jineteras, juegos de azar y "bolá".    
 
Las consecuencias de tantas inconsecuencias ha sido un pueblo que fuera de los noticieros o la prensa oficial ha aprendido a vivir en el doblez porque se tiene lástima de sí mismo, no se valora en la verdad, reniega de su historia —de la verdadera, la que desconoce— niega su cultura, que no es solo la crecida bajo el signo revolucionario, desconoce realmente sus raíces religiosas judeocristianas, no sabe de decenas de deportistas, escritores, artistas, economistas, profesionales que brillaban en Cuba y siguieron brillando fuera de ella. 
 
El pasado tampoco es irreprochable. La Revolución de 1959 y Fidel Castro no fueron accidentes históricos. Algo de castristas, de liberales, de soberbios y marañeros debemos tener algunos para haber hecho algo que dura más de medio siglo. Es cierto que ese cubano arrogante, impío, falto de tercera dimensión, dado al choteo y a la poca seriedad para algunas cosas, como diría Jorge Mañach, vivió y aún vive en La Habana y Miami, en Santiago y en Nueva Jersey. Es a ese cubano a quien no se le debe ni honra ni sacrificio.      
 
Si algún deber tenemos quienes hemos vivido un poco, y por fortuna estamos en libertad, es recordarles a esa muchacha y a tantos jóvenes cubanos que nuestra Isla tiene una historia muy linda, con héroes y mártires cuyas vidas tuvieron luces y sombras, y más pudo en ellos la luz. Que Cuba, la Mayor de la Antillas, tiene suelos, playas, montañas y ríos fértiles y, bien cuidados, pueden alimentar al doble de la población que hoy habita la Isla. Que gracias a nuestra ubicación geográfica fuimos y podemos ser un puente cultural y económico para las Américas. Que los cubanos son trabajadores, creativos y mayoritariamente bondadosos, familiares, amigables. Que hemos tenido glorias del deporte, la ciencia, el arte, la política, la religión y la filosofía comparables a cualquiera en el mundo. Y que son glorias, porque ellos brillan más allá de la opinión de alguien o de que un sistema socio-político los reconozca.
 
Y para no caer en similares contradicciones, les diríamos a la muchacha y a tantos jóvenes cubanos que el mundo no es tan grande como parece, los "extranjeros" no tan distintos a ellos mismos, y nunca, por muy "de afuera" que se pretenda ser, lo cubano se quita, viva usted donde viva. No somos perfectos ni mejores y esta triste etapa de nuestra historia puede servir para querernos un poco más a nosotros mismos. Para que nuestra salvación venga de ser 100% cubanos, y a mucha honra.   
Francisco Almagro


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