La identidad nacional como pretexto
Regina Coyula | La Habana | 14yMedioLa opinión de que el cambio de política de Estados Unidos hacia Cuba encierra el peligro de una pérdida de independencia y de valores de identidad nacional me produce una sonrisa irónica. Al contrario de los preocupados, diría que los cubanos somos inmunes a la pérdida identitaria que tanto desvelo propicia en algunos. No sucedió durante la República, donde tuvimos gobiernos mediatizados, ni sucedió cuando la influencia soviética era tal que se "crearon" tradiciones, cosas de las que casi nadie se acuerda ya, como aquello de llevar las flores de la recién casada al busto de un mártir, o la sustitución del "¡Viva!" por el "¡Hurra!" y otras a las que no pretendo pasar lista. En cambio, festividades tradicionales alrededor de la navidad, el año nuevo y la pascua quedaron derogadas, junto con otras a las que tampoco pasaré lista.
Nos hemos acostumbrado a escuchar términos militares para definir la relación bilateral Cuba-EE UU: penetración cultural, batalla ideológica, dominación, hegemonía. La vida nacional giró todos estos años alrededor del conflicto con "el enemigo del norte que acecha". En la Casa Blanca casi una docena de presidentes suavizaron o endurecieron las medidas contra su alebrestado vecino. Las condiciones se han modificado con el paso del tiempo y, desaparecido el campo socialista, otras prioridades dejaron a nuestro país como un rescoldo de la Guerra Fría.
Para el mismo Gobierno "gobernado" por un pequeño grupo de octogenarios que vienen desde la lucha contra Batista en la Sierra Maestra, la situación apenas ha cambiado. Llegaron jovencísimos al poder, dinamitaron las estructuras, alentaron a la burguesía y con ella a las "clases vivas" (la sociedad civil de entonces) a abandonar el país y crearon su modo de hacer las cosas. Por eso nunca renunciaron al lenguaje de barricada ni han dejado de hablar de la Revolución cubana como un hecho germinal y vivo, cuando al menos institucionalmente puede fijarse su fin en 1976. Aunque darle carácter institucional al Gobierno de facto de 1959 formalmente obligaba a ciertosencamisamientos, el indiscutible liderazgo de Fidel Castro supo saltarse el inconveniente y gobernar según su parecer.
Con el paso de los años, el discurso antiimperialista ha perdido velocidad entre la población, porque según lo visto, el imperio no es tan fiero como lo pintan: la mitad de la familia vive allá, manda remesas, paga nuestras visitas o viene cargada con regalos para todos. Ahora mismo, el Gobierno norteamericano flexibiliza y flexibiliza y el Gobierno cubano lo interpreta como victoria merecida, nada de quid pro quo, y todavía nadie entiende qué tiene que ver la crisis de los productos agrícolas con el "bloqueo".
En los medios de comunicación y en los textos académicos (bajo el control estatal), se ha anatematizado a la sociedad de consumo y sus valores (o la falta de ellos); eso no ha evitado que los patrones culturales sean un Frankenstein entre lo peor de cada sistema. El gusto por la música basura, el cine basura, la literatura basura y la moda basura no solo no pudo evitarse sino que marca el canon de lo popularmente aceptado. En cruel paradoja, la cultura ha sido lo más asequible de que ha podido disponer el ciudadano para su tiempo libre.
El patriotismo no sé con qué se mide. Hace muchos años no se venden banderas, al menos en moneda nacional. La bandera cubana ondea –y no siempre– en los edificios públicos y en un ya mermado número en los barrios y viviendas por el aniversario de la Revolución o del asalto al Cuartel Moncada. Se ve también en los atuendos que la multinacional Adidas confecciona para nuestros deportistas y que muchos que no son deportistas también usan, entre los extranjeros que asumen la solidaridad paseando por La Habana con boina, camiseta del Che y bandolera con nuestra enseña nacional.
En contraste con ese muestrario cuasi institucional, veo banderas americanas en los almendrones, en los carros "cómicos", en los bicitaxis, en gorras, camisetas, pañuelos, hasta en unas lycras que han llenado las calles de barras y estrellas con celulitis. La Yuma(el país) y los yumas (sus habitantes) son ahora mismo el paradigma de una sociedad que no cambia el puerco asado por una McDonald's y se considera antiimperialista de corazón. Raro, pero cierto.
No hay que ser economista ni sociólogo para percibir el agotamiento en las perspectivas individuales, no digamos ya las colectivas. Si décadas atrás ver emigrar a los hijos era una tragedia, hoy se ha convertido en una esperanza. El Estado no tuvo solución para la discordancia entre salario y precio, para el agobio del transporte y de la vivienda y ahora que ha abandonado el papel de padre protector con el que tan a gusto se sintiera Fidel Castro, cada quien debe encarar la solución de sus necesidades, que no por ser moralmente correcto resuelve la situación de dos generaciones formadas bajo el Estado proveedor de todo, desde la canastilla hasta el féretro.
El verdadero y no confesado miedo de los adalides de la identidad nacional no es a esa influencia cultural que existe desde mucho antes del 17 de diciembre del 2014 y que no cambiará la esencia de los cubanos, sino al libre flujo de la información, que cualquier ciudadano pueda asomarse a ese otro lado del espejo que permite la información plena y contrastada.
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