¿Cuántos asesinatos como el de Ángel tendrán que
ser perpetrados para que la noticia llegue a los oídos del gobierno?
Vamos a ver a los muertos de la patria
Por Jorge Ángel Pérez | La Habana | CubanetUn amigo que vive en el centro de la isla me envió ayer un mensaje. Acababa de leer el texto que publiqué sobre el asesinato de Ángel. Aunque no lo había conocido lo perturbó esa muerte, hasta terminó dándome gracias por lo que escribí, aunque también hizo reclamos; creía que algo muy importante le faltaba al texto y ese algo era dar, como una de las razones de esa muerte, la falta de espacios de encuentro para la comunidad gay en la ciudad, en toda la isla. “Eso es muy importante, querido. Tu texto es atinado pero adolece, por ese olvido”. Y yo asentí.
Hace un rato sonó el teléfono. Me llamó un desconocido desde Alemania; dijo que se llamaba Felipe y me ofreció disculpas por la intromisión. Un amigo común le había dado mi número. A Felipe también lo conmovió la muerte de Ángel, y pensó, después de terminada la lectura, en todas las veces que fue por esa playa. “Yo pude ser ese Ángel”. Me contó que vino a estudiar a La Habana desde Perico, un pequeño pueblo de la provincia de Matanzas. Llegó con la esperanza de que la universidad, y la ciudad toda fuera a comulgar con sus deseos, esos que estuvo reprimiendo tanto tiempo en su pueblito y en las escuelas por donde pasó; solo que no fue así…, también en la universidad, y en La Habana, pululaba la homofobia. Después de dos meses en La Habana conoció de la existencia de aquella playita de costa rocosa y breves arbustos. Me contó que con solo llegar se creyó en la gloria. “Casi suspendo el primer año”.
Aquel muchacho se puso a relatar sus primeras impresiones. “Me conmovió que hablaras de los olores porque yo los recuerdo todavía”. Allí supuso que era libre. “Viendo los cuerpos en medio del follaje olvidaba las recriminaciones de mis padres”. Cada tarde se enredaba con un hombre diferente y olvidaba… Hasta creyó que aquel lugar era la gloria. ¡Se equivocaba! Pero pretendía recuperar el tiempo perdido. “Hasta que una vez un tipo intentó robarme después que me sedujo”. Lo salvó un estudiante de medicina que, como él, iba a disfrutar entre las uvas caletas. Fueron novios durante dos años, y como no tenían casa en La Habana ni dinero para alquilarse se entregaron a los placeres en la Playa del Chivo. “Allí fuimos algo felices. Allí encontramos un espacio y muchos riesgos”. Pero la playa era apartada…
Me di cuenta de que los dos tenían muchísima razón. Más que importante resulta el hecho de que no existan espacios de encuentros para homosexuales en Cuba, al menos para esos cubanos que no tienen un medio en el bolsillo. Por eso escribo otra vez. Habrá que insistir y hurgar en las razones que hacen tan vulnerables a los homosexuales cubanos, y volver sobre esas muertes, sobre sus causas. Supongo que dejé claro, en aquel texto, que una de las razones más significativas sigue siendo la legitimación que consiguieron los asesinos con esas políticas gubernamentales homofóbicas. La creación de las UMAP sigue teniendo primacía, y también la “parametración”, esa que tocó a un montón de artistas gays. Nos toca a nosotros exigir, con mucha firmeza, al gobierno que se pronuncie sobre esos despropósitos de los que es culpable.
¿Qué posibilidades quedaron a los homosexuales después de estas políticas bárbaras? Quizá la más socorridas fue el closet. Miles de homosexuales terminaron casados con mujeres, y tuvieron hijos, y luego nietos y bisnietos, y militaron en las filas del partido comunista o lucieron un uniforme verde con grados en sus charreteras… Se vieron obligados a mentir. Fueron esos hombres avergonzados de sí mismos los que tuvieron que buscar un lugar para cumplir con sus deseos. A los que hubo siempre se añadieron otros, muchos, muchísimos…
Fueron incontables los homosexuales que precisaron alejarse de las miradas de los otros y de aquellos que crearon las UMAP, la parametración, la depuración de la universidad. ¿Y qué encontraron entonces? Solo quedaban los peores sitios, los más marginales, los que nadie quería, esos que ningún cuerdo visitaba, solo esos marginadísimos y vilipendiados hijos de esta patria. Uno de los más socorridos sería ese que está en las faldas del castillo del Príncipe, bastante céntrico por cierto, cerquitica del Vedado, del Cerro, de la parte más vieja de La Habana. En lo más alto estaba esa fortaleza que sirvió alguna vez de prisión, y donde trabajó Lezama, donde quizá comenzó a gestarse la escritura de Hombres sin mujer, ese monumento literario de la lengua que escribió Carlos Montenegro.
Esas reuniones también tomaron por asalto otros espacios de la ciudad. Muchos puntos del bosque de La Habana fueron elegidos…, y la “Potajera”, y la Playa del Chivo, y otros, muchísimos. Ojalá que a alguien se le ocurra preparar alguna vez la Cartografía gay de la Habana de esos años, esa que aun persiste, porque las condiciones siguen siendo parecidas. Será preciso incluir también al exilio en esa cartografía. Es imprescindible que se hable de los miles de gay que salieron por el Mariel, mientras que un gobierno de ojos avivados, aplaudía, propiciaba, la salida de las “locas”, de la “escoria” de la “gusanera” que eran y que sin duda todavía son los “maricones”. Allí, a noventa millas, y también a muchas millas más, en insospechadas geografías, habitan muchos de esos hombres de los que quiso desprenderse el poder. Al parecer creyeron que con solo sacudirse terminaría el “mal”…
¡Se equivocaron! Los homosexuales siguieron reproduciéndose como el marabú, y cada vez con más fuerza, tanto que comenzaron a echarle una miradita, pero no tanto como al marabú; los primeros siguen siendo, por razones obvias, menos visibles. Por eso creo que ya es hora de que se debata y escriba sobre esos sitios salvajes que nos legó esa represión que institucionalizó el gobierno. Que se conozca que en esos lugares, y lejos de todo amparo, encontraron muchos a sus hombres pero también a sus asesinos. Esa segregación consiguió un robo ahora y otro más tarde. Se propició que los delincuentes repararan en los que creían más vulnerables… “Una mirada viril, un gesto sensual, una mano sobre el bulto de la entrepierna…”. Razones más que suficientes…
Entonces vendría lo más fácil: dos trompadas y el: “Coño… ¿Tu eres maricón?”. Y el interrogado que no sabe nunca si encogerse de hombros o decir que sí; supone que puede llegar el trastazo en la espalda, en la cabeza, y más tarde el cuchillo afilado y la puñalada certera, y todo eso para despojar a la “loca” de lo poco que lleva a esos lugares. Y para qué acudir a la policía si el escarnio puede ser peor. “Eso no te habría pasado si estuvieras en tu casa, maricón”. Por qué buscar la protección de la “autoridad” si esa puede sancionarte sin que medie proceso legal alguno por “exhibicionismo”. La policía puede multarlo por “escándalo público”, abrir un proceso que lo lleve a la cárcel, incluso después de recibir los favores sexuales del “pájaro”. Recordemos que muchos “pingueros” antes fueron policías.
No es por gusto que hay delincuentes en esos espacios que hasta deciden hacerse pasar por policías encubiertos, como aquél de quien tanto se comentó y que operaba en esa parte del Bosque de La Habana que corre detrás del Clínico de la calle 26. El susodicho era capaz de hacer la corte a los “mariquitas” que andaban “ligando” por allí, y cuando los tenía “maduritos” hacía reclamos, exigía el carné de identidad, anunciaba la multa, mostraba las esposas que hasta entonces estuvieron escondidas, mencionaba su salario pobrísimo, los tres hijos, la mujer enferma… “Me salvas o te llevo preso”.
Se comenta que aquel estafador quedó preso, pero todavía quedan miles que se aprovechan del desprecio a los homosexuales, y algunos cuentan con el favor de los policías. Todo eso está muy claro para la comunidad homosexual, pero quienes deciden no acaban de fijar su mirada en el asunto. ¿Cuántos asesinatos como el de Ángel tendrán que ser perpetrados para que la noticia llegue a los ojos y a los oídos del gobierno? ¿Cuando permitirán verdaderos espacios de socialización? No son pocos los que van cada noche oscura a La Playa del Chivo, a “La Potajera”, y en medio de tanto deseo y, sin que medie ninguna conversación, tienen sexo sin la protección del condón. “La policía puede llegar y no hay mucho tiempo”. En esa jungla el gay es siempre la presa.
Los responsables tienen que admitir sus culpas, dejar que pase la luz, que permitan la creación de espacios alejados de la oscuridad. No sirve de mucho bailar en una conga ni aferrarse a la bandera multicolor el 17 de mayo, porque el gay corre peligro todos los días del año, desde el primero de enero…, hasta el último día del año. Ojalá que quien tiene que entender entienda de una vez, que esa oscuridad viene resguardada por los asesinos y muchas veces por el SIDA. Sería buenísimo que las autoridades entendieran por fin que esos “maricones” que ya no están, son también, como quizá dijera hoy Virgilio Piñera, los muertos de la patria…
Felipe, el gay que nació en Perico y ahora vive en Alemania, me contó que cada tarde, después de las clases, se procuraba una guagua que le hiciera cruzar el túnel de la bahía y lo llevara hasta la playa del Chivo para encontrarse con algún hombre. Cuando se fue a Berlín disfrutó de la seducción en las conversaciones con sus semejantes. Felipe fue a bares gays, entabló conversaciones en una sauna y también en discotecas donde todos eran hombres, y jamás lo reprimieron a pesar de ser tan amanerado. Felipe viajó hasta Alemania para hacer un doctorado, y allí conoció a León, un español, en una librería; conversaron mucho mientras tomaban un café y al día siguiente fueron juntos a un museo, pero no recuerda delante de qué cuadro estaba parado cuando León le dio el primero de todos los besos. Confiesa que se ruborizó. “Yo creía que un museo no era el lugar más apropiado para un beso”, pero cuando miró a su alrededor no descubrió ninguna mirada ofendida. Felipe se casó en Madrid con León y le es muy fiel. También me dijo que nunca ha vuelto a Cuba porque no lo dejan entrar con su pasaporte español y tiene miedo que, siendo cubano, vaya a terminar en una estación de policías si lo sorprenden besando a su marido en el Parque Central, frente a la estatua de Martí.
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