Rosario Suárez Charín:
“Cualquier cosa es posible menos no bailar”
Rosario Suárez en El Cisne Negro (Fotos de internet)
Por Eugenio Tuya | Madrid | 14ymedioRosario Suárez Charín, una de las más grandes bailarinas de Cuba, vive días intensos con el estreno de La reina de los jueves, el documental de Orlando Rojas y Dennis Scholl que retrata su vida. La cinta se presentó este jueves en el marco de la 33 edición del Festival de Cine de Miami y recibió una cerrada ovación del público, similar a las que acompañaron la presentación de la artista en sus años sobre el escenario.
Pregunta. En La Reina de los Jueves se aborda también su vida como emigrada. ¿Cómo han sido esos años?
Respuesta. He vivido fuera de Cuba más de 20 años. A veces he sentido como si fuera en una precaria balsa en medio del océano, y escuchara voces familiares, mi nombre, aplausos... sin que aún hubiera bailado, y resulta difícil no estar muy triste. Una tristeza que debo arrancar de cuajo. O al menos trato.
En Cuba, por mucho tiempo, otros exiliados como yo, hemos sido borrados de la historia de la literatura, la música, la pintura, del ballet.
P. ¿A quién agradece haberse convertido en una de las más importantes bailarinas cubanas de todos los tiempos?
R. Es una pregunta compleja. En 1961, yo era la hija de un carnicero y un ama de casa que aparece en una escuela para niños que tengan habilidades y quieran estudiar ballet sin pagar un centavo. Yo nunca había visto ballet, solo baile popular, aunque me encantaba toda la música. No puedo renegar de mi pasado ni tampoco especular. No sé cómo hubiera sido sin Alicia Alonso y sin la llegada de Fidel Castro al poder. Yo estaba allí. Así que mi mayor agradecimiento será para la vida.
A mis maestros les debo poder apreciar la vida mientras bailaba, mi preferido coach y mi amigo, Joaquín Banegas; Fernando Alonso, que me hacía sentir que podía hacerlo bien; Menia Martínez, la primera imagen que imitar; Ramona de Saa, que dirigía la ENA; Karemia Moreno, ya casi al final de mi carrera, con su pasión, su amor por la música y la belleza. Y cómo no mencionar a Alicia Alonso que siempre bailó ante nuestros ojos. Ya no la vimos bailar en su plenitud, la vimos bailar cuando más sabiduría y fortaleza de carácter necesitaba; inteligente, fabulosa actriz, le robamos todo lo que pudimos en los ensayos, y sobre todo en las presentaciones.
P. ¿Qué se siente tras los aplausos, cuando se cierran las cortinas?
R. Cuando se cierra la cortina, siempre llega la soledad inevitable. Si eres joven, sabes que regresarás allí, si no la soledad llega también y eres más vulnerable. Ahora bailo gracias a mis clases, en el cuerpo de mis alumnos, de otros maravillosos bailarines. No me quejo, pero no es lo mismo.
P. ¿Cómo soporta una artista saber que la gente espera, que el tiempo pasa y la oportunidad no llega?
R. El tiempo pasa demasiado rápido. Bailábamos mucho, éramos solistas, bailarinas principales, y, en los viajes, que a veces eran largos y en los que, por supuesto, no podíamos desplazarnos con todo el elenco, alternábamos una Odette y una Odile, y otra noche hacíamos pas de trois del primer acto de El lago de los cisnes, o los dos cisnes, y también papeles de carácter. Siempre estábamos bailando y aprendiendo y éramos absolutamente útiles a la compañía.
Cualquier cosa es posible menos no bailar. Muchas veces he pensado que si no hubiera llegado a ser primera bailarina, hubiera sido una feliz bailarina de cuerpo de baile. No creo que el no haber bailado Carmen u otros ballets haya cambiado para nada mi paso por la danza. Mi entrega siempre fue la misma, a cualquier nivel. Es mi forma de bailar, de entender la danza y la vida, y nada, nadie, puede arrebatarme lo que he dado y lo que he recibido.
P. ¿Siente nostalgia de esa época de los grandes personajes de repertorio?
R. No tengo nostalgia por ninguna época en específico, están vividas y van conmigo, son parte de la felicidad que habita mi corazón. Nostalgia siento por la huida de mi juventud física. Los bailarines sentimos el paso de la juventud primero que el resto de los mortales, tenemos lesiones y queremos hacer nuestras vidas como hombres y mujeres que también somos. Nostalgia siento cuando veo las obras de los contemporáneos, las obras de Mats Ek, mi favorito, entonces extraño mi cuerpo.
P. En La Habana, en los años 80, tuvo un público enamorado, quizá un poco desmesurado, que llenaba el escenario de flores: los "charinistas". ¿Sienten los bailarines la energía de la platea?
R. El público puede a veces ser tu oponente. Me gusta la libertad cuando estoy en la escena, eso me lo enseñó mi maestro Joaquín Banegas. Él me tomaba los ensayos y me llevaba a conseguir el personaje desde mi sensibilidad y mis posibilidades. Me ayudaba a cuidar que Charín, con su fuerza y temperamento, no se impusiera a Odette o a Giselle. Al final siempre decía: "Bien Rosario, algunas licencias, pero bien".
P. En 1986, siendo para muchos la figura más aclamada del Ballet, decidió dejar la compañía junto a Caridad Martínez y Mirta García para fundar el Ballet teatro de La Habana. ¿Fue este un acto de rebeldía o la necesidad de probarse en otras formas de movimiento y expresión?
R. Parte de los cambios que hacían falta en el Ballet Nacional de Cuba era dar más entrada a las tendencias contemporáneas. Otros problemas artísticos afectaban a la compañía desde mucho tiempo atrás. No creo que eso puede evitarse en una gran compañía, y en cualquier parte del mundo, porque siempre el director, si carece de una junta artística que debata sobre las directivas a seguir, y son únicamente el dinero o la política los que se imponen en las decisiones, pues termina en caer en lo que, en mi opinión, cayó el Ballet Nacional de Cuba: una dirección errática. No estábamos en un país libre, donde puedes cambiar de compañía o irte a otro país.
Exigimos a la dirección que se solucionaran todos los problemas que estábamos señalando. Para nuestro estupor, nadie escuchó nada. Todo seguiría así, y nosotras tendríamos que vivir después de todo este fracaso sufriendo quién sabe qué represalias. Otra sorpresa fue que sabíamos que había muchos bailarines que opinaban como nosotros e incluso se manifestaron públicamente apoyándonos. Pero solo Caridad, Mirta García y yo pedimos la renuncia. No pedimos jamás a nuestros compañeros que hicieran presión con más renuncias, pero al renunciar, supimos que nadie más estaba listo para hacerlo. Y lo cierto es que lo comprendimos. Cada día lo comprendo mejor.
P. ¿Cómo valora sus 26 años en el Ballet Nacional de Cuba y qué tiene que pasar para que la compañía vuelva a estar entre las grandes del mundo?
R. No rechazo mi pasado, agradezco todo lo que me ha dejado y las experiencias negativas son aún más importantes en relación con el aprendizaje. He llegado, lo sé, a los corazones de mucha gente. Muchos que han vivido junto a mí momentos únicos en el teatro y que no nos abandonan. Eso es fundamental. Es vida para mi y para ellos.
Nunca me atrevería a decir qué puede hacerse en Cuba, porque no estoy allí. ¿Quién puede saber qué pasará después de haber menospreciado tanto talento, trabajo y cosas conseguidas? Hay que seguir adelante. Y los que tengan acceso a ese espacio para la reconstrucción deberán hacerlo con respeto, amor y honestidad.
P. ¿Fueron los textos de Abilio Estévez en La última función el motivo de su última aparición sobre las tablas?
R. Tuve una gran suerte cuando Abilio escribió aquellos textos que llevaban su mirada hacia mí, llenos de poesía, y permitieron que volviera a sentir toda esa fuerza para llegar al escenario, otra vez. A pesar de las muchas horas de trabajo durante el día, siempre deseo que aparezca algo que me lleve a ese sobreesfuerzo físico, por la necesidad de comunicarme del modo en el que sé. Confió en eso. Y aunque el tiempo está ahí, nosotros seguimos caminando.
P. En su vida personal, estuvo rodeada de escritores, artistas, personas ajenas al mundo de la danza. ¿Cree que le sirvió para entender su propio arte?
R. No hay ninguna duda sobre eso. Mis padres estuvieron siempre para apoyarme, porque desde el primer momento creyeron en mí, luego los maestros... Haber conocido a Lichi, Eliseo Alberto de Diego, y entrar en su vida, fue para mi el primer deslumbramiento. Lichi fue alguien que me enseñó a descubrir las cosas que yo creía haber visto, y volverlas a mirar con su profundo amor a cada simple detalle que nos rodea. Su nostalgia era algo muy fuerte, aunque podía escapar de ella con gran sentido del humor e inteligencia. Ahora él no está en este mundo y su ausencia produce un dolor terrible: hemos perdido su forma de mirarnos.
P. ¿Qué le recomienda a un bailarín que comienza su carrera?
R. La ambición desmedida es lo que ciega; el artista casi siempre necesita comer y dormir lo mismo que cualquier otro mortal, pero puede alimentarse del arte. Cuando el artista tiene algo que crear, todo lo que es material pasa por su lado sin que se dé cuenta. Quizás es por eso que pensamos en alguien que lo pueda proteger. Entonces aparecen los agentes, las subvenciones del Estado, los oportunistas y se complican las cosas. Ahí encontramos a veces ambición sin arte. Coreografiar, escribir, pintar, hacer arte pensando que vas a venderlo no dejará que pongas tu corazón y tu inteligencia plenamente en tu obra.
A los bailarines que comienzan, les recomiendo descubrir cuánto aman lo que están haciendo. Y que descubran cuánto lo han amado los otros antes. Solo así seguirán abriéndose nuevos caminos, verdaderos, no impostados, que traten de encontrar su originalidad en las comparaciones con otros trabajos. Ser todo lo honesto posible. Y trabajar para hacer crecer lo mejor en el ser humano. Esto, creo yo, no debiera ser tan difícil.
Estrenan documental sobre Rosario Suárez ‘Charín’ en el Festival Internacional de Cine de Miami
|