Los alquileres
son la bestia negra de los neoyorquinos.
Un 'sin techo' en Times Square, Nueva York, el 3 de marzo de 2016 (Reuters)
Los recortes de las ayudas a la vivienda, junto al vaciado de los sanatorios, han echado a las calles a decenas de miles de ellos
Están por todas partes, disimulados en la maraña urbana. Desde la familia desahuciada que arrastra sus pertenencias hacia un albergue carcomido e inseguro, hasta las hileras de hombres abrasados por el alcohol en las galerías del metro, Nueva York cuenta hoy con más de 60.000 personas sin hogar, casi el doble que hace diez años. Un récord desde la Gran Depresión.
La causa principal es el precio de la vivienda, la bestia negra de los neoyorquinos. La demanda y los planes inmobiliarios han hecho que un apartamento en Manhattan valga dos millones de dólares de media y el alquiler típico supere los 4.000 dólares al mes. La opción más barata, una habitación en un piso compartido (con ratones y radiadores prehistóricos), rara vez baja de los mil mensuales. Por eso, el neoyorquino gasta el 60% del sueldo en el alquiler, el doble de lo recomendado por el Gobierno para una vida sostenible. A esto se añaden los recortes sociales.
La cantidad de personas sin hogar registradas en Nueva York tuvo un repunte feroz en 2011: el año en que el anterior alcalde, Michael Bloomberg, canceló el programa de subsidios al alquiler, que ya era una versión aguada de iniciativas anteriores. En 2015 la población sin hogar había crecido un 50% hasta los máximos actuales.
Entre 2011 y 2015 la población sin hogar creció un 50%, hasta alcanzar los máximos actuales
“Tenemos una crisis de vivienda asequible”, dice a El Confidencial Giselle Routhier, directora de políticas de la Coalición para los Sin Hogar (CFTH, por sus siglas en inglés). “El aumento de 2011 se debe en parte a que la anterior administración eliminó todas las formas de ayudas al alquiler para que las familias sin hogar pudiesen dejar los albergue. En el último año, la alcaldía actual ha reformulado las prioridades de los recursos a la vivienda y creado subsidios para el alquiler”.
Este fue uno de los mayores problemas con los que se encontró el alcalde actual, Bill de Blasio, cuando llegó al poder en 2014. La presión de ONGs y medios de comunicación provocó cambios en su gabinete y la readopción de ayudas al alquiler. Desde entonces, su administración ha limitado la expulsión de familias a la calle, pero el número de solteros adultos sin hogar continúa aumentando, en parte, según Routher, porque “experimentan problemas de enfermedades mentales, abuso de sustancias o minusvalías físicas y no pueden acceder a la vivienda o servicios de ayuda”.
Vaciar los sanatorios, llenar las calles
Los recortes presupuestarios y los avances médicos en terapias y sustancias psicotrópicas han diezmado los sanatorios públicos desde los años sesenta. Entre 1965 y 1979, el número de pacientes de hospitales psiquiátricos neoyorquinos bajó un 68%, según datos recopilados por CFTH. “Estamos viendo menos recursos para el cuidado de la salud mental, particularmente para los más vulnerables, y necesitamos asegurarnos de que puedan acceder a esos recursos”, añade Routhier.
El concepto de “sin hogar” incluye varias categorías: de esas más de 60.000 personas, la mayoría se cobijan en los aproximadamente 600 albergues de la ciudad. El resto, los que duermen en las calles, se pueden considerar “personas sin techo”. Son entre 2.000 y 4.000, según diferentes estadísticas. Las personas sin hogar tampoco pueden ser consideradas, forzosamente, “mendigos”, pues no todos piden dinero en las aceras; algunos trabajan o viven de las ayudas sociales y la caridad organizada.
Stephanie Robinson, voluntaria de CFTH, recorre Nueva York los jueves por la noche repartiendo comida en esquinas estratégicas. Una fila oscura se arremolina junto a su furgoneta, en Harlem. “Estamos a fin de mes, por eso hay más gente”, dice Robinson. “Las ayudas sociales se reparten a principios de mes y por estas fechas suele haber más demanda”.
Los blancos representan un 45% de la población de Nueva York, pero solo un 8% de las personas sin hogar. Los afroamericanos suponen el 60%
La población más desamparada se concentra en la parte alta de la ciudad,entre Harlem y el Bronx, las zonas de mayoría negra y latina. Pese a que la población blanca representa un 45% de Nueva York, entre las personas sin hogar sólo llegan al 8%. Los afroamericanos suman casi el 60%.
Como Clyde Doggett, un septuagenario impoluto que tiene techo. El techo de su coche, un cupé blanco. Por el día, Doggett se coloca en lugares concurridos para vender su arte: cuadros de bares llenos y retratos de hombres ilustres del siglo XX. Por la noche se le puede ver dormido en el asiento del conductor, con la boca abierta y una gorra de visera tapándole los ojos.
O Jonathan Canso, padre soltero de 23 años que vive de los pasajeros del metro. Con una coleta breve tipo samurai, las sienes afeitadas y nombres tatuados en los antebrazos, Canso dice ser una persona organizada, con papeles, que busca empleo. El próximo lunes va a comenzar a trabajar en un Dunkin Donuts, cuenta. Canso tiene la relativa suerte de dormir con su hija de seis años en un albergue unifamiliar, una habitación con literas de Jackson Avenue, en el Bronx.
Alojamiento para todos por ley
Nueva York es la única ciudad de Estados Unidos que garantiza, por ley, alojamiento a todos sus habitantes, un derecho que lleva años en la línea de fuego de los alcaldes republicanos. La falta de financiación y de personal han dado a los albergues públicos una reputación tan mala que muchas personas prefieren apañárselas en la calle.
La oficina del Controlador de Nueva York, un equivalente local al Defensor del Pueblo, denunció las condiciones de los albergues en un informe que parece una novela de Charles Dickens. Más de la mitad de los albergues contienen“roedores, cucarachas u otras alimañas”, dice el informe, y el 87% están en malas condiciones materiales, con ventanas rotas, pintura desconchada o fugas de gas. 14 empleados del ayuntamiento están al cargo de supervisar las condiciones en las que viven 12.600 familias; es decir, 900 familias por cada trabajador social. Y luego la seguridad: hay edificios que no cuentan con ningún guardia y no hay forma de controlar quién entra o sale de las dependencias. 64 de los albergues examinados funcionan en violación de la ley, sin contrato escrito, lo cual impide exigir responsabilidades legales a los caseros.
La sensación de abandono llena el documento. En un caso, las autoridades colocaron a una familia con cinco hijos en un edificio que se había quemado parcialmente tres días antes. El olor a quemado, a humo y a cenizas era insoportable. A los niños les sangraba la nariz con frecuencia y a los pocos días el cabeza de familia, un asmático, tuvo que ser ingresado.
14 empleados municipales están al cargo de 12.600 familias: 900 familias por cada trabajador social
Otro problema es la violencia. Las ONGs recogen numerosas quejas de robos, agresiones y maltrato psicológico, a veces por parte de los propios guardias. Presionado por el informe del controlador, el ayuntamiento ha lanzado una iniciativa para limitar la violencia en los albergues, muchas veces ligada a los malos tratos familiares, y la policía va hacer una revisión completa.
Charmaine Lucas, de 48 años, lleva dos y medio viviendo en albergues del Estado. “Perdí mi casa durante el huracán Sandy”, explica a El Confidencial. Después de la catástrofe, la alcaldía colocó a los afectados en hoteles de cinco estrellas durante un año. A continuación Lucas y su pareja fueron instalados en un albergue de Brooklyn. “Estaba lleno de gente con problemas mentales; el baño compartido estaba siempre sucísimo y la casera no se portaba bien” recuerda. “Al final nos quitó hasta el microondas. No podíamos ni cocinar ni calentar una taza de té”.
La pareja pasó el verano siguiente en una habitación sin ventanas de Harlem. Ahora viven en un instituto reconvertido. Lucas espera noticias un apartamento subsidiado para personas que, como ella, perdieron su casa. Mientras, dedica su tiempo a enseñar a otros inquilinos a soportar la situación de los albergues.