LOS DOS DILEMAS DE LA
NORMALIZACIÓN: EL DE OBAMA Y EL DE CASTRO
Obama y Castro en La Habana, tras la conferencia de prensa mutua, el 21 de marzo de 2016
Por Jorge A. Sanguinetty | Miami | Diario de CubaCualesquiera que sean los motivos que llevaron al presidente Obama a iniciar el proceso de normalización de relaciones con el Gobierno de Raúl Castro, es importante tener en cuenta que su primer deber como presidente es velar por los intereses de EEUU, independientemente de que esos intereses coincidan o no con los de los cubanos. Aunque no se puede descartar que uno de los motivos sea el de mejorar las condiciones económicas y políticas de los ciudadanos en la Isla, es razonable postular que el objetivo principal de la normalización es tratar de evitar un derrumbe catastrófico de las ruinas que quedan de la economía cubana, provocando una invasión descontrolada de refugiados en EEUU. Por muchos años este ha sido el temor de los gobernantes estadounidenses a la luz de la historia de estos éxodos comenzando con el de Camarioca en 1965, seguido por el del Mariel en 1980, la crisis de los balseros de los años 90 y las emigraciones más recientes a través de América Central y del Sur.
La crisis crónica de la economía cubana mantiene a la mayoría de los cubanos en un estado permanente de incertidumbre en prácticamente todos los renglones de la vida diaria, lo que hace que la ciudadanía viva con un alto grado de dependencia de las decisiones del Gobierno, la base de su poder totalitario. A pesar de las reformas raulistas y del aparente aumento de los ingresos externos derivado del incremento del turismo americano promovido por Obama, la situación promete agravarse en la medida que se deteriora la economía venezolana, dado el alto grado de dependencia de las relaciones de Cuba con ese país.
Todo esto haría suponer que el Gobierno cubano debiera estar operando con un elevado sentido de urgencia y de diligencia para adoptar medidas que salven a Cuba de una crisis económica que pueda debilitar la estabilidad política del régimen. Sin embargo, el Gobierno de Raúl Castro ha sido muy cauto en la implementación de las reformas prometidas en los "Lineamientos" de hace cinco años. En este contexto, el levantamiento parcial o total del embargo americano a la economía estatal cubana vendría a resolverle un serio problema a La Habana, que así no tendría que proceder con toda la implementación de dichos "Lineamientos".
Lo interesante es que esta situación es parte del dilema que se le plantea al dictador cubano mientras le plantea otro al presidente Obama. El dilema de Castro es que ni puede dejar de resolver la crisis interna, ni puede liberar la economía a un grado tal que empodere políticamente a los cubanos. Al fin y al cabo la libertad es fungible. Los grados de libertad que el Gobierno permita para la actividad económica sirven también y de manera inseparable para que los ciudadanos se conecten más y mejor con otros cubanos y puedan oportunamente organizarse y ganar influencia y poder en espacios políticos desde sus nuevos espacios económicos. Es razonable suponer que el dictador lo intuye y tiene por lo tanto que procurar un punto intermedio entre dos extremos que pudieran engendrar crisis políticas de distintos tipos: si la economía no mejora la estabilidad política está en juego, pero si mejora mucho el Gobierno puede perder el grado de control que hasta ahora ha mantenido sobre la población.
Por otro lado, el dilema de Obama, que interacciona con el de Castro, consiste en cuánto liberar el embargo americano para conseguir un punto intermedio entre dos extremos: el de una liberalización insuficiente del embargo que no pueda evitar el colapso de la economía cubana o el de una liberalización excesiva que, sin reformas internas en Cuba que beneficien a los cubanos, acabarían fortaleciendo al régimen dictatorial a costa de los derechos civiles de los ciudadanos.
Nótese que los puntos intermedios de Obama y de Castro dependen uno del otro respectivamente; mientras menos libere Obama, más tendría que liberar Castro su economía para evitar una crisis y viceversa, mientras más libere Obama, menos tiene que liberar Castro la economía que controla.
Si tomamos en serio las declaraciones públicas de Raúl Castro prometiendo que su Gobierno "no cederá un milímetro" en materia de reformas internas, es de esperar que este juego de estrategia se incline a favor de Castro, ya que el gran temor americano al colapso económico de Cuba predominará sobre otros objetivos de la normalización, lo que empujaría a Obama a maximizar las concesiones a Castro reduciendo el riesgo de un nuevo éxodo de cubanos hacia EEUU. Se desprende que ese proceso terminaría minimizando los beneficios que Castro les permitiría a los cubanos disfrutar para que los mismos no se empoderen políticamente con base en su mejoramiento económico.
Se puede suponer que el Gobierno de Raúl Castro ha utilizado ese temor para presionar a EEUU hacia un levantamiento incondicional del embargo. Por lo tanto es razonable pensar que después de la nueva ola de concesiones americanas a la economía castrista y de la visita del presidente Obama a la Isla, Raúl Castro siga utilizando las preocupaciones en Washington para reducir el alcance de las reformas prometidas y continuar presionando a EEUU, exigiendo concesiones adicionales a cambio de detener la ola de emigrantes cubanos. En este punto debe tenerse en cuenta que las preocupaciones se originan en ambos partidos políticos norteamericanos, lo que se suma a los incentivos que tienen los congresistas en Washington, que representan en sus respectivos Estados, los intereses de las empresas exportadoras de alimentos a Cuba, más los de aquellos inversionistas que creen que hay nuevas oportunidades de negocios en la Isla.
En definitiva, el proceso actual de normalización es asimétrico, pues no incluye una normalización de las relaciones entre el pueblo cubano y el Gobierno castrista ni una apertura significativa de las relaciones directas de los ciudadanos cubanos con EEUU. El proceso es también asimétrico en cuanto a los temores de ambos gobernantes, pues Raúl Castro no teme tanto un éxodo de cubanos hacia EEUU como Obama. Después de todo el primero tiene más poder sobre su país que el segundo, por suerte para los americanos y por desgracia para los cubanos.