Carnival se suma al apartheid cubano
Carnival rechaza reservaciones, dice que la empresa no pone las reglas
¿Prohibirían viajar a negros, judíos u otros ciudadanos de EEUU si Cuba lo pidiera?
El barco Adonia de Carnival, con capacidad para 710 pasajeros
A partir de mayo, Carnival planea comenzar operaciones de cruceros entre Miami y Cuba.
Para lo único que no son discriminados los cubanos que residen en el exterior es para enviar remesas a sus familiares
Por Fabiola Santiago
Imaginen una línea de cruceros que no lleve a afroamericanos en viajes a África. O que no acepte reservaciones de judíos americanos en viajes a Israel. Que prohíba a una clase de ciudadano estadounidense mientras que dé acceso a otros. Ninguna compañía en los Estados Unidos contemporáneos sobreviviría una práctica de negocios tan discriminatoria. Pero eso es exactamente lo que está haciendo Carnival Corporation en complicidad con el gobierno cubano, y con la bendición del Tesoro de EEUU: prohibir el acceso de los cubanoamericanos a sus próximos cruceros a la isla, los cuales comenzarán el 1 de mayo.
“Están imponiendo leyes cubanas represivas a ciudadanos estadounidenses”, afirma María de los Ángeles Torres, respetada académica experta en Cuba y por mucho tiempo partidaria de las relaciones con Cuba y enemiga del embargo, quien es directora de Estudios Latinos y Latinoamericanos de la Universidad de Illinois en Chicago. “Es como si estuvieran trayendo aquí las leyes cubanas”.
Da la casualidad de que Torres es además cubanoamericana, enviada a Estados Unidos cuando era niña durante el éxodo conocido como Pedro Pan. Ella ha estado viajando a Cuba desde 1978 a visitar a su familia y para hacer investigaciones académicas. Pero, a pesar de todas sus credenciales como liberal, en la era de la reanudación de relaciones se le ha negado un pasaje en los cruceros de Carnival a Cuba.
“No hemos construido puentes para que otros vengan a cerrarlos”, me dice ella.
El website de Carnival Cruise Line hace sonar su canto de sirena: “Sean los primeros en ir de crucero a Cuba en más de 50 años. Visiten nuestra empresa hermana Fathom Travel y reserven su puesto ahora mismo”. No hay ni una sola mención de que los cubanoamericanos no podrán hacerlo. Creo firmemente en la libertad de viajar, de modo que llamé para reservar un crucero en octubre, con mi pasaporte estadounidense en la mano.
El itinerario promete un crucero de siete días con paradas y excursiones al interior en La Habana, Cienfuegos y Santiago de Cuba, y con todos los hierros del turismo. La única diferencia es que la “inmersión cultural” y actividades designadas de “intercambio entre los pueblos” son obligatorias, supuestamente por orden del Departamento del Tesoro. Y digo supuestamente porque la oficina de viajes de Cuba impone o aprueba los itinerarios. Ellos deciden con quién es que los viajeros “se relacionan”. La imposición de propaganda en su máxima expresión.
Eso es razón suficiente para no viajar a Cuba, pero yo seguí haciendo mi reservación con una agente de Fathom que alegremente tomó mi información personal, me puso en una lista de espera para una cabina con vista al océano por $2,470 y me aseguró que recibiría una generosa mejora de categoría si nadie cancelaba. Aun con semejante antelación, solamente había disponibles costosas cabinas con balcón ($3,150 por pasajero) y suites ($7,350 por pasajero). Las tarifas de puerto cuestan $283 adicionales por pasajero. Carnival y Cuba están haciendo una jugosa ganancia. La discriminación parece funcionarles muy bien.
Luego de que la agente me dijo que debía hacer mi depósito en 24 horas, hice las preguntas usuales que hace un consumidor: ¿Qué pasa si hay un huracán? Me devolverán el dinero o cambiarán mi reservación. Finalmente, llegamos al pasaporte. Cuando le informé que el pasaporte decía que yo había nacido en Cuba, ella me pidió que esperara un momento. Regresó a la línea para leerme un comunicado del departamento legal: “Las leyes cubanas actuales prohíben que personas nacidas en Cuba entren a Cuba por barco o cualquier otro vehículo marítimo, sean ciudadanos estadounidenses o no. Por esa razón, en estos momentos, Fathom no puede aceptar personas nacidas en Cuba”.
Y, en ese mismo momento, mi reservación fue cancelada.
El portavoz de Carnival, Roger Frizzell, me dice que la línea de cruceros se “limita a cumplir con las leyes establecidas. Hemos solicitado un cambio en esa política, que todavía no se nos ha concedido, pero nuestras esperanzas y nuestras intenciones son que podamos viajar con todos. Seguiremos teniendo conversaciones [con Cuba] y ese es el proceso por el que tendremos que pasar”.
Le pregunté si Carnival hubiera estado dispuesta a llevar cruceros a Sudáfrica durante la época del apartheid y no llevar a pasajeros negros porque esa era la ley.
Él repitió que Carnival cumple con las leyes de los países a los que viaja. Imagino que eso significa que la respuesta es sí.
Cuarenta y siete años en este país, 36 de ellos como ciudadana y votante estadounidense, y me prohíben viajar en un barco crucero de Estados Unidos porque así lo quiere Cuba.
Ahora sé cómo se sintieron los cubanos cuando llegaron al Miami de los años ’60 y encontraron carteles como éste en los apartamentos de alquiler: “No negros. No cubanos. No perros”. O no judíos.
Supongo que se puede considerar un progreso que por lo menos Carnival no ha aceptado prohibir la entrada a los afroamericanos ni a los judíos.
Algo precioso se pierde cuando un gobierno extranjero dicta qué tipo de ciudadano estadounidense puede viajar desde el Puerto de Miami.
Fabiola Santiago