Reseña:
En ‘Viva’ hay una estrella a punto de nacer
Héctor Medina, quien interpreta a Jesús, se convierte en 'drag queen' con el nombre artístico de 'Viva'.
Además de ser un híbrido estimulante entre realismo social y entretenimiento aspiracional para sentirse bien, “Viva” de Paddy Breathnach es una rareza desde su origen mismo: una película irlandesa narrada en La Habana, donde fue filmada con una mirada aguda en la falta de lustre de la ciudad bajo una luz tropical. Renueva una historia bien conocida con tanto corazón que uno se entrega a su encanto y la perdona por su descarada predictibilidad. Incluso el único giro importante en la trama es poco sorprendente. Al mismo tiempo, su retrato de La Habana, una ciudad empobrecida de arquitectura en ruinas, tiene una resuelta sagacidad neorrealista.
Su héroe, Jesús (Héctor Medina), es un estilista homosexual que sueña con convertirse en drag queen en el club nocturno donde peina a las escandalosas y peleoneras divas. Para llegar a fin de mes, este esbelto joven de buen ver y cejas depiladas también se prostituye junto con sus amigos. La única escena breve en la que se le ve atendiendo a un cliente no deja duda de que es un trabajo difícil y humillante.
Jesús, huérfano de madre y abandonado por su padre, vive en un barrio pobre bajo el cuidado de la estrella del club, una reina de los espectáculos travestis ya entrada en años, exigente pero cariñosa, a la que llaman Mama (Luis Alberto García). La ya de por sí existencia precaria de Jesús se complica aún más con la reaparición inesperada de su padre, Ángel (Jorge Perugorría), un exboxeador recién salido de prisión al que le gusta el ron y de quien se rumora que mató a un hombre. La reacción inicial de Ángel a la homosexualidad de su hijo y gusto por el travestismo es demasiado predecible: le da un puñetazo en la cara.
A diferencia de otros dramas en los que hay un padre machista y un hijo gay, “Viva” no hace hincapié en la hostilidad de Ángel para contar una larga historia de persecución y liberación. Este espasmo de violencia es más un acto reflejo que una expresión de odio arraigado.
Ángel, cuyo cuerpo está al borde de la decadencia, se lamenta enormemente por la forma en que ha vivido su vida. Sin preguntar, se va a vivir con Jesús y adopta una actitud de padre autoritario. Pero su machismo es más patético que amenazador. En lugar de acobardarse frente a su padre, Jesús se crece ante la situación. Tierno por naturaleza, ayuda y cuida de su progenitor, y es así como forman un tenso vínculo.
El guion de Mark O’Halloran humaniza a los personajes a tal grado que sus relaciones adquieren una dimensión que sobrepasa los estereotipos superficiales que a menudo encontramos en los dramas cargados sobre sexualidad y conflicto familiar. El Ángel de Perugorría, por ejemplo, es un triste remedo de hombre que ha vivido bajo un código que ha comenzado a fallarle. No conoce otra forma de ser que la de esconderse tras una fachada de bravuconería.
La interpretación de Mama de Luis Alberto García, quien le da refugio a Ángel si es necesario, le infunde nueva vida al estereotipo de la drag queen que ha sobrevivido y a quien han curtido los años.
Lo mejor de todo es el adorable Jesús, interpretado por Medina, quien es andrógino sin el estereotipado amaneramiento de las drag queens. Viva es su nombre artístico. También es un magnífico bailarín, que cuando tiene oportunidad de actuar, hace gala del carisma de una estrella nata.
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