PERROS SIN DUEÑOS ALREDEDOR DEL MUNDO

Por Michael Roston y Dulce Ramos —— The New York TimesPiensa en todos los perros que hay en el mundo: labradores, caniches y labradoodles; huskies, westies y dogos de Burdeos; pitbulls, spaniels y esos encantadores perros mestizos que van a la guardería canina. Si sumas a todos los perros mascota del mundo obtendrás una cifra aproximada de 250 millones.
Pero se estima que hay cerca de mil millones de perros en la Tierra. Los otros 750 millones no tienen collar antipulgas. Y por supuesto que no tienen dueños humanos que los lleven a pasear o levanten sus heces. Se llaman perros de pueblo, perros callejeros y perros de cría libre, entre otros nombres, y habitan los basureros y vecindarios de casi todo el mundo.
Pero eso no quiere decir que mantengan distancia de la gente.
Pedimos a los lectores de The New York Times en varios continentes que compartieran sus experiencias con esos perros. Algunos fueron rescatados; a otros, como apariciones, nunca más se les volvió a ver. Todos dejaron una fuerte impresión en quienes nos compartieron sus historias, y en nosotros también.
La India - Un vecino más
Como en cualquier ciudad de la India, en la mía, los perros callejeros son residentes importantes.
Mi hermano pequeño trajo una vez a la casa dos cachorritos callejeros a quienes llamamos Jimmy y Tomy. Tommy murió joven de rabia, pero Jimmy sobrevivió. Tenía un pelaje negro brillante y un carácter adorable.
Cada día, cuando yo regresaba del colegio, corría hacia mí moviendo la cola y saltando de alegría. Era amor puro. Se volvió parte de nuestra vida y parte de nuestras familias vecinas también. Iba a comer con un vecino, tomaba la siesta en el porche de otro y cenaba en su propia casa (la nuestra). Vivió una vida de perro cuasicallejero.
Por desgracia, también murió de rabia unos años después, y nos dejó con el corazón destrozado. Estos cachorritos callejeros están creciendo y serán los futuros Tommys y Jimmys.
—Soma Chowdhury
El perro callejero más consentido del mundo
Vivía en la India y en el vecindario tenía la reputación de cuidar a los perros callejeros. Un día, un amigo se encontró a una cachorra de dos semanas que había sido abandonada por su madre y estaba gravemente infectada con larvas. Tomé a la cachorra pensando que no lograría pasar la noche, con la intención de llevarla al veterinario por la mañana. El médico terminó dando un buen pronóstico, así que decidí acogerla hasta que le encontrara una familia. Las semanas se convirtieron en meses y no le había buscado con dedicación un nuevo hogar. Ya casi son tres años. Recibió documentos de viaje oficiales de la India e hizo el viaje de Mumbai a Chicago conmigo. Es la perra callejera más consentida del mundo. Incluso me hice un tatuaje con su imagen.
—Lauren Dean
Siempre hay un perro callejero
He pasado casi un año y medio en la India en varios momentos de mi vida. Cada vez hay un perro callejero. Durante un verano, en Delhi hubo uno llamado, de cariño, Bura Bhai, que se tumbaba afuera de la casa de la familia que me acogía y lloraba cuando te veía. Lo alimentaban los habitantes de la colonia. Había un montón de arena afuera de la casa y él se ponía cómodo encima de ella (como un pequeño rey). Recuerdo que una vez un hombre se detuvo y, mientras el perro lloraba, le preguntó amablemente en hindi: “Kya takleef hai?” (¿Qué te pasa?). Me emocionó escuchar que la gente hablaba con él puesto que amo a los perros y estaba aprendiendo hindi. Años después, cuando viví en Jaipur, conocí otro perro adorable que saltaba cuando me dirigía a casa y me acompañaba en el camino.
—Tali Datskovsky
Tayikistán - Prohibidos los rescates
Antes de que llegáramos, estaba firme. Sin importar cuántos animales tristes y abandonados viéramos, de ninguna manera iba a rescatar a alguno. Soy, probablemente, el mayor amante de los animales que conocerán jamás, así que llegar a esa conclusión fue difícil para mí. Teníamos tres mascotas sanas y jóvenes y no podía ponerlas en peligro de ninguna forma.
Pero entonces Soya vagabundeó por el patio correcto en el momento correcto. Llovía. Estaba lloviendo y estaba oscuro. Llegamos a la casa de un amigo y ahí estaba. Una pequeña cachorrita negra en la lluvia. Había seguido a la gente hasta el patio y se sentó ahí, temblando y con apariencia miserable.
No requirió de mucha persuasión. Al final de la noche estaba en nuestra casa. Para el fin de semana ya tenía nombre: Soya, que significa ‘sombra’ en tayiko. Ella es nuestra perra callejera permanente.
—Kristen Crocker
Venezuela - El perro más feliz del mundo
Conocí al perro más feliz del mundo: vive en la playa y no tiene dueño. Mi novia y yo le pusimos Lobito, pero al tiempo nos enteramos de que los moradores de Camurí, en la costa de La Guaira, le llaman Guasa. Debe tener sangre de pastor alemán, por su apariencia e inteligencia. Los visitantes de la playa y quiene alquilan los toldos le brindan sobras de comida, y nosotros cada fin de semana le llevamos alimento. Desde que lo conocimos se hizo mejor amigo de nuestra dálmata rubia Blondie y cada vez que nos acercamos a su hogar –una casa pobre frente al mar– corre a besarnos. A diferencia de otros perros solitarios y callejeros, Guasa o Lobito luce muy sano y feliz. Una vez pensamos traerlo con nosotros a la ciudad y adoptarlo. Pero quitarle el mar sería como quitarle el aire.
—Daniel Garrido
Amante del arte
Este es un perro muy culto, le gusta el arte. Vive en la Galería de Arte Nacional de Caracas, Venezuela, y es cuidado por los guardias del museo. Al llegar a la galería lo puedes ver en la entrada dándote la bienvenida.
Es un perro muy tranquilo, sociable y querido por todos. Por curioso que parezca, casi cada museo en Caracas tiene su propio perro callejero.
—Sandra Santini
México - Un guía muy recomendado
Mi novio y yo visitamos las pirámides de Teotihuacán, cerca de Ciudad de México. En camino a la más alta –la Pirámide del Sol– vimos un perrito negro dormitando en los escalones. Me detuve rápidamente a rascar su cabeza antes de que continuáramos. Cuando alcanzamos la cima y admiramos la vista impresionante, nos dimos cuenta de que el perro se había vuelto nuestra sombra. Nos siguió hasta la cima, se sentó cuando descansamos y bajó con nosotros. Para nuestro asombro, el perro nos guio entonces hacia la siguiente pirámide –la Pirámide de la Luna–. Cuando nos deteníamos, él se detenía. Cuando girábamos, el giraba. Cuando llegamos a la cima de la segunda pirámide sabíamos que debíamos tomarle una foto a nuestro peludo guía turístico.
—Carla Schaffer
Sudáfrica - Perro, playa y sol
Perro vivía en Llandudno, Ciudad del Cabo. El tipo de ciudad donde nadie quiere nada. Menos un perro grande y apestoso como Perro.
Perro era una especie de labrador y, a juzgar por su lento andar, quizá tenía diez años multiplicados por siete. Cuando estés en Playa Llandudno, lo verás de pícnic en pícnic, buscando un bocado. Nunca da afecto a cambio y parece totalmente ajeno al toque de unas manos. Perro es sordo a las estridencias de los niños jugando y le es indiferente oler traseros.
Solo parece ver los atardeceres. Por horas, Perro mira atentamente el camino del sol hacia las olas. Mira al cielo cambiar de azul a naranja, a rosa, a morado, a negro. Entonces se arrastra hacia una colina para esconderse entre las enormes casas, para volver al día siguiente.
—Leon Jacobs
Tailandia - Hacia donde van los cachorros
A finales de noviembre, un perro del vecindario parió una camada de siete cachorros bajo un árbol en mi patio. Su madre parió a una camada en el patio de al lado y su hermana, a otra a la vuelta de la esquina. A los pocos días, los cachorros empezaron a desaparecer por muerte, negligencia o porque se los llevaron a otra parte. La perra de mi patio cuidó de los cachorros que quedaban de las tres camadas.
Cuando los cachorros comenzaron a explorar y se volvieron una molestia, mi casera los puso en una bolsa y los llevó al lado de un templo budista a la vuelta de la esquina y no a un área donde los monjes podrían notarlos y atenderlos. Hay una fuerte rivalidad entre los perros de los monjes y estos.
Algunos fueron adoptados, pero la mayoría han muerto: han sido atropellados, muerto de hambre o han resultado heridos en peleas. Los perros que quedan deben hurgar en la basura.
—Rich Ambuske
Un nombre sencillo para una vida sencilla
Me dijeron que no me encariñara con ninguno de los perros en el laboratorio en el que viviría por un mes y medio. “Si no aparecen, seguramente será porque una familia tenía hambre”, dijo mi mentor y traductor, muy indiferente.
Por supuesto que, al ser una amante de los perros, ignoré su consejo y el perro, al que cariñosamente llamé Perro, empezó a vivir en mi pórtico por las noches después de vagar por los bosques y montañas del norte de Tailandia durante el día. No he sabido qué fue de este can tenaz, pero me gusta imaginar que aún está vagando por el bosque, atemorizando a quienes lo quieren cocinar, y siendo un perro libre y feliz.
–Becca Aceto
Argentina - ‘Si me esperás, te llevo conmigo’
Un domingo estaba jugando pádel y se acercó un perro, que huía de los guardias de seguridad que no quería su permanencia en el club. Al ver el gran parecido con un perro que yo tuve por 17 años, le dije: “Manti (el nombre del perro fallecido), si me esperás, termino de jugar y te llevo conmigo”. El can, que hoy se llama Benji, por su similitud con el perro taquillero, se sentó junto a mi bolso de paletas y esperó a que terminara el partido. Por su condición de callejero, lo que más me costó fue subirlo al auto ese día para transportarlo a casa y que no saliera corriendo ante la primera reja abierta. Hoy camina suelto por la calle, con la panza llena y el pelo suave. Confiado. Alegre. Me hace feliz.
–Elena María Barrandeguy
Turquía - Una ciudad que cuida de sus perros
Tenemos muchos perros callejeros. En el parque del vecindario viven unos 20 y otros en el sitio de taxis, donde los conductores les han construido refugios. La municipalidad los vacuna de manera rutinaria, los identifica y pone puestos de reciclaje en toda la ciudad en donde, a cambio de botellas vacías, se dispensa comida para perros. Generalmente los vecinos se hacen cargo de ellos. Incluso hay un grupo de Facebook donde podemos conocer lo último sobre nuestros perros del barrio.
Nuestra mejor amiga es Sofi. Nos sigue por varias horas cuando caminamos por la ciudad. Espera paciente si nos detenemos a almorzar o por un café. Si nos la topamos en el camino al trabajo, camina con nosotros a la estación del metro. No la alimentamos. Es solo una relación de afecto y compañía.
–Chiaki Yamamamoto
Uganda - La lección que me dio un perro
Al visitar la hermosa Uganda, me hice amigo de un perro callejero en Kisoro. Cuando llegué al lago, corrió hacia mi. Con su ladrido me llamó a seguirlo. Caminaba y de vez en cuando se paraba y miraba hacia atrás para ver si lo seguía. Repetía la operación, así que lo seguí. Se detuvo en un muelle a la vuelta de la esquina. Ahí me quedé y él se quedó a mi lado mordiendo mis agujetas.
Durante el viaje aprendí que la actitud hacia los perros en Uganda es diferente. Los habitantes desdeñan a los perros, pues los consideran una peste que mata a los pollos. Debido a que los pollos son parte indispensable de la dieta, esa visión se justifica. Como un occidental que creció con la idea de que los perros son la mascota perfecta para una familia, conocer este aspecto de la cultura ugandesa me cambió la perspectiva. Tener recursos en una familia para criar perros es un lujo que, aquellos que los tienen, no deberían dar por sentado.
–Kelly Hsu
Macedonia - Al basurero por las noches
Todo comenzó con Annie. Me enamoré de ella al llegar a una pequeña ciudad en Macedonia, donde comencé un periodo de dos años como voluntaria de los Cuerpos de Paz. Había muchos perros callejeros. Algunos eran cautelosos. La mayoría estaban sucios, flacos y tenían cicatrices de peleas o cojeaban por algún accidente. Pero ella vino directo a mí, puso sus patas en mis hombros y me empezó a hablar.
La llamé Annie y empecé a alimentarla. Me seguía en mis caminatas y, por la noche, volvía al basurero.
Entonces llegó otro perro. Joe. Luego otro cachorro negro.
Annie tuvo trece cachorros y casi muere. Solo uno de los perritos vivió más de dos meses. Todos los días yo alimentaba a cinco perros y a los gatos que aparecieran. Todos comían juntos. Lo único que querían era amor.
—Margery Rubin
Chile - Compañía lejos de casa
El Guatón. Recuerdo la primera vez que lo vi, hace dos años: llovía y la calle Álvarez, donde se encuentra la entrada al metro, parecía un pantano. Allí estaba, con carita feliz y moviendo la cola. Parecía una bola de lodo y pelos. Su imagen se hizo familiar, cotidiana, en mi silencio de emigrante. Me ha acompañado con sus ladridos roncos o con su mirada triste. Él está en la calle; yo, en un país extraño. Somos extranjeros en nuestra soledad y creo que ambos echamos de menos el pasado: él la casa donde vivió; yo, a Venezuela.
—Daniuska González González
La Habana - Vida de perros
“El mejor amigo del hombre”. Expresión de su miseria. ¿Cuántos amigos le quedarían si su carne fuese comestible?
Los perros vagabundos son sin duda un problema para la gente en La Habana. Pero mayor es el problema que los habaneros constituyen para los perros vagabundos. Inmersos como estamos en buscar remedio para nuestras propias carencias y dificultades cotidianas, no miramos hacia los lados, donde siempre hay alguien que está peor que nosotros. Así que mucho menos fijamos la atención en esos pobres animales abandonados, para los que algo tan elemental como beber agua potable representa ya un suceso fuera de su alcance.
Los perros vagabundos, por demás, pertenecen a la jurisdicción de los pobres, son componentes de su paisaje y expresión de su miseria y desaliño. Resulta imposible hallarlos entre la alcurnia del dinero y del poder político, digamos en los exclusivos repartos Siboney o Atabey, ni aun en las alturas de Kholy o del Vedado.
Con el mismo celo con que esos sitios han sido resguardados siempre de la gente de a pie, también se resguardan de los perros callejeros, feos, flacos, apestosos y llenos de insectos. La gente al menos sabe que aquello no es lo suyo y no se acercan, pero ¿cómo lo sabrán los perros? Lo único que cabe concluir es que se lo hacen saber a la brava, con métodos de “limpieza” preventiva.
Mientras, en los barrios humildes deambulan los perros como almas que lleva el diablo. Sus moradores son los únicos amigos que les queda al mejor amigo del hombre, aunque está por ver cuántos amigos les quedaría si la carne de perro fuese comestible.
En muchos casos ya ni perros son, sino esqueléticos transportes de ácaros y pulgas y garrapatas. El sustento más seguro lo encuentran en los basureros. Pues, aunque también suelen buscarlo en los alrededores de cafeterías, pizzerías y restaurantes, estos son lugares peligrosos para ellos, donde constituyen presencia no grata, por lo cual están expuestos al maltrato y a la aniquilación.
Es doloroso comprobar que, por perderlo todo, han perdido hasta el miedo, o quizás la noción del peligro, pues resulta común encontrarlos desafiando el tráfico en las calles, o echados, a veces durmiendo, en los lugares más riesgosos.
Sencillamente no tienen para dónde virarse. Conforman el último eslabón de la cadena en esta ciudad que con frecuencia nos recuerda el primitivo escenario de la ley del más fuerte, expuesto en la siempre sospechosa teoría de la evolución.
¿Quién ayuda a los perros callejeros de La Habana? Muy pocos ciudadanos (creo que cada vez menos) por iniciativa personal. Existe la no gubernamental Asociación Cubana de Protección a Animales y Plantas, cuya presidenta, Nora García, es una especie de Quijote que durante más de veinte años ha luchado contra los molinos de la indolencia general y la desidia oficial, sin contar siquiera con un cuerpo de leyes que la respalde en sus reclamos de sanciones para los maltratadores. Y es que, como ya se sabe, una sola golondrina no hace verano.
La propia Nora García lo resume con expresiones ponderadas: “Lo que sucede es que no es suficiente apelar a la sensatez y el buen corazón de la gente, y por ello la existencia de una legislación que tipifique las conductas violatorias hacia los animales y que permita erradicar, con sanciones, tradiciones culturales negativas que deforman la imagen de nuestra cultura, sería de gran utilidad”.
En una palabra, es cavernario que existan leyes y minuciosos controles para castigar a quienes disienten pacíficamente de la política oficial, mientras abundan los energúmenos que impunemente recogen a perros callejeros para que mueran destrozados en los entrenamientos de sus feroces perros de pelea.
Y es asimismo un actitud inhumana –cuando menos- mostrar indiferencia al ver que los perros de la calle enferman y mueren por montones, sin recibir atención médica, porque están obligados a beber aguas contaminadas, o por los constantes atropellos que reciben de parte de cobardes y salvajes personas. Eso por no contar que los perros mismos, sin pretenderlo y sin ser culpables, encarnan un peligro para sus “amigos” los humanos, al convertirse en focos de infección.
—José Hugo Fernández