De la Cuba de generales, doctores y comandantes a la Cuba ciudadana
57 años de república, 57 de revolución
Miguel Saludes | Cubanet
Con el arribo del 2016 en Cuba se cierran dos fases del período iniciado en 1902, cuando la Isla entró a formar parte del concierto de naciones independientes del mundo. Cincuenta y siete son los años que vivió la joven república hasta 1959, fecha que marca el triunfo revolucionario devenido en el régimen que llega ahora a una cifra similar en el gobierno.
La república que Carlos Loveira definiera como la Cuba de los Generales y Doctores, nacía tras un caos de tres décadas de guerras cruentas, destrucción y muerte, a punto de truncarse en un momento particular de la historia con la irrupción de una bisoña potencia norteamericana que pujaba por su lugar frente al poderío imperial europeo en franca decadencia. A pesar de este escenario adverso la Isla logró alzarse de entre las ruinas y amenazas para convertirse en república independiente, llevando a cuesta la herencia del largo estadio colonial y su legado de cosechas buenas y malas.
Quienes se esfuerzan en mostrar los logros de la era republicana, en su afán de ofrecer datos de superioridad, no dudan en incluir en el listado progresos verificados en la etapa colonial: Primer país iberoamericano en edificar cementerios aislados, primero en contar con alumbrado eléctrico, pionero en el uso de máquinas de vapor, el ferrocarril o utilizar la anestesia, aplicar vacunas y hasta la eliminación de las corridas de toro casi al término del siglo XVIII. Evidencia de que ninguna época, aún en sus peores momentos, resulta estéril.
El tiempo que se abrió con la independencia fue sumando prontamente hechos positivos y negativos. Los tonos grises o brillantes, según quien haga la memoria, se suceden en un corto tiempo de vida turbulenta, donde viejos vicios, nuevas ambiciones y males sociales se conjugaron contra el buen quehacer de gobiernos democráticos entorpecidos por la marca de personajes autoritarios y corruptos, a pesar de lo cual tampoco faltaron avances.
Sobresalen aquellos que señalan a Cuba por sus buenos resultados sociales y políticos: la implantación de la jornada de ocho horas, la sindicalización obrera, la pujanza del movimiento estudiantil, la concesión del derecho al divorcio, la Constitución del 40, los derechos de maternidad, la libertad de prensa, entre otros. Sin olvidar avances culturales y científicos en la educación, la medicina y las artes. De lo negativo no se puede soslayar la situación de pobreza en los campos, la descomposición política, desigualdades y otros males sociales que dieron pie a una Revolución aplaudida en sus inicios de manera mayoritaria, tras la interrupción violenta del proceso constitucional por el general Batista, el mismo que diera paso a aquella adelantada Carta Magna, en cuya redacción colaboraron todos los colores políticos de la nación y a la que él mismo prestó juramento en su día como presidente.
Con el triunfo revolucionario inicia el nuevo tiempo de los comandantes que a poco se convertirían en generales y dirigentes. Un período que se definió socialista, marxista y comunista pero que al final reveló la vaguedad de aquellos postulados que más bien se dedicaban a destacar la figura del Comandante en Jefe, líder por excelencia y referente por obligación. La restauración del camino constitucional se frustró con la instauración de un totalitarismo personalizado y el pretexto de las banderas socialistas. Un tránsito de horrores (fusilamientos, persecuciones, vigilancia extrema lindante con el espionaje, encarcelamientos, marginaciones, exilios) y errores (fundamentalmente económicos) en el que tampoco faltaron logros y aciertos.
El nuevo gobierno se propuso superar la pobreza heredada de más de 400 años de colonialismo, y una de las primeras medidas fue la Ley de Reforma Agraria. A esta siguieron otras legislaciones, entre ellas la campaña de alfabetización, que en poco más de un año convirtió a Cuba en el primer territorio libre de analfabetismo en América Latina. Avances en campos tan sensibles como el de la salud y la educación conforman un bloque que no puede ser ignorado cuando cifras oficiales indicaban que en 1959 solo había en el país caribeño 25 mil titulados, ausencia de escuelas para más de medio millón de niños, 10 mil maestros sin trabajo, una enseñanza media exigua y el 30 por ciento de ciudadanos que no sabía leer ni escribir.
No es extraño que realidades que aún son una aspiración o un reto para naciones vecinas como esperanza de vida en 78 años, baja mortalidad infantil, alta escolarización y la preparación de generaciones de cubanos crecidas en esos años tremendos de “Patria o Muerte” hayan recibido el reconocimiento de organismos internacionales. Estos certifican los logros omitiendo el déficit en otros renglones de la vida pública, como es el de las libertades de expresión o asociación. No fue por contingencia o por mera táctica que el Movimiento Cristiano Liberación, una de las organizaciones disidentes que consiguió un mayor nivel en la lucha por la democratización de Cuba a partir de su surgimiento en 1989, incluyera en su plataforma política la preservación de aquellos resultados de la Revolución amenazados de sucumbir por el descalabro del sistema. Se refería el documento opositor a los servicios de educación, salud y ciertos aspectos de justicia social que comenzaron a deteriorarse con el desplome del socialismo soviético, principal fuente de sostenimiento del régimen cubano.
El inicio del 2016 sorprende a los cubanos con nuevas posibilidades y promesas de cambios. Las relaciones recuperadas con el vecino del norte y movimientos internos que indican la entronización de mentalidades dispuestas a dar pasos a experiencias novedosas de cambios, seguramente predispuestas a retomar conceptos de mercado diferentes a los preconizados por la receta partidista de la vieja escuela, permiten avizorar el inicio de un nuevo ciclo. Por ahora se hace difícil predecir la proyección de esta nueva Cuba que se levanta. La diversidad de sus protagonistas, que incluye los últimos vestigios de la estirpe de comandancias guerrilleras, generales de escuela y tres generaciones nacidas en estas circunstancias, hacen difícil predecir el tiempo que tomará consolidar la etapa que recién comienza.
En esta nueva faceta de nuestra historia coincidente con el término de 114 años y un abanico de experiencias extraordinarias, absurdas, a veces únicas, pero al fin enriquecedoras, no aspiremos a libertades avaladas por gobiernos ajenos, por buenas que sean las intenciones, ni pretendamos medir los metros de avance por la aparición de símbolos del sistema de consumo como pudiera ser McDonald’s. Las libertades plenas y firmes son aquellas que se obtienen del trabajo interno de cada pueblo, sin imposiciones ni pactos comprometedores. En cuanto a los productos de marca que etiquetan una falsa visión de bienestar, ni tan sabrosos y mucho menos saludables, tampoco sirven para determinar el grado de libertad en una sociedad. En la nuestra sería mejor abogar por la recuperación de sellos que nos han identificado como nación a pesar de larga ausencia. La frita cubana, los refrescos Jupiña e Ironbeer, el sándwich o la pizza estilo cubana, darían mejor sabor de identidad al futuro al que aspiramos.
El número cincuenta y siete contiene muchas significaciones en las interpretaciones numerológicas. Cinco es libertad, cambio, movilidad y fuerza. A la vez frivolidad e inestabilidad. El siete signa espíritu y el misterio de la vida. Juntos revelan la escucha profunda del alma para que las interferencias del ego y del mundo material no permitan el desvío del camino recto hacia un proyecto determinado. El de los cubanos consistiría en construir una nación que recoja lo mejor de dos épocas diferentes, desde la lectura responsable de su pasado, para que no se reproduzca lo negativo de cada una de ellas, teniendo como meta la república de demócratas comprometidos, honestos y en disposición de servicio desde los valores de justicia, derechos y libertades universales.
La Habana. Pre-1958. Neptuno y Amistad, mirando a Roseland. (Foto de Internet)