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General: Marilyn Monroe confesó haber tenido sexo con mujeres
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet20  (Mensaje original) Enviado: 02/06/2016 16:55
  SEXO CON OTRAS MUJERES
 
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LO QUE MARILYN CONFESÓ EN EL DIVÁN 
Antes de suicidarse en 1962, Marilyn Monroe acudió durante 30 meses a psicoanálisis con el doctor Greenson. El diagnóstico: sexualidad insatisfecha, esquizofrenia, impulsividad... La obra "Marilyn, últimas sesiones" desvela todos sus trastornos a través de las conversaciones de la actriz con su terapeuta. Su autor, Michel Schneider, escribe para Magazine las razones que la llevaron a quitarse la vida.
  
Cuando muere Marilyn, el 4 de agosto de ?962, se señala de inmediato con el dedo a su psicoanalista, Ralph Greenson. Había sido la última persona en verla viva y fue la primera en encontrarla muerta. Era su voz la que escuchó el oficial de policía de guardia en la comisaría central, cuando una llamada telefónica procedente del barrio de Brentwood sonó a las 4.20 de la madrugada: "Marilyn Monroe ha muerto. Se mató".
  
Profesor de psiquiatría en la Universidad de California, Greenson es entonces una gran figura del psicoanálisis en Los Ángeles y está considerado como el psicoanalista de las estrellas y como la estrella de los psicoanalistas de Hollywood. Durante la investigación se le interroga y se le pide que explique la enfermedad psiquiátrica de Marilyn, que aclare el contexto de su misteriosa muerte, ocasionada por una sobredosis de sedantes. Pero desde el día ?7 de agosto la investigación apunta a un "probable suicidio". Greenson queda fuera de las pesquisas, aunque en torno a su responsabilidad o culpabilidad seguirán surgiendo todo tipo de rumores. La gente se sigue preguntando si su célebre paciente no habría muerto de psicoanálisis...
  
¿Qué hay de todo ello? ¿Cuál era la enfermedad de Marilyn y qué hizo su terapeuta para curarla? ¿Qué otra cosa hubiera podido hacer
 
Inmediatamente después de la muerte de la actriz, las conclusiones del Equipo de Prevención de Suicidios trazan el típico perfil de la candidata a matarse. "Vivía con miedos severos, con crisis y con depresiones frecuentes. La señorita Monroe había expresado a menudo su deseo de dejarlo todo, de abandonar su carrera e, incluso, de morir. En el pasado y en más de una ocasión, cuando estaba decepcionada o en fase depresiva, intentó suicidarse con sedantes. Pero cada vez que lo hizo, pidió ayuda y la socorrieron. Como la noche del 4 de agosto del 62, con la diferencia de que nadie la socorrió".
 
Marilyn se sometió a psicoanálisis durante su breve vida adulta. En 1960 inició con Greenson la que sería la última serie de las cuatro terapias que comenzaron en Nueva York, en 1954, y prosiguieron con Anna, hija de Sigmund Freud, en Londres, en 1956. Pero Greenson no realiza un auténtico diagnóstico sobre el caso de esta mujer profundamente enferma, a la que seguirá tratando durante 30 meses.
 
Lo que hace el especialista es subrayar los síntomas de paranoia y de reacción depresiva y le dice a un colega: "He descubierto en ella indicios de esquizofrenia. Tuvo una infancia atroz y, no sé si será verdad o mentira, pero ella habla de que fue sometida a abusos sexuales. Me llama profundamente la atención el contraste entre esta mujer extraordinariamente bella, quizás la más bella del mundo, y su alma inquieta y su sexualidad insatisfecha".
 
Lo único de lo que el psicoanalista está realmente convencido es que tiene ante sí un psiquismo frágil que en cualquier instante puede hundirse.
 
"La trato como a los esquizofrénicos: coloco en primer plano las necesidades y el trabajo psíquico de mi paciente y, en segundo plano, mis opiniones personales de terapeuta". Similar era también el diagnóstico realizado por Anna Freud: "Inestabilidad emocional, impulsividad exagerada, necesidad constante de aprobación externa, no soporta la soledad, tendencia a las depresiones en caso de rechazo, paranoica con accesos de esquizofrenia".
 
La raíz del mal. Greenson descubre antecedentes familiares psiquiátricos serios. Un padre "desconocido", consumidor habitual de heroína, una madre esquizofrénica hospitalizada a lo largo de toda su vida tras haber abandonado a Marilyn a los ?5 días, una abuela que, en un acceso de locura, intentó asfixiarla cuando era sólo un bebé, sus entradas y salidas de diversos hogares de acogida y orfelinatos, donde, a veces, sufrió abusos sexuales.
 
El psicólogo se sorprende sobre todo por el consumo de drogas de Marilyn. "Aunque tiene el aspecto de una toxicómana, no encaja en esta categoría". En efecto, a veces Marilyn dejaba de tomar drogas, sin por ello presentar los habituales síntomas de padecer el síndrome de abstinencia. Sin embargo, Greenson intenta apartarla totalmente de ellas, recomendándole regular su vida. Pero un día, Marilyn le hace ir al Hotel Beverly Hills para que le administre una inyección intravenosa de Pentothal o de Amytal. Y Greenson acepta y, después, declara: "Le dije que todo lo que ya se había tomado bastaba para tumbar a media docena de personas y que, si no dormía, era porque tenía miedo de sus sueños. Le prometí hacerla dormir con menos somníferos, con la condición de que reconociese que luchaba contra el sueño".
 
Otro síntoma de su enfermedad es que Marilyn hace gala de una sexualidad adictiva que no es más que la expresión de su malestar afectivo.
 
"Embellecer su cuerpo es, para ella, el principal medio de adquirir una cierta estabilidad y dar un sentido a su vida. Cuando se siente víctima de la angustia asume su papel de huérfana, de masoquista que provoca a los demás y hace todo lo posible para que la maltraten y abusen de ella. Su pasado está cada vez más fijo en los traumas que sufren los huérfanos. Esta mujer de 34 años sigue funcionando con la idea de que continúa siendo una niña indefensa", escribe Greenson.
 
Ante la gravedad de su estado, decide ocuparse a fondo de ella. La recibe todos los días, incluidos festivos; la autoriza a llamarle tanto de día como de noche; la acoge en su casa para comer o dormir; la lleva de vacaciones con su familia; le proporciona cuidados corporales y gestiona sus relaciones amorosas con Yves Montand, Arthur Miller, los hermanos Kennedy y Sinatra.
 
Finalmente, se convierte en el representante de su carrera, garantizando al estudio que pondrá fin a sus retrasos y desapariciones de los rodajes.
 
Avariciosa terapia. Greenson trata de reparar la falta de vínculos familiares y de amor materno que padece. Sin embargo, inspirado por la ambición de convertirse en el que ha curado a la mujer más famosa del mundo (aunque también por intereses económicos), su comportamiento chocará con la neutralidad y con la deontología de su profesión.
 
Esta influencia suscita hostilidad en Hollywood. "Se ha convertido para él en una inversión, y no sólo financiera. No sólo se ocupa de ella, sino que fabrica su enfermedad, que sea considerada como una desamparada. Hay algo siniestro en este psicoanalista que ejerce una mala influencia sobre ella", denunciaba el realizador Walter Bernstein.
 
Y sin embargo, la terapia continuó. Escuchar a Marilyn conduce a Greenson a concluir que su problema no es sexual, sino que se trata, sobre todo, de una especie de desorden de la imagen que tiene de sí misma. Es de esas enfermas que él llama "pacientes pantalla", creando una imagen que los protege contra otra verdad interior, más negra y mucho menos sostenible. En el caso concreto de Marilyn, Greenson cree que la "pantalla" era, en concreto, la pantalla del cine.
 
La atención a la estrella se fue tornando cada vez más intensa y caótica. El rodaje de Vidas rebeldes, durante el verano de ?96?, fue una catástrofe: depresión, comas médicos y hospitalización. "Ante todo, me esfuerzo por ayudarla a que deje de sentirse sola, para evitar que busque una salida en las drogas o frecuentando a personas destructivas. Es el tipo de terapia que se adopta con una adolescente que requiere consejos, afecto y firmeza".
 
Pero, poco a poco, el cuerpo de la mujer y de la actriz dejan de ser, para ella, refugio contra el terror de vivir. En su cuerpo ocupan todo el sitio las drogas y las enfermedades. "No quiero envejecer. Quiero ser siempre como soy hoy. Sigo sin saber actuar. En el momento en que mi cara no esté a la altura y, cuando mi cuerpo siga el mismo camino, entonces no seré ya nada. Nada en absoluto", dice ella.
 
Durante los últimos meses, el espacio que separaba al psicoanalista de la actriz cambia. Y Marilyn, que había seducido y manipulado por su sufrimiento real a sus maridos, amantes, amigos y terapeutas, ejerce sobre Greenson una fascinación especial. El propio Greenson le confiesa a Anna Freud: "Se ha convertido en una mujer paranoide y muy enferma. Puede usted imaginar lo difícil que es tratar a una actriz de Hollywood, a alguien que se encuentra completamente sola en el mundo, pero que, al mismo tiempo, es una gran celebridad".
 
Dependencia. Marilyn y aquel al que ella llama su "salvador" entran juntos entonces en lo que la psiquiatría llama una "locura compartida".
 
Intercambian sus ideales y cada cual asume los síntomas del otro. Ella, "la chica de las imágenes", se da cuenta, poco a poco, de que no será por su apariencia física como va a reafirmar su ser y como va a encontrar su salvación, sino por medio de las palabras grabadas en su historia y en su carne.
 
Él, el intelectual, se deja atrapar por su fascinación. Evita a los pacientes y pasa su tiempo en los pasillos de los estudios de la Fox, cediendo por una especie de complejo de Pigmalión. Pero, tras dos años de una enorme atención a la estrella, Greenson se cansa y huye a Europa.
 
Marilyn, abandonada, terminaría hundiéndose. Definitivamente. Murió dos meses después. Está claro que Greenson no mató a su paciente, pero tampoco le impidió morir. Su último psicoanalista le permitió vivir un poco menos mal… y un poco más tiempo.
 
  Sexo con otras mujeres
Santa Mónica, calle Franklin, finales de julio de 1962. Marilyn inició la sesión con estas palabras: –Doctor, tengo que decírselo. He encontrado una frase de Joseph Conrad que me cuadra y que resume lo que me pasa mejor que todas estas largas sesiones. "Estaba escrito que me mantendría fiel a mi pesadilla favorita". Es triste, pero tampoco tanto. La belleza nunca es triste. Pero hace daño. La belleza, no sé muy bien por qué, la asocio con la crueldad.
 
Luego, sin venir a cuento, se puso a hablar de sus relaciones con las mujeres.
–He tenido relaciones sexuales, doctor. Así era la cosa: oscura, cruel. Fría, distante.
Guardó silencio, como si prefiriera contemplar sus recuerdos en vez de explicarlos.
Las mujeres con las que se había acostado eran todas del mismo tipo que la primera, Natasha Lytess, la profesora de arte dramático que controlaba su carrera en 1950.
 
–¿A quién le recuerda la tal Natasha? –preguntó Greenson.
–No lo sé. Sí, sí que lo sé: a usted. ¡No diga nada! A usted porque ella es de origen ruso, como usted. Una intelectual, como usted. Unos 15 años mayor que yo, como usted. Cuando la conocí, acababan de despedirla de la Columbia, donde estaba contratada. Es curioso, me enseñó un oficio en el que ella había fracasado. Es un poco como lo que hacen ustedes, los psicoanalistas, que intentan curar a los demás de una enfermedad que en realidad es suya.
 
–¿Con qué otras mujeres ha dormido?
–Me he acostado, doctor, acostado. Aunque también he dormido con ellas a menudo, sin hacer nada. Fíjese, incluso a los 20 años, durante unas semanas, en casa de mi tía Ana, cuando albergué a mi madre, que acababa de dejar la residencia de San Francisco, dormí con ella en la misma cama. Pero con Natasha me acosté, sí. Con Natasha era otra cosa: había algo cortante en nuestras caricias, sentía que había en ella más odio que deseo. Y en mí también, ahora que lo pienso. Dijeron que yo era lesbiana. A la gente le encantan las etiquetas. A mí me hacen reír. Ninguna forma de la sexualidad es culpable cuando hay amor.
–¿Y las demás mujeres? ¿Eran actrices? ¿Y Joan Crawford?
 
–¡Ah, sí, Crawford! Una vez. Sólo una. Fue en una fiesta en su casa, estábamos muy a gusto. Nos lanzamos la una encima de la otra en su habitación. Crawford tuvo un orgasmo increíble. Gritó como una loca. La siguiente vez que nos vimos, ella quiso jugar el partido de vuelta, pero yo le dije que no me había gustado mucho hacerlo con una mujer. Después de eso, al sentirse rechazada, me cogió una manía tremenda. Al cabo de un año me eligieron para entregar un Oscar en la ceremonia de los premios de la Academia. Yo temía tropezar y caerme, o desaparecer cuando tuviera que decir mis dos frases. Conseguí no meter la pata, pero a la mañana siguiente, los periódicos publicaban una grosería dicha por Crawford: "La aparición vulgar de Marilyn Monroe fue una vergüenza para Hollywood. El vestido le iba demasiado apretado y movía las caderas de manera desvergonzada cuando iba a por el Oscar". ¡Maldita bollera! ¡En la cama mi culo no te parecía tan vulgar!
 
(Extracto de la novela "Marilyn, últimas sesiones", que está basada en las conversaciones de la actriz con su psicoanalista, Richard Greenson)
           Fuente El Mundo
 
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