Un privilegio para pocos
La leche, el queso o la mantequilla
son productos fuera del alcance del bolsillo común
Yogur producido por el Combinado Lácteo estatal (Foto Osmar Laffita)
Osmar Laffita Rojas | La Habana | Cubanet
Hubo que esperar cinco meses para que la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) diera a conocer la producción de leche del pasado año. Según el informe “Sector agropecuario, indicadores seleccionados” (enero-diciembre de 2015) en su apartado “Producción de leche fresca de vaca”, esta fue de 479 500 000 litros. Esa cantidad representó un déficit de 91 500 000 litros en relación a lo producido en el año 2014, que fue 571 000 000 litros.
No hay información de cuál fue el destino de esa producción de leche, pero se conoce que la mayor cantidad se utilizó como materia prima para para producir yogurt, queso, helados y, en menor cantidad, mantequilla y leche condensada.
Desde hace bastante tiempo los medios oficiales no informan acerca de la leche fresca que se destina para su distribución en las bodegas para niños menores de siete años. Se sabe que los menores en Cuba, luego de esa edad, dejan de recibir la ración regular de ese producto.
Por su parte, del suministro de leche a las Tiendas Recaudadora de Divisas (TRD) se encarga enteramente la empresa “La Estancia”, perteneciente al Grupo de Administración Empresarial (GAE) de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
En las TRD, el precio de un litro de leche es 2,40 dólares, el kilogramo de queso amarillo fluctúa entre 3 y 4,50 dólares, el yogurt, cuando aparece, hay que pagarlo entre 1,90 y 2,00 dólares el litro. Las bolsa de plástico selladas con capacidad para un litro cuestan 70 centavos de dólar.
Asimismo la mantequilla y la leche condensada de producción nacional, en los meses transcurridos del presente año, han brillado por su ausencia en las TRD. Y la poca cantidad que se vende es de importación. La lata de leche condensada cuesta 1,20 dólares, y los paquetes de mantequilla, 90 centavos de dólar.
El diario Granma publicó el pasado 20 de mayo un amplio trabajo de los periodistas Yudy Castro Morales y Eduardo Palomares, titulado “Industria láctea: con el peso de los años y otras carencias a cuestas”, en el que se analizaba el estado ruinoso en que se encuentra dicha industria. Dicho trabajo lo acompañan con un gráfico comparativo de las producciones de la industria láctea entre los años 2014 y 2015, donde aparece la producción en toneladas de leche fluida, yogurt, yogurt de soya, leche condensada, queso, mantequilla y helado, este último en galones.
La mayor producción reportada en el 2015 fue de leche fluida: 130 401 toneladas. De yogurt de soya se produjeron 148 800 toneladas; de yogurt de leche de vaca, 22 036 toneladas; de queso 17 293 toneladas; helados, 15 289 galones; leche condensada, 696 toneladas, y mantequilla 738 toneladas.
El yogurt de soya se vende de manera normada en las bodegas para los niños menores de siete años a un peso el litro. El helado a su vez se destina a la red de heladerías y su precio oscila entre cinco y doce pesos, de acuerdo a la cantidad de bolas de helado. Los restantes productos que elabora la industria láctea hay que pagarlos en dólares, pero no siempre los hay en las TRD.
Como contrapartida de la limitada producción de la industria láctea, que es incapaz de satisfacer la demanda, últimamente han proliferado pequeñas fábricas clandestinas que, sin los requerimientos sanitarios adecuados, producen yogur y queso blanco. La leche se la suministran los campesinos, porque el litro se lo pagan a mayor precio que el Estado.
Estos fabricantes ilegales de yogurt lo envasan en botellas plásticas de litro y medio y lo venden a un dólar. Por otro lado el queso blanco, que venden a dos dólares el kilogramo, es comprado principalmente por los dueños de pizzerías y cafeterías.
El consumo de productos lácteos en Cuba, por sus elevados precios, se ha convertido un lujo para unos pocos. La mayoría de los cubanos, que ganan como promedio algo más de 20 dólares mensuales, no pueden consumirlos. Otra muestra de las desigualdades existentes actualmente en la sociedad cubana.
El declive del ganado bovino en Cuba
El ganado bovino arribó a Cuba junto al primer gobernador general de la gran antilla, don Diego Velázquez, procedente de La Española a principios del siglo XVI. En la segunda mitad de ese siglo, al disminuir la producción minera la ganadería se convirtió en la principal actividad económica de la Isla y asumió su mayor crecimiento en la segunda mitad del XVII, cuando fue desplazada por la producción de tabaco.
Su punto de partida estuvo en la distribución de la tierra realenga, es decir del Rey, que comenzó a distribuirse entre los primeros colonizadores, quienes fueron confirmados como dueños a partir del año 1520. Así, durante la colonia casi todas las villas cubanas se dedicaron a la cría extensiva del ganado y a su comercialización, incluyendo el comercio de contrabando con otras islas del Caribe, como ocurrió en San Salvador de Bayamo y la villa de la Santísima Trinidad.
Durante el siglo XIX el crecimiento del ganado recibió un impacto negativo con las tres décadas de guerras independentistas entre 1868 y 1898. Durante la república, fundada en 1902, la producción de carne y de leche bovina creció paulatinamente en provincias como Camagüey, a la vez que se instalaron fábricas cubanas y extranjeras en varios puntos del país, como las de la compañía suiza Nestlé en Bayamo y Sancti Spíritus. Según el censo realizado en 1946, en Cuba había 4.116 millones de cabezas de ganado vacuno y una población que no superaba los 5,5 millones de personas.
La ganadería y sus derivados constituyeron hasta la década de los años 50 una de las principales fuentes de ingreso de la economía nacional. Sin embargo, a partir de 1959, con la estatización de la mayor parte de las tierras y la salida del país de los ganaderos más experimentados, se produjo un deterioro progresivo que se mantiene hasta la actualidad.
En 1958, cuando la producción de carne vacuna y de leche era la segunda actividad económica agrícola después de la caña de azúcar, la cantidad de ganado vacuno y de habitantes observaban cifras similares (unos seis millones en ambos casos); es decir, la proporción de cabezas de ganado por habitante, en los 12 años que separan a 1946 de 1958, se elevó de 0,74 a 1,0. Un ritmo de crecimiento que, de haberse sostenido, hoy la cifra estaría alrededor de 11 millones de cabezas de ganado. Sin embargo, ocho años después, en 1967, el Control Nacional de Registro Pecuario reportó más de siete millones de cabezas de ganado, cuando la población era de 8,2 millones, lo que arroja un descenso de 1,0 a 0,87 cabezas por habitante.
En ese momento, imbuido de un voluntarismo extremo, empeñado en convertir a Cuba en la Suiza de América —olvidando que antes de él, cuando un político cubano había expuesto un proyecto de agricultura con similares objetivos, Orestes Ferrara preguntó ¿Con cuántos suizos cuenta usted para sacar adelante su proyecto?— el líder de la revolución decidió someter el ganado bovino a un desacertado cruce genético.
La raza Holstein, de alta productividad lechera, se cruzó con la raza Cebú, gran productora de carne. El objetivo del cruce era crear una nueva raza capaz de producir al mismo tiempo abundante carne y leche. Con ese fin se importaron miles de novillas Holstein, sementales y semen congelado de Canadá, se creó una organización nacional que formó un ejército de técnicos en inseminación, se creó un sistema de vaquerías dotadas con ordeño mecánico y aire acondicionado. Sin embargo, el mayor acceso de la población a la leche dependió, durante diez años, del programa de alimentos de las Naciones Unidas, que suministró leche gratuitamente.
El resultado de los cruces fue un animal físicamente débil, proclive a muchas enfermedades y sin valores productivos en carne y leche, lo que unido al desinterés que generó la estatización de la propiedad agrícola, la incapacidad administrativa, los salarios insuficientes, las prolongadas sequías, las miles de hectáreas de tierra invadidas por plantas indeseables como el marabú, generaron el declive de la producción ganadera, agudizada por la pérdida de las subvenciones del desaparecido campo socialista.
Para recuperar la producción, en noviembre de 1997 se promulgó el Decreto Ley 225, el cual, al margen de las causas esenciales del declive, se concentró en las medidas represivas. Entre ellas: multas de hasta 500 pesos al tenedor de ganado que se le perdiera un animal; prohibición al "dueño" para sacrificarlo y disponer de su carne; multas y penas de hasta de tres años de privación de libertad si el propietario no declaraba los terneros nacidos en los 30 días posteriores al parto, por tenencia ilegal de ganado; la obligatoriedad de vender los animales solo al Estado, a precios determinados por este; y si era hembra solo podía matársele si el animal sufría un accidente. Esto último explica que algunos dueños provoquen accidentes de sus reses como pretexto para sacrificarla.
Según datos ofrecidos por el fallecido economista Oscar Espinosa Chepe, al cierre de 2010 el ganado vacuno tenía 3.992.500 cabezas, un 2,5 % superior al año anterior, pero por debajo de los 4,1 millones existentes en 1990, y mucho menos que los 7,2 millones en 1967. Mientras la cifra aproximada de cuatro millones de cabeza de ganado, con una población de unos 11,2 millones, arroja 0,35 cabezas de ganado por habitante, la peor en los últimos cien años.
Para empeorar la situación, a principios de 2016 la prensa oficial informó de la muerte de miles de cabezas de ganado por falta de comida y de agua. A ello se une los miles de animales que son sacrificados ilegalmente. Solo por esa causa en 1988 se reportó la pérdida de 48.910 reses. Lo que se contradice con que, en 1958, cuando el productor tenía toda la libertad para disponer de sus animales y el consumo no estaba racionado, no se exhibía el sacrificio ilegal de forma generalizada. Como ocurre ahora. Ese deplorable cuadro de la ganadería nacional obliga a erogar cada año sumas millonarias para comprar en el exterior lo que se puede producir en Cuba. Entre 2006 y 2009 esas compras alcanzaron 737, 4 millones de dólares, sin contar las erogaciones para adquirir mantequilla y otros derivados.
El resultado es que Cuba, con condiciones climáticas excepcionales para la crianza de ganado, con la estatización de la agricultura no solo no garantiza la carne de res para la alimentación de la población, sino que ha devenido importador de leche y de sus derivados.