El avance de Trump abre un debate global sobre el fascismo

Un mural en la capital lituana, Vilnius, ilustra con humor la relación entre Trump y el presidente de Rusia
Por Peter Baker — Washington — The New York Times — Read in EnglishLa comparación fue, cuando menos, provocadora.
El exgobernador de Massachusetts William F. Weld equiparó el plan de inmigración de Donald J. Trump con Kristallnacht, la noche de los cristales rotos cuando grupos de nazis enfurecidos mataron a muchos judíos y destruyeron sus hogares y negocios en Alemania.
Sin embargo, esta analogía provocadora no ha sido la única. La campaña de Trump ha generado acalorados debates acerca de los motivos de su atractivo y advertencias por parte de analistas de derecha e izquierda sobre el posible ascenso del fascismo en Estados Unidos.
Sus críticos más vehementes han vinculado a Trump con Adolf Hitler y Benito Mussolini.
Entre sus partidarios se considera que tales comparaciones son tácticas sucias usadas para desacreditar a los conservadores y asustar a los votantes. Para el statu quo del que participan ambos partidos, sacudido por el ascenso de Trump ,es más fácil deslegitimar su apoyo que reconocer el enfado extendido por la sociedad ante el fracaso de ambos partidos para resolver los desafíos a los que se enfrenta el país.
No obstante, la discusión se amplía conforme salen a flote preguntas en todo el mundo acerca del renacimiento del fascismo, generalmente definido como un sistema de gobierno que mantiene un control total sobre la sociedad además de enfatizar un nacionalismo agresivo y, a menudo, el racismo. En lugares como Rusia y Turquía, líderes como Vladimir V. Putin y Recep Tayyip Erdogan aplican estrategias basadas en la imposición. En Austria, un candidato nacionalista estuvo a tres décimas de convertirse en el primer jefe de estado de extrema derecha electo en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
En Hungría, un gobierno autoritario ha aplicado restricciones a los medios de comunicación y erigido alambre de espino para evitar que los migrantes entren en el país. Los partidos tradicionales en Francia, Alemania, Grecia y algunos otros países han sido puestos a prueba por los movimientos nacionalistas en medio de una crisis económica y olas de migrantes. En Israel, las analogías con el fascismo de un exprimer ministro y un importante general han exacerbado de nuevo el prolongado debate acerca de la ocupación de los territorios palestinos.
“La crisis de 2008 mostró cómo la globalización genera tanto perdedores como ganadores”, opinó Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “En muchos países, los salarios de la clase media están estancados y la política se ha convertido en una batalla por un pastel cada vez más reducido. Los populistas han reemplazado la competencia entre los de derecha e izquierda en una lucha entre élites cosmopolitas y nativistas molestos”.
Tal divergencia quizá no lleve a una duplicación de Europa en la década de 1930, pero ha echado leña al debate sobre la política mundial. En ocasiones, hay una tendencia a intentar acomodar los movimientos actuales en constructos comprensibles —algunos se refieren a los grupos terroristas en el Medio Oriente como islamofascistas—, pero los académicos afirman que el espectro incluye el nacionalismo de derecha, la democracia intolerante y la autocracia populista.
“En el ámbito mundial, la situación que se vive en muchos países es el estancamiento económico y la llegada de inmigrantes”, opina Robert O. Paxton, catedrático emérito en la Universidad de Columbia y uno de los estudiosos más destacados del fascismo. “Es un gancho al hígado que los gobiernos democráticos han tenido problemas para manejar”.
Trump rechaza las etiquetas usadas por personas como Weld, un antiguo republicano que ahora está montando una quijotesca campaña para vicepresidente, presentándose como libertario.
Los estadounidenses están acostumbrados a la idea de que otros países puedan ser vulnerables a este tipo de movimientos pero, aunque figuras como el Padre Charles Coughlin, un demagogo de la radio, tuvieron muchos seguidores en la década de 1930, ninguno de los partidos principales había nominado alguna vez a alguien como Trump.
“Este podría ser uno de esos momentos un tanto peligrosos que recordaremos y nos hará preguntarnos por qué fuimos tan indiferentes en el momento en que pudimos haberlo detenido”, afirmó Robert Kagan, académico en Brookings Institution, conocido por su fervorosa defensa del internacionalismo.
Kagan hizo sonar la alarma el mes pasado con un artículo de opinión en The Washington Post bajo el título “Así es como el fascismo llega a Estados Unidos”, que llamó mucho la atención. “He recibido varias respuestas positivas de republicanos conservadores”, declaró Kagan. “Hay muchas personas que están de acuerdo con esta idea”.
Las comparaciones con el fascismo no son nuevas en la política estadounidense. Sin embargo, con Trump, estas comparaciones han ido más allá de lo periférico y se han colado en el debate público tanto en Estados Unidos como en el extranjero.
El presidente de México, Enrique Peña Nieto, criticó los planes de Trump para construir un muro en la frontera y prohibir a los musulmanes entrar a Estados Unidos. “Así llegó Mussolini y así llegó Hitler”, comentó. El actor George Clooney llamó a Trump “un fascista xenófobo”. Louis C. K., cómico, dijo: “El tipo es Hitler”.
Trump ha proporcionado una gran cantidad de munición a sus críticos. Tardó en condenar la supremacía de la raza blanca de David Duke y habló con aprobación sobre golpear a los manifestantes. Ha alabado a Putin y ha prometido que serán amigos. No condena a sus partidarios cuando atacan de manera antisemita a los periodistas. En cierto momento Trump hasta retuiteó una cita de Mussolini: “Es mejor vivir un día como león que 100 años como oveja”.
Cuando Chuck Todd le preguntó en el programa de la NBC “Meet the Press” sobre este retuit, Trump restó importancia al origen de la cita. “Sé quién lo dijo”, respondió. “Pero, ¿qué diferencia hay entre si fue Mussolini o alguien más?”.
¿Quiere que lo asocien con un fascista?, inquirió Todd.
“No”, contestó Trump. “Quiero que me relacionen con citas interesantes”. Agregó: “Y ciertamente, llamó tu atención, ¿verdad?”.
Los aliados de Trump descalifican las críticas, que perciben políticamente motivadas e históricamente dudosas. El exportavoz de la cámara Newt Gingrich, que ha dicho que consideraría ser el compañero de fórmula de Trump, declaró en una entrevista que se sentía “muy ofendido” por lo que llamó comparaciones “totalmente ignorantes”.
“Trump no tiene una estructura política en el sentido en el que la tenían los fascistas”, opinó Gingrich, quien alguna vez fue profesor de universidad y obtuvo su doctorado en Historia Moderna de Europa. “No tiene el tipo de ideología que ellos tenían. No ha organizado ninguna unidad que se parezca a las filas nazis. Es pura basura”.
Más allá de Hitler y Mussolini, el fascismo puede ser difícil de definir. Desde la Segunda Guerra Mundial, solo figuras marginales se han identificado abiertamente a sí mismas de esta manera. En el discurso político moderno, la palabra se usa como un epíteto. Incluso Hitler y Mussolini fueron elásticos en sus filosofías políticas mientras llegaban al poder; Mussolini comenzó en la izquierda.
Charles Grant, director del Centro para la Reforma Europea en Londres, distinguió entre los partidos nacionalistas de extrema derecha, como el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, y el fascismo real.
“Históricamente significa la demonización de las minorías en una sociedad al extremo de que se sientan inseguras”, explicó. “Significa motivar el uso de la violencia en contra de los detractores. Significa una política exterior belicosa que pueda llevar a la guerra, que incite un sentimiento nacionalista. Lleva la xenofobia a sus extremos. Y es desdeñoso del orden liberal basado en la ley”.