Milton Hershey y su esposa, Catherine Sweeney, con quien planeó ir a Cuba.
Cien años de la presencia de Hershey en Cuba
Miguel A. Sabater - El Nuevo HeraldLos que conocieron el central Hershey en Cuba y hoy contemplan las ruinas de ese portento industrial, les cuesta sobreponerse al estupor. Lo que fue uno de los centrales más eficientes de la isla, incluso el primero en ser provisto de una refinería de azúcar, hoy es una mole de hierros desarticulados.
La historia de este central ubicado en Santa Cruz del Norte, entre la capital y Matanzas, y su batey nada común comenzó en 1916 con la primera visita a Cuba del empresario norteamericano Milton S. Hershey, hace 100 años.
Hershey fue, además de notable empresario, un filántropo. Su vida, que ilustra la aventura de un hombre tocado por las virtudes de la acción y la perseverancia, constituye un paradigma.
¿Quién fue este hombre al que millones de personas solo asocian con la marca de una simple barra de chocolate? Fue un espíritu gigante.
La Habana, azúcar para chocolates
Hershey llegó a La Habana con su madre, Fannie Snavely, y una amiga de ella, Leah Putt. Ambas se hospedaron en un apartamento de la capital y Hershey lo hizo en el Hotel Plaza, donde durante un tiempo, antes de instalar sus oficinas del central, fijó su residencia cuando estaba en Cuba. Mientras la madre y la amiga paseaban al antojo de sus curiosidades y preferencias por la capital, Hershey andaba impresionado por la parte vieja de la ciudad.
Cuando salió a las afueras quedó maravillado por los campos de caña. Su vista no alcanzaba a verlos terminar. Las cañas se perdían del otro lado del horizonte, y esta experiencia no solo fue reconfortante por la pérdida de su esposa Catherine, sino también decisiva en el futuro inmediato de su carrera empresarial.
Debido a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, a Hershey se le presentaban dificultades en el suministro de azúcar para sus grandes producciones de chocolate. Su madre era una persona determinante en las resoluciones de Hershey, y le sugirió que comprara un ingenio en Cuba para suministrar el azúcar necesaria para su industria. Después que Fannie se fue de Cuba, Hershey quedó viviendo en el Hotel Plaza. Allí, cenando con un amigo, le contó sus proyectos, y a la mañana siguiente ambos fueron al campo a buscar el central que el norteamericano necesitaba. Recorrieron gran parte de la zona costera de Matanzas, pero se interesó especialmente por el pequeño puerto de Santa Cruz del Norte. Le pareció ideal comprar campos en sus inmediaciones para construir un central que tuviera garantizada la entrada y salida marítima de sus productos. No lo consiguió. Nadie quiso vender sus fincas. Pero continuó explorando la zona y llegó a la colina que rodea Santa Cruz del Norte en cuya cima observó el panorama del pequeño pueblo a orillas del Atlántico, y decidió que ese podría ser el lugar. Y lo fue.
El central y pueblo de Hershey
Por entonces todo lo que había allí era una manigua con algunos bohíos y estancias. Nadie que hubiera visto aquella maraña de árboles se le ocurriría pensar, y mucho menos creer, que sobre ese suelo se edificaría una notable comunidad social e industrial. Hershey adquirió las tierras necesarias para realizar su empresa, y en lo que canta un gallo empezaron a llegar, por el puerto de Santa Cruz del Norte, los materiales para hacer el central. Pronto se vio a un grupo de hombres talando árboles, sacando piedras, nivelando los terrenos y concibiendo los primeros proyectos de urbanización. Comenzaron a verse las primeras instalaciones donde Mr. Hershey produciría su azúcar, los cimientos de las viviendas y los rieles del camino en el que se movería su ferrocarril.
Después de tantos años de penuria y choques con la realidad, en los cuales Hershey cayó y se levantó, toda la buena suerte del mundo estaba con él. Necesitaba un manantial que surtiera de agua su central, y halló un río oculto entre arboledas, que algún tiempo después se convertiría en un atractivo sitio de recreación conocido como los Jardines tropicales del central Hershey. Sus cristalinas aguas corrían apacibles entre hileras de palmas y grandes helechos, y Hershey acabó de embellecerlo plantando árboles exóticos traídos desde Estados Unidos.
En 1918 el central quedó terminado en su primera fase. Al año siguiente hizo su primera molienda. En 1920 molió 149 toneladas de caña, y en 1926 se inauguró la refinería de cuya azúcar se dice que se proveyó la Coca Cola.
Al mismo tiempo que se construía el central, se urbanizaba el entorno para facilitarles viviendas a sus empleados, cuya línea constructiva mantuvo al estilo de su territorio natal, Pennsylvania. Más de 200 casas de madera con techos de dos y cuatro aguas y otras de mampostería recubiertas con piedras y techos de tejas adornadas con atractivas chimeneas, fueron construidas dinámicamente para ser habitadas de acuerdo con la categoría de los empleados. Además se fabricaron barracones de mampostería y piedra para hombres solteros o peones transitorios de diversas nacionalidades.
Hershey hizo diseñar las calles en cuyos laterales se sembraron árboles y crearon jardines. Hizo un campo de golf, otro de béisbol, un hotel, sus oficinas, una escuela pública, una clínica para sus empleados y familiares, una planta eléctrica para abastecer a la comunidad de energía, un teatro y centros comerciales como farmacia, bodegas y carnicerías que, con el ferrocarril, con más 250 km de vías férreas y que sirvió como medio de transporte fundamental, proveyó a sus habitantes con las instalaciones necesarias para que vivieran en un ambiente adecuado.
Hershey no dejó de preverlo todo. Para la época de tiempo muerto en que no había zafra, construyó una planta eléctrica, otra de aceites vegetales y una desfibradora de henequén para que sus empleados pudieran seguir trabajando.
El pintoresco pueblo de Hershey trascendió las colinas de Santa Cruz del Norte, comenzó a hablarse de aquella suerte de paraíso más allá del mar, y fue visitado por numerosas personas de diversas categorías sociales. Notables hombres de negocios, artistas y turistas se hospedaban en su hotel y paseaban por el pueblo donde también asistían al campo de golf cuyos caddies, muchachos de 13 y 14 años adecuadamente uniformados, eran hijos de trabajadores.
La vida en el batey del central Hershey transcurría amenamente para todos a pesar de las diversas categorías sociales que habitaban en él. Las familias encontraban opciones para su diversión yendo al cine del pueblo, al parque infantil, a los jardines tropicales, al campo de golf o al estadio de béisbol, a la playa cercana, a las funciones que ofrecía el teatro o las retretas de la Banda de música de Hershey. Se organizaban verbenas y ferias. Las celebraciones religiosas se realizaban los domingos en La Glorieta mediante un altar que improvisaban los devotos del batey.
Hershey llegó a adquirir otros centrales y tierras. En uno de ellos, El Rosario, construyó una escuela para huérfanos, la cual tuvo el mismo propósito que la Milton Hershey School en Pennsylvania. En ella proyectó hacer un pequeño central para entrenar a los niños que estudiaban modos de cultivos agrícolas, no solo el azucarero, con métodos avanzados.
Cuando estaba en Cuba, Hershey vivía en su propia oficina, provista de un baño y un pequeño dormitorio.
La familia Hershey
En 1826 Isaac Hershey llegó a Hockersville procedente de la parte alemana de Suiza, donde construyó una casa de piedras para vivir con su esposa Ana en una granja del poblado de Derry Church en el condado de Dauphin, Pennsylvania, entre cuyos descendientes figuró Henry Hershey, el padre de quien sería el notable empresario norteamericano.
Treinta y un año después, el 13 de septiembre de 1857, nació Milton en aquella vieja casa familiar. Era fuerte y saludable, y desde pequeño se le vio trabajando entre los granjeros en los diversos quehaceres de la hacienda.
Debido a sucesivos cambios de domicilio familiar, en 1870, con 13 años de edad, Milton Hershey había dejado seis o siete escuelas; y su madre, lo introduce en la imprenta de Sam Ernest en Pequa Creek, donde el muchacho trabajó sin problemas hasta que dejó caer una caja de caracteres, por lo cual fue reprendido de mala manera por el propietario. Milton se vengó graciosa e ingenuamente echando el sombrero del señor Ernest en la prensa, y lo expulsaron. La madre de Hershey, que fue determinante en la formación y orientación de su hijo, modifica el curso de su vida y lo emplea en la cremería de Joe Royers, acercando al futuro confitero al medio industrial y comercial donde años después sería un emblema.
Durante los primeros tiempos el señor Royers lo utiliza para realizar labores pesadas; pero, una vez más, la señora Fannie interviene y logra que Royers lo coloque en la cocina, donde, se convierte en una especie de mano derecha del dueño. Pero la señora Hershey insiste en que su hijo cree un negocio propio para hacer confituras. Y en 1876, con 19 años, Milton va a Filadelfia acompañado de su tia Matiie con $150 que ella le había prestado más sus ahorros.
En Spring Garden 935, en una pequeña casa de ladrillos que Heshey adquirio, instaló una pequeña fábrica de caramelos. Y poco tiempo después, participo en la Exposición del centenario de Filadelfia, en la que, a pesar de su modesta empresa, y con una inquebrantable dignidad, vendió sus caramelos a los visitantes y les ofreció tarjetas para presentar sus productos. Seis años estuvo el joven Hershey yendo y viniendo en un coche tirado por un mulo por las notables calles y los arrabales de Filadelfia vendiendo sus productos, en una de cuyas ocasiones se le volteó el coche con todos sus productos; hasta que se le acabó el dinero para pagar el alquiler de la fábrica.
En 1883 se encuentra en Nueva York; acaba de colocarse en el establecimiento comercial de la Casa Huyler, afamados fabricantes de confituras. Pero le seguía corroyendo la obsesión de crear un negocio, y comienza a hacer melcochas nada menos que en la cocina de la casa de huéspedes donde habita, para lo cual usa clandestinamente el vapor de una tintorería de chinos colindante. Pero ni el trabajo en la confitería de la notable Casa Huyler ni las abaratadas melcochas llenaron sus expectativas. Y se va a Lancaster, un sitio providencial en la vida del joven Hershey, donde conoce a un inglés que le sugiere hacer caramelos en cantidades industriales para exportarlos a Inglaterra.
Hershey no sabía entonces que esta peregrina idea lo pondría a las puertas de una definitiva y brillante carrera empresarial.
Influenciado por la subyugante sugerencia del inglés, se le ocurre ir a un famoso banco metropolitano, donde solicita un préstamo de $250,000 para emprender su empresa. Y por esas cosas tremendas de la vida, se los ofrecen.
Desde entonces, la empresa de Milton Hershey ya no tendría más obstáculos. Volvió a fabricar caramelos. El dinero que ganaba lo revertía en su industria. Fue agregando pisos a su fábrica, compró locales, y cuando sus instalaciones fueron demasiado grandes para una ciudad como Lancaster, buscó otros sitios para la producción en Pennsylvania, donde adquirió antiguas textileras y cambió la maquinaria por calderas, creó sucursales en Nueva York y Chicago…, y su carrera ya no tuvo fin.
En 1894 los productos de Hershey se exportaban a Japón, China, Australia y Europa. El capital del consorcio en acciones en aquellos tiempos ascendía a la considerable cifra de $600,000 con ganancias que generaban un millón al año. Pero la idea dominante de Hershey, era la de fabricar chocolates. Desde 1893 había ido a Chicago para participar en la Exposición internacional Colombina celebrada por el Aniversario 400 del Descubrimiento de América, en la se había interesado por la maquinaria de hacer chocolate procedente de Alemania.
En 1898, a los 41 años, Hershey se casó con Catherine Sweeney en la catedral de San Patricio en Nueva York. Dos años después vendió la Lancaster Caramel Company y se fue a Europa con su esposa.
A su regreso continuó afanándose en su industria chocolatera; compró granjas ganaderas para garantizar la leche requerida por sus productos y construyó líneas de ferrocarril para el comercio y el traslado de sus empleados, que crecían con la prosperidad de su empresa. Hershey siempre consideró a sus empleados no solo meramente como la fuerza de trabajo capacitada para realizar su industria, sino como seres sociales con sus necesidades y anhelos, rasgo que lo distinguía su vocación filantrópica.
Y cuando el mundo vio a ver, el humilde muchachito del poblado de Derry Church había erigido una singular comunidad social e industrial en Pennsylvania conocida por “El pueblo de chocolate”, cuyas calles fueron nombradas de acuerdo con los lugares relacionados con su gran industria chocolatera.
En el esplendor de su notoriedad no olvido su promesa de hacer una escuela para la educación general y la formación técnica de niños y jóvenes, sobre todo huérfanos. Construyó la Escuela industrial Hershey en Derry Church a una milla de su factoría, dentro de cuyo entorno cuidó que quedara su vieja y pequeña casa natal. .
Desde hacía algunos años Catherine padecía una enfermedad incurable que la privo de la vida en 1915. La pérdida de su esposa afecto notablemente a Hershey. No tuvieron descendencia y el no volvió a casarse. Queriendo honrar dignamente la memoria de Catherine, comenzó a ejecutar los proyectos que ambos habían concebido. Uno de ellos era visitar Cuba, y en enero de 1916 Milton Hershey lo hizo.
En 1937 le celebraron su 80 cumpleaños en la Arena deportiva de Pennsylvania, en presencia de seis mil empleados suyos de todas las categorías. Cuatro orquestas y una gran representación de los alumnos de las escuelas que Hershey había creado, rodeaban un cake de tres pies de altura con ochenta velitas. Fueron tan intensas las emociones que sufrió un shock. Los médicos no contaban con él; pero Hershey dio otra prueba de su admirable capacidad para vencer las adversidades con las que estaba acostumbrado a contender, y sobrevivió ocho años.
Sus últimos tiempos los dedico a seguir los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo a partir de la participación en la guerra de los jóvenes del pueblo de Hershey en Pennsylvania. Sentado junto al radio escuchaba las noticias de la guerra, mientras fumaba apaciblemente su tabaco. Algunos representantes del ejército norteamericano, fueron a verlo para solicitarle que produjera un tipo de chocolate resistente al calor que pudiera conservarse en las mochilas de los soldados. Hershey experimentó hasta lograr la Ración de campaña D, de las que se fabricaban 500 barras diarias.
La guerra acabó el 2 de septiembre de 1945. Milton la sobrevivió hasta morir el 13 de octubre. Tenía 88 años. Y habia sido distinguido en Cuba en varias ocasiones con la Gran Cruz a la Orden Nacional, la más alta condecoración que se otorgaba.
CIEN AÑOS DESPUES…
Cien años después, el central Hershey en Cuba es una mole de hierros desarticulados, como un coloso de acero abatido. Del encanto de su batey, solo queda la grata memoria de los felices días de algunos sobrevivientes, que aun hablan de Milton Hershey como un hombre sin par.
A pesar de que a partir de 1959 el gobierno de Fidel Castro le cambio el nombre al central y su batey por el de Camilo Cienfuegos, la fuerza de la tradición popular no ha impedido que todas las generaciones posteriores le sigan conociendo como el pueblo de Hershey. Aún continua moviéndose el tren conocido como de Hershey de Casa Blanca a Matanzas, en cuyo batey sigue estando la estación que lleva su nombre, y sus habitantes siguen evocando aquellos días tan singulares de la vida del batey como si, contando una y otra vez esa historia, se empeñaran en contender contra la indiferencia y el lamentable deterioro del que ha sido víctima ese ya legendario pueblo.