LOS GAYS EN LA HABANA PREFIEREN
ENCONTRAR EL AMOR EN EL MUNDO REAL, NO EN UNA ‘APP’
Una pareja gay en Mi Cayito, playa muy cerca de La Habana
Un jueves, hace poco, justo antes de la medianoche y junto al Malecón, ese dique de cemento de ocho kilómetros que se ofrece al mar de la capital cubana, Wilder Calderón Peña, de 24 años, camarero y agente de Airbnb, representaba el baile del relámpago. “Es para que me caiga un trueno y se encienda mi cigarrillo”, dijo.
Pasó poco tiempo antes de que un viandante, generoso, le ayudara. “Bienvenidos a Planeta Cuba”, dijo Calderón, que se identifica como bisexual, después de dar su primera calada. “Así es como funciona el universo aquí. Si das, recibes. Es el karma. Es la ley de la atracción”.
Después cruzó la calle para asistir a un espectáculo de drags en mYXto, un bar de ambiente homosexual, donde se quedaría hasta cerca de las cinco de la mañana.
Ese tipo de atracción domina el Malecón, que es un sitio popular para todos los habaneros, en especial los que son gays… incluyendo a los que ejercen la prostitución. Otro asiduo del lugar, Jorge Luis Ramos Medina, de 30 años, ingeniero informático y homosexual, describió el gran atractivo de ese sitio como “el sofá de la Habana”.
Es lo que en las ciudades estadounidenses y europeas, antes de internet, alguna vez se llamó “terrenos de ligue”… zonas que en su mayor parte se han convertido en artefactos evocadores del pasado gay; lugares que ahora han sido remplazadas por aplicaciones de encuentros como Grindr, Jack’d o Scruff. La Habana es la vida nocturna gay antes de Grindr.
En una isla de comunistas, durante mucho tiempo los cubanos homosexuales fueron parias, los últimos entre iguales. Eso comenzó a cambiar en 2008, después de que Mariela Castro Espín, hija del presidente Raúl Castro, diera un discurso en torno a los derechos de las personas homosexuales y la capital montó su primera marcha del orgullo gay, que ha continuado anualmente y no se trata tanto de un espectáculo de torsos desnudos como de una protesta. Kingbar, que abrió el año pasado en Vedado, el vecindario de moda, recuerda una época en la que los bares gay en Estados Unidos tenían una naturaleza rebelde.
“Es como la libertad de expresión”, dijo Manuel Subarez, de 27 años, que prepara emparedados en un café y también es “fan de tiempo completo de Lena Dunham”. “Es como si pudiéramos hacer lo que queramos hoy, porque somos gays”, agregó mientras mostraba con orgullo su camiseta sin mangas de Keith Haring en el desfile de este año. Aquí, la homosexualidad se legalizó en 1979, pero una ley de 1988 prohíbe su presencia “manifestada públicamente”.
“La revolución continúa”, dijo Castro, educadora sexual de 53 años, en el festival oficial que siguió al desfile mientras sostenía un cartel con el lema de este año: “Yo me incluyo”. “Hasta que haya igualdad y diversidad para todos los cubanos en todos los aspectos de nuestra sociedad”.
En 2013 se inauguró un bar dedicado en su totalidad a los gays —en vez de uno dedicado un solo día a la semana a los clientes homosexuales—. Fue el primero en La Habana. Sin embargo, su clausura en octubre fue recibida colectivamente con cauta indiferencia. Se abren más lugares dirigidos a un público gay, que se unen a una decena de fiestas semanales y a Mi Cayito, una playa popular entre los homosexuales. El Malecón es un lugar demasiado vital para que lo clausuren. Los clubes gays frecuentemente se llenan con el himno avivado de una canción pop de Jacob Forever: “¡Hasta que se seque el Malecón!”.
El wifi de banda ancha es otro asunto. Cuba tiene hasta 4000 usuarios activos de Grindr todos los días, dijo Jennifer Goley Shields, publicista de la aplicación, pero yo constaté recientemente después de conectarme a Grindr que, en promedio, había 11 usuarios en línea en una ciudad de dos millones de personas (una población casi equivalente a la de Houston).
Incluso en un hotel de cinco estrellas junto al Malecón, con una recepción de wifi de cuatro barras, después de varios inicios en falso, me tomó 14 minutos abrir la aplicación.
La experiencia es aún más difícil para los lugareños, que pagan 2 pesos cubanos convertibles por hora para utilizar internet. (Los salarios cubanos son, en promedio, de 20 pesos convertibles al mes). Además, los usuarios de Apple, una vez que su iPhone está desbloqueado, deben pagar a terceros para que les instalen aplicaciones; varios gays cubanos dicen que no tenían el dinero suficiente o estaban demasiado avergonzados para pedir que les instalaran Grindr o una aplicación similar.
Joel Simkhai, de 39 años, fundador y director ejecutivo de Grindr, ha buscado que la aplicación llegue a los países que tienen problemas con la tecnología. Este año, después de visitar la isla, Simkhai le dijo a la revista On Cuba que los gays cubanos “aún no la tienen al 100 por ciento”.
Durante ese viaje, organizó una fiesta patrocinada por Grindr en la noche gay de un bar. En una entrevista telefónica, Simkhai dijo que no compartiría el mínimo de banda ancha que Grindr necesita para funcionar, y agregó: “Nuestras cifras están bien. No es un gran mercado para nosotros”. Cuba es “una oportunidad de crecimiento en un mercado que se muere por Grindr”, agregó.
El año pasado, el gobierno cubano creó zonas wifi públicas de pago. Verizon firmó en septiembre el primer acuerdo cubano de itinerancia de datos con Estados Unidos. En marzo, Google anunció planes para abrir un centro tecnológico que ofreciera 70 megabits por segundo (a diferencia de la velocidad normal de 1 megabit por segundo, la estándar en Cuba).
Calderón, que se hace llamar Wild, tiene cuentas en Grindr, Hornet, PlanetRomeo Uncut y Scruff, y afirma ser el único hombre en La Habana que está en Daddyhunt. Le parece que las aplicaciones no son atractivas.
“La vida gay se trata de ser abierto, de no tener límites”, dijo. “Soy bisexual porque prefiero no tener fronteras. ¿Por qué alguien, ya sea una persona bisexual, gay o lo que sea, querría estar atrapado como una foto, como un perfil en internet dentro de una aplicación? Ese es un tipo distinto de clóset, una caja.
Qué aburrido”.
Su amigo Juan Carlos Godoy Torres, de 25 años, saxofonista y flautista con un hijo de 8 años, estuvo de acuerdo.
“No luché durante cinco años en la comunidad gay para terminar pagando dos o tres pesos cubanos convertibles por hora para quizá conocer a una persona por un mecanismo virtual”, dijo Godoy.
“Prefiero la magia de las calles, alguien que me atrape con su mirada, alguien que pueda bailar conmigo, que pueda tocar mi rostro. Quiero más que sexo”.
“Estuve casado y quiero ese momento de revelación de ese día, cuando ves a alguien por primera vez, esa sorpresa. Eso no es posible si me envían mensajes que comienzan con fotos de su pecho. Eso no es romance. Eso es ir de compras”.