Hay quienes afirman que “en Cuba nunca pasa nada”. Sin embargo, las señales que nos han estado llegando en tiempos recientes apuntan a lo contrario.
El encarecimiento de los productos del agromercado desde el último trimestre de 2015, acompañado por ciclos periódicos (y frecuentes) de desabastecimiento de alimentos y otros artículos básicos en las tiendas recaudadoras de divisas (TRD), acompañado de una razia feroz contra los comerciantes privados —en particular contra los conocidos carretilleros—, el cierre del único agro mayorista de la capital, y la acumulación de problemas sin solución, han estado aumentando la presión al interior de la Isla cuya salida más expedita ha sido la estampida migratoria, que ya ha hecho crisis en territorios de Sur y Centroamérica.
Como si tal panorama no fuera suficiente, durante las sesiones del VII Período Ordinario de la actual Legislatura, la Asamblea Nacional ha vuelto a desgranar el habitual rosario de fracasos: los incumplimientos de los planes constructivos y de reparación de viviendas así como de redes de acueductos y alcantarillados, la insuficiente producción de alimentos, el nuevo descalabro de la última zafra azucarera, las insalvables dificultades del transporte público, los problemas de la sequía, las malas jugadas del clima, la crónica falta de liquidez como rasgo esencial de la economía nacional, y hasta las afectaciones que nos están produciendo los bajos precios mundiales del níquel… y del petróleo (¡¿?!).
Tanto los informes presentados por ministros y otros altos dirigentes de la Isla en las diez comisiones de trabajo, como los “debates” que se han estado produciendo entre los diputados, han confirmado la saludable e ininterrumpida marcha hacia la debacle nacional, bajo la experimentada guía de Castro II.
Que vivimos en medio del desastre era algo sabido. La novedad reside en que ahora el tenebroso vaticinio del inminente advenimiento de tiempos (más) difíciles llega de los propios voceros oficiales y no desde los ‘contrarrevolucionarios’ de acá y de allá.
El informe presentado ante la Comisión de Asuntos Económicos por el ministro de Economía, Marino Murillo, se refirió —sin muchos adornos— a las medidas de ahorro y a los ajustes que se han estado produciendo para enfrentar lo que llamó “una tensa situación de liquidez”. Señaló que no se han cumplido los ingresos previstos en el plan económico para este período y lo más probable es que no se alcance el muy anunciado 2% del PIB al finalizar 2016.
Como es habitual, tales “predicciones” no solo llegan cuando ya el drama nacional está en pleno apogeo, sino que no vienen acompañadas de un paquete de soluciones. En cambio, las “medidas” de la cúpula para paliar la crisis ya se habían anticipado al augurio. Desde hace varias semanas se han estado aplicando recortes de la jornada laboral, del servicio de transporte para los trabajadores, de la “gasolina subsidiada” y de otras prestaciones como el almuerzo o las meriendas —en los pocos centros pertenecientes a “sectores estratégicos” que aún las tienen— de centros laborales estatales de la capital.
En las TRD se está aplicando la suspensión del servicio de climatización desde las 2 pm hasta el cierre de los establecimientos. También han comenzado a incrementarse largos apagones en diferentes zonas de La Habana.
El nuevo plan de ahorro incluye la eliminación, a partir de la semana que inicia el 11 de julio, de los turnos de atención nocturna en varios consultorios estomatológicos, incluida la Escuela de Estomatología.
La escasez de petróleo y gasolina regular en los servicentros (Cupet), donde se venden éstos, es otro factor que se está haciendo sentir sobre el servicio de transporte, tanto estatal como entre los transportistas privados. Las asignaciones al parque automotor estatal se han limitado dramáticamente —incluyendo las destinadas a la transportación de mercancía desde los almacenes hasta las TRD, agravando el desabastecimiento—, mientras ha comenzado a disminuir el servicio de los privados, lo que sugiere una próxima alza del precio del transporte.
Casi simultáneamente se han celebrado reuniones con los militantes de numerosos núcleos del PCC para alertarlos sobre la necesidad de elevar la vigilancia y apoyar a las instituciones encargadas de mantener el orden, así como de estar preparados para contrarrestar las manifestaciones de violencia, el incremento de la corrupción y de otras actividades delictivas propias de las situaciones de crisis.
En especial los comunistas de base están siendo prevenidos sobre la importancia de estar atentos ante cualquier foco de descontento que pueda desembocar en una revuelta antigubernamental susceptible de ser aprovechada por los enemigos de la revolución. Todo indica que lo que preocupa al poder no es exactamente “lo que pasa”, sino lo que pudiera pasar a corto plazo.
Y puesto que —en sintonía directa con la agudización de la crisis que asfixia la vida del cubano— el descontento es lo que más sigue creciendo en el país, de ahora y en más los militantes no tendrán descanso en su misión de salvaguardar los intereses de la casta verde olivo.
Entretanto, al interior de la Isla aumenta la frustración y la estampida migratoria sigue tomando dimensiones ciclópeas. Agotado hasta las heces el capital de fe de las masas, el Poder se verá obligado a multiplicar sus gastos en sostener las formidables fuerzas represivas que necesitará para reprimir a todo un pueblo. Una tarea que no será tan fácil como golpear, detener o encarcelar disidentes pacíficos.
Paradójicamente, la terquedad y torpeza política del Gobierno son las que están empujando hacia el desenlace que pretende evitar. La insistencia en pretender dirigir a la nación como si se tratara de un ejército en plena campaña de guerra, en lugar de impulsar una apertura económica amplia y profunda que sanee la economía interna, permita el desarrollo de las potencialidades del sector privado y otorgue un respiro a la anoxia nacional, demuestra la mezquindad de una casta que prefiere el sacrificio de todo un pueblo antes que perder el poder.
Para acentuar el absurdo, los jerarcas del Palacio de la Revolución tienen la desfachatez de lanzar este nuevo informe de austeridad forzosa al mismo tiempo que se están debatiendo las estrategias y planes económicos gubernamentales hasta 2030. Ningún gobierno medianamente razonable anunciaría un período de recortes energéticos y otras medidas impopulares a la vez que discurre una consulta pública de tal importancia. Sin dudas, el General-Presidente y su claque confían excesivamente en el poderoso control social que han ejercido hasta ahora y en la mansedumbre de un pueblo que ha olvidado cómo hacer valer sus derechos.
No obstante, aunque nadie duda que Cuba está navegando hacia un desastre de gran magnitud, tampoco se puede confiar demasiado en la exactitud de los informes oficiales. En especial si no existe acceso, por parte de los ciudadanos e instituciones independientes, a las fuentes primarias ni a los datos macroeconómicos, que siguen siendo patrimonio secreto del Estado-Partido-Gobierno y de sus más fieles servidores. Esto hace que las cifras estadísticas no sean confiables ni siquiera cuando resultan desfavorables a la dirección del país.
No hay que olvidar que apenas unos días antes de los lúgubres informes de la Asamblea Nacional, los medios oficiales reportaban optimistas el incremento de las cifras de visitantes extranjeros que están ingresando divisas en el ramo turístico, y se frotaban las manos con las numerosas firmas de acuerdos de intercambio tecnológico y declaraciones de intención de los inversionistas extranjeros.
Por esa razón, y sin negar la gran influencia de la situación venezolana en la economía cubana, —que tiene un impacto profundo en un país tan dependiente de apoyos y subsidios como lo es Cuba— no podría afirmarse a ciencia cierta cuánto hay de verdadera urgencia en el “complejo escenario” de la economía de la Isla y cuánto de maniobra de chantaje político por parte de la cúpula castrista, dirigido a presionar al Gobierno estadounidense, al Congreso y a las fuerzas políticas de ese país para un levantamiento definitivo del Embargo, que le permita a la dictadura el acceso rápido y directo a créditos, una avalancha de inversiones extranjeras y un flujo de divisas que garanticen su eternización en el Poder.
De modo que, magnificar el efecto del virtual derrumbe del chavismo y de la crisis económica venezolana como la fuente principal de la actual crisis cubana es colocar (una vez más) las causas de los problemas de Cuba más allá de sus fronteras, cuando en realidad la clave de todos nuestros males se encuentra en la ineficacia de un elite de taimados bandoleros que han secuestrado vidas y haciendas, saqueando la nación a su antojo durante décadas.
Porque con o sin Venezuela, —como antes fuera con o sin Unión Soviética, con o sin “campo socialista”, con o sin inversionistas extranjeros—, lo cierto es que los Castro han sido más nocivos para Cuba que todas las epidemias y guerras que haya tenido esta nación a lo largo de su historia, y continuarán siendo una rémora para todos los cubanos en tanto sigan en la poltrona del poder.
Este verano, pues, se anuncia muy caliente, y no precisamente por el efecto invernadero. Las brújulas de decenas de miles de cubanos siguen apuntando al promisorio norte y se espera que la estampida desde la Isla vuelva a tomar la vía marítima. Si tal fuera la estrategia del General-Presidente para aliviar la presión interna y lograr sus intereses de perpetuidad, debería saber que es una jugada arriesgada y podría resultar contraproducente para todos, muy especialmente para los que tienen más que perder.
A estas alturas ya podríamos reescribir a la inversa aquella ampulosa frase de cierto alegato quimérico, que bien podría servir de epitafio sobre la tumba del castrismo: “Absolvedlos, no importa, la Historia los condenará”.
Al interior de la Isla aumenta la frustración y la estampida migratoria sigue tomando dimensiones ciclópeas.