Este mes se cumplen ocho décadas del inicio de la Guerra Civil española. Terminaría en 1939, cuando Adolf Hitler había comenzado la suya, al invadir Checoslovaquia. Se puede afirmar, pues, que el conflicto que desangró el país ibérico no fue, como ha hecho notar M.A. Bastener, “un gran ajuste de cuentas entre dos maneras de entender España, sino el preludio de la gran conflagración ideológica de todos los tiempos, la II Guerra Mundial”.
Aquella guerra, en efecto, significó el preámbulo y el puente de la que vino inmediatamente después. De hecho, en ella no solo tomaron parte los españoles. En ayuda del sublevado general Francisco Franco llegaron soldados de los ejércitos de Alemania e Italia, enviados por Hitler y Mussolini. Aunque es menos conocido, algo similar hicieron los fascistas polacos. Contingentes de desempleados de ese país fueron mandados a Alemania, con el pretexto de que se iban a dedicar a labores agrícolas y fabriles. Una vez allí, fueron hechos prisioneros y enviados a pelear en España en el bando falangista, a las órdenes de jefes polacos y germanos. Todos esos soldados fueron los “voluntarios” del fascismo.
Otros voluntarios muy distintos fueron los que llegaron a combatir en el lado republicano. Lino Novás Calvo, quien estuvo “dentro de aquella sangre y de aquel fuego”, comentó en uno de los numerosos artículos que escribió desde el frente: “A nuestras líneas han llegado hombres de muchos países. Estos hombres, unidos bajo la insignia de «voluntarios por la libertad», nos han traído, junto con su fuerza material, la voluntad y el esfuerzo de las masas populares antifascistas del mundo. Se han formado Brigadas Internacionales. Todos estos combatientes vinieron, voluntariamente, por sus propios medios o por medio de organizaciones. Venían a luchar a nuestro lado, frente al enemigo común, el enemigo contra el cual, en la medida de sus posibilidades, habrían luchado en sus propios países. Nuestra guerra les ofreció más vastas posibilidades de lucha”.
En otro texto, que redactó como prólogo al libro de Fernando G. Campoamor Órbita de España, Novás Calvo expresó que “Cuba ha dado a las filas armadas del pueblo español magníficos voluntarios. El pueblo entero de Cuba fue voluntario. Allá dejamos camaradas inolvidables, que se batieron en los más duros batallones de nuestro tiempo. Muchos de ellos, quedan hincados para siempre, en aquella tierra roja de heroísmo. Los que hemos sobrevivido tenemos que continuar la batalla”.
Unos cuantos de los cubanos que lucharon en España estaban allí antes de que comenzara la guerra. Ese es el caso del propio Novás Calvo. Muchos de aquellos voluntarios eran artistas, pero otros habían llegado de la Isla para escapar de la represión de la dictadura de Machado. La mayoría de los emigrados políticos de esos años se hallaba en Nueva York. Otros arribaron directamente de Cuba y procedían de La Habana, Camagüey, Las Villas, Pinar del Río, Oriente.
Entre ellos había representantes de los distintos grupos étnicos: negros, blancos, mulatos. Hubo cubanos en las diferentes armas: la infantería, la aviación, la marina. Unos cuantos además llegaron a ocupar puestos de mando, lo cual era un mérito significativo, pues como precisa Novás Calvo, “en la guerra de España, los grados no los regalan; hay que ganarlos peleando, demostrando allí, en medio del fuego, que se vale para mandar”.
Jefe valeroso y digno
Uno de los cubanos que llegó a ocupar un mando fue Policarpo Candón (1905-1938), quien al caer en la campaña de la Sierra de Guadarrama era comandante de la Brigada Móvil de Choque. Fue el segundo grado más alto alcanzado por un combatiente cubano en aquella guerra (el primero fue el que recibió el coronel “Coronita”). Había nacido en Cádiz, pero su familia se trasladó a la Isla cuando él tenía dos años. No volvió a España hasta mayo de 1936, dos meses antes del inicio del conflicto bélico. Estaba fogueado en las luchas políticas y obreras, actividad que lo había llevado a la cárcel y al exilio en Nueva York. En esa ciudad lavó platos en el hotel Astor, y en sus horas libres empezó a leer El estado y la revolución, de Lenin, libro al cual atribuía su posterior evolución ideológica. Durante el II Congreso de Escritores Antifascistas, Juan Marinello entrevistó a Candón y después se refirió a él en varios artículos. En esa entrevista, Candón afirmaba que el inicio de la guerra lo cogió sobre aviso y que sabía que no tardaría mucho en iniciarse.
En un artículo aparecido en diciembre de 1938 en el periódico Noticias de Hoy, Novás Calvo escribió: “Candón cayó en Teruel. Había hecho toda la campaña, desde el primer día. Fue uno de los siete primeros hombres que salieron del Radio Oeste de Madrid hacia la Sierra. Peleó en todas las grandes batallas, en la unidad de choque por excelencia y mandó la vanguardia de lucha que tomó Quijorna, en la primera gran ofensiva republicana hasta Brunete. No hubo después una gran batalla donde no haya estado él, ya como jefe de brigada. Peleó sin descanso, aprendiendo de la lucha lo que no tenía tiempo de aprender en los libros. Candón era un obrero; un hombre seco, callado, sencillo, bueno. Sus soldados le querían como un padre y le llamaban «el Viejo», aunque era muy joven. Quizás 35 años ―cinco más que Torriente Brau. Cayó en Teruel ―nos dijo un día otro comandante, este español, el ya teniente Merino, que estaba en la misma división. Cayó como jefe valeroso y digno. Cayó segado por una ráfaga de ametralladora”.
Otro cubano que luchó en España fue Pablo de la Torriente Brau (1901-1936). Al igual que Candón, formaba parte de la Brigada del Campesino. Estuvo entre los primeros que murieron en combate. Tres meses después de haber llegado, cayó en Majadahonda, entre las líneas. Una bala de atravesó el corazón y solo tuvo tiempo para decir “Me muero”. Según sus compañeros, antes de expirar echó mano a su cartera con el ánimo de deshacerse de documentos que pudieran caer en manos del enemigo. Su amigo Candón fue quien rescató su cadáver.
Tenía un historial de luchador antimachadista y había pasado largas temporadas en la prisión. Cuando estalló la Guerra Civil, se encontraba en Nueva York. Desde allí le escribió en una carta a Juan Marinello: “He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la revolución española. Allá en Cuba se dice, por el canto popular: «no te mueras sin ir antes a España». Y yo me voy a España ahora, a la revolución española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos”.
Para el viaje, tuvo que reunir centavo a centavo el dinero para el pasaje. Partió con la corresponsalía de dos importantes publicaciones: la revista norteamericana The New Masses y el diario mexicano El Machete. Sobre la guerra, escribió unos excelentes reportajes, que póstumamente fueron reunidos por sus amigos en el libro Peleando con los milicianos. En una entrevista que le hizo Nicolás Guillén, el poeta español Miguel Hernández evocó su encuentro con Torriente Brau: “Conocí a Pablo en Madrid, en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, esperando yo a María Teresa León, que no venía (…) Esa noche, recién amigos, bromeamos como antiguos camaradas. El sentido humorístico de Pablo era realmente irresistible, quien estaba a su lado tenía que reír siempre, siempre, porque él sabía encontrar como pocos el costado grotesco de las cosas más solemnes. Y lo hacía con una originalidad y una fuerza…”. Tras su muerte, Hernández le dedicó su “Elegía Segunda”, de la cual copio estos versos: “Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan. / No temáis que se extinga su sangre sin objeto, / porque este es de los muertos que crecen y se agrandan, / aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto”.
Casi la mitad de los voluntarios hispanoamericano
Candón y Torriente Brau fueron las figuras más destacadas de todos los cubanos que pelearon en España. Otros se conocen menos o son completamente desconocidos. Novás Calvo contó que durante la batalla de Quijorna conoció al que, para él, probablemente era el más “sorprendente” de sus compatriotas. Se llamaba Alberto Sánchez Méndez (1915-1937), tenía 22 años, mandaba el batallón especial de Enrique Líster y su compañera era capitana de ametralladoras. Había tomado parte en las luchas contra Machado y, luego, contra la reacción. Cuando su compañero Antonio Guiteras fue declarado fuera de la ley, lo acompañó al campo. Tras la muerte de este, logró escapar. En Brunete, cito de nuevo a Novás Calvo, “le encontramos como jefe de la plaza, con su batallón de comunistas, hecho comunista él mismo. Allí mismo, en la contraofensiva enemiga, le mataron ya como jefe de Brigada. Quedó su cuerpo en aquella tierra árida de Castilla”.
Sobre Alberto Sánchez Méndez, el poeta chileno Pablo Neruda, quien lo conoció, escribió estos versos: “Allí yace para siempre un hombre que entre todos destacó / como una flor sangrienta, como una flor de violentos pétalos abrazadores. / Este es Alberto Sánchez, cubano, taciturno, fornido y pequeño de estatura/ capitán de 20 años. Teruel, Garabitas, sur del Tajo, Guadalajara, / vieron pasar su claro corazón silencioso. / Herido en Brunete, desangrándose, corre otra vez al frente de su brigada. / El humo y la sangre lo han cegado. / Ya allí cae, y allí su mujer, la comandante Luna / defiende al atardecer con su ametralladora el sitio donde reposa su amado, / defiende el nombre y la sangre del héroe desaparecido”.
Al finalizar el conflicto bélico, unos cuantos cubanos habían muerto. Habían caído en distintos frentes y varios se hallan enterrados en cementerios anónimos. En algún sitio descansan, por ejemplo, los restos de Rodolfo de Armas, quien cayó en los combates del Jarama y fue uno de los primeros cubanos que murió en tierras españolas. Otros compatriotas suyos quedaron con vida y pudieron salir, como Basilio Cueria. Había llegado desde Nueva York, donde era un destacado jugador de béisbol. Incluso el poeta Langston Hughes habla de él en su autobiografía. Pero ya desde antes de marchar a España había renunciado al dinero y a la fama para consagrarse a las luchas sociales.
Estuvo entre los primeros voluntarios internacionales y formó parte de la Brigada Lincoln. Comenzó como soldado y por sus méritos fue ascendiendo hasta llegar a ser capitán de ametralladoras en la brigada del Campesino. Acerca de él, Novás Calvo escribió: “El big boy, el mulato grande de las páginas deportivas americanas, vino a ser un gran combatiente del ejército español. Sus soldados, todos los demás batallones de su división, le han enviado cartas emocionantes de despedida. Le querían mucho. Pocos camaradas habrán sabido tratar tan humanamente a sus soldados, sin menoscabo de la disciplina”.
Me he limitado a mencionar a unos pocos de los cubanos que pelearon en España, en las filas republicanas. Fueron, sin embargo, muchos más. De acuerdo a las cifras más fiables, aportadas por la investigadora Denise Urcelay-Maragnès, fueron 1.101. Si se toma en cuenta que se estiman en 2.364 los voluntarios hispanoamericanos, eso significa que nuestros compatriotas representaron casi la mitad. Ese número además resulta mucho más significativo si se considera la población que entonces tenía la Isla, muy inferior a la de muchos de los países del área. Asimismo, los cubanos muertos en la guerra ascendieron a 111.
Acerca de este tema, existe alguna bibliografía, que incluye obras de investigadores cubanos y extranjeros. Para quienes se interesen, proporciono algunos títulos: Dos héroes cubanos en el Quinto Regimiento: Moisés Raigoroski y Alberto Sánchez (1980), de María Luisa Lafita Juan; Cuba y la defensa de República Española (1936-1939) (1981), de Ramón Nicolau González: Cuba en España (1991), de Alberto Alonso Bello y Juan Pérez Díaz; La Leyenda Roja. Los cubanos en la guerra civil (2011), de Denise Urcelay-Maragnès.
El lector de esta crónica seguramente habrá advertido que son varias las ocasiones que he citado artículos de Novás Calvo. Es algo que tiene plena justificación. Nuestro relevante cuentista cubrió como corresponsal de guerra aquel conflicto bélico. Empezó a hacerlo pocas semanas después de su estallido y lo hizo hasta inicios de 1939, cuando salió de España. A su retorno a Cuba, continuó escribiendo sobre ese tema en el diario Noticias de Hoy, aunque ahora para ocuparse de aspectos como la situación de los refugiados españoles en Francia.
El valor de esos artículos es enorme, tanto por su calidad literaria como por la abundante información documental de primera mano que aportan. Constituyen a no dudarlo un material de obligada referencia para investigadores e historiadores. Eso se comprobará cuando vea la luz el grueso volumen que los recoge y cuya salida, si los dioses tutelares así lo permiten, será en fecha próxima. Entonces será la ocasión para constatar algo que Novás Calvo dijo de Torriente Brau: “era un gran escritor, quizás el más vigoroso narrador que haya venido a la guerra como repórter”.