Muchos de los presidentes de los EE.UU. han servido en las fuerzas armadas de su país, algunos de ellos con una intervención muy destacada (Eisenhower, por ejemplo). En este sentido, el más "mediático" de los presidentes también tuvo su dosis de vida en la milicia, sirviendo en la U.S. Navy durante la II guerra mundial. En ese sentido, las grandes familias de los WASP estadounidenses, las dinastías destinadas a gobernar al gigante, no racanearon sus vástagos a los peligros de una guerra cruenta. Sin embargo en todo y en todas partes, incluso en la patria del sueño americano, hay clases, y por supuesto los puestos destinados a la futura clase dirigente en la milicia no fueron precisamente los más peligrosos, y eran muy convenientes a la hora de airear un glorioso pasado de dedicación a la patria en futuras campañas. Sin embargo, también es de justicia reflejar que no siempre fue así, y que el conflicto vio morir a muchos jóvenes "de familia bien" que predicaron con el ejemplo.
La historia de J.F.K. tiene un poco de ambas vertientes. Si bien su entrada en la marina tuvo bastante de amiguismo, ya que el comité de reclutamiento de la armada lo catalogó como no apto para la marina, principalmente por sus dolencias crónicas de espalda y en general por su mala salud. Sin embargo, con los contactos adecuados de la familia, fue examinado por un médico externo y por supuesto ingresó como oficial de inteligencia en un puesto seguro. Tras varios devaneos sentimentales y una convalecencia por enfermedad, el joven Kennedy, envalentonado por las recientes batallas del Mar del Coral y Midway, utilizó sus influencias para ser transferido al servicio de lanchas torpederas (PT).
Así que en abril de 1943 John Fitzgerald Kennedy llegó a la isla de Tulagi, en las Salomón, recién tomada por los marines junto con Guadalcanal, para tomar el mando de la lancha torpedera PT 109, y operar contra las fuerzas japonesas que todavía ocupaban las islas del norte del archipiélago e impedir el refuerzo de las guarniciones mediante convoyes nocturnos de destructores rápidos, llamados el Tokio Express, que salían desde la base de Rabaul cargados de tropas y pertrechos, descargaban en medio de la noche y regresaban a toda máquina, con velocidades cercanas a los 40 nudos.
Las lanchas torpederas de tipo PT eran muy deficientes para esta tarea. De casco de madera sin blindar, cargadas de combustible y con un armamento muy deficiente (ametralladoras de calibre 0,50 y un cañon de 20 mm además de dos tubos lanzatorpedos de modelo antiguo), la doctrina de uso las relegaba en exclusiva a navegaciones nocturnas donde la oscuridad y su baja silueta le diese la oportunidad de atacar sin ser vista. Tampoco el complemento humano era lo mejor que la marina podía ofrecer. El servicio en las PT era visto como cosa de aventureros y de disciplina bastante relajada. En este ambiente el joven Kennedy encajó bien, esforzándose como el primero en poner el buque en condiciones junto con carreras alocadas en la PT que en una ocasión provocaron una colisión con el muelle de carga de combustible.
En julio las PT se trasladaron a la isla de Rendova, en las Salomón Centrales. Allí, en la noche del 1 al 2 de agosto de 1943, se recibió noticia de la salida de Rabaul del Tokio Express. 15 lanchas salieron a probar suerte, apostándose la PT 109 con otras tres lanchas en el estrecho de Blackett, en los accesos a la isla de Kolombangara, que resultó ser el destino de los destructores japoneses. Detectados estos por el radar de una de las lanchas, ésta y otra se acercaron para atacar, pero sin romper el silencio de radio, las otras dos, entre ellas la PT 109, quedaron a oscuras y en medio del estrecho. El ataque fracasó, y los 4 destructores japoneses descargaron y partieron de vuelta a Rabaul. A Kennedy se le ordenó intentar atacar de nuevo en el estrecho. Varios contactos se sucedieron en medio de la noche, pero a bordo de la PT 109 no se detectó nada hasta que la proa del destructor de 2.000 toneladas de desplazamiento Amagiri, navegando a 37 nudos (más de 65 km/h) apareció en medio de la oscuridad. Al acelerar los motores de la lancha de repente para evitar la colisión, éstos se calaron, y el destructor partió en dos limpiamente y sin dificultad a la lancha, prendiendo fuego al depósito de combustible y matando en el acto a los dos tripulantes de proa, desapareciendo a continuación con la misma rapidez.
Kennedy y el resto de la tripulación, en total 11 hombres, abandonaron el buque y posteriormente, cuando las llamas se apagaron, volvieron al mismo hasta que con el amanecer comprobaron que la corriente los acercaba a la isla de Kolombangara, en manos japonesas, y decidieron nadar hasta una isla cercana. Kennedy se comportó admirablemente durante la odisea de los náufragos, remolcando a uno de ellos gravemente quemado con la correa del salvavidas entre los dientes, y nadando en la oscuridad a otra isla hasta que contactó con un explorador neozelandés que permitió concertar un rescate el día 8 de agosto de 1943, tras 6 días como náufragos.
De nuevo la buena mano con la prensa poco menos que hizo un héroe de John Fitzgerald Kennedy, aunque oficialmente había bastantes sombras en su comportamiento al mando con anterioridad a la colisión. Así, el nivel de vigilancia de la lancha era de todo menos eficiente y más teniendo en cuenta que se hallaban en zona de combate con destructores en las inmediaciones. Asimismo la reacción previa al abordaje fue también defectuosa. Señal de que no todo era tan bonito como se pintaba es que a Kennedy se le condecoró con la navy and marine corps medal, una medalla por méritos no combatientes, y no con la silver star que era a la que en un principio había sido propuesto, y aún aquella se le concedió con bastante retraso coincidiendo con la entrada en la secretaría de marina del contacto que había ayudado a la familia con el asunto del informe médico.
Tampoco Kennedy estaba satisfecho consigo mismo. En cuanto le dieron el alta volvió al mando de una PT, la 59 esta vez, que era de las primeras que había sido modificada, añadiendo blindaje y transformada en cañonera sin tubos lanzatorpedos con dos cañones de 40 mm. Kennedy se presentaba voluntario para las misiones más arriesgadas hasta el punto de ser considerado temerario. Este comportamiento sin embargo afectó a su salud y sobre todo a su espalda, que también había resultado afectada en el abordaje de la PT 109, junto con padecimientos estomacales. En diciembre de 1943, con un peso de sólo 60 kilos y gravemente deteriorado, fue dado de baja por enfermedad.
Así acabó la carrera naval del futuro presidente. Y el incidente, junto con la publicidad que le dió el relato del mismo convenientemente pulido, se convirtió en una de las bases para su carrera política. Eso sí, Kennedy siempre arrastró con él la culpa de haber perdido a dos hombres bajo su mando en un incidente que seguramente para él mismo consideró como bastante turbio.