LA HABANA TUVO LA MAYOR
CONCENTRACIÓN DE TELEVISORAS DESPUÉS DE NEW YORK.
Pero llego el Comandante y mando a parar
Una historia televisiva olvidada
Mayra Cue Sierra - Desde Cuba -
El restablecimiento de relaciones con Estados Unidos nos acerca a la perspectiva de relaciones novedosas entre naciones y pueblos que, desde el siglo XIX, comparten muchos procesos y momentos de la historia.
Días atrás, los comunicadores cubanos intercambiaron con representantes gubernamentales y partidistas criterios sobre el proyecto del Modelo teórico de la sociedad cubana, que hoy se discute en la nación. Entre tanto tema importante, se analizó la trascendencia de la propiedad de los medios de comunicación en las actuales coyunturas internacionales y su rol social.
Ineludiblemente, pensé en la historia de la televisión cubana, pues aunque algunos insisten en mirar solo hacia adelante, hoy más que nunca tenemos que conocer las experiencias del pasado.
Nuestra radiodifusión fundacional adoptó el modelo con fines mercantiles imperante en Estados Unidos, donde la programación se sustenta en la comunicación comercial y el mercadeo entre diversos actores, agentes y escenarios de la Industria Cultural.
Nuestras empresas mediáticas establecieron relaciones de beneficio mutuo con sus homólogos norteños, con las firmas productoras de bienes de consumo o servicios y las agencias publicitarias que las representaban como sus clientes y patrocinaban programas.
Las productoras electrónicas y televisoras norteñas proveyeron la tecnología, el modelo de gestión, las rutinas productivas, el know how, los formatos de programas y géneros, la formación de una parte del capital humano original y nos inundaron con sus programas filmados.
La apertura y expansión de nuestro mercado televisivo significó, por la cercanía geográfica y privilegadas relaciones políticas-comerciales, una gigantesca oportunidad mercantil para todos los involucrados. Ese acicate aceleró extraordinariamente la configuración de nuestro sistema audiovisual.
En fecha bien temprana fuimos la ciudad de Las Américas, con mayor concentración de televisoras después de New York, teniendo nosotros una ínfima población, y nuestro sistema televisivo alcanzó la mayor pujanza en habla hispana.
Como antes hicimos en la radio y en otros ámbitos, velozmente nos apropiamos de las influencias y creamos un modelo latino acorde con nuestras esencias culturales. La Habana devino epicentro de la formación y las tendencias creativas-productivas de TV en Iberoamérica.
Desde los años 50 pasados los cubanos participamos activamente -como técnicos, especialistas, asesores, ejecutivos, accionistas principales, guionistas, músicos, actores y actrices- en las primeras televisoras de Colombia, Venezuela y Puerto Rico.
En el decenio siguiente, otros polos importantes se apropiaron de las experiencias de una emigración altamente especializada y hasta propulsaron un género nacido en Cuba durante 1952: la telenovela.
Paradójicamente, este auge desató una competencia descomunal por el mercado televisivo-publicitario, que rebasó al propio modelo de radiodifusión mercantil: saturamos la pantalla de acciones publicitarias y de mercadeo, nuestros programas filmados en kinescopios se vendian en la región y nuestros los spots publicitarios en Estados Unidos. Lideramos las investigaciones de mercado y la persuasión, aplicadas a los medios de habla hispana.
No obstante, la singularidad latina de nuestras producciones se combinó con la emisión regular de proyectos educativos y culturales que expandieron hacia todos los segmentos poblacionales, versiones audiovisuales de la cultura artística hasta entonces reservada para espacios pequeños y públicos reducidos.
Así, las Artes Escénicas -teatros, títeres, cuentos, poemas, novelas, música sinfónica, óperas, zarzuelas, danza moderna o ballet clásico- devinieron ejes básicos de la programación, donde se combinaron con la información y, entre otras formas de la cultura popular, el deporte.
Lo que pocos recuerdan es que cadenas nacionales radiofónicas como RHC Cadena Azul -en cierta etapa- y televisoras de cobertura habanera, como los canales 10 y 11, tuvieron entre sus máximos ejecutivos o propietarios a ciudadanos norteamericanos que priorizaban la difusión de sus producciones por encima de las cubanas.
Entonces, las mayores cadenas de radiodifusión norteñas pertenecían o tenían como accionistas mayoritarios a los emporios electrónicos transnacionales General Electric, Dumont o RCA Víctor y, generalmente, nuestra asociación mediática giraba alrededor del suministro de tecnología y programación.
Sin embargo, la inclusión de extranjeros como accionistas mayoritarios o altos ejecutivos de televisoras cubanas no fue solo con los norteamericanos.
Nadie recuerda ya que Gaspar Pumarejo Such llegó de adolescente a Cuba y aquí se formó como promotor cultural, locutor y publicista, aunque nació en Santander, España.
El caso más insólito3 fue el de Amadeo Barletta, italiano con un vasto curriculum de mafioso, protegido por los agentes de Mussolini en República Dominicana, devenido empresario respetable en múltiples negocios radicados en Cuba.
Ejemplos: representante de algunas marcas de autos norteamericanos, propietario mayoritario del periódico El Mundo y accionista principal y director general de la cadena nacional Canal 2 (Telemundo).
La historia hay que conocerla no solo porque integra nuestro patrimonio sino porque ese concocimiento nos impide cometer los mismos errores. Por supuesto, ni la Cuba de 2016 es aquella, ni nosotros, los de entonces, somos los mismos.
Curiosidades de la
Televisión que no sabes