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Curiosidades de la tele:
¿Qué es el autocue o teleprompter?
El TIRANOSAURO en la época que sus discursos duraban CUATRO HORAS.
La televisión en Cuba: comienzo y final de la diversión
Gaspar Pumarejo y Goar Mestre la crearon… Fidel Castro la convirtió en instrumento para alimentar su mito
JUAN POLO Seguro que más de una vez te has quedado asombrado ante la gran capacidad de los presentadores de televisión para contar las noticias y cualquier historia a la primera, sin fallos, y con una narración perfecta. Es lo que conocemos como profesionalidad, aunque todos los profesionales tienen su truco, y en el caso de la pequeña pantalla, este truco recibe el nombre de teleprompter o autocue, también conocido simplemente como cue. Se trata de un mecanismo situado frente al objetivo de la cámara, en el que se proyectan las noticias, y se va actualizando a medida que el presentador va leyendo.
El sistema requiere de una parte técnica en plató (físicamente instalada en la cámara) y una parte en el control de realización. El teleprompter nació en los 50, cuando la televisión estaba aún muy en pañales, y los primeros sistemas eran tan rudimentarios como una hoja enrollable cerca de la cámara, en la que estaban escritas las noticias y una persona las iba pasando manualmente. Sin embargo, fue en los años 80, con la irrupción de la informática, cuando comenzaron a aparecer los primeros sistemas de cue controlados por un ordenador, concretamente por unos Atari 800, y se popularizaron en todas las cadenas, convirtiéndose en un básico a partir de principios de los 90.
¿Cómo funciona un teleprompter? Técnicamente, se instala un pequeño LCD justo debajo de un cristal inclinado unos determinados grados, que está inmediatamente enfrente del objetivo de la cámara. Esta determinada inclinación hace que los haces de luz del LCD no entren a través del objetivo de la cámara. En el video vemos un ejemplo de verdadera definición del concepto retro en televisión, un lugar donde a veces no existe la obsolescencia programada... en este caso es un autocue bastante antiguo, pero en esencia, la mecánica sigue siendo la misma que antaño.
Este cristal está tapado en su parte trasera por una tela negra y unos paneles oscuros que hacen posible que el reflejo de la pantalla LCD se vea en el cristal sin aparecer en la señal de cámara. Lo único blanco que se proyecta en este cristal son los textos de las noticias (normalmente escritos en Helvetica o Arial en su defecto), y su intensidad lumínica es lo suficientemente inferior como para no provocar apariciones indeseadas en la imagen.
Hasta aquí la parte técnica que hace posible que el presentador lea e interprete la noticia mirando a cámara. Pero, ¿cómo se controla? Existen multitud de empresas que fabrican autocues, y cada modelo puede ofrecer soluciones muy distintas. Normalmente, existe un pedal, como el acelerador del coche, situado bajo la mesa del presentador en el plató, y es el mismo presentador el que determina la velocidad de refresco y lectura de la noticia. Por otra parte, existe un profesional en el control de realización que es el operador de cue, encargado de introducir y controlar la velocidad de lectura manualmente gracias a una rueda especial, en el caso de que no exista ese pedal en el sistema de cue.
Aunque este sistema es muy práctico, nunca podemos fiarnos de la tecnología al 100%, y si no que se lo pregunten a Evan Baxter... o al menos, debemos tener un plan de salida en el caso de que esta tecnología falle. Es por eso que todos los presentadores tienen en su mesa todas las noticias impresas en papel, ordenadas una por una y en folios diferentes, para poder leerlas inmediatamente en el caso de que autocue falle. Así que si alguna vez ves al presentador leer una noticia sin mirar a cámara, seguramente el cue está fallando o se trata de una última hora que no han podido introducir en el sistema.
La televisión en Cuba: comienzo y final de la diversión El 24 de octubre de 1950, el dueño de Unión Radio, el animador Gaspar Pumarejo, inauguró, desde el patio de su casa en Mazón 52, esquina a San Miguel, en La Habana, el canal 4 de televisión.
Lo primero en aparecer en unas pocas pantallitas de 17 pulgadas, colocadas en comercios de la capital, fue una cajetilla de cigarros Competidora Gaditana, acompañada de una guaracha de Ñico Saquito, seguida de las felicitaciones del presidente Carlos Prío y de una fiesta, en los jardines, entre estrellas de cine mexicanas, como Pedro Armendáriz, y cubanas como Carmen Montejo y Raquel Revuelta.
Con Unión Radio Televisión nacía la televisión en Cuba. Para Goar Mestre, dueño del circuito radial CMQ, fue un golpe duro. Había construido Radiocentro, en 23 y L, en el Vedado –esquina que sería el corazón de La Habana–, para albergar los más sofisticados estudios de radio y televisión del continente. Desde el monumental edificio –el primero con aire acondicionado central en la isla– había anunciado que, en un plazo de tres años, CMQ comenzaría a operar la televisión en Cuba.
Mestre contaba con el financiamiento de la fábrica de televisores Dumont y del mexicano Emilio Azcárraga, y el apoyo técnico de la cinematográfica Warner Brothers. ¿Cómo era posible que su antiguo subordinado en CMQ, con pocos recursos, se le adelantara y lanzara la televisión en la isla?
La TV en el mundo Las primeras emisiones de televisión las había efectuado la BBC en Inglaterra, en 1927. En 1930 la siguieron la CBS y la NBC en Estados Unidos. El 30 de abril de 1939, una televisión casi de juguete transmitiría la inauguración de la Exposición Universal de Nueva York. Pero en 1949, los estadounidenses ya disfrutaban en la pequeña pantalla del show del comiquísimo Jack Benny. El 31 de agosto de 1950 comenzó la televisión en México, le siguió Brasil el 18 de septiembre, Cuba el 24 de octubre.
Mestre, graduado de negocios en la prestigiosa Universidad de Yale, no podía entender cómo el autodidacta Gaspar Pumarejo, desde un patio, había logrado lanzar un canal de televisión. Pero Pumarejo sabía vencer obstáculos. Había sido vendedor de telas en la calle Muralla, cantante de tangos y, a base de ganarse la vida, había entrenado la sonrisa y logrado convertirse en el imprescindible de la radio cubana. El vasco que había llegado a Cuba con 8 años había aprendido a batallar, a competir y a triunfar. Había logrado que la firma Crusellas lo colocara de animador del programa estelar de la época: Fiesta Radial Jabón Candado.
Cuando Mestre compró CMQ, contrató a Pumarejo como su jefe de programación. Pero el carismático animador era ambicioso. Apenas un año después, adquirió Unión Radio y se convirtió en competencia de CMQ, con el apoyo de la Radio Cadena Azul, de Diego Trinidad, el magnate de los cigarros Trinidad y Hermano. En 1950, con el lanzamiento de la televisión, entre Pumarejo y Mestre la guerra estaba declarada.
Un remoto de Grandes Ligas Pumarejo consiguió ganar a Mestre una batalla el 24 de octubre, cuando logró transmitir por control remoto –utilizando un globo aerostático– un juego de pelota de Grandes Ligas, patrocinado, nada menos, que por la petrolera Esso Standard Oil. Dada la falta de estudios, el canal 4 se especializaría en transmisiones en remoto. La lucha libre, el boxeo y espectáculos en teatros se convirtieron en espacios habituales para los televidentes cubanos.
El 18 de diciembre saldría al aire el Canal 6, de Goar Mestre, CMQ Televisión, con un programa dramático escrito por Marcos Behemaras y protagonizado por Alejandro Lugo. CMQ era una filosofía. Mestre respetaba a los creadores. No censuraba nada y tenía la sabiduría de tener a tres publicitarias que producían programas: Siboney, Crusellas y Sabatés.
Pero Pumarejo no se quedaba atrás. Creó Hogar Club, organización que agrupó a cientos de miles de amas de casa, rifaba autos y casas. En 1957, este genio de la publicidad realizó en el estadio de El Cerro el Festival 50 años de Música Cubana, reencuentro de los artistas cubanos residentes en el extranjero, junto a boricuas como Tito Puente y Tito Rodríguez y al bolerista chileno Lucho Gatica.
Para ese monumental espectáculo, Pumarejo mandó a buscar desde Francia a Humberto Cobo, Rudy Castell, Antonio Picallo y Raúl Zequeira. De España trajo a Antonio Machín, Raúl del Castillo y Zenaida Manfugás. Desde Turquía a Mariano Barreto. De México a Gilberto Urquiza y Everardo Ordaz .Desde Estados Unidos vinieron Mario Bauzá, René Touzet, Vicentico Valdés, Gilberto Valdés y Machito.
Cuba exportaba televisión La fuerte competencia entre Mestre y Pumarejo contribuyó a que un lustro más tarde Cuba exportara técnicos de televisión y libretos de telenovelas a todo el continente, y a que La Habana se convirtiera en capital de la música popular. Nat King Cole vendría a grabar con la orquesta de Armando Romeu. Edith Piaf, Frankie Laine, Johnnie Ray, Pedro Vargas, Katyna Ranieri y otras estrellas de la música internacional colmarían los cabarets Montmartre, Tropicana y Sans Souci, gracias a la televisión.
En 1958, Cuba contaba con 25 transmisores de televisión con una potencia de 150.5 kw instalados en La Habana, Matanzas, Santa Clara, Ciego de Avila, Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba. Tres cadenas nacionales con siete transmisores cada una. CMQ Televisión, Unión Radio Televisión y Telemundo. Los 4 transmisores restantes estaban instalados en La Habana (3) y en Camagüey.
La publicidad en Cuba era la mejor de América Latina. En las agencias trabajaban escritores como Justo Rodríguez Santos, Carballido Rey, Marcos Behemaras e Iris Dávila; directores de televisión como Roberto Garriga, Ernesto Casas y Caiñas Sierra; diseñadores como Martínez Pedro y René Portocarrero. Se publicitaban no solo productos cubanos, también de México, Puerto Rico y Colombia. Se llegó a crear una escuela de publicidad cubana, con pegajosos comerciales cantados ( jingles), como “Café Pilón, sabroso hasta el último buchito”, y la popularísima saeta “esos aplausos son para Magnesúrico”.
Los humoristas Garrido y Piñero, Celia Cruz y la locutora Consuelito Vidal eran contratados por Siboney. La cantante Rita Montaner y la actriz Minín Bujones lo eran por Crusellas. ¿Qué ponía CMQ? Los estudios y los técnicos. Aunque también tenía artistas y nueve directores contratados. Había una estrecha colaboración entre CMQ y las publicitarias. Joaquín Condal, que cobraba por CMQ, producía para una publicitaria el estelar Jueves de Partagás.
Se acabó la diversión La programación de CMQ era una fiesta de música y humor. Contaba con los mejores cómicos de Cuba: Alvarez Guedes, Garrido y Piñero; Leopoldo Fernández con su Tremenda Corte; Lita Romano; Luis Echegoyen con el personaje de Mamacusa Alambrito; Manela Bustamante e Idalberto Delgado eran Cachucha y Ramón; Lilia Lazo era Popa. Los más famosos cantantes: Olga Guillot, Celia Cruz, Fernando Albuerne, Blanca Rosa Gil y La Lupe se presentaban en sus estelares Casino de la alegría y Jueves de Partagás.
Pero el primero de enero de 1959, el trovador Carlos Puebla auguró con su guaracha: “Se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar”. Fidel Castro se haría omnipresente a través de la pequeña pantalla en todos los hogares cubanos. Sus maratónicos discursos ocuparían noches enteras, desplazando al resto de la programación. El 6 de agosto de 1960 todas las plantas de radio y televisión pasarían a integrar el ICR (Instituto Cubano de Radiodifusión), luego ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión).
Más de medio siglo después, los estudios de televisión en Cuba siguen siendo los mismos de CMQ. Escritores, directores y artistas trabajan bajo la lupa ideológica: con la revolución todo, contra la revolución nada. Sería injusto callar que, con apenas recursos, la creatividad del cubano ha logrado hacer algunos programas de calidad, pero el pueblo espera la película del sábado.
La historia de la televisión cubana está signada por tres hombres: Gaspar Pumarejo, Goar Mestre y Fidel Castro. Los dos primeros la crearon. El Comandante la convirtió en un instrumento para alimentar su mito. Armando López
ROSA FORNÉS, LA MÁS GRANDE DE CUBA
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LA HABANA TUVO LA MAYOR
CONCENTRACIÓN DE TELEVISORAS DESPUÉS DE NEW YORK.
Pero llego el Comandante y mando a parar
Una historia televisiva olvidada, que ahora el régimen quiren rescatar
Mayra Cue Sierra - Desde Cuba -
El restablecimiento de relaciones con Estados Unidos nos acerca a la perspectiva de relaciones novedosas entre naciones y pueblos que, desde el siglo XIX, comparten muchos procesos y momentos de la historia.
Días atrás, los comunicadores cubanos intercambiaron con representantes gubernamentales y partidistas criterios sobre el proyecto del Modelo teórico de la sociedad cubana, que hoy se discute en la nación. Entre tanto tema importante, se analizó la trascendencia de la propiedad de los medios de comunicación en las actuales coyunturas internacionales y su rol social.
Ineludiblemente, pensé en la historia de la televisión cubana, pues aunque algunos insisten en mirar solo hacia adelante, hoy más que nunca tenemos que conocer las experiencias del pasado.
Nuestra radiodifusión fundacional adoptó el modelo con fines mercantiles imperante en Estados Unidos, donde la programación se sustenta en la comunicación comercial y el mercadeo entre diversos actores, agentes y escenarios de la Industria Cultural.
Nuestras empresas mediáticas establecieron relaciones de beneficio mutuo con sus homólogos norteños, con las firmas productoras de bienes de consumo o servicios y las agencias publicitarias que las representaban como sus clientes y patrocinaban programas.
Las productoras electrónicas y televisoras norteñas proveyeron la tecnología, el modelo de gestión, las rutinas productivas, el know how, los formatos de programas y géneros, la formación de una parte del capital humano original y nos inundaron con sus programas filmados.
La apertura y expansión de nuestro mercado televisivo significó, por la cercanía geográfica y privilegadas relaciones políticas-comerciales, una gigantesca oportunidad mercantil para todos los involucrados. Ese acicate aceleró extraordinariamente la configuración de nuestro sistema audiovisual.
En fecha bien temprana fuimos la ciudad de Las Américas, con mayor concentración de televisoras después de New York, teniendo nosotros una ínfima población, y nuestro sistema televisivo alcanzó la mayor pujanza en habla hispana.
Como antes hicimos en la radio y en otros ámbitos, velozmente nos apropiamos de las influencias y creamos un modelo latino acorde con nuestras esencias culturales. La Habana devino epicentro de la formación y las tendencias creativas-productivas de TV en Iberoamérica.
Desde los años 50 pasados los cubanos participamos activamente -como técnicos, especialistas, asesores, ejecutivos, accionistas principales, guionistas, músicos, actores y actrices- en las primeras televisoras de Colombia, Venezuela y Puerto Rico.
En el decenio siguiente, otros polos importantes se apropiaron de las experiencias de una emigración altamente especializada y hasta propulsaron un género nacido en Cuba durante 1952: la telenovela.
Paradójicamente, este auge desató una competencia descomunal por el mercado televisivo-publicitario, que rebasó al propio modelo de radiodifusión mercantil: saturamos la pantalla de acciones publicitarias y de mercadeo, nuestros programas filmados en kinescopios se vendian en la región y nuestros los spots publicitarios en Estados Unidos. Lideramos las investigaciones de mercado y la persuasión, aplicadas a los medios de habla hispana.
No obstante, la singularidad latina de nuestras producciones se combinó con la emisión regular de proyectos educativos y culturales que expandieron hacia todos los segmentos poblacionales, versiones audiovisuales de la cultura artística hasta entonces reservada para espacios pequeños y públicos reducidos.
Así, las Artes Escénicas -teatros, títeres, cuentos, poemas, novelas, música sinfónica, óperas, zarzuelas, danza moderna o ballet clásico- devinieron ejes básicos de la programación, donde se combinaron con la información y, entre otras formas de la cultura popular, el deporte.
Lo que pocos recuerdan es que cadenas nacionales radiofónicas como RHC Cadena Azul -en cierta etapa- y televisoras de cobertura habanera, como los canales 10 y 11, tuvieron entre sus máximos ejecutivos o propietarios a ciudadanos norteamericanos que priorizaban la difusión de sus producciones por encima de las cubanas.
Entonces, las mayores cadenas de radiodifusión norteñas pertenecían o tenían como accionistas mayoritarios a los emporios electrónicos transnacionales General Electric, Dumont o RCA Víctor y, generalmente, nuestra asociación mediática giraba alrededor del suministro de tecnología y programación.
Sin embargo, la inclusión de extranjeros como accionistas mayoritarios o altos ejecutivos de televisoras cubanas no fue solo con los norteamericanos.
Nadie recuerda ya que Gaspar Pumarejo Such llegó de adolescente a Cuba y aquí se formó como promotor cultural, locutor y publicista, aunque nació en Santander, España.
El caso más insólito3 fue el de Amadeo Barletta, italiano con un vasto curriculum de mafioso, protegido por los agentes de Mussolini en República Dominicana, devenido empresario respetable en múltiples negocios radicados en Cuba.
Ejemplos: representante de algunas marcas de autos norteamericanos, propietario mayoritario del periódico El Mundo y accionista principal y director general de la cadena nacional Canal 2 (Telemundo).
La historia hay que conocerla no solo porque integra nuestro patrimonio sino porque ese concocimiento nos impide cometer los mismos errores. Por supuesto, ni la Cuba de 2016 es aquella, ni nosotros, los de entonces, somos los mismos.
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