MADONNA BAILANDO Y FARIÑAS A PUNTO DE LA MUERTE
Guillermo Fariñas lleva ya un mes de huelga de hambre en Cuba sin
obtener una respuesta que muestre voluntad de diálogo por parte del gobierno cubano.
Ya Guillermo Fariñas cumple un mes en huelga de hambre en Santa Clara. Días atrás, en Miami, simpatizantes de la dictadura se preguntaban con sorna qué haría Fariñas cuando Raúl Castro no ceda a sus reclamos. Lo que haga Fariñas, en efecto, está por verse. Sin embargo, la pregunta sí arroja una inmediata respuesta sobre la catadura moral de estos simpatizantes.
Fariñas pedía inicialmente que Raúl nombrara a un viceprimer ministro para discutir, entre otros temas, el cese de la agresión contra los opositores por parte de las autoridades y las turbas progubernamentales, de las cuales, a mi juicio, los simpatizantes de la dictadura en Miami son una comprometida extensión, no por pacífica menos repugnante.
Pienso que Fariñas tampoco espera nada de Raúl. La huelga de hambre convoca la culpa de los otros. Para un poder totalitario, la culpa es un síntoma de debilidad y, sobre todo, una admisión de ilegitimidad. Sin una opinión pública que exprese su presión adentro de la isla, la huelga golpeará a la dictadura en la esfera de las relaciones internacionales pero no afectará su estabilidad interna. Fariñas sabe que Raúl puede vivir con eso.
En esta fase de la huelga, los músculos, los órganos internos y la médula ósea son las únicas fuentes de energía del cuerpo. Un paso más allá del umbral del daño permanente. A sólo un paso de la muerte. Contrario a lo que ocurriría en una democracia, la intervención de las autoridades para alimentar por la fuerza a Fariñas implica siempre la posibilidad de asesinato. El hecho de que un prestigioso líder opositor, Premio Sájarov, atendido con honores en las principales cancillerías de Europa, deba atravesar este umbral en reclamo de una mínima legalidad ciudadana, estremece la conciencia de los hombres de buena fe en cualquier parte del mundo.
Fariñas pide asimismo que las autoridades dejen de acosar a los vendedores callejeros y otros emprendedores que constituyen lo que pudiéramos llamar el sector proletario del cuentapropismo. O sea, aquellos que no están vinculados de manera directa a los servicios del turismo y la elite. Quizás la primera vez, en toda la historia de Cuba, que un concreto derecho económico está en la agenda de una huelga de hambre.
Extraña que a este reclamo no se sumen aquellas personalidades y empresarios ex exiliados que nos vendieron el deshielo como un proceso de empoderamiento de la sociedad civil y desarrollo de la iniciativa privada del cubano. Una cosa es cenar con funcionarios del Minrex en La Guarida y tomar el té con el cardenal Ortega y otra cosa es desvelarse por el calvario de los vendedores de aguacates.
En el contexto de ese deshielo, la huelga de Fariñas es un mayúsculo escándalo que viene a confirmar, como anticipó Oswaldo Payá meses antes de ser asesinado por la dictadura, que estos cambios (bastante pocos, por cierto) no traen una ampliación de los derechos y que la inserción de determinados intereses cubanoamericanos y extranjeros en esta nueva política agrava las perspectivas de democracia y soberanía de la nación.
Tradicionalmente se había considerado como una extrema inmoralidad que desde Miami se exhortara a los cubanos de la isla a rebelarse contra la dictadura. Esa mezquina marca fue superada en el 2014, cuando un grupo de cubanoamericanos consiguió que Washington legitimara a la dictadura a espaldas de sus víctimas, sus opositores internos y su auténtico exilio.
De esto también nos habla la huelga de hambre del heroico Fariñas, mientras los heraldos del cambio-fraude toman el sol en Varadero y Madonna baila una rumba sobre la mesa de un bar en La Habana Vieja.