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General: El amaneramiento de Juan Grabiel que el machismo mexicano aplaudió
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 31/08/2016 18:26
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Juan Gabriel: el amaneramiento que el machismo mexicano aplaudió
Las fronteras del machismo se borraban en los conciertos del autor de “Abrázame muy fuerte”
      Por Carlos Olivares Baró | Ciudad de México | Cuba Encuentro
Puede uno estar de acuerdo o no con el compositor y vocalista Alberto Aguilera Valadez (Parácuaro, Michoacán, 7 de enero de 1950 – Santa Mónica, California, 28 de agosto de 2016): Juan Gabriel. Juanga en el cariño de millones de latinoamericanos. Los puristas siempre son puristas: ¿qué pueden decir?, además: no nos interesa lo que digan; pero, para nosotros, adeptos de la canción espontánea, esa que nos hace llorar cuando el amor nos abandona o nos visita: Juan Gabriel es un patrimonio concluyente de la música mexicana. ¿Quién no ha tarareado al menos, una vez en su vida las sugerentes melodías del Divo de Juárez? Para los que tienen dudas todavía: basten estos ejemplos: “Hasta que te conocí”, “Amor eterno”, “Querida” y “Así fue”.
 
Y aún más: que los puristas escuchen detenidamente esa pequeña obra maestra de la canción hispana: “Se me olvidó otra vez” en que se conjunta la inspiradora melodía con versículos de raigambre posmodernista en apuntes de cautivadora perfección lírica: “Probablemente ya de mí te has olvidado / Y sin embargo yo te seguiré esperando / No me he querido ir para ver si algún día / Que tú quieras volver me encuentres todavía // Por eso aún estoy en el lugar de siempre / En la misma ciudad y con la misma gente
/ Para que tú al volver no encuentres nada extraño / Y sea como ayer y nunca más dejarnos // Probablemente estoy pidiendo demasiado / Se me olvidaba que ya habíamos terminado / Que nunca volverás que nunca me quisiste / Se me olvidó otra vez que solo yo te quise”. Vayan estrofas en que loslugares comunes se convierten en imágenes incitantes.
 
Un país entero está de luto. En las cantinas, cabarets, bares, mercados, esquinas y puestos de fritangas y quesadillas grupos de mariachis entonan temas del hijo de Michoacán. A Garibaldi, la explanada más grande del centro de la capital mexicana, patio de cientos de agrupaciones rancheras, llegan miles de personas a cantar las piezas del divo. “¡El mejor compositor de México!”, exclama una muchacha con el tatuaje de un guitarrón en el hombro izquierdo. “Me vengo a emborrachar en honor a Juanga”, grita un moreno de bigote espeso, blue jeans apretado, botas de granjero y camisa de charro abierta. El tequila corre furtivamente. Está prohibido tomar en esta villa: la policía se hace de la vista gorda.
 
En el salón de baile de la calle de enfrente, El nuevo Tropicana, se escucha más de una vez la versión en mambo-chá de “Hasta que te conocí” de Willy Colón. En el kiosco del pasillo central varias parejas se besan y canturrean los números más sonados del cantante fallecido la mañana del domingo 28 de agosto en Santa Mónica, California. El tufo de la tristeza mezclado con la algarabía delirante se expande por toda la avenida Lázaro Cárdenas.
 
La Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM) registra en sus archivos más de 1.800 composiciones suscritas por Alberto Aguilera, las cuales transitan por el pop, ranchero, flamenco, huapango, bolero, afrocaribeño, banda, chicano, bolero ranchero, son de mariachi y esquemas de balada, entre otras variantes sonoras del entorno melódico-rítmico hispano. Pero, el autor del popular éxito de los 80, “El noa noa”, concordó un cosmos híbrido, en que el ánimo de las raíces musicales de México siempre está presente. Dicen las estadísticas que ha vendido más de 195 millones de discos (45 millones en colaboraciones que realizó con la española Rocío Durcal).
 
Uno de los soportes clave del atlas del cancionero moderno mexicano, junto a Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Armando Manzanero. Juan Gabriel ha sabido calar hondo en el pueblo. Sus atajos melódicos-armónicos de atrayente frescura renovaron el repertorio de la música romántica hispana. Tenor ligero de falsete cautivador, fraseaba con un prodigioso sentido del tempo desde un imaginario de precisa recitación.
 
Recuerdo la vez que recabé de Juan Formell su opinión de la música mexicana contemporánea, el director de Los Van Van me dijo: “Me gusta mucho toda la música mexicana, pero los boleros de Manzanero y los temas rancheros con insinuaciones pop de Juan Gabriel me parecen geniales”. José Luis Cortés, el director de NG La Banda, me comentó en uno de sus viajes a México: “Muchacho, ese tema de ‘Querida’ tiene tremendo swing, si consigo los derechos, lo voy a montar para la banda”.
 
Los puristas guardan silencio. Nunca le perdonarán a Alberto Aguilera Valadez esos cánticos que los derrotados y enaltecidos por el amor canturrean a todas horas. El poema de amor se teje en cifras de unhabla común y familiar (“Tú eres / la tristeza de mis ojos / que lloran / en silencio por tu amor / me miro en el espejo / veo en mi rostro / el tiempo que he sufrido por tu adiós / (...) / Cómo quisiera / que tú vivieras / que tus ojitos / jamás se hubieran cerrado nunca / y estar mirándolos // Amor eterno e inolvidable...”).
 
Los enamorados se columpian en los vaivenes de la congoja. Mis vecinos del apartamento de al lado están ebrios: entonan desafinados las canciones del compositor fallecido. Me invitan a un trago. Acepto. Que todo sea por Juanga. Me ‘dedican’, en coro etílico discordante, “Siempre en mi mente”: saben que me gusta.
 
Las fronteras del machismo se borraban en los conciertos del autor de “Abrázame muy fuerte”: confluían los sombreros charros con las camisas rosadas de seda, el hedor del tequila con el bálsamo de Coco Chanel. Juan Gabriel: el amaneramiento que ha sido capaz de convencer a los machos y convertirse en el himno delos otros.


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 31/08/2016 18:42
juan-gabriel7.jpg (700×655)
Juan Gabriel, de las ganas de morirse a las ganas de bailar
         Por Juan Carlos Bautista 
En el programa que entregaron al público en su primer concierto en el Palacio de Bellas Artes, en noviembre de 1990, Carlos Monsiváis —el cronista que mejor interpretó la vida mexicana de la última mitad del siglo XX— empezaba por lo obvio: “Juan Gabriel no necesita presentación”.
 
Ya entonces era un ídolo popular que vendía millones de discos. Era un compositor prolífico (se dice que compuso más de 1500 canciones) que había creado un estilo absolutamente personal, influido caóticamente por todo lo que se puede oír en la calle, con letras que en cualquier momento se desentienden de toda convención lírica.
 
El muchacho afeminado y de modales tímidos de sus inicios se había transformado a los cuarenta en una mezcla explosiva de estética kitsch, sexualidad ambigua y solemne devoción por el dolor. Era un espectáculo en sí mismo. Todos sabíamos quién era. Pero, apuntaba con cautela Monsiváis, al que era necesario presentar era su público.
 
Se trataba, escribió, del “más pluriclasista y multigeneracional que un artista popular ha conocido en México desde las épocas de Pedro Infante”. Ese público era una legión ya desde los noventa y se esparcía por todos los estratos de la sociedad mexicana, alcanzaba a pobres y a ricos, iba del campo a la ciudad y conmovía por igual a los adolescentes que a sus padres.
 
Su llegada a Bellas Artes implicó una polémica agria sobre los límites entre la alta y la baja cultura, pero sorteado el escollo, el público tomó nota de los cambios profundos en el gusto y en la democratización del acceso a los productos y procesos culturales que eso implicaba. Monsiváis jugó un rol fundamental en esa glorificación porque el tema estaba en el centro de sus convicciones políticas y estéticas.
 
El concierto marcó un antes y un después y aceleró la metamorfosis del divo y de su público. Juanga se desplazó al centro de un escenario amplificado que hubiera aterrado o vencido a otros. El público pasó de tenerlo como un desplante del gusto a considerarlo en algo como la veta madre de las emociones compartidas, un amado lugar común.
 
Poco a poco, sin advertirlo, y con calidades muy desiguales, Juan Gabriel y su público transformaron la canción mexicana, esa que junto con el cine fue la gran fábrica de mitologías nacionales que alcanzó gran éxito en toda América Latina. A diferencia de José Alfredo Jiménez y Chabela Vargas, él era un producto acabado de la televisión. A diferencia de aquellos —sacerdotes supremos de la devastación amorosa—, supo que el sentimentalismo no podía seguir siendo un ritual de cantina, donde el amor y sus catástrofes se dirimían en soledad.
 
El repertorio de Juan Gabriel incluyó siempre todos los estados de ánimo, sin contradicción alguna. Cada disco y cada concierto suyo transitaron sin complejos del amor al desamor, del dolor a la revancha, y de las ganas de morirse a las ganas de bailar. Más aún: en una sola canción (digamos un ejemplo paradigmático: “Hasta que te conocí”) Juan Gabriel transita de un sentimiento tremendo a su antípoda. Del dolor absoluto al absoluto desmadre.
 
Juan Gabriel y su público aprendieron juntos las ventajas de la tolerancia. Con el tiempo, el público consagró al mismo artista del que hizo chistes y escarnio durante muchos años, al “rarito”, al muchacho afeminado del que ansiaba revelaciones escandalosas. Juan Gabriel se refugió en un muy mexicano silencio ambivalente. Ni negaba ni aceptaba. Pero sus canciones fueron creciendo en insinuaciones, dobles sentidos y subtextos entendidos. Algo que se volvió parte de su estilo, su sello. Lo llamamos Juanga, al principio para hacer chunga con la ambigüedad del apócope; Juanga después, con familiaridad; Juanga al cabo, con cariño, con infinito amor.
 
Ese público es el mismo en el que hemos participado para que el efecto Juanga suceda y sus canciones adquieran sentido y profundidad. Es el público extraordinariamente diverso que acude lo mismo en Venezuela, que en Colombia, que en Chile, y lo ve asombrado por la audacia del columpio en el que se mueve en el escenario como pez en su agua. Ese público lo adoraba. La gente caía fascinada ante su espectáculo.

En ese público podían estar cumbres del machismo latinoamericano como Fidel Castro, que en la primera Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado no sabía qué hacer ante él, en el show de clausura, impactado por la desenvoltura de ese embajador de la cultura mexicana, y acabó palmoteando y aplaudiéndolo como todos.
 
Ese público, en fin, es el mismo que el preciso día en que se enteró de su muerte se volcó a las calles de México, a la Plaza de Garibaldi, al departamento con los amigos, en las redes sociales, a llorarlo, a cantarlo, a discutirlo, a denostarlo, a bailar a su ritmo con un pasión que no se había visto desde la muerte de Pedro Infante, aquel muchacho tan sano y tan viril.
 
ACERCA EL AUTOR
Juan Carlos Bautista es poeta y narrador mexicano, autor de "Cantar del Marrakech" y "Paso del macho", entre otros.
 
Fuente New York Times en Español

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 31/08/2016 18:43



 
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