Cuba y la parábola del elefante
Pedro Armando Junco | La Habana | 14yMedio
Los caprichos del destino son impredecibles. ¿Quién iba a imaginar hace 15 años, cuando desde Venezuela venían hacia Cuba los contenedores de alimentos y cualquier tipo de mercancías del primer mundo, más el petróleo a raudales, que hoy los colaboradores cubanos en ese país tendrían que cargar para allá los comestibles de consumo?
Las posiciones invertidas de ambos Gobiernos denotan las grandes diferencias entre las pequeñas concesiones del general presidente y el hermetismo en que Nicolás Maduro pretende encerrar a Venezuela. Hasta las relaciones de Cuba con Estados Unidos desarrollan mayor diplomacia en la actualidad que los agrios vituperios del Ejecutivo venezolano. ¿Acaso será cierta aquella presunción de un amigo en los primeros años del siglo actual: "¡Es que en Venezuela el comunismo comienza ahora, pero en Cuba está terminando!"?
Cuba, al menos, sin renunciar a su ideología, aplica medidas para salir adelante. Es considerable la importancia de una apertura donde están implícitos los acuerdos bilaterales llevados a término con Estados Unidos a pesar del silencio de la prensa oficialista; tampoco es adecuado excluir la coyuntural coincidencia en época con un presidente estadounidense lo suficientemente dúctil y facilitador de arreglos convenientes. Pero son objetivas y censurables las limitaciones que todavía perduran y frenan la emergencia de la sociedad civil en la Isla.
Ante el reciente pronunciamiento del ministro de Cultura, Abel Prieto, calificando el empoderamiento económico de los nacionales como una "cama camera" que está fabricando el Gobierno norteamericano para destruir a la Revolución, otro ocurrente amigo comentó riendo: "Imagínate una caricatura de Raúl: atascado hasta la cintura en una marisma económica, con la mano izquierda acaricia las caras compungidas de los aferrados al viejo sistema centralizador y con la mano derecha a la espalda haciendo señales al Tío Sam para que venga a socorrerlo.
Hay que tener en cuenta, sobre todo, la limitación de libertades y derechos que sufre desde los años sesenta el cubano, cuyas privaciones superan todavía a las de otros Gobiernos socialistas del continente, por más tiránicos que los señalen. En la Isla no existe partido de oposición y carece de elecciones legítimas. Las dos últimas generaciones desconocen la libertad de prensa, los sindicatos libres, el derecho a huelga, la oportunidad de crear riqueza propia, etcétera. Solo de esta manera es comprensible que una nación se haya acostumbrado por más de medio siglo a la mansedumbre, la desinformación y la carencia de sus derechos fundamentales.
Es la parábola del elefante del circo que desde la infancia sujetaron por su patica a una estaca enclavada en tierra. Como era pequeño, por más que haló del postecillo, no consiguió arrancarlo y se acostumbró a vivir encadenado. Pasaron los años, se convirtió en elefante adulto, pero nunca más intentó remover la pequeña estaca que le habría sido fácil desprender.
Esa es también la historia del pueblo cubano en la Revolución: le sembraron la estaca del miedo y con ella limitaron o eliminaron sus derechos fundamentales. Le prohibieron alimentarse a gusto, salir de la Isla, adquirir riquezas, decir lo que pensaba, disentir de lo que consideraba injusto... Y al correr del tiempo, igual que el elefante encadenado, se acostumbró a vivir sujeto a determinadas leyes y mandatos injustos, sin réplica y descargado de razones, porque una palabra y un hombre acaparaban la totalidad del poder. El hombre por encima de cualquier ciudadano, incluyendo a sus más allegados colaboradores, por encima de la ley, por encima de la razón, por encima de Dios. La palabra revolucionario, calificativo absoluto y obligatorio, llave de oro para abrir cualquier tipo de cerradura, y su carencia, el baldón más aberrante y degradador del ser humano. En esa palabra estaban contenidas todas las virtudes del hombre, su ausencia aglutinaba los vicios del mundo.
Pero los descendientes del viejo elefante de la parodia han descubierto que la estaquita se ha deteriorado. El paso del tiempo corroyó su vieja madera, y la tierra, por naturaleza propia, la ha echado fuera. Los nietos del elefantico han levantado la mirada y descubierto que más allá del atrio del circo hay un horizonte propicio para andar, para alimentarse mejor, para crear rebaño. Ya la estaquita que sujetó a su abuelo es frágil, anacrónica, inútil. Rueda atada a la pata, pero incapaz de servir como obturador bajo ningún concepto creíble.
Los tiempos han cambiado. Nadie ignora que la única salvación económica del país radica en Estados Unidos. Algunos se resisten cuanto más pueden, yuxtaponiendo condiciones en el negocio –eliminación total del embargo, de la Ley de Ajuste Cubano, de las transmisiones "enemigas" y la entrega de la Base Naval de Guantánamo–. Lo repiquetean constantemente a la nación, aunque bien saben que esos otorgamientos están supeditados a una apertura mayor por la parte cubana, solo discutida a puertas cerradas en las conversaciones bipartitas entre los dos Gobiernos. Es parecido al juego del comerciante tacaño que hasta el último minuto intenta sacar, al menos, una migaja más en la transacción. Al final, el único camino correcto es una mayor apertura a la inversión y el turismo norteamericano, por lo que se tendrán que conceder cambios políticos importantes, obligatoriamente.
Pero, ¿cuándo y de qué manera se manejará el reconocimiento a la oposición, el respeto a las manifestaciones discrepantes por los medios masivos de difusión y el empoderamiento económico del pueblo? A los nietos del caduco elefante corresponde esa tarea.