José Fernández:
Él era nosotros. Era nuestra historia.
No le hizo falta mucho tiempo para convertirse en uno de nosotros, en un miamense.
El mar le dio la libertad, también la muerte
El ídolo cubano que nunca olvidarán los refugiados cubanos
José Fernández —un verdadero prodigio beisbolero que huyó de Cuba en un bote— abrazó a esta ciudad como si hubiera nacido en ella, como si los Marlins de Miami fueran el equipo local que creció admirando y cuyos dos títulos de campeones de la Serie Mundial disfrutó.
Era divertido verlo jugar, no solamente por su talento, sino por la calidez que proyectaba, por su espíritu jovial tanto dentro como fuera del terreno, su generosidad con los fanáticos, y su amor por la familia.
A su vez, Miami amaba a su lanzador estrella.
En momentos en que los aficionados estaban furiosos con el propietario del equipo y sus directivos, Fernández demostró fácilmente ser un rostro positivo con miras en el futuro, sonriendo y expresando gratitud.
“Soy muy afortunado de estar aquí”, solía decir Fernández con sinceridad y un encantador acento en su inglés del Miami cubano.
Nunca se cansó de demostrar lo agradecido que se sentía por estar en este país, y por la suerte que tenía de estar en la ciudad de sus sueños.
Resulta increíble y triste pensar que murió en esas mismas aguas a las que decía que le gustaba acudir en busca de serenidad. El barco de 32 pies de eslora en el que viajaba con dos amigos se estrelló contra el peligroso rompeolas de rocas oscuras, sin luces y apenas visible desde el agua a la altura de Government Cut entre Miami Beach y Fisher Island. No hubo sobrevivientes.
Lo que ocurrió es la pesadilla de cualquier padre.
José sólo tenía 24 años, su muerte es una pérdida que se vuelve todavía más grande con la foto que hace poco colgó en las redes sociales: su novia en la playa con una pequeña barriguita. No podrá ser el padre de esta bebé, y a su vez la niña se perderá la experiencia de disfrutar al alegre joven que se divertía como un niño en el terreno, entregándose por completo y mostrando sus emociones sin reparo.
Nos despertamos con esta inesperada tragedia; un día tremendamente triste no solo para la comunidad deportiva del sur de la Florida, sino para todo el que se haya emocionado con el relato de un niño que escapó de su país en un bote cuando tenía 15 años.
Su historia resonó en Miami, ciudad de refugiados.
Nacido en Santa Clara, en el centro de la isla, lo criaron su madre, Maritza, y su abuela, Olga, gran fanática del béisbol, a quien Fernández llamaba “la luz de mi vida”. Su abuela fue quien primero le enseñó a jugar pelota. Tuvo que dejarla atrás cuando escapó de Cuba con su madre en un bote.
En alta mar, en la oscuridad de la noche, alguien cayó al agua, y José no dudó un instante en saltar. Después supo que era su madre a quien le había salvado la vida.
El dolor que hoy siente la familia es sencillamente inimaginable.
En un principio, Fernández se estableció en Tampa y le costó trabajo adaptarse, sin saber una palabra en inglés, pero entonces cogió una pelota de béisbol y, como suele decirse, el resto es historia. En el 2011, fue seleccionado por los Marlins en la primera ronda del reclutamiento. Los fanáticos enloquecieron cuando Fernández ganó el premio de Novato del Año en el 2013.
Sin embargo, se sentía aun más feliz por haberse reunido por fin en Miami con su querida abuela Olga, a quien no se le permitió salir de Cuba después de la huida de su nieto. José decía que era “la persona más importante de mi vida” y, de una forma muy dulce, la llamaba “una loca del béisbol”. En Cuba, Olga lo escuchaba lanzar en Miami en un radio desde la azotea de su casa, mientras rogaba que hiciera buen tiempo para poder oír el juego con claridad.
“Esto es mejor que estar en las Grandes Ligas, mejor que ganar, mejor que nada”, dijo después de abrazar a su abuela, con su cara de niño llena de lágrimas.
Se suponía que el 2016 sería el mejor año de la carrera de Fernández.
“Cada vez que lanza, el estadio se llena”, me dijo mi hermano, un feroz amante de los Marlins, todavía hablando en presente de Fernández. “Este año está en segundo lugar en ponches de la Liga Nacional”.
Su carrera apenas empezaba, y antes del domingo, nuestro único temor era que Miami pudiera perderlo como ha pasado con otros tantos jugadores que el público aprendió a querer.
José nunca quiso decepcionar a los fanáticos de su ciudad adoptiva y dondequiera que esté ahora, espero que sienta el amor y el aprecio que todos le tenemos.
“Estoy completamente devastado por la terrible noticia de esta mañana”, escribió en Instagram David Herrera, entrenador de los Juegos Olímpicos Especiales de Miami-Dade, sobre una fotografía de Fernández junto a uno de los niños que llevó al juego contra los Nacionales el martes pasado. “Lanzó lo que para muchos fue el mejor juego de su carrera. No puedo creer que hayamos sido testigos de su último partido. Después del juego, todos los jugadores se fueron y ninguno se detuvo a firmar autógrafos. Entonces salió José. Besó a su mamá, a su abuela, a su novia embarazada, y vino directamente hacia nosotros a firmar autógrafos y tomarse fotos. Era un gran ser humano. Un placer verlo jugar y conocerlo”.
Por eso todos lo queríamos: porque entregaba el corazón. Y devolvía el mismo amor que se le daba.
Él era nosotros. Era nuestra historia.