Se apagó una estrella, pero nació una leyenda.
Su muerte representa el nacimiento de su inmortalidad en el deporte de las bolas y los strikes.
Su legado será permanente en esta ciudad de Miami.
Las horas finales en la vida de José Fernández
Por David Ovalle, David Smiley, Douglas Hanks y Glenn Garvin
A la temporada beisbolera le faltaban unos pocos juegos para terminar y los Marlins estaban una vez más a punto de no llegar a los playoffs, pero José Fernández estaba tan contento como un peloterito de las Pequeñas Ligas en su primer juego cuando hablaba con los reporteros.
Estaba entusiasmado con lanzar su próximo juego, contento sobre sus próximas vacaciones con la familia en los Cayos, listo para su plan de recorrer 30 millas diarias en bicicleta durante el invierno. Cuando se le recordó que no había lanzado un juego completo ni conectado un jonrón esta temporada, contestó: “Todavía”. Y es que para Fernández el futuro siempre estaba lleno de promesas.
“Tenemos un grupo increíble”, dijo de los Marlins. “Pasan cosas, sabemos cómo son las cosas. Pero pienso que creemos en nosotros como equipo”.
Pero el futuro de Fernández no estaba lleno de promesas. Ese futuro terminaría 15 horas más tarde sobre un montón de rocas de un rompeolas en medio de la oscuridad de la madrugada frente a South Beach, donde su embarcación terminó boca abajo como un juguete roto. Como dijo Fernández, hay cosas que pasan, pero pocas resultan tan trágicas y misteriosas —y posiblemente innecesarias— como el accidente del 25 de septiembre que terminó con la vida de una vivaz estrella y otros dos jóvenes que iban en la embarcación, y que le rompió el corazón a millones de personas en el sur de la Florida.
Pasarán meses, si acaso llega a conocerse a ciencia cierta, antes de que los investigadores del gobierno determinen exactamente lo sucedido en medio de la oscuridad en ese rompeolas, que protege Government Cut, el canal que lleva de mar abierto al Puerto de Miami.
Todos los testigos fallecieron. Los restos destrozados de la embarcación rápida de Fernández —el Kaught Looking, con la primera K al revés, como la marca que hacen los fanáticos en sus numeritos para consignar un tercer strike cantado sobre un lanzamiento tan abrumador que el bateador ni siquiera lo ve, y queda limitado a sentirse frustrado cuando pasa por el plato— pudieran ofrecer alguna pista. Lo mismo pudiera suceder con el testimonio de amigos que lo vieron o hablaron con él en sus últimas horas. Pero una reconstrucción detallada de esas horas está llena de vacíos difíciles de explicar.
Una noche de presentimientos Prácticamente todos concuerdan en que en el béisbol estadounidense no había un jugador más entusiasta que José Fernández. Si hacía una buena jugada, reía. (Hay un video muy popular de él, de hace un par de años, en que atrapa milagrosamente una línea durísima sobre su cabeza, robándole un hit a Troy Tulowitzki, de los Rockies de Colorado. Resulta fácil leerle los labios a un Tulowitzki desconcertado: “¿Atrapaste eso?” Y Fernández le contesta aguantando la risa: “¡Claro que sí!”) Y si alguien hacía una buena jugada en su contra, también reía: Está bien, esta vez no pude.
Su alegría innata se extendía a su vida personal, ¿por qué no? Escapó de Cuba en una embarcación y llegó a la Florida sin un centavo, cuando tenía 14 años; incluso cuando se reportó por primera vez a los Marlins, no tenía maleta, sólo un par de bolsas de compras donde llevaba todas sus pertenencias. Ahora estaba ganando $2 millones al año como uno de los lanzadores jóvenes más brillantes del béisbol, y se esperaba que llegara a tener un contrato de varios años por valor de $200 millones o más cuando cumpliera los requisitos para ser agente libre en el 2019.
Y no cabe duda que no estaba molesto cuando ofreció su entrevista final a Clark Spencer, redactor de deportes del Herald, poco antes de que los Marlins se enfrentaran con los Mets de Nueva York la noche del sábado 24 de septiembre. Y seguía jovial —quizás aún más— después de que los Marlins ganaron. La próxima cita de Fernández en el montículo se había retrasado inesperadamente 24 horas hasta el lunes, así que podía salir después del juego. Así las cosas, comenzó a preguntar a sus amigos en el equipo si querían salir con él a pasear un rato por la noche en el Kaught Looking.
Fernández adoraba el Kaught Looking casi tanto como al béisbol. Era un SeeVee de 32 pies de eslora que podía alcanzar 60 millas por hora. Lo usaba para salir a pescar (su presa favorita era el pez espada), a fiestar y a veces para darse un salto a las Bahamas para almorzar en Cat Cay. Las páginas de medios sociales estaban llenas de fotos de Fernández con sus amigos, en camisetas que decían J’s Crew y con carretes y bikinis.
Para muchas personas, la idea de salir a navegar frente a South Beach en la madrugada suena exagerada. Pero en el ritmo nocturnal de los peloteros, quienes salen del trabajo a las 10:30 o las 11 p.m., las actividades sociales tarde en la noche son una rutina de la vida diaria.
Sin embargo, Fernández no pudo encontrar a nadie que se le sumara ese sábado por la noche. “Esa noche le dije: ‘No salgas’ ”, recordó el jardinero Marcell Ozuna, el mejor amigo de Fernández en el equipo. “Le dije que yo no podía ir esa noche porque mis hijos y mi esposa me estaban esperando”.
Entonces Fernández se dirigió al Cocoplum Yacht Club, donde tenía la embarcación atracada, mientras llamaba a otros amigos para invitarlos. Poco después de salir de la sede de los Marlins, se le agrió el humor.
La primera prueba de ello está en los mensajes de texto y llamadas telefónicas de uno de los amigos de Fernández: Eduardo Rivero, un ejecutivo de 25 años del departamento de Ventas de Carnival Corp. A eso de la medianoche Rivero llamó a su amigo Will Bernal para decirle que estaba en camino hacia el club para encontrarse con Fernández en la embarcación. El lanzador, agregó, estaba molesto después de una discusión con su novia. Fernández “estaba estresado y quería salir”, dijo Bernal, recordando su conversación con Rivero al Miami Herald.
María Arias, cuñada de uno de los amigos de Fernández, había comenzado a salir con el lanzador unos cinco meses después de que Fernández rompiera su relación con una antigua vitorera de los Marlins. Arias, de 24 años, pronto quedó embarazada y estaba claramente contenta con el bebé; un video colgado en Facebook de una fiesta donde Arias le entregó un pastel rosado, que le daba pistas sobre el género del bebé, lo hizo reír de alegría.
Y el mes pasado él había colgado una foto de Arias en bikini, donde se le veía claramente el embarazo. “Estoy tan feliz de que llegaste a mi vida”, escribió Fernández. “Estoy listo para llegar al lugar a donde este viaje nos va a llevar juntos.
Sin embargo, Fernández le había dicho a algunos amigos en el equipo que aunque estaba contento con la perspectiva de ser padre, no planeaba convertirse en esposo. Y en su última entrevista, cuando se le preguntó si planeaba casarse después de que terminara la temporada de béisbol, Fernández respondió secamente: “No. No. No. No”.
Arias no ha hablado con los reporteros desde el accidente. De manera que nadie sabe de lo que discutieron, o incluso si realmente discutieron, porque no ha habido ningún testigo que lo diga en público. Bernal se limita a decir lo que le dijeron.
Cualquiera que sea el caso, a Bernal le pareció que Fernández no estaba en condiciones de pilotar una embarcación en medio de la noche. Bernal, que una vez había salido al mar de noche y la experiencia le resultó alarmante, trató de desanimar a su amigo a que lo hiciera.
“Hice lo posible por convencerlo de que no fuera”, dijo Bernal. “Es una receta para el desastre”.
Cuando los argumentos de Bernal no funcionaron, le dijo a Rivero que por lo menos encendiera el localizador de GPS de su iPhone para que Bernal pudiera estar seguro de que estaban bien. La conversación al respecto, en mensajes de texto, estuvo llena de presentimientos.
“Por favor, hermano, ten cuidado”, le escribió Bernal.
“Así lo haré, hermano”, le contestó Rivero.
“Trata de mantenerlo cerca de la costa si salen”, lo exhortó Bernal.
“Confía en mí, no me ha llegado la hora todavía”, le respondió Rivero.
Durante la siguiente hora, mientras Bernal miraba televisión, le seguía la pista a la embarcación con su iPhone. La embarcación parecía estar navegando sin problemas por la Bahía de Biscayne. Pero a las 12:55 a.m. se detuvo, en el río Miami, en el American Social, un bar de lujo junto al agua que la mayoría de las noches se llena con los jóvenes de Brickell, que se dedican a escoger de entre “una selección ilimitada de cervezas artesanales”, para acompañar bocados de pato confitado y asado con trufas negras.
Fernández y Rivero entraron al bar, y entonces llamaron a un amigo cercano de Rivero, Emilio Macías, un fornido empleado de Wells Fargo Advisers quien vivía en el edificio de lujo Neo Vertika muy cerca del American Social.
Macías, quien ya había estado de fiesta el viernes por la noche para celebrar su cumpleaños 27, ya estaba costado, según un conocido que pidió no ser identificado. Pero Rivero lo exhortó a que bajara y hablara con Fernández; quizás una oportunidad para atraer a un lucrativo cliente nuevo.
Macías se echó encima unos jeans y una camiseta gris de Fly Emirates, se colocó una gorra de béisbol y salió. No planeaba subir a la embarcación, sólo hablar con Fernández, el hombre a quien había conocido el día anterior.
Pero la conversación se prolongó. En varios medios sociales colgaron fotos de los tres en el American Social a eso de las 2:35 de la madrugada. Unos pocos minutos después, Macías subió al Kaught Looking para lo que esperaba que fuera un paseo rápido por la Bahía de Biscayne.
En su apartamento, Bernal ya no le estaba siguiendo la pista a la embarcación en su teléfono. Convencido de que estaba atracada en el American Social y que cualquier peligro ya había pasado, se quedó dormido a eso de las 2 a.m., poco después de enviar a Rivero un último mensaje en el bar: “Ojala pudiera estar con ustedes. Necesito pasar más tiempo con mis amigos”.
“Ojala, hermano”, le contestó Rivero, y entonces el teléfono quedó en silencio.
El rompeolas Nadie sabe sabe qué hicieron los tres jóvenes en los 35 minutos siguientes después de salir del American Social. Es posible que al final se encuentren algunas respuestas en el equipo de navegación de Kaught Looking y los teléfonos móviles que los jóvenes llevaban en el bolsillo, pero si los investigadores han encontrado algo, no lo han revelado.
Pero hay menos dudas sobre quién pilotaba la embarcación. Aunque no se ha dado a conocer ninguna prueba forense, la mayoría de sus conocidos supone que Fernández iba al timón. El lanzador apenas conocía a Macías, y los amigos de Rivero dicen que tenía poca experiencia en materia de barcos.
Lo que sí es cierto es que, en algún punto, los jóvenes salieron de la Bahía de Biscayne y se dirigieron al mar abierto más allá de Miami Beach, quizás para navegar paralelamente a South Beach, actividad favorita de muchos aficionados a las embarcaciones, o tomar rumbo sur hacia Key Biscayne. Y pocos minutos después de las 3 a.m. se acercaron a las piedras de los rompeolas de Government Cut, el canal que los grandes barcos comerciales usan para llegar al Puerto de Miami.
Government Cut se inauguró en 1902 después que el gobierno federal literalmente cercenó el extremo sur de Miami Beach, que se convirtió en Fisher Island, para crear una entrada al puerto en Dodge Island. La canal profundo está protegido por los rompeolas.
El rompeolas del norte se extiende casi 3,000 pies en el mar desde Miami Beach; el del sur unos 2,750 pies, al este de Fisher Island. El espacio entre ambos es de unos 900 pies de ancho.
Muchas de las embarcaciones que tratan de usar Government Cut para entrar a la Bahía de Biscayne Bay pasan trabajo. Los accidentes alrededor de los rompeolas no son cosa rara, y aunque en su mayoría son menores, ha habido al menos dos accidentes fatales desde 1984, con un total de cinco vidas perdidas.
“Es un rompeolas difícil de navegar”, dijo Scott Wagner, abogado de Miami especializado en derecho marítimo. “A veces es difícil incluso de día. El rompeolas está ahí, bloqueando la vía que uno tomaría naturalmente para entrar al canal, y es complicado. A las 3 de la madrugada es mucho más difícil”. En la oscuridad, las piedras oscuras del rompeolas son casi imposibles de ver, especialmente durante la marea alta, cuando el agua casi las tapa.
Government Cut presenta menos problemas para la llegada nocturna de grandes barcos comerciales, que se acercan al canal desde mar abierto y planean su rumbo entre 13 grandes boyas iluminadas colocadas en dos filas, una especie de autopista marítima.
Naturalmente, la boyas son visibles también para las embarcaciones menores como el Kaught Looking. Pero los capitanes de este tipo de barco por lo general no se aventura a salir a mar abierto en medio de una mar picada, hasta donde comienzan las filas de boyas. Por lo general tratan de empezar en el medio. Eso está bien, hasta un punto, porque si lo hacen más cerca de los rompeolas puede haber problemas.
“Es extremadamente complicado rodear el rompeolas de noche”, dijo Richard Wood, quien supervisa clase de seguridad marítima para el Palm Beach Sail and Power Squadron, un grupo de educación. “No se ve nada y mientras más alta está la marea menos salen las piedras del agua...
“Y si estás mara afuera, y tomas rumbo hacia la costa, las boyas y las luces de navegación se confunden con todas las demás luces que tienes delante: las de los edificios del centro, barcos de crucero, todo lo que te puedas imaginar”.
Naturalmente, no hay forma —al menos por el momento— de saber si el Kaught Looking estaba tratando de llegar a Government Cut. Quizás estaba navegando paralelo a South Beach, con la intención de entrar a la Bahía de Biscayne desde el sur de Fisher Island o Virginia Key, y chocó de frente contra el rompeolas.
En cualquier caso dijo Wood, el accidente no debió haber ocurrido.
“Se pudo evitar completamente, si hubieran sabido lo que estaban haciendo”, insistió. “Aunque el rompeolas no se puede ver de noche a simple vista, uno tiene que estar mirando la pantalla de navegación,lo que usamos en las embarcaciones en vez de un GPS en un vehículo. Tiene un mapa con una figura en forma de embarcación, ese es uno, y te dice exactamente donde estás y dónde está el rompeolas.
“No sé si el barco tenía radar, pero eso también queda en claro. Uno ve una imagen de radar en tiempo real de dónde estás y hacia dónde estás avanzando. Si es algo sólido, resulta obvio. Naturalmente, eso es si suponemos que está debidamente calibrado y lo estás mirando... si hay algo que no parece bien, tienes que preguntarte si estás demasiado cerca. ¿Debo dar la vuelta? ¿Necesito reducir la velocidad y determinar dónde estoy?”
Un ruido terrible El estruendo del Kaught Looking fue terrible. La colisión provocó un chirrido tan violento que un policía de Miami Beach que estaba en tierra lo reportó a los rescatistas de Miami-Dade a las eso de las 3:20 a.m. Una patrullera del Servicio Guardacostas que pasaba por allí vio el accidente casi el mismo tiempo, y observó el barco estrellado contra el rompeolas norte de Government. Los buzos estaban el agua a los pocos minutos, y para las 4 a.m. habían recuperado los tres cadáveres.
Dos horas después, los teléfonos comenzaron a sonar y las lágrimas empezaron a correr en Miami. “Yo no paraba de llorar”, confesó Ozuna, el pelotero que trató de convencer a Fernández de que no saliera en el barco. Bernal, quien se quedó dormido pensando en que sus preocupaciones no tenían razón de ser, dijo: “Me quedé tieso. Se me pone la piel de gallina. Es una sensación horrible”.
La Comisión de Peces y Vida Salvaje de la Florida, que supervisa las normas que gobiernan a las embarcaciones en la Florida, está investigando las causas del accidente. “Van a tratar de crear una cronología de los hechos”, dijo el abogado Wagner.
“Van a estudiar las coordenadas satelitales del equipo en el barco, información de los teléfonos de los hombres que iban en el barco. Investigarán de dónde venía y hacia dónde iba la embarcación. Y si esa información tiene la hora, pueden calcular la velocidad”.
Casi todos los expertos que vieron las fotos del barco destrozado tuvieron la misma reacción inmediata: que iba a alta velocidad. No cabe duda que el historial de manejo de Fernández en tierra —le pusieron una multa por conducir a 82 millas en una zona de 65 en el Turnpike en el 2013, no respetó una luz roja en Tampa más adelante ese mismo año y fue multado por incorporarse a la carrilera contraria en Carolina del Norte en el 2012— será estudiando con detalle. Y ya se realizan las pruebas de toxicología a los tres jóvenes.
Muchas de las mismas técnicas que la policía usa en los accidentes automovilísticos se aplicarán a lo sucedido al Kaught Looking. “Obviamente, no hay frenazos que medir”, dijo Wagner. “Pero en dependencia del tipo de accidente, el daño al casco, el daño en las hélices y motores, pueden decir mucho. Pueden decir en qué dirección iban y con qué chocaron primero...”.
“También estudian el rompeolas, porque la pintura del casco queda en las piedras en un impacto. Y con un impacto de este tipo, habrá pruebas en las piedras mismas de dónde pegó primero el barco”.
La posición del barco parece sugerir que el Kaught Looking se dirigía al sur en el momento de la colisión. Pero hay otras posibilidades, notablemente que primero golpeó otra cosa en el agua, lo que pudiera haber cambiado su rumbo. “En los casos marítimos, cualquier cosa es posible”, advirtió Wagner.
Incluso, quizás, que el propio mar se eche a llorar. La semana pasada, cuando millones de surfloridanos se unieron a la familia de Fernández en su luto, un paquete extraño y desolador llegó a la costa de South Beach, a casi una milla del lugar del accidente del Kaught Looking: una bolsa con cuatro pelotas autografiadas, y el nombre de José Fernández claramente legible.
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