Yo, perdonen que sea aguafiestas, me permitiría resumirlo
de esta manera: si quieres que los jefes terroristas de las FARC vayan al Congreso, vota SÍ
La fotografía me dejó triste, descorazonado: el presidente colombiano Santos, estrechando la mano del terrorista Rodrigo Londoño, alias Timochenko, sellando la rendición de la democracia colombiana ante los chantajes de las FARC, y detrás, con aire imperial, el dictador cubano Raúl Castro, de guayabera, apadrinando el pacto innoble. Pensé: por lo visto, el crimen sí paga: las FARC secuestraron la paz de Colombia durante medio siglo, y Santos les ha pagado un oneroso rescate, amnistiándolos, jubilándolos, desplegándoles alfombra roja para que ocupen lugares de honor en el Congreso de ese país, y tejiendo un enrevesado proceso judicial, a cargo de magistrados seguramente extranjeros, diseñado para que los terroristas, pobrecitos, no pasen un solo día en la cárcel.
Puede decirse entonces, sin exagerar, que las FARC han triunfado: si bien no consiguieron capturar el poder en Colombia como sus padrinos, los hermanos Castro, en Cuba, para instaurar una dictadura comunista, han conseguido un triunfo político nada desdeñable: absoluta impunidad, pues con solo confesar sus delitos más atroces no irán a la cárcel y, si acaso, cumplirán levísimas penas de servicio comunitario, sin privación significativa de la libertad; diez curules como mínimo en el Congreso, aun si el pueblo no los elige (cinco en el Senado, cinco en la Cámara de Representantes); recompensa económica apoquinada por la democracia colombiana como premio por dejar de delinquir; más de treinta radios para propalar sus ideas trasnochadas y hacer campaña política; y, lo que es más indignante, estatus de ciudadanos ilustres, admirables, prohombres de la paz, candidatos al premio Nobel de la Paz, junto con su aliado y benefactor, el presidente Santos, rey del travestismo político.
Yo estoy a favor de negociar con las FARC, claro que sí: una vez que sus jefes estén en la cárcel, se negocia con ellos a qué hora quieren la comida, qué diarios y revistas desean leer, cuáles serán los horarios de visitas y con qué champú prefieren quitarse los piojos. Nada más. Punto. Esos sujetos de mala entraña, que durante décadas han sembrado el terror en la noble patria colombiana, merecen ir con sus huesos a la cárcel y pudrirse en una mazmorra. Eso es lo que ocurre en cualquier sociedad civilizada: cuando un individuo mata gente inocente, secuestra gente inocente, tortura gente inocente, las fuerzas del orden lo persiguen, lo aprehenden o dan de baja, y si lo capturan vivo, se lo juzga, se lo aísla de la sociedad para que no siga haciendo daño y, salvo excepciones, se lo condena a cadena perpetua o pena de muerte. Es lo que merecían los terroristas de las FARC. Pero el mendaz Santos, por vanidad intelectual, por pura frivolidad, ha cometido un error histórico: ha condescendido a negociar en pie de igualdad y equivalencia moral con una banda terrorista, y además en una ciudad impresentable como La Habana, donde una pandilla de criminales ejerce viciosamente el poder hace más de medio siglo, dignificando de ese modo a los bandidos de las FARC y a los hampones de la dictadura cubana; ha tejido una alambicada telaraña para que los terroristas no sean juzgados, como corresponde, por los tribunales y las cortes de Colombia, sino por unos jueces extranjeros al conflicto, tributarios del poder político, quienes, desde luego, harán su mejor esfuerzo para no castigar con cárcel a quienes sin duda la merecen; ha diseñado un sistema de premios, recompensas, prebendas y gollerías para los terroristas, por el solo hecho de abandonar la violencia; y, en lugar de despacharlos a la cárcel, les ha asegurado, aun si el pueblo no vota por ellos, diez asientos bien remunerados en el Parlamento (y puede que al final sean muchos más). Es decir: el crimen sí paga. Si eres un criminal político como los hermanos Fidel y Raúl Castro, el chaquetero Santos te besa las manos como si fueras el Sumo Pontífice y te hacen venias y reverencias cuando pasas por Cartagena a santificar el pacto innoble con las FARC. Y si eres un criminal alzado en armas como los jefes de las FARC, todos ya ventrudos, miopes, estragados, aburridos, seguros de que han perdido la guerra, la militar y la de propaganda, el tránsfuga Santos envía a sus emisarios para que te abaniquen en La Habana, se hinca de rodillas ante ti, te asegura con sonrisitas y carantoñas que no irás a la cárcel, te da la bienvenida a la democracia con todos los honores y te asegura una representación en el Congreso. Con lo cual los malandrines de las FARC y sus padrinos dirán, las manos manchadas de sangre: no llegamos al poder absoluto, no todavía, pero hemos llegado al Congreso, y sin pasar un solo día en la cárcel, no está tan mal.
Si fuera colombiano, y cuán honrado me sentiría de serlo, no dudaría en votar por el NO este domingo, repudiando la deshonrosa capitulación del panqueque Santos, rey de la mermelada. Pero, por supuesto, no soy tan ingenuo, sé que ganará el SÍ. Ahora bien, el triunfo del SÍ, ¿traerá efectivamente la paz “estable y duradera” a Colombia? No lo creo. Porque el mensaje que el pérfido Santos ha instalado en la sociedad colombiana es uno muy peligroso y perturbador: el crimen sí paga. Por consiguiente, los terroristas jubilados dejarán las armas y acomodarán sus posaderas en el Congreso, aun si nadie ha votado por ellos, pero otros individuos, hechizados por el imán perverso de la violencia, y estimulados por el dinero turbio del narcotráfico, sucumbirán, mucho me temo, a la tentación de secuestrar, torturar y asesinar en nombre de cierta agenda política, a sabiendas de que, si no te rindes, si matas bastante, si secuestras profesionalmente, será el Estado de Derecho quien capitule tarde o temprano ante la mayor parte de tus exigencias. Este es el terrible legado que el travestido Santos les deja a los colombianos: si eres terrorista, y uno bien malvado y tozudo, no irás a un calabozo, y con un poco de suerte terminarás en el Congreso, y hasta haciéndote la foto en Estocolmo, recibiendo el Nobel de la Paz.
No es lo que yo quisiera para un país que admiro tanto como Colombia. Yo hubiera querido que las FARC, ya bastante diezmadas por el gobierno de Álvaro Uribe, fuesen derrotadas militarmente, y que sus jefes, paniaguados, lugartenientes y apandillados fuesen apresados, juzgados y encarcelados, y que los jóvenes colombianos aprendieran la lección: si empuñas las armas y desafías al Estado de Derecho, la democracia sabrá defenderse, te someterá al imperio de la ley, y serás castigado sin compasión por todas las muertes que provocaste y los crímenes que perpetraste. Es decir: el crimen político no paga, la democracia sabe defenderse y si te atreves a desafiarla acabas muerto o en la cárcel. Punto. Nada más. Cero tolerancia con el terrorismo. Sea el de Al Qaeda, del Estado Islámico, de ETA, o de las FARC.
Yo, perdonen que sea aguafiestas, me permitiría resumirlo de esta manera: si quieres que los jefes terroristas de las FARC vayan al Congreso, vota SÍ. Pero si quieres que esos bandidos vayan a la cárcel, vota NO. Porque, no nos engañemos, la paz absoluta no existe siquiera en Disneylandia, y gente malvada, que secuestre, torture y asesine, por desdicha siempre habrá, y ante la extorsión moral de los terroristas no debemos capitular, como ha capitulado oprobiosamente el presidente Santos y su gobierno de mermeleros y adulones.