Solo existen dos fotos de la profanación a la estatua
El 'marine' que profanó la estatua de Martí
José Gabriel Barrenechea |Cuba| 14yMedio
Para todos los que nos educamos en la Cuba de Fidel está muy presente aquella imagen infaltable en nuestros textos de historia nacional: la de un marinero americano trepado en lo alto de la estatua de José Martí del Parque Central habanero. Al hecho captado por esa fotografía dedica Jorge Domingo Cuadriello el más destacable trabajo del último número de Espacio Laical.
Para escribir La profanación de la estatua de José Martí en el Parque Central, Cuadriello acalló el eco de la indignación que esta imagen provoca en todo cubano, pero que sin embargo nos ha impedido hasta ahora advertir ciertos detalles del hecho en cuestión, algunos sospechosos, sucedidos en relación con él. En una época en que hacer una fotografía, y mucho más de noche, no era ni remotamente tan fácil ni tan accesible como hoy, ¿no resulta demasiado afortunada la presencia de un fotógrafo con todo lo necesario para hacerla? La casualidad parece mayor si tenemos en cuenta que, por la indignación popular casi instantánea que causó el suceso, el marinero en cuestión no pudo permanecer más que contados segundos en lo alto de la estatua del apóstol. ¿Cómo se concibe ‒se pregunta Cuadriello‒ que la reacción del cubano tras la cámara fuera la de hacer una foto y no lanzársela a la cabeza a los profanadores?
En su trabajo, Cuadriello aclara que las sospechas de una posible instigación del suceso por parte de cubanos ya habían sido consideradas a los pocos días del hecho y cita algunos de los testimonios que entonces recogió la revista Carteles entre los habituales al Parque Central que dijeron haberse encontrado allí aquella noche. En estos se revela que los fotógrafos (más de uno) habían llegado con los marineros, que estos últimos habían ido directamente hacia el monumento y que de inmediato comenzaron a escalarlo, que los fotógrafos desaparecieron después de hacer sus fotos, cuando los ánimos comenzaban a caldearse. Alguno que otro fue más lejos:
"Vi cuando uno de los fotógrafos, con los brazos extendidos hacia adelante, vueltas las manos hacia arriba, mientras los movía en esa dirección, indicaba al marino que subiese más, pues se había detenido en los bajorrelieves del pedestal".
Cuadriello explica que estas sospechas habían nacido principalmente por la manipulación desproporcionada a que los ñangaras, desde sus Noticias de Hoy, sometieron el hecho, al llegar a compararlo con el genocidio de millones de judíos, eslavos o gitanos cometido por los nazis solo unos años antes. En consecuencia era sobre ellos que se habían dirigido las sospechas, por una posible instigación a los marineros para cometer el hecho. Él declara no compartir la autoría, que achaca a una reacción plenamente natural en tiempos de la Guerra Fría, durante la que los comunistas aprovechaban lo que fuera para atacar la imagen de EE UU y los anticomunistas creían ver las manos de aquellos detrás de cada suceso que no entrara por completo en el modo en que ellos pensaban que el mundo se debería desenvolver.
Cuadriello dirige su mirada más bien hacia el periódico Alerta, que fue quien sacó en primicia, en primera plana, dos fotografías del marinero en lo alto del monumento. Este periódico hacía aguas apenas dos meses antes, precisamente hasta venir a dar en manos de Ramón Vasconcelos, quien intentaba por todos los medios convertirlo en uno de los diarios de mayor circulación nacional. Si por algo era conocido este político y periodista, de accidentada trayectoria, es por sus escasos escrúpulos en la elección de sus medios.
Ya en 1916, a la caza de crear un escándalo que lo ayudara a señalarse entre los electorados negro y mulato, había publicado un artículo en que sostenía que "Maceo fue asesinado por diez cubanos, algunos de ellos viven, y viven como príncipes".
"No creemos que el ultraje a Martí fue una autoprovocación orquestada por los comunistas para incentivar el movimiento antiimperialista e incluso antiamericano. Tampoco somos del criterio de que tras ella (sic) estuviese un plan urdido por Vasconcelos, por muy pocos escrúpulos que tuviese y a pesar de haber sido uno de los principales beneficiados con aquel incidente. Pero nos cuesta mucho esfuerzo admitir que escalar la estatua del apóstol fue una iniciativa espontánea de unos cuantos marineros norteamericanos borrachos y que de modo casual en ese instante pasara por allí uno o varios fotógrafos que realizaran tan espectaculares tomas. Nos inclinamos a pensar que alguien ‒quizás más de uno‒ manipuló a aquellos jóvenes tan ignorantes de la historia de Cuba como de Martí, y los exhortó a subir no al monumento del ingeniero Francisco Albear, situado a solo cien pasos de distancia, sino al del más grande de todos los cubanos. ¿Quién o quiénes y con qué intención? No lo sabemos; pero resulta evidente que con el propósito de crear un gran escándalo", opina Cuadriello.
Con independencia de la versión a la que se inclina Cuadriello, no hay que descartar la posible implicación comunista en el hecho, e incluso un probable contubernio entre estos señores y Vasconcelos. La realidad en nuestro periodo republicano es que nunca hubo fronteras ideológicas tan rígidas. Más de una vez los comunistas y partidos o personalidades que podrían ser clasificados de cualquier cosa menos de progresistas cooperaron activamente. No resultaría en consecuencia tan extraordinario algo así en 1949, más si tenemos en cuenta que, como ministros sin cartera, Vasconcelos y Blas Roca habían coincidido en el Consejo de Ministros del periodo constitucional de Batista (1940-1944), y que la relación entre ellos no era tan distante.
Una de las posibles versiones podría ser:
El fotógrafo (o los fotógrafos), que extrañamente se hundió en el olvido ‒al punto de que el exhaustivo Cuadriello no ha conseguido localizarlo en ningún registro de la época‒ o que todavía de manera más inexplicable nunca reapareció en el período revolucionario a reclamar su "gloria", habría sido un hombre del Partido, o contratado por él, con la misión de provocar un escándalo que lo ayudara a remontar en su menguante influencia nacional. El trabajo de este hombre habría consistido en sacar la foto para luego vendérsela a otro medio, de manera que no se pudiera señalar a Hoy por haber comenzado el escándalo. Vasconcelos, ignorante o no de la mano comunista tras el hecho, se habría prestado de cualquier modo, por su interés en sacar su diario adelante a cualquier precio.
Achacar a los comunistas la autoría de la provocación no es tan gratuito como cabría pensarse. Resulta poco creíble que pueda concebirse que el fotógrafo se atreviera a semejante jugada sin algún respaldo. Aunque por aquellos movidos tiempos había quien hasta llegó a cargar de Manzanillo a La Habana con una campana como la de La Demajagua, por tal de pegar su cara en cada diario, otra cosa muy distinta resultaba trepar un marinero americano sobre la estatua de Martí. Algo así, en la Cuba de entonces, no lo habrían intentado ni los ortodoxos, y ni tan siquiera ciertos tiratiros de la Universidad. Solo gente como los ñangaras, o políticos tan veniales como Vasconcelos, se habrían atrevido a algo semejante.
Un último detalle, sobre el que Cuadriello ‒jefe de redacción y editor de una revista precariamente tolerada por el régimen ‒ pasa muy a la callada sin sacar explícitamente todas las posibles consecuencias es que a Vasconcelos, alguien que durante la posterior tiranía de Batista llegaría a Ministro de Comunicaciones, y que además compartió con el Tirano no pocos de sus turbios negocios, la "máxima dirección" le permitió regresar a Cuba a los cinco años de la Revolución, en 1964, cuando todavía se fusilaba en Cuba por crímenes del Batistato.
¿De qué otra manera se puede explicar que Fidel Castro le permitiera volver si no es porque Vasconcelos conocía ciertos trapos sucios que era mejor no exhibir, entre ellos quizás la verdadera historia de lo sucedido aquella noche en el Parque Central y sus alrededores? Esa historia podría volver a dejar muy mal parados a unos viejos comunistas que ya aquel año habían pasado por lo del caso Marquitos, y que en todo caso, de ventilarlos, le restarían al propio Fidel Castro la posibilidad de servirse de un hecho y una imagen que tan determinantes eran para el discurso historiográfico sobre el que había venido apuntalando su poder absoluto desde 1959.
En todo caso, solo suposiciones y más suposiciones, pero con escaso basamento real, podemos hacer a estas alturas del juego. Con Cuadriello, opinamos que solo las declaraciones de los propios marineros, o en todo caso los informes secretos de la Embajada Americana, podrían traer un poco de luz a este asunto que sigue sin estar muy claro 67 años después de ocurrir (nuestro incidente del Golfo de Tonkin). No obstante, a él le cabe el mérito de haber dado el tiro de arrancada, en una cacería que quizás nos conduzca a la verdad detrás de lo sucedido en aquella noche en que todavía se vivía en democracia en Cuba.
Estatua en Homenaje a José Martí en Central Park, Estados Unidos