La revolución privada de Fidel Castro
El engaño juega un papel fundamental en la historia. El ser humano lo usa como un instrumento para alcanzar sus objetivos, de modo parecido al que los animales por medio del mimetismo se disfrazan o confunden de acuerdo con el medio que los rodea para escaparse de sus depredadores o sorprender a sus presas. El engaño es parte intrínseca de la naturaleza humana y, por ende, de la naturaleza social. Independientemente de sus implicaciones éticas y morales, gústenos o no, debemos aprender a lidiar con el engaño.
Aplicado a cuestiones públicas y de Estado, el engaño sirve para lograr objetivos políticos, militares y económicos en diversas fases de la historia de las naciones. Cuba es un buen ejemplo. Su historia republicana no puede comprenderse sin reconocer el papel prominente del engaño y, con el comienzo del proceso revolucionario en 1959, el engaño alcanza formas nunca observadas en el país, siendo esencial en el modo cotidiano de operar de Fidel Castro. El engaño oficial fue aplicado de maneras muy deliberadas, refinadas y eficaces, en sincronía con acciones del Gobierno revolucionario. Dichas acciones no solo lograron la concentración de todos los poderes del Estado en la persona de Castro, sino también de prácticamente todo el poder económico del país, hasta entonces ampliamente repartido entre infinidad de manos privadas. De este modo el engaño sirvió para convencer a una proporción elevada, quizás mayoritaria de la población de que tal concentración de poderes obedecía a fines moralmente superiores encapsulados en la ideología socialista. Sería una perogrullada afirmar que sin el engaño el cataclismo masivo llamado "revolución cubana" que afecta a la sociedad desde 1959 no existiría.
En estas líneas analizo la trayectoria de las principales declaraciones y medidas oficiales que transfiguraron veloz y radicalmente a la sociedad cubana en menos de dos años. No es fácil encontrar ejemplos en la historia que se igualen en velocidad y profundidad a este proceso. El mismo consistió de un refinado contrapunteo entre las declaraciones públicas de Castro y las medidas que se implementaban posteriormente. Este ciclo de engaño-traición (ET) tiene su primera gran expresión en la promesa inicial, desde antes de 1959, de que la revolución se hacía con el objeto de derrocar a la dictadura de Batista, restaurar la Constitución de 1940 y organizar elecciones libres para elegir democráticamente un nuevo gobierno. Ese fue el primer segmento del ciclo ET que se completa en los primeros meses de 1959 cuando el Gobierno abandona subrepticiamente el plan de restauración constitucional y lo hace oficial mediante un discurso en 1960 donde Castro pregunta retóricamente "¿Elecciones para qué?". Aunque el ciclo ET se repitió continuamente en diversas escalas, momentos y audiencias, aquí nos concentraremos en los casos más trascendentes del proceso en sus inicios.
De este modo el próximo gran ciclo es el que también comienza antes de 1959 con las múltiples declaraciones por parte de Castro negando que él, sus seguidores o el movimiento revolucionario fuera comunista. Sin embargo, ya en 1959, mientras se repetían tales negativas, Castro colocaba sin conocimiento del pueblo militantes comunistas en puestos claves del Gobierno y de las fuerzas armadas, a la vez que se deshacía de personal anticomunista. Todo esto llevó a las protestas y subsiguientes renuncias del presidente Manuel Urrutia a mediados de 1959 y del comandante Huber Matos ese octubre, con el encarcelamiento inmediato de este último.
Mientras tanto, las declaraciones de Castro sobre la naturaleza de su revolución se proyectaban hacia una vaga definición de régimen "humanista", al mismo tiempo que continuaba sus negativas sobre el comunismo, pero se comenzaban a desarrollar relaciones con la Unión Soviética e implementaban medidas de carácter socialista, como las leyes de Reforma Agraria y de Reforma Urbana. Estas leyes violaban los derechos de propiedad de cientos de miles de ciudadanos cubanos y un buen número de extranjeros y alcanzaron su máxima expresión en el ciclo ET con las expropiaciones masivas de 1960. El mayor de estos ciclos se completa el 16 de abril de 1961, cuando Castro proclama en un discurso público el carácter socialista de su revolución. A fines de ese mismo año ese gran ciclo ET se consagra con la confesión de Castro de que es un marxista leninista y lo será toda su vida.
Es de notar que una gran parte de la documentación de muchos de estos episodios de engaño ha ido siendo retirada del alcance del público en Cuba, práctica que eleva el engaño a un nivel superior, el del engaño sobre el engaño. De este modo se repite en Cuba la bien conocida práctica de los regímenes comunistas de borrar trozos inconvenientes de historia para maximizar el control del Gobierno sobre sus ciudadanos.
Paralelamente al proceso de expropiaciones en 1960 se organizó en Cuba la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN). Esta sería la megaorganización que reemplazaría la economía de mercado que eminentemente predominaba en Cuba hasta entonces y que estaría a cargo de dirigir en teoría toda la economía del país bajo el régimen socialista. En este punto es de crucial importancia comprender que el nuevo sistema reemplazaría con monopolios estatales los cientos de miles de empresas productivas y de servicios de todo tamaño, cada una con sus respectivos dueños, administradores y trabajadores. La desaparición de los propietarios privados creó un vacío de autoridad económica y administrativa que tuvo que llenarse en pocos meses con personal improvisado pero leal a Castro para evitar una parálisis de producción en la Isla.
Aunque la Junta representaba la esencia de lo que debía ser el manejo de una nueva y eficiente economía socialista, en la práctica se convirtió en el instrumento del último gran engaño de Fidel Castro: él manejaría la economía a su antojo, sin planes bien preparados, mientras hacía uso de las empresas expropiadas como si fueran de su propiedad. En lugar de "propiedad social de los medios de producción", tal como señalan los textos sagrados del socialismo, los bienes expropiados fueron de facto privatizados por Fidel Castro. El tenía ahora todo el poder para usarlos y distribuirlos como quisiera, sin tener que rendirle cuentas a nadie, sin una prensa libre e independiente, sin supervisión alguna por parte del Partido Comunista o un órgano calificado del Estado. Y en lugar de usar esas propiedades y el sistema de planificación central para promover el desarrollo económico y social de los cubanos, Castro usó esos recursos para promover guerras de guerrilla en varios países latinoamericanos, antagonizar a EEUU en cualquier rincón del mundo e intervenir en conflictos bélicos en varios países africanos. Era una parte desconocida de su agenda privada, donde el socialismo en sí mismo, tal como lo conciben o sueñan los marxistas socialistas, no se aplicaba. Se revelaban como nuevas traiciones otro conjunto de engaños: en lugar de dedicarse al bienestar del pueblo el socialismo cubano se transformaba en internacionalismo proletario y baluarte del antiamericanismo por obra y gracia del nuevo gran dueño y señor del país, de su riqueza y de sus ciudadanos.
La tramoya castrista construyó un verdadero caballo de Troya para sorprender a millones de cubanos desprevenidos, imposibilitándolos en la defensa de sus intereses, derechos y propiedades. Disfrazado el régimen castrista de socialismo benefactor, el engaño no se limitó a los cubanos, sino que fue exportado para consumo internacional con gran éxito. Emulando a las aldeas de Potemkin, la fachada socialista se vendió en otros países con un esfuerzo masivo y costoso de propaganda. El carácter privado del castrismo todavía es ignorado por muchos cubanos, aunque ahora se revela con creciente claridad por los atisbos de una sucesión dinástica en que los herederos principales parecen ser los miembros de la familia Castro. En este punto uno se pregunta si la indignación ciudadana que debe acumularse cuando estas verdades se sepan ampliamente podrá llegar a crear condiciones para un cambio profundo de semejante régimen.