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General: Muy masculinos los Pingueros cubanos que venden sus cuerpos a los gays
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Respuesta  Mensaje 1 de 6 en el tema 
De: SOY LIBRE  (Mensaje original) Enviado: 26/10/2015 16:30
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LOS PINGUEROS Y LA MASCULINIDAD EN CUBA
                                           Abel Sierra Madero / La Jornada
El sexo transaccional o de intercambio no es ningún secreto ni dentro ni fuera de la isla. En este artículo, el historiador Abel Sierra indaga, específicamente, en los vínculos sexuales establecidos entre varones cubanos y turistas extranjeros, los cuales encierran una complejidad que trasciende la idea del trabajo sexual. Al dar voz a quienes se involcran en estas relaciones, el autor indaga en la forma como perciben su masculinidad —frecuentemente heterosexual— y su manera de concebir la homosexualidad del otro foráneo.
 
A sus dieciocho años, Alberto se inventa el amor todas las noches con turistas extranjeros que disfrutan la firmeza de sus músculos y su compañía, a cambio de esperanzas migratorias y unos pocos dólares. Lo conocí una noche de verano del 2008 mientras caminaba con un amigo gay que hace muchos años vive fuera de Cuba. La esquina del cine Yara, la más concurrida y popular de la ciudad, era un hervidero esa noche aunque aún era temprano. El joven nos pidió fuego para encender su cigarrillo y también preguntó por la hora, pretexto idóneo para saber qué idioma manejaba aquel al que había interpelado.
 
Mi amigo, efectivamente, tenía un look muy diferente al cubano medio, además de un acento raro que se adquiere cuando se ha vivido mucho tiempo en el extranjero. Empezamos a conversar y, como la noche "estaba floja", pidió que lo invitáramos a una cerveza, a cambio nos contaría su historia. Hablamos durante un par de horas y, cuando nos despedimos, él regresó a la "lucha" para tratar de levantar un "punto" (término utilizado para referirse a los extranjeros), si la competencia y la policía lo dejaban. Nunca más lo vi.
 
Aquella noche fue el inicio de un proyecto de investigación sobre los pingueros: sujetos masculinos insertados dentro de la economía informal de placeres ligada al turismo en Cuba, que se involucran en relaciones sexuales –fundamentalmente con extranjeros– por dinero, bienes materiales u otros beneficios.
 
En la jerga del mercado sexual cubano, se ha acuñado una serie de vocablos asociados con la interacción de nacionales con extranjeros, principalmente, dentro del contexto del turismo. Así, el vocablo pinguero en cierta medida es correlativo al de jinetera, que se utiliza para la negociación del estigma del término prostituta. En cambio, jinetero designa a los sujetos masculinos involucrados en actividades económicas informales con extranjeros/as no interesados en consumir la Cuba oficial que ofrecen el gobierno y las agencias turísticas.
 
La metáfora de la lucha y la sobrevivencia
Siguiendo a la académica Amalia Cabezas (2004), podemos decir que el trabajo sexual no se trata sólo de sexo y dinero para mantener necesidades básicas, sino que brinda otras oportunidades, como recreación, consumo, viajes, migración y matrimonio. En contextos de pobreza como Cuba, para muchos sujetos la inserción dentro del turismo sexual y el sexo transaccional ha sido no sólo una vía de consumo, sino también de adquirir movilidad social, que de otro modo hubiera sido imposible para muchos de ellos.
 
Las/os jineteras/os y pingueros aparecieron en la isla durante los años noventa, cuando la crisis económica generada luego de la caída del bloque socialista provocó una apertura al capital extranjero y al desarrollo del sector turístico. Durante esos años, la isla se vio inmersa en una de las crisis más profundas que ha atravesado desde 1959, cuando el gobierno actualmente en el poder se instauró en la esfera política cubana. Con una situación "excepcional" en que funcionan dos economías –una en dólares estadunidenses o pesos convertibles, en la que se encuentran los bienes y servicios más importantes, y otra, debilitada e inflada, en pesos cubanos de poco poder adquisitivo–, los sectores populares han tenido que poner en práctica otras estrategias de sobrevivencia que muchas veces están en la delgada frontera de la ilegalidad.
 
De esta manera, surgió el término lucha. La expresión, usada recurrentemente por el discurso oficial, fue resemantizada por amplios sectores populares con exiguos salarios en pesos cubanos, para referirse a sus estrategias cotidianas de sobrevivencia. Estar en la lucha le otorga al sujeto social cubano contemporáneo una cierta libertad para moverse en un amplio campo de acciones, más allá de las leyes y de valores éticos y morales.
 
La negociación de la masculinidad
Los pingueros no conforman una unidad homogénea, sino que existen diferentes tipos de experiencias y gradaciones que influirán notablemente en los modos de interacción con los extranjeros. El tipo de relación dependerá, en gran medida, de la situación económica por la que estén atravesando en cada momento, de los proyectos de vida que tenga cada sujeto, del modo de encarar la sexualidad y de la procedencia social.
 
El testimonio de René, un joven con una configuración genérico-sexual adscrita a una masculinidad más tradicional, contrasta con la idea sobre los pingueros como sujetos activos, "penetradores" de cuerpos extranjeros. Él señala:
 
Todos quieren penetrarme, hasta la más loca quiere penetrarme, no sé por qué. Los pingueros aunque se dejen penetrar dicen que son activos; siempre buscan una justificación para no decir que son pasivos, aceptar eso es decir que son homosexuales. A veces me canso de esto porque ellos vienen a mí a penetrarme o a que yo los penetre, todo se basa en eso.
 
Si bien es cierto que el discurso de la penetración funciona muchas veces como resorte y herramienta de distinción entre los pingueros, y la clasificación a partir de roles sexuales apegados al marco binario de penetrador/ penetrado influye en las prácticas y en las interacciones con los extranjeros, la sexualidad de estos sujetos es más compleja de lo que parece a simple vista. Al respecto, resulta interesante lo que dice Andrés:
 
En esta vida he aprendido mucho de este mundo y de la calle y también de mí mismo. Antes yo me creía más macho que nadie y me apartaba de todo lo que me oliera a homosexuales, pero para sobrevivir hay que relacionarse con travestis, gays, lesbianas porque los yumas [término usado para referirse a los extranjeros, principalmente angloparlantes] van a buscarnos en esos lugares, donde está ese ambiente. Por mucho que los discriminé, tuve que evolucionar para poder sobrevivir.
 
Existen algunas metáforas populares que recrean las interacciones de los pingueros con los extranjeros, entre las más interesantes se encuentra "la mecánica", advertida por la investigadora Gisela Fosado. La mecánica conjuga una serie de estrategias que hacen que muchas veces, los pingueros no pidan dinero de antemano a los turistas, sino que desarrollen narrativas que los hagan parecer ante ellos como víctimas del sistema, con proyectos de emigrar o encontrar el amor verdadero. Asimismo, la mecánica influye en las relaciones sexuales y servirá también para negociar la masculinidad. En ese sentido, los pingueros utilizan la penetración como un capital para pedir más dinero o para obtener mejores beneficios. El consentimiento a ser penetrado por el otro foráneo tiende a empoderar al extranjero de turno, y al mismo tiempo es una estrategia "para ablandarlo y sacarle más dinero". Sobre esto comenta Andrés:
 
Yo siempre digo que soy activo y cuando dejo que me penetren les invento una película… que es la primera vez y que lo hago porque de verdad es importante, que es una prueba del afecto. Finjo estar nervioso y hasta los rechazo, me doy un poco de lija para tenerlos ahí. Si no, todo es muy fácil y pierden el interés. La idea es mecanicearlos pa' que te paguen más y sean más espléndidos. Les hago saber que es que son especiales y que han sido los primeros, que yo nunca lo había hecho antes y así los voy ablandando.
 
De este modo, un acto que pudiera ser leído desde la subalternidad se traduce en empoderamiento y "control" sobre el otro. En ese sentido, se describe una acción consciente en la cual la penetración tiene un valor de uso y la masculinidad es "cedida" en virtud de intereses concretos. Insertarse en una relación de "amistad" en la que el dinero no sea el centro de las mediaciones, aseguran algunos, genera mejores dividendos porque los turistas son más "espléndidos".
 
Según Amalia Cabezas, esto se debe a que una transacción comercial directa cerraría otras posibilidades como matrimonio, viajes, regalos, y confirmaría una identidad como prostitutos que ellos no desean.
 
Masculinidad intacta
Muchos de los entrevistados se consideran heterosexuales y ostentan la masculinidad como una entidad inmutable y estática sobre la que no habría ningún cuestionamiento, a partir de establecer una dicotomía en entre la conducta sexual en la "lucha" y el deseo sexual.
 
Otro entrevistado, Reinier, considera que el sexo con hombres no cambió en nada su modo de concebir la homosexualidad, porque la ve como algo ajeno a sus deseos y sentimientos más íntimos, pero, sobre todo, porque sus ideas sobre la homosexualidad están asociadas con la adquisición de una identidad y no con el terreno exclusivo de lo sexual. Para él, la adquisición de una identidad homoerótica lleva implícito un rechazo al sexo con mujeres y está asociada con un proyecto común con un hombre.
 
Aunque Reinier se distancia de la homosexualidad, reconoce que el ambiente homoerótico ha sido fundamental para su desempeño y sobrevivencia, y que tanto tiempo en esas redes ha cambiado sus juicios sobre este fenómeno. Si bien ha tenido que "hacer cualquier cosa", tiene determinadas preferencias sexuales: "Me gustan más los jóvenes y más femeninos, y prefiero los internacionales, porque los cubanos, aunque tengan dinero, son muy habladores. No me gustan los besos de hombres, son muy ásperos, por eso me gustan los clientes más femeninos, más suaves".
 
Aunque tengan relaciones con hombres dentro o fuera del espacio de la "lucha" y en muchos casos se definan como homosexuales, en los pingueros no operan las nociones tradicionales acerca del comingout, como un acto visible y de orgullo individual, al estilo norteamericano y europeo. De hecho, en Cuba, la cuestión del closet ha estado más asociada con un "secreto abierto" que con la adquisición de una identidad pública basada en la sexualidad. Reza un viejo proverbio yoruba que "lo que se sabe no se pregunta"; de este modo, se da cuenta de lo que no puede ser enunciado de manera explícita.
 
Algunas de las narrativas presentadas en este trabajo ponen en crisis y desestabilizan la categoría hombres, que hasta hace muy poco parecía inmutable. "Yo soy un hombre independientemente de lo que haga en la cama, no me gustan esas definiciones, eso me parece cheo (machista, homofóbico), anticuado", subraya Arturo, otro entrevistado. De acuerdo con los testimonios, al parecer, el contacto con extranjeros, así como la socialización dentro del "ambiente", han influido en que las nociones de estos sujetos sobre la sexualidad sean más abiertas y modernas.
 
Para algunos de los pingueros con los que trabajé, la idea del triunfo se traduce básicamente en ser mantenidos por extranjeros desde el exterior, o salir del país a través de ellos. Otros, en cambio, aspiran a reunir lo más pronto posible el dinero suficiente para montar un negocio que les permita salir de la "lucha". Sin embargo, la mayoría de mis entrevistados son jóvenes anclados al presente, con altos niveles de consumo y sin planificación, lo que hace que no puedan subvertir los procesos de subalternidad en los que están inmersos, porque los resultados económicos de la "lucha" rara vez se traducen en proyectos de vida que puedan cerrar los ciclos de pobreza e inmovilidad social.
 
ACERCA DEL AUTOR
Abel Sierra Madero es doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana, Cuba, y miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Esta es una versión editada del texto publicado en la revista Nómadas (Número 38. Abril, 2013), de la Universidad Central de Colombia. 


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Respuesta  Mensaje 2 de 6 en el tema 
De: SOY LIBRE Enviado: 26/10/2015 16:37
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Cuerpos en venta: Pinguerismo y masculinidad
                      Por Abel Sierra Madero | Diario de Cuba
Muchos jóvenes descapitalizados, económica y culturalmente, recurren al sexo para satisfacer sus necesidades básicas y acceder a otros bienes y servicios. En La Habana, entre 2008 y 2009, el autor realizó de manera independiente una investigación sobre el tema. Hablan algunos de sus testimoniantes.
En la jerga del mercado sexual cubano, pinguero es el sujeto masculino insertado dentro de la economía informal de placeres ligada al turismo, que se involucra en relaciones sexuales —fundamentalmente con extranjeros— por dinero, bienes materiales u otros beneficios.
 
En cierta medida, el término es correlativo al de jinetera, que se utiliza para la negociación del estigma del término prostituta.
 
Los pingueros aparecieron en la Isla durante los años noventa, cuando la crisis económica generada en Cuba luego de la caída del bloque socialista provocó una apertura al capital extranjero y al desarrollo del sector turístico. Con una situación "excepcional" en que funcionan dos economías —una en dólares estadounidenses o pesos convertibles (CUC), en la que se encuentran los bienes y servicios más importantes, y otra en pesos cubanos de poco poder adquisitivo—, los sectores populares han tenido que poner en práctica otras estrategias de sobrevivencia que muchas veces están en la delgada frontera de la ilegalidad.
 
De esta manera, surgió el término "lucha". La expresión, utilizada recurrentemente por el discurso oficial, fue resemantizada por amplios sectores populares con exiguos salarios en pesos cubanos, para referirse a sus estrategias cotidianas de sobrevivencia. Estar en la "lucha" le otorga al sujeto social cubano contemporáneo una cierta libertad para moverse en un amplio campo de acciones, más allá de las leyes y de valores éticos y morales. El término "luchador" o "luchadora" sirve para negociar el estigma y la censura que adquieren sus prácticas en el discurso social.
 
Así se define Reinier, un joven pinguero: "Yo soy un luchador. Eso significa que tengo una meta y voy a hacer todo lo que pueda para alcanzarlo, es no tenerle miedo a nada ni a nadie. Yo sé que hay muchas personas que ven mal lo que yo hago, que me ven como un antisocial, como un delincuente, pero me gustaría que me vieran como lo que realmente soy, como una persona que tiene aspiraciones en la vida y que lo hago por ser alguien. Yo vivo sin pena ni remordimiento de ningún tipo, lo único que siempre me ha dado vergüenza es no tener un peso en el bolsillo".
 
Aunque se acueste con hombres todas las noches, Reinier no se piensa a sí mismo como pinguero o "prostituto", sino como un sujeto "al que le ha tocado vivir momentos difíciles". La metáfora de la lucha tiene una función instrumental y sirve para negociar la masculinidad y para tomar distancia del estigma que implica involucrarse sexualmente con hombres.

Respuesta  Mensaje 3 de 6 en el tema 
De: SOY LIBRE Enviado: 26/10/2015 16:40
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Hombre nuevo y pingueros
 
El sujeto social cubano ha estado muy interpelado por el discurso de la guerra durante los últimos cincuenta años. El Gobierno articuló una retórica nacionalista que tuvo en el discurso de la guerra uno de sus anclajes fundamentales para el control social y el desarrollo de las políticas. En medio de la Guerra Fría, con un modelo de plaza sitiada a partir sus diferendos con EEUU, la Isla se vio inmersa en un proceso transnacional de construcción del socialismo —liderado por la URSS y el bloque socialista del Este— que descansó en muchos sentidos en el discurso de la guerra y, especialmente, en el concepto de hombre nuevo.
  
Popularizado en Cuba por Ernesto Guevara en 1965, el concepto de hombre nuevo formaba parte de un proyecto político que planeaba, entre otras cosas, barrer a la burguesía como clase para poder construir un nuevo tipo de sujeto social, "superior", con una nueva mentalidad y nuevos valores. Asimismo, lo conectaba a la vez con un modelo de masculinidad tradicional y una ideología política proveniente de la teoría de la revolución y la construcción del socialismo en el bloque soviético, que llegó a ser central en la retórica revolucionaria.
  
Las lógicas que se implantaron en Cuba a partir de los años 90, se alejaron cada vez más del marco político y los valores del socialismo, y fomentaron la emergencia de otros más ligados al consumo y a expectativas que nada tienen que ver con la retórica política actual. En ese sentido, el pinguero constituye un correlato que desmiente en gran medida el proyecto revolucionario y su aspiración de crear al hombre nuevo.
 
El sistema político cubano, en virtud del control ideológico, provocó por mucho tiempo que la familia se vaciara de contenido, y que la educación y socialización de niños y jóvenes fuera gestionada fundamentalmente por el Estado. Con la crisis, la función de un Estado paternalista se vio bastante resquebrajada. A partir de ese momento, y con la creciente desigualdad social creada por la economía dolarizada, se puede apreciar un resquebrajamiento también en el terreno de los valores.
 
Ante la crisis, muchas familias, sobre todo las más pobres, tuvieron que readecuar sus expectativas educacionales y formativas y "hacerse de la vista gorda" sobre las acciones de sus hijos, porque ellos mismos tuvieron que involucrarse en las dinámicas de la lucha para poder sobrevivir.
 
Al respecto, Alejandro, un pinguero de veinte años, comenta: "Mis padres no saben nada de esto, no saben en lo que ando, mi mamá sospecha pero no me dice nada, parece que siente vergüenza. Y tampoco le dice nada a mi padre para no disgustarlo. Él piensa que yo vengo a La Habana a hacer negocios, a traer queso y carne para vender, y que estoy enamorado por acá, pero yo creo que es porque no quiere saber, no quiere ni enterarse, porque el queso no da para tanto y yo cuando voy llevo bastante dinero y con ropa nueva y cara".
 
Para algunos pingueros, el discurso de la lucha no solo es un instrumento de (des)identificación homoerótica y de negociación de la masculinidad, en ocasiones es también un modo de evitar la categoría de trabajador sexual. Entre mis entrevistados no encontré consenso respecto a los términos que sirven para describir sus prácticas. Algunos no se sienten cómodos dentro de la categoría de trabajador sexual, porque ven la "lucha" como algo temporal y alternan con otros oficios y actividades. En cambio, otros sí quisieran ser considerados trabajadores "normales".
 
Tal es el caso de Roberto: "Esto es un trabajo como otro cualquiera; lo que pasa es que para la sociedad yo soy otra cosa. Si algunos trabajan en la agricultura y otros en la construcción yo no sé por qué yo no puedo pinguear, yo ni sé sembrar ni poner un ladrillo, hago lo que sé hacer para salir adelante y no le hago daño a nadie. Después de todo cada quien hace con su cuerpo lo que quiere y a mí nadie me da un plato de comida. En mi pueblo no hay casi trabajo para los jóvenes, sólo me queda ir pa' la agricultura, la construcción o meterme a policía, y eso ni muerto, prefiero seguir así".
 
Para el discurso revolucionario, las prácticas y las dinámicas que acontecen dentro del fenómeno del sexo transaccional constituyen un reto y un desafío al proyecto y a la moral socialistas. Si durante muchos años la erradicación de la prostitución se ostentaba como uno de los logros y conquistas revolucionarias, con su resurgimiento se evidencia que ese marco ha quedado sin respuestas a la crisis y sin herramientas para entender las múltiples intersecciones y variables que se conjugan con este fenómeno.
 
Los pingueros no solo son mirados con reservas por el discurso oficial, sino también por muchos homosexuales, que los ven como jóvenes a los que no les gusta trabajar, sin una configuración homoerótica genuina y sin una clara definición de identidad basada en la sexualidad (Abel Sierra, Del otro lado del espejo. La sexualidad en la construcción de la nación cubana, Casa de las Américas, La Habana, 2006; Noelle Stout, "Feminists, Queers and Critics: Debating Cuban Sex Trade", Journal of Latin American Studies, Vol. 40, No. 4, 2008).
 
El pinguero está siempre bajo sospecha, no solo por su ambigüedad y opacidad identitaria, sino también porque significa un reto a la estabilidad de las categorías de trabajo, deseo, placer e identidad con las cuales la cultura ha operado tradicionalmente.
 
La Habana: capital de todos los cubanos.
 
La mayoría de los itinerarios y rutinas de estos sujetos están marcados por su relación con la policía. Esto va a incidir no solo en sus modos de actuar, de moverse, sino también en cómo negocian su masculinidad con los clientes. Muchos prefieren permanecer tiempos largos con sus clientes para estar menos expuestos a redadas e interpelación policial y para ganar más dinero. Si bien es cierto que no existe ningún reglamento legal que regule explícitamente la actividad de los pingueros, las autoridades, amparadas en otras leyes —al igual que sucede con las jineteras—, establecen un férreo control sobre los sitios de alta circulación turística.
 
Así, el Decreto 217 de 22 de abril de 1997 sobre las regulaciones migratorias internas para La Habana ha servido de cobertura para multar, encarcelar y deportar a aquellos pingueros y jineteras que no poseen "residencia legal" en la capital. Este decreto, además de imponer una serie de requisitos burocráticos para las personas con interés en residir en esta ciudad —independientemente del lazo de parentesco que hubiera entre el interesado y el propietario de la vivienda—, proponía una especial vigilancia en aquellas "zonas especiales o declaradas de alta signiicación para el turismo".
 
La ley estipulaba que para todo aquel que “proveniente de otros territorios del país se domicilie, resida o conviva con carácter permanente en Ciudad de La Habana, sin que se le haya reconocido ese derecho, 300 pesos y la obligación de retornar de inmediato al lugar de origen".
 
Yamel comenta al respecto: "Siempre tengo una reservita de dinero para la policía [...]. Ellos se cuidan bastante, aunque nos extorsionan se cuidan de no recibir ni un peso de la mano nuestra. Están en combinación con los dependientes de los lugares como el BimBom y me han dicho que el dinero se los deje con ellos, que después van a buscarlo. Te amenazan constantemente para llegar a un arreglo y se hacen los difíciles para que uno les suba la parada".
 
Un sistema altamente burocratizado como el cubano, en el que los funcionarios públicos son muy mal pagados, es propenso a la corrupción y a la informalidad. Existe un mercado informal donde por 30 CUC pueden comprarse los permisos de residencia temporal y renovarse cada 3 meses.
 
Y no solo el Decreto 217 otorgó legitimidad a la policía para realizar detenciones, existen además otras figuras delictivas sancionadas por el Código Penal cubano: "asedio al turismo", "peligrosidad, etc.
 
La 'mecánica' y la negociación de la masculinidad
 
Existen algunas metáforas populares que recrean las interacciones de los pingueros con los extranjeros. Entre las más interesantes se encuentra "la mecánica", advertida por la investigadora Gisela Fosado ("The Exchange of Sex for Money in Contemporary Cuba. Masculinity, Ambiguity and Love", tesis de doctorado, University of Michigan, 2004) durante su trabajo de campo a fines de los años 90. La mecánica conjuga una serie de estrategias que hacen que muchas veces, los pingueros no pidan dinero de antemano a los turistas, sino que desarrollen narrativas que los hagan parecer ante ellos como víctimas del sistema, con proyectos de emigrar o encontrar el amor verdadero.
 
Asimismo, la mecánica influye en las relaciones sexuales y servirá también para negociar la masculinidad. En ese sentido, los pingueros utilizan la penetración como un capital para pedir más dinero o para obtener mejores beneficios. El consentimiento a ser penetrado por el otro foráneo, tiende a empoderar al extranjero de turno, y al mismo tiempo es una estrategia "para ablandarlo y sacarle más dinero".
 
Sobre esto comenta Andrés: "Yo siempre digo que soy activo y cuando dejo que me penetren les invento una película... que es la primera vez y que lo hago porque de verdad es importante, que es una prueba del afecto. Finjo estar nervioso y hasta los rechazo, me doy un poco de lija para tenerlos ahí. Si no, todo es muy fácil y pierden el interés. La idea es mecanicearlos pa' que te paguen más y sean más espléndidos. Les hago saber que es que son especiales y que han sido los primeros, que yo nunca lo había hecho antes y así los voy ablandando. Y al final ellos piensan que están acabando".
 
Resulta interesante la noción de ablandamiento que utiliza este sujeto: un acto que pudiera ser leído desde la subalternidad, se traduce en empoderamiento y "control" sobre el otro. En ese sentido, se describe una acción consciente en la cual la penetración tiene un valor de uso y la masculinidad es "cedida" en virtud de intereses concretos.
 
Insertarse en una relación de "amistad" en la que el dinero no sea el centro de las mediaciones, aseguran algunos, genera mejores dividendos porque los turistas son más "espléndidos". Según Amalia Cabezas, esto se debe a que una transacción comercial directa cerraría otras posibilidades como matrimonio, viajes, regalos, y confirmaría una identidad como prostitutos que ellos no desean (Amalia Cabezas, "Between Love and Money: Sex, Tourism, and Citizenship in Cuba and the Dominican Republic", Journal of Women in Culture and Society, Vol. 29, No. 4, 2004, pp. 987-1015).
 
Si bien es cierto que el discurso de la penetración funciona muchas veces como resorte y herramienta de distinción entre los pingueros, y la clasificación a partir de roles sexuales apegados al marco binario de penetrador/penetrado influye en las prácticas y en las interacciones con los extranjeros, la sexualidad de estos sujetos es más fluida y compleja de lo que parece a simple vista. Al respecto, resulta interesante lo que dice Andrés: "En esta vida he aprendido mucho de este mundo y de la calle y también de mí mismo. Antes yo me creía más macho que nadie y me apartaba de todo lo que me oliera a homosexuales, pero para sobrevivir hay que relacionarse con travestis, gais, lesbianas porque los yumas  van a buscarnos en esos lugares, donde está ese ambiente. Por mucho que los discriminé tuve que evolucionar para poder sobrevivir".
 
El testimonio de René, un joven holguinero con una configuración genérico-sexual adscrita a una masculinidad más tradicional, contrasta con la idea sobre los pingueros como sujetos activos, "penetradores" de cuerpos extranjeros. Señala: "Todos quieren penetrarme, hasta la más loca quiere penetrarme, no sé por qué. Los pingueros aunque se dejen penetrar dicen que son activos, siempre buscan una justificación para no decir que son pasivos, aceptar eso es decir que son homosexuales. A veces me canso de esto porque ellos vienen a mí a penetrarme o a que yo los penetre, todo se basa en eso".
 
René es un mulato de veinte años que nació en Santiago de Cuba. Asegura que el color de su piel ha sido una ventaja en el giro de la lucha: "Ellos vienen con el morbo de estar con los negros y los mulatos, porque dicen que somos más bonitos y calientes que los blanquitos y que un mulato como yo no se encuentra en Europa. Uno me dijo a la cara que quería tener la experiencia de penetrar a un negro cubano".
 
El testimonio de René se enlaza con una serie de prejuicios que conectan la raza con procesos de “exotización” y mitologización de la masculinidad caribeña (Jafari Allen, "Means of Desire's Production: Male Sex Labor in Cuba", Identities: Global Studies in Culture and Power, Vol. 14, No. 1, 2007, pp. 18-202; Deborah Pruitt y Suzanne LaFont, "For Love and Money. Romance Tourism in Jamaica", Annals of Tourism Research, Vol. 22, No. 2, 1995, pp. 422-440). Los procesos de endogamia social que tienen lugar en otros países determinan que, efectivamente, mucha gente no tenga relaciones con personas fuera de sus círculos de clase. Sin embargo, en contextos de turismo, estos sujetos experimentan un cambio de actitud. Amalia Cabezas señala que -aunque la industria turística esté montada a partir de hoteles, comidas, entretenimiento, souvenirs,  entre otras cosas- los turistas pagan sobre todo por una “experiencia”, por un juego de sentimientos. El turismo, dice, es la mercantilización de la experiencia que permite a las personas ejercitar sus fantasías y dejarse llevar en muchos casos por los placeres corporales (Amalia Cabezas, Economies of Desire. Sex and Tourism in Cuba and the Dominican Republic, Temple University Press, Philadelphia, 2009, p. 93).
 
'Hay pingueros y pingueros'
Los pingueros no conforman una unidad homogénea, sino que existen diferentes tipos de experiencias y gradaciones que influirán notablemente en los modos de interacción con los extranjeros. El tipo de relación dependerá, en gran medida, de la situación económica por la que estén atravesando en cada momento, de los proyectos de vida que tenga cada sujeto, del modo de encarar la sexualidad y de la procedencia social.
 
Para estos jóvenes,  la llegada a La Habana parece ser un momento difícil, como le sucedió a Mario: "Yo vine para acá sin nada, tenía sesenta pesos cubanos nada más. Vine en la parte de atrás en un camión como si fuera un animal, llegué negro de churre, vine con unos zapatos prestados y directo pal' Malecón. Ahí hice treinta dólares y ya empecé a respirar, pero tuve que ahorrar mucho, dejaba de comer, alternaba, si almorzaba hoy no comía, si comía no almorzaba, para tratar de ahorrar un poco y no estar tan presionado".
 
Estos muchachos, sin redes de amistad creadas, debido a la necesidad de dinero rápido, instauran relaciones más comerciales y tienen tarifas más bajas que perjudican "el negocio". Andrés explica la diferencia del siguiente modo: "Hay pingueros y pingueros. Están los baratos, los que se van con cualquier cosa, hasta por tres dólares se acuestan con cualquiera, pero esos son mayormente los palestinos[1] que en su vida han visto treinta dólares juntos. No se dan su lugar y nos afectan a nosotros, porque los yumas después quieren coger mangos bajitos, quieren pasar una noche de lujo y pagar una miseria. Pero también los entiendo porque hay quien llega a La Habana sin un medio en el bolsillo y necesita dinero rápido, eso también me pasó a mí. Eso depende mucho del momento que esté viviendo, si debo una semana de alquiler, si debo dinero, me voy por lo que sea con tal de saldar todas las deudas".
 
Otros, en cambio, aseguran que casi siempre establecen una tarifa previa para interactuar con turistas y que el romance lleva implícita una incertidumbre que ellos no están dispuestos a correr. Algunos, como Ramón, no son tan estrictos en sus demandas y se contentan con determinados artículos, a los que atribuyen un gran valor: "A veces negocio con la ropa que tienen los extranjeros, les cobro algún dinero y les pido alguna ropa. La ropa también tiene su valor, si es de marca yo lo veo como una inversión, y cuando esté atacado la vendo, si es de Dolce & Gabbana o de Diesel o Levi's aquí esas marcas tienen mucha demanda y más pal campo, cuando yo llego a Camagüey con esos trapos los guajiros se vuelven locos, y a lo mejor no saben si es o no una imitación, yo se las vendo como si se los estuvieran comprando en una Boutique exclusiva".
 
El modelo de éxito creado a partir de los altos niveles de consumo y de acceso a bienes y servicios, vedados en gran medida a la mayoría de la población, despierta en muchos jóvenes el deseo de imitar a aquellos que, involucrados en este tipo de actividades, hacen ostentación de su poder adquisitivo.  Así lo confiesa Alejandro: "Llegué a La Habana en el 2000, tenía diecisiete años. No había estudiado, solo italiano con la ilusión de poder trabajar en el turismo. Mis padres eran obreros y no podían darme lo que yo necesitaba. Como todo joven quería salir, divertirme. Conocía a socios míos que estaban en el mundo del jineteo, los veía con dinero, comprándose motos, ropa buena, manteniendo varias mujeres y yo quería ser como ellos, tener lo que ellos tenían".
 
Al tiempo que los pingueros participan activamente en una economía de placeres ligada al turismo, también forman parte de la venta de ropa y otros artículos electrónicos como celulares que les dejan los turistas, y luego ellos los llevan a sus pueblos para venderlos en momentos de apuros. Los pingueros son jóvenes con un marcado interés en las marcas y tienen un culto al cuerpo a partir de referentes transnacionales difundidos por estrellas globales del mundo del espectáculo.
 
El impacto de la globalización en la Isla no solo se ha traducido en el desarrollo de una economía emergente ligada al turismo que aporta grandes dividendos a algunas elites y estratos sociales, en complejos procesos de desigualdad social y descapitalización de la mayoría de la población cubana, sino también ha generado una economía de placeres para turistas gays, ajustada a diferentes posibilidades económicas. Paralelamente a la existencia de un mercado sexual barato y callejero en La Habana Vieja y en El Vedado, se ha desarrollado uno exclusivo de pingueros que asisten a fiestas privadas y aparecen en catálogos clandestinos para un público gay internacional con mayor poder adquisitivo.
 
Ángel es un joven capitalino que no "hace la calle". Su actividad es personalizada y restringida a una reducida clientela de empresarios, intelectuales o artistas extranjeros que desean una experiencia homoerótica con jóvenes cubanos. Sobre estas dinámicas comenta: "Mi tarifa empieza a partir de cien dólares y en un mes puedo llegar a ganar mucho dinero. A veces hay temporadas flojas pero con lo que gano no necesito marcarme en El Vedado ni en ningún lugar. Eso es mejor porque en mi barrio nadie sabe que yo estoy en esto. Yo voy a esas reuniones o fiestas privadas de empresarios y de personajes que no te puedo ni contar. Me llaman al móvil y ya está".
 
'Yo soy un hombre independientemente de lo que haga en la cama'
 
Muchos de los pingueros se consideran heterosexuales y ostentan la masculinidad como una entidad inmutable y estática sobre la que no habría ningún cuestionamiento, a partir de establecer una dicotomía en entre la conducta sexual en la "lucha" y el deseo sexual. De hecho, algunos vinieron primeramente a La Habana como chulos de sus propias novias, antes de establecer ellos mismos relaciones sexuales con turistas, mujeres u hombres. Luego, las cosas no funcionaron como esperaban y las novias se fueron de la Isla casadas con extranjeros o bien los dejaron solos en "la lucha".
 
Esta es la experiencia de Reinier: "Nunca imaginé que tendría que acostarme con hombres y mucho menos que iba a vivir de eso. Para mí todo era muy extraño, los hombres besándose, yo no estaba adaptado a esa vida ni a esas formas, fue un impacto muy fuerte, hasta que me acostumbré. Si la homosexualidad no existiera yo me muriera de hambre".
 
Asegura Reinier que el sexo con hombres no cambió en nada su modo de concebir la homosexualidad, porque la ve como algo ajeno a sus deseos y sentimientos más íntimos, pero, sobre todo, porque sus ideas sobre la homosexualidad están asociadas con la adquisición de una identidad y no con el terreno exclusivo de lo sexual. Esto sugiere otra lectura más allá de lo genital como punto nodal para calificar la experiencia y las prácticas. Para él, la adquisición de una identidad homoerótica lleva implícito un rechazo al sexo con mujeres y está asociada con un proyecto común con un hombre: "Para mí ser homosexual es otra cosa, hay que tener una relación, vivir con un hombre ¿me entiendes? Me acuesto con hombres por necesidad; no por eso soy homosexual porque a mí me gustan las mujeres y en algún momento quisiera formar una familia y tener hijos. Hay amigos míos que sí, que descubrieron en la lucha esa parte y tienen sus compromisos, pero yo no".
 
Las percepciones que tienen sobre la homosexualidad varían entre estos sujetos. Para algunos, los prejuicios no solo están expresados en términos de género, sino también de competencia económica. Yamel siente una especial aversión hacia los travestis:
 
"A los travestis sí no los soporto, yo pienso que son unos payasos, eso no lo entiendo. Se puede ser homosexual, pero no loca. En este mundo hay mucha competencia y no sé qué le ven a los travestis los yumas, pero lo cierto es que levantan un montón de extranjeros".
 
El rechazo a lo femenino parece estructurar los discursos de algunos pingueros. Lo femenino parece constituir un sitio de diferenciación y de cotejo de la masculinidad. Yamel afirma: "Yo vine aquí a luchar, no a estar con mujeres como hacen otros; las mujeres son unas chupadoras, te quitan todo el dinero y cuando se te acaba, te la dejan en los callos".
 
Para algunos, el significado del término hombre está más adscrito a una ética que a la sexualidad en sí misma. Por tal motivo, tratan de distanciarse de los pingueros y establecer otras redes y conexiones. "Muchos homosexuales son más hombres que muchos pingueros", señala Ángel.
 
"Yo soy un hombre independientemente de lo que haga en la cama, no me gustan esas definiciones, eso me parece cheo, anticuado", señala Arturo. Y reflexiones similares han sido recogidas por Carlos Ulises Decena (Tacit Subjects: Belongin and Same-Sex among Dominican Immigrant Men, Duke University Press, Durham, 2011) en su trabajo con inmigrantes dominicanos en EEUU, para quienes el macho no solo significa una falta de modernidad y representa relaciones menos equitativas en lo sexual, sino que es visto sobre todo como un obstáculo para la movilidad social.
 
De acuerdo con algunos testimonios recogidos por mí, el contacto con extranjeros, así como la socialización dentro del "ambiente", han influido en que las nociones de estos sujetos sobre la sexualidad sean más abiertas y modernas. Sin embargo, aunque traten de distanciarse de la configuración del macho, reproducen un modelo "feminizado" de dependencia económica, anclada a una visión del hombre como proveedor. Para algunos, la idea del triunfo se traduce básicamente en ser mantenidos por extranjeros desde el exterior, o salir del país a través de ellos. Otros, en cambio, aspiran a reunir lo más pronto posible el dinero suficiente para montar un negocio que les permita salir de la "lucha". Sin embargo, la mayoría son jóvenes anclados al presente, con altos niveles de consumo y sin planificación, lo que hace que no puedan subvertir los procesos de subalternidad en los que se encuentran inmersos, porque los resultados económicos de "la lucha" rara vez se traducen en proyectos de vida que puedan cerrar los ciclos de pobreza e inmovilidad social.
 
Epílogo
El contexto cubano contemporáneo se ha convertido en un escenario postsocialista neoliberal muy a tono con las políticas globales de recortes de presupuestos en el sector estatal, incluso en sectores como salud pública y la educación, que han sido pilares fundamentales de legitimación política. Con la intención de "actualizar" el modelo económico para preservar la continuidad del socialismo en Cuba, el Estado comenzó "un reordenamiento laboral", eufemismo estratégico para designar la política de despidos masivos. Aparejado a esto, se ha promovido la emergencia del sector privado en el área de los servicios y la legalización de determinados oficios fuera del mercado de trabajo estatal. Sin embargo, la mayoría de los negocios no están en manos de los sectores excedentes del sector estatal, sino de determinadas élites asociadas con el turismo o con personas que han recibido el capital de sus familiares emigrados. El salario medio, de 450 pesos cubanos, alrededor de 20 dólares, no ha variado en años y se estima que el costo de la vida ha subido en un 20% en los últimos tiempos.
 
En un panorama donde el turismo se ha convertido en un sector económico clave, y se fomentan políticas internas  de desarrollo limitado, no es de extrañar que muchos de los jóvenes más descapitalizados, económica y culturalmente, sigan recurriendo al sexo no solo como un modo de satisfacer sus necesidades básicas, sino de acceder a otros bienes y servicios.
 
Este texto es una versión reducida de "Cuerpos en venta: pinguerismo y masculinidad negociada en la Cuba contemporánea", publicado en la revista Nómadas, Universidad Central de Colombia No.
 
ACERCA DEL AUTOR
Abel Sierra Madero es Doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana (Cuba). Especialista en estudios de género, sexualidad y procesos de construcción de la nación, en 2012 recibió el premio Martin Duberman otorgado por City University de Nueva York, en reconocimiento a su trabajo en el campo de los estudios de género y sexualidad. Actualmente trabaja de manera independiente en Cuba.
 

Respuesta  Mensaje 4 de 6 en el tema 
De: SOY LIBRE Enviado: 26/10/2015 16:41
 
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Respuesta  Mensaje 5 de 6 en el tema 
De: BuscandoLibertad Enviado: 26/10/2015 18:18
 
Cuba
Pingueros y prostitución en un destino top para el turismo sexual
  
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 Aprenden el oficio rapido y a temprana edad, cuándo se tienen las hormonas en su momento más revueltas
 Lilianne Ruiz, La Habana -  

La Habana que guardo en el registro no es la que conocí hace una pila de años. Esa ciudad, la de Gilberto Ruiz, el amigo habanero que me llevó a conocer los patios traseros de una urbe todavía en pie de lucha contra el imperialismo y todos sus adláteres, no existe, desapareció de mi memoria más íntima debido al consumo de tantas páginas de lo mejor de Yusnabi Pérez y Yoani Sánchez, blogueros por antonomasia y las novelas del extraordinario Leonardo Padura, genio y figura de una capital que traspasó el milenio con el rostro y las formas de cualquier barrio pobre atrapado por los excesos del capitalismo bestia y la decadencia.
 
La juventud de La Habana que presiento está poblada por frikis, emos, punks y otros menjunjes. Los jóvenes revolucionarios con las poleras de Camilo y el Che hace tiempo que perdieron protagonismo, hace mucho que son una especie en vías extinción.
 
El relato de Sandor, el pinguero, el guajiro que vende su cuerpo para enfrentar la crisis, es real, tan real como cualquiera de las mil historias que se agolpan en la narrativa urbana del centro de Lima. O del Cusco. Lastimosamente la ilusión que abrigó el sueño de una revolución exenta de miserias y prostitución –Cuba fue el burdel yanqui antes de Fidel Castro- se esfumó. La Habana que ha parido el nuevo milenio es una de las ciudades más atractivas para el turismo sexual, miles de hombres y mujeres de primer mundo recorren sus calles en busca de mercancía barata y diversión. Jineteros, pingueros, transexuales, pululan en la noche habanera, qué escándalo, en qué ha terminado la rebeldía de un país y de un continente…
 
Un campesino se levanta antes del amanecer para marcar con hierro candente la única vaca que le queda. Es un ritual de dolor y posesión. Un turista marca a un joven en un cabaret habanero y se lo lleva a la cama a cambio de algo de dinero. Son marcas distintas, pero igual de permanentes.
 
Sandor nació en el campo y fue criado para ser rudo. Cuando llegó a la adolescencia ya capaba y mataba cerdos. Sus hombros anchos, la piel trigueña y los ojos achinados le ganaron fama en el pueblo de “estar bueno”. Desde muy joven sintió sobre él la presión del deseo de otros hombres. Era como un permanente aliento pegado a la nuca que lo seguía a todas partes.
 
Su padre tenía unas hondas arrugas al lado de la boca, un ramillete de ellas bordeándole los ojos. Las horas en el surco, bajo el sol, le habían agrietado la piel y el carácter. Empezó bebiendo ron con los amigos, en la tarde, después del trabajo, pero terminó tomando cualquier cosa que encontrara. Sandor lo vio un día empinándose un pomo de perfume de la abuela. La boca le olió a rosas dulzonas durante horas.
 
Desde pequeño, Sandor se propuso no terminar como su padre. Después de cumplir los 16, recogió la poca ropa que tenía y se fue para La Habana. Llegó de noche y caminó desde la terminal de trenes hacia el parque de la Fraternidad, donde las lámparas estaban apagadas y se escuchaban algunos gemidos salir de la penumbra. “Esto es lo mío”, se dijo de inmediato.
 
Entre candilejas
En el cabaret Las Vegas el aire huele a orina. Hay mesas alejadas de las luces en las que puede pasar casi cualquier cosa. Sandor mira con los ojos vacíos el espectáculo de strippers masculinos que transcurre sobre el escenario. Los cuerpos brillan por el aceite que se han untado.
 
Un sesentón se adelanta y coloca billetes en la trusa de un bailarín. Sandor lo sigue con la mirada y después se sienta en su misma mesa. Lleva ropa ajustadísima y los músculos sobresalen provocativamente, pero la competencia es dura. Está en medio de un mar de efebos que ejercen la prostitución y que lucharán por ver quién se lleva el extranjero a la cama.
 
“Soy un trabajador del sexo, un pinguero“, dice sin rubor a todo aquel que quiera oírlo. Ofrece su mercancía sin importarle quién la compre, aunque enfatiza en que no se considera homosexual. A veces sus clientes son mujeres, europeas y cincuentonas, pero su público principal está constituido por hombres que vienen “de afuera”. Cuba es un destino promisorio para el turismo gay y Sandor pesca en el río revuelto de las caricias por dinero.
 
Se retoca todo el tiempo mientras habla, con un afán de perfección física que hace sentirse feo y ajado a todo el que se le acerca. Se ha afeitado las cejas para pintarlas altas y finas. En los brazos, antebrazos, el pecho y el pubis no tiene un solo vello. Horas de dolorosa depilación le han dejado la piel lisa y suave.
 
Prefiere este mundo a las jornadas en la construcción, levantando paredes o fundiendo techos. Los primeros meses en La Habana trabajó con una brigada de albañiles, pero no aguantó. Ahora, las palmas de sus manos se sienten blandas por las cremas que se unta para agradar con caricias a sus parejas, pero en aquel entonces la mandarria y el cincel le habían dejado callos ásperos y feos.
 
El Malecón, el Parque Central y el cabaret privado Humboldt, en la calle del mismo nombre, son lugares habituales en los que se mueve. “Voy buscando a los yumas. Llego y, entre copas y copas, empieza el zorreo y se cae en el negocio”, dice para describir sumodus operandi. No hay mucho que decir en esos lugares, porque quienes los visitan conocen los códigos y los pasos que hay que dar para salir de allí acompañado.
  
“Nunca me voy con un cubano, aunque tenga todo el dinero del mundo”, asegura el joven. Las tarifas oscilan entre 10 y 100 CUC, así que trata de buscar un término medio para no venderse “por nada” pero tampoco quedarse “más solo que la campanada de la una”. No pocas veces ha tenido que cambiar amor por objetos, como un reloj, un par de zapatos o algún perfume caro, pero “prefiero el efectivo”, dice.
 
Las horas para “venderse caro” son antes de la medianoche. Después, “la mercancía está en merma y hay que aceptar lo que venga”. Ese lenguaje lo aprendió cuando trabajaba en un céntrico mercado agrícola. Entre boniatos llenos de tierra y el olor de la cebolla podrida, comprendió que esa no era su vida. “Ahora, en una noche puedo hacer lo que ganaba en la tarima del agro en un mes”.
 
Bajo el toldo desteñido por el sol donde vendía viandas y frutas, lo marcó el primer extranjero. Esto, en la jerga de la calle, significa detectar a alguien e intercambiar miradas seductoras. Era un holandés y venía a comprar unos plátanos, pero se fijó en Sandor y lo invitó a un helado. Esa noche durmieron en el Hotel Nacional y el resto de la semana no fue a su trabajo en la tarima. Nunca había estado en un hotel y le dio por saltar en la cama y abrir el grifo del baño durante horas. Se tragaba el desayuno sin apenas masticar y el turista le regaló algo de ropa.
 
Para ese entonces Sandor vivía con una mujer mayor, a través de la cual pudo tener en su carné de identidad una dirección transitoria de la capital. Sin eso, estaba en peligro de ser deportado por la policía si le pedían la identificación en la calle. Una noche llegó con mucho dinero, una botella de vino bajo el brazo y ella empezó a sospechar. Mientras él dormía, le revisó el móvil y encontró una foto donde el holandés le aguantaba la portañuela. En plena noche la mujer le tiró la ropa por el balcón y le dijo que no volviera.
 
Después tuvo un mexicano. “Cuando este guajiro se vio manejando un carro de alquiler, con una cadena de oro y dinero en la billetera, le cogió el gusto a esta vida”, cuenta mientras habla de sí mismo en tercera persona. Sin embargo, dice preferir a los europeos y norteamericanos porque “pagan mejor y son más delicados”. Solo una vez tuvo un africano, un doctor de Luanda que le hizo muchos regalos.
 
Desde hace un par de años Sandor tiene una rutina que repite cada día. Se levanta al mediodía y trata de comer solo proteínas. “Nada de pan, ni cosas fritas que me engordan y mi cuerpo es mi empresa”, alardea. También toma vitaminas y se pasa horas en el gimnasio. “El pinguero se paga mejor que la prostituta más regia”, apunta, mientras levanta varios kilogramos de hierro para que sus bíceps se vuelvan irresistibles.
 
En el gimnasio conoció a Susy, un transexual que también está en el negocio. Ella lo ayudó a encontrar clientes más selectos y con más dinero. Ambos trabajan sin proxenetas, aunque hay grupos de pingueros que le tributan a alguien para que los proteja mientras se buscan la vida en ciertos territorios. En la esquina del cine Payret solo se puede trabajar “si se está protegido”, porque el acoso policial es muy duro, le explicó Susy en la primera semana de amistad.
 
La policía conoce bien las zonas de ligue. Algunos uniformados se disputan patrullar esas esquinas o calles para obtener dinero a cambio de hacerse de la vista gorda. Es un negocio rentable, donde el pinguero tiene todas las de perder si no le da una tajada al guardia o le hace un favor sexual.
 
Sandor prefiere no tener que exhibirse en la calle, sino que busca sus clientes dentro de las discotecas, los cabarets y otros locales de fiestas. El carné con la dirección transitoria se le venció y ahora está ilegal en La Habana. Si le sale al paso un policía atravesado, muy probablemente termine deportado hacia su provincia natal.
 
Desde que llegó a la ciudad ha sido detenido en varias ocasiones. Tiene tres actas de advertencia y podría ser juzgado por peligrosidad pre delictiva. La última vez que estuvo en una estación policial el instructor le dijo que sabía en lo que andaba, por eso cambió de zona y ahora se mueve entre el Vedado y Playa, ya no va a la Habana Vieja.
 
El peligro no es solo terminar en un tribunal, sino que la extorsión policial le arrebate las ganancias de toda una noche. Si tuviera un proxeneta, entonces lo protegería y se ocuparía de mantener lejos a la fiana, pero como trabaja solo, tiene que lidiar con los uniformados. Lo peor es caer en un calabozo, porque allí puede pasar cualquier cosa.
 
La libra de carne en pie
 
El mercado se hace cada día más competitivo y cada cliente quiere la mejor porcelana al menor precio. Las ilusiones de comprarse una casa o mantener una amante con las ganancias son cosa del pasado. Una arruga, un atisbo de barriga que se muestre al apretarse el cinto, significarán decenas de pesos convertibles en pérdida. “Solo en tratamientos faciales y corporales, gimnasio y ropa, me gasto la mayor parte de lo que gano”, cuenta mientras muestra sus calzoncillos de marca Dolce & Gabbana. Muy probablemente sean una copia de la marca italiana, pero, aun así, cuestan casi un mes de trabajo para un trabajador normal.
 
No busca a sus clientes por el atractivo físico, porque confiesa que su trabajo no le reporta placer y hace mucho tiempo que no siente nada. Para realizar una buena interpretación de su papel, trata de recordar algún filme porno o toma algo de alcohol. A veces piensa en una novia que tuvo en su pueblo, cuando todavía vestía el uniforme de la secundaria básica y la vida parecía más sencilla.
 
Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora tiene que trabajar muy duro. Cuba sigue siendo un destino barato para turistas que buscan una noche de locura, pero hay muchos jóvenes en oferta y los precios bajan. Durante meses se disfrazó de “intelectual” con sandalias y se fue a la Plaza de Armas. Allí fingía que miraba los libros en venta, marcaba a los yumas y capturó a varios trasnochados admiradores del Che que querían tocar “la arcilla del hombre nuevo”.
 
Susy le ha enseñado a detectar a los que están “forrados”. Son detalles que empiezan a notarse cuando invitan a un agua de botella o a una Heineken en la primera cita. Una vez conoció a un alemán que en medio de la canícula de agosto sacaba de la mochila su propio refresco y no le brindaba ni un sorbo.
 
El hombre resultó ser tan tacaño que Sandor se la hizo bien y le aplicó “la segunda”, que es llevarlo en un taxi hasta un lugar donde supuestamente los espera una habitación para pasar la noche. El cliente pagó la renta del cuarto por anticipado y, cuando se bajó del carro, el chofer metió el pie en el acelerador y si te he visto no me acuerdo. Después tuvo que compartir las ganancias con el taxista, pero al menos le dio una lección a ese que caminaba con los codos… “para que aprenda”, se diría a sí mismo entre risas por varias semanas
 
Lo mejor es que un antiguo cliente recomiende al pinguero entre sus amigos y que vengan más. Así estuvo Sandor por meses con unos japoneses que estaban haciendo un negocio en Cuba, pero después el Gobierno no les pagó lo que les debía y no volvió más nadie de esa compañía. Al recordar esos días, se le ilumina el rostro y muestra un diente de oro, “una pena que no hayan regresado, porque eran muy amables y tenían bastante dinero”.
 
En el mundo de los pingueros hay para todos los gustos y para todos los bolsillos, pero Sandor aclara que “ese que tú ves ahí con un buen reloj y un buen móvil, lo más probable es que cuando un yuma le proponga 20 CUC, le responderá que no” y le exigirá que le tiene que dar más que los 150 que ya lleva en la billetera. Los que pasan de veinte años no pueden pedir tanto. “La carne fresca, la carne fresca, es la que sale ganando”, refiere con cierta melancolía mientras se toca los muslos endurecidos por las horas en el gimnasio.
 
Cuando Sandor cierra un trato, se va con el turista a una habitación de alquiler particular. Una cama, preservativos y ya está todo montado. Ahora prefiere los lugares privados a los hoteles, porque hay más intimidad y tiene hecho un cuadre en unos para obtener una comisión cuando lleva a un cliente. Algunos no tienen nada que envidiarle a los hoteles, con aire acondicionado, jacuzzi, minibar y espejos en el techo.
 
A veces le cae en las manos un cliente que quiere una relación más larga. Esos son los más añorados. El mayor éxito de la operación es conseguir un extranjero que lo mantenga en la distancia. La tarifa máxima para sus caricias es lograr costearse la salida del país. Pero, eso sí, del lado de allá dice querer dejar esta vida. “Yo lo mismo cargo sacos en un puerto que limpio pisos en un hospital, pero no vuelvo a esta cochambre”.
 
Por el momento y mientras aparece el extranjero que lo saque de aquí, sueña con comprarse una moto. Cuando la tenga, quiere exhibirse por las mismas zonas donde ha ofrecido su mercancía pero esta vez del brazo de “una loca con tremendo cuerpo”. Esa será su pequeña revancha por todo lo pasado.
 
Tal vez regrese a su pueblo, a ver en qué ha parado su padre. Le llevará una botella de ron siete años y un perfume a la abuela. De ese viaje “regresaré con una guajirita que me lave y me planche y a la que pueda meter en el negocio”. Piensa vivir de ella un tiempo, pero, si tienen un hijo, “él tiene que salir de esta mierda, tiene que salir de esta mierda”.

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Respuesta  Mensaje 6 de 6 en el tema 
De: BuscandoLibertad Enviado: 07/10/2016 15:57



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