Obsesión castrista
A veces no se puede distinguir, en los últimos escritos de Fidel Castro, si lo que se lee es parte de una conversación en un parque provinciano, o el balbucir del ignorante del pueblo.
En su último deshilachado artículo, Fidel Castro ataca al presidente estadounidense Barack Obama: “El señor Trump que se suponía un capacitado experto quedó descalificado tanto él como Barack en su política. Habrá que darles ahora una medalla de barro”. ¿Pero es en realidad un ataque o puro desvarío?
Vamos a ver el párrafo completo, que es a la vez el último del relativamente breve escrito de Castro:
“No olvidemos que ayer domingo fue el segundo debate de candidatos. En la primera ocasión, hace dos semanas, se produjo uno que causó conmoción. El señor Trump que se suponía un capacitado experto quedó descalificado tanto él como Barack en su política. Habrá que darles ahora una medalla de barro”.
La primera conclusión evidente es algo conocido. Decirlo aquí indica apenas el asombro repetido: en Cuba nadie se atreve a enmendarle la plana al “Comandante en Jefe”. Si bien lo escrito por Castro, en su totalidad, es de una sintaxis deformada, no por ello se trata de un escrito enrevesado en las ideas sino tonto en los planteamientos.
A veces es difícil distinguir si lo que se lee es parte de una conversación en un parque provinciano y dominguero —en un rincón perdido del mundo donde acaba de legar la electricidad y junto con ella la televisión y los periódicos— o simplemente el balbucir del ignorante de ese mismo pueblo.
Lo único curioso, quizá para los biógrafos, son los destellos aquí y allá de reivindicación religiosa, de un hombre que predicó el ateísmo y persiguió a los creyentes por décadas. Pero no es posible precisar si ello es parte de un oportunismo político, tras la visita de tres papas, o encierra el natural miedo ante una muerte que se acerca.
¿Quién suponía un capacitado experto a Trump, salvo Trump? Más allá de las cualidades que el propio candidato se ha otorgado a sí mismo, los méritos que ven en él sus partidarios son más del hombre decidido y de acción que de un político con una mente analítica. Castro da por sentado que era o es una opinión generalizada en Estados Unidos y quizá el mundo. Pero, ¿y la alusión a Obama? Si el párrafo se refiere al primer debate presidencial, el nombre que cabe es el de Clinton.
Pudiera argumentarse que todo no es más que la astucia política de un viejo zorro. El no mencionar a Hillary tendría más que ver con las posibilidades de que esta salga electa. Obama sería ya casi el pasado y Trump es lo improbable: no hay problemas en echarle fango… o barro.
Es posible, pero también cabe especular que el actual presidente estadounidense se ha convertido, para Castro, en una pesadilla que recurre cuando despierta: un mandatario de la raza negra en la nación “enemiga”, de origen humilde, probada inteligencia y popularidad, joven y que echó a un lado, con una mezcla de candidez y astucia, más de cincuenta años de lucha de Castro.
Si Fidel Castro está preocupado por el destino de la raza humana —“El destino incierto de la especie humana”, se titula el trabajo, con retórica de Selecciones— y apela en su reflexión no solo a la biología, la física y la astrología, sino a los textos bíblicos, ¿por qué desde el primer párrafo meter a Estados Unidos? ¿No le bastan los años-luz para crear distancia?
Esa obsesión con Washington dominó la trayectoria política de Castro —y de Cuba— por muchísimos años, demasiados. Ahora, sin embargo, más parece materia de estudio para la psiquiatría.