Por misteriosas razones que se desconocen, en ocasiones existen curiosos usos, costumbres, fórmulas o leyes en las sociedades de cualquier país que en su su momento pudieron tener sentido, pero que con el paso del tiempo han acabado inadaptadas al momento actual.
Es precisamente lo que ocurre en Estados Unidos, la democracia más poderosa del mundo, cuando toda su población está llamada a votar un martes. Concretamente el primer martes (laboral) de noviembre cada cuatro años, algo que para los más críticos, supone un ineficaz sistema que a día de hoy redunda en la elevada abstención (en torno al 40%) llevándolo ocupar el puesto 138 (si hablamos de participación electoral) en un ranking de 172 países.
¿Pero cuál es la misteriosa razón que se esconde tras este hecho?
Tal y como podemos ver en el vídeo de 'Countable' para encontrar el origen debemos retroceder cerca de 170 años en la historia. Concretamente a 1845, momento en el que la economía del país dependía fundamentalmente de la agricultura, la gente se desplazaba a caballo o carruaje y solo podían votar los hombres blancos. Ese año el Congreso dictó una ley para unificar el día en el que debían votar todos los estados, que hasta entonces lo hacían en jornadas diferentes. Teniendo en cuenta las premisas anteriores, los meses de primavera y verano —cuando había más trabajo en el campo— fueron descartados así como los inviernos, por la dureza del clima. También los domingos, por ser el día en el que gran parte de la población acudía a la Iglesia, y los miércoles, día de mercado. Si a esto unimos que la mayoría de los votantes necesitaban desplazarse en carro de caballos desde su origen hasta el centro de votación que se habilitaba en las ciudades principales, la fecha que quedó disponible fue la que todos conocemos.
Así ha sido y así será mientras no cambien la ley y ya hay quien ya se ha atrevido a plasmar todos los posibles días electorales estadounidenses en un calendario para la eternidad. Lo más llamativo de esta circunstancia es que gran parte de los ciudadanos de este país no saben por qué deben ejercer su derecho en las urnas un martes y para explicarlo existe incluso una web, whytuesday.com, en la que también se promueve una iniciativa para trasladarlo al domingo, como la gran mayoría de economías desarrolladas. Eneste otro vídeo, el periodista Jacob Soboroff comparte la historia con un divertido tono ácido e incluso realiza entrevistas a conocidos políticos americanos que no tienen ni idea del por qué ocurre esto en el día que se supone más importante de sus carreras, al menos cada cuatro años.
→Lo que se juega Estados Unidos en la elección presidencial Los estadounidenses elegirán entre la continuidad de Obama, con el estilo personal de Hillary, y la impredecible revolución del outsider Donald Trump.
El carácter insospechadamente frívolo que ha adquirido buena parte de la campaña presidencial, alimentado por la irrupción de un outsider-vedete alejado de la política clásica como Donald Trump, más propio de reality show televisivos, ha eclipsado la mayor parte de los problemas pendientes de un país muy necesitado de resolverlos. Ni siquiera sus iniciales proclamas antiinmigración han resistido a la irrupción de sus más llamativas aún aventuras sexuales. Tampoco ha contribuido su rival, Hillary Clinton, lastrada por un turbio pasado y por el escándalo del uso de un servidor privado durante sus años como secretaria de Estado, a mantener el foco de la campaña en los principales asuntos que se juega el país. Esta sería la relación de los más importantes:
Economía. La situación socioeconómica del país sigue siendo el gran asunto para los estadounidenses, pese a que ha trascendido poco de lo que los candidatos proponen. Hillary Clinton ha aplaudido la labor de los ocho años del presidente Obama, que «ha sacado a este país de la grave situación financiera en que se encontraba en 2009». Los datos macroeconómicos lo avalan, incluida la reducción de la tasa de desempleo hasta el mínimo, el 4,9%, desde que estalló la crisis. Pero la traslación al bolsillo de los ciudadanos no ha evolucionado en la misma medida. Un estudio reciente indica que hasta 2015 no empezó a notar la recuperación efectiva el americano medio, en términos de mejora del poder adquisitivo, después de una notable pérdida durante años. Especialmente perjudicial fue para los habitantes de las zonas en declive, los estados del llamado rust belt, del cinturón industrial. Clinton propone la continuidad en política económica. En materia fiscal, plantea subir los impuestos a las rentas altas y reducírselo a las medias-bajas.
Para Donald Trump, el objetivo es que Estados Unidos vuelva a los crecimientos del Producto Interior Bruto (PIB) anteriores a la crisis, del 4% o hasta del 5%, aunque los expertos creen que los cambios que ha sufrido la economía mundial en este periodo de convulsión financiera lo hacen imposible. El candidato republicano se ha apoyado en el modelo Reagan de fuerte reducción de impuestos, a todas las clases sociales, para dinamizar la economía. Aunque no ha explicado cómo va a evitar que la deuda, la mayor de la historia del país, se siga disparando, al menos en el corto-medio plazo.
Libre comercio. La ola proteccionista alentada por Trump también ha convertido en esencial el debate sobre los grandes acuerdos de libre comercio. De forma que si el candidato republicano es quien llega a la Casa Blanca, peligran el NAFTA (acuerdo de Estados Unidos con Canadá y México) y el Acuerdo TransPacífico, negociado y aprobado por el presidente Obama y sólo pendiente de ser ratificado por el Congreso. En el primer caso, Trump propone renegociarlo o suprimirlo. El segundo lo echaría abajo directamente. Un discurso que ha tenido buena acogida entre los trabajadores y los desempleados, que aceptan el mensaje de que estos grandes acuerdos sólo benefician a los demás países, en menoscabo de su puesto de trabajo. El mensaje ha obligado también Hillary Clinton a ser crítica con los pactos, aunque no está claro hoy cuál sería su decisión en caso de ser presidenta.
Inmigración. Todavía hoy, más de once millones de inmigrantes, la gran mayoría de ellos hispanos (y mexicanos), siguen en el limbo jurídico, tras la última resolución de la Corte Suprema, que rechazó su legalización. A ello hay que añadir el eterno problema de los que sin papeles que continúan entrando en el país, aunque su número está ya en una leve caída, frente a lo que afirma Trump de manera insistente. En el caso de la llamada regularización, el nuevo presidente tendrá que decidir qué hace con todas esas personas. Hillary Clinton ha prometido que buscará una nueva vía para que todos sigan en Estados Unidos. Trump, que inicialmente prometió deportarlos a todos, ha ido suavizando su máxima, limitándolo a aquellos que tengan causas pendientes con la Justicia. En cuanto a la entrada de sin papeles, la construcción del muro en toda la frontera con México es uno de los ejes de la campaña del magnate, que insiste en que además lo pagará el vecino del Sur. Clinton lo rechaza tajantemente.
Renovación de la Corte Suprema. Un asunto que desde fuera de Estados Unidos se aprecia como sólo relativamente importante, constituye el eje institucional que mueve las ruedas del país. Todos los grandes asuntos políticos y sociales pasan por el máximo tribunal, y más los últimos años, de creciente polarización entre los demócratas y los republicanos, el centro-izquierda y el centro-derecha, siempre dentro de la particular lectura liberales-conservadores instalada en este país. No sólo la inmigración, sino también asuntos como el aborto, los derechos de los homosexuales y su matrimonio, han ido dando salida o rechazando los diferentes textos legales. En la actualidad, tras la muerte del conservador Antonino Scalia, los miembros de la Corte Suprema son ocho. El nuevo presidente deberá abordar el nombramiento de su sustituto, que Obama ha intentado sin éxito. No sólo dependerá de si el presidente es Clinton o Trump, sino también de si el Congreso sigue controlado por los republicanos o la mayoría pasa a manos de los demócratas. Su perfil ideológico es esencial para saber si la Corte Suprema tendrá mayoría conservadora o progresista.
Siria y Daesh. En Estados Unidos, el peso de la política exterior en el votante es mucho mayor que en cualquier otro país. En particular, la guerra contra ISIS (Daesh) y el yihadismo radical, junto con la guerra de Siria, ambos asuntos concatenados, constituye la gran inquietud del estadounidense medio, fuera y dentro de las fronteras del país. En la lucha contra el terror, una de las incógnitas está en saber si Hillary Clinton mantendría la misma política de perfil bajo contra Daesh que ha mantenido Obama, sobre todo en materia de seguridad nacional, apoyada en el discurso de conceder la menor propaganda a los yihadistas. La candidata demócrata ha sido más crítica con la política de Obama en la guerra directa contra Daesh en el Próximo Oriente. En especial en Siria, donde habría sido partidaria de que Estados Unidos hubiera bombardeado al régimen de Al Assad, como estuvo a punto de decidir Obama, antes de echarse atrás. Más tarde, antes de la llegada de las tropas rusas, Clinton planteó la necesidad de una zona de exclusión aérea, con la que facilitar la ayuda humanitaria y colaborar más eficazmente con la oposición al sátrapa sirio. Pero el nuevo presidente se va a encontrar con la gran patata caliente que deja Obama: una insostenible situación humanitaria, con Rusia y Al Assad en su momento más fuerte, y un reconocido fracaso estadounidense para hallar una salida. Además, el frente contra Daesh en Irak se encuentra hoy en plena ofensiva a su bastión, Mosul.
Donald Trump ha sido especialmente contundente contra Obama y Clinton en dos cuestiones: su tibieza, sobre todo en el lenguaje, cuando acusa a ambos de no querer hablar de «islamismo radical» al hablar del terrorismo, y que las operaciones militares no se lleven con más discreción, «sin darle al enemigo la ventaja de anunciarlas previamente».
Política exterior. Además de los principales conflictos pendientes, la relación entre Estados Unidos y la OTAN y Rusia ha acaparado buena parte de la campaña electoral. Donald Trump se ha mostrado abiertamente partidario de obligar a los aliados en la Alianza Atlántica a hacer más aportaciones económicas, que se ahorraría Estados Unidos. Algo que, según el candidato republicano, permitiría al país cuadrar mejor sus cuentas e intentar una mayor inversión en un ejército que considera obsoleto. Muy al contrario, Hillary Clinton ha apelado a «reforzar aún más» los lazos entre Estados Unidos y la OTAN. En cuanto a Rusia, la incógnita es cuál sería la política de Donald Trump, que aparente vivir una luna de miel con el presidente Vladímir Putin. Bajo el mensaje de que «es más inteligente que Obama», el magnate se ha mostrado comprensivo con casi todas las acciones de Putin, incluso aquellas que perjudican abiertamente a Estados Unidos y Europa, como su invasión de Crimea o su injerencia militar en Ucrania y en Siria. Enfrente, Hillary Clinton propone una política de firmeza con el tradicional enemigo del este de Europa.
El futuro del Obamacare. El sistema de cobertura sanitaria que aprobó el presidente Obama en 2010 siempre ha estado en entredicho. Principalmente criticado por los republicanos, también en muchos estados gobernados por demócratas las críticas sobre su aplicación han sido numerosas. Hace unas semanas, fue el propio Bill Clinton quien calificó el Obamacare de «locura». Los problemas vienen del encarecimiento que supone que su puesta en práctica vaya de la mano de las aseguradoras, que en ocasiones aplican subidas en la cuota poco asumibles para las clases medias o medias-bajas, pero por encima del tope de renta máxima para la cobertura total. Trump ha prometido suprimirlo. Siempre ha planteado que pondría en marcha otro sistema, pero nunca ha aclarado cuál. Para Hillary Clinton, se trata de mejorar el sistema e intentar ampliar progresivamente la cobertura hasta el 100%.