Safo y Erina en el jardin de Mytilene (Simeon Soloman)
¿Solo hay poetas lesbianas?
Por José Prats Sariol | Miami | Diario de Cuba
Un amigo gay de pronto me dice que las poetas cubanas son lesbianas. Río la gracia, aunque no deja de albergar un grueso sectarismo y una arroba de ignorancia... Resulta que de tanta discriminación sufrida, un grupito de escritores y artistas no heterosexuales se protegen bajo la cobertura de que los hombres cubanos que escribimos llevamos un Virgilio Piñera en el alma, y las mujeres una Lydia Cabrera en el corazón.
El fenómeno de discriminación a la inversa —medio en broma y medio en serio— añade al juicio lapidario la existencia de un generalizado simular, un fingir cotidiano hasta que salimos del closet o morimos allá dentro... Para colmo —con chistes— añaden que su tipo de sexualidad implica sensibilidad artística, talento creador, delicadeza expresiva... No importa que todavía algunos trogloditas les griten "maricón" o "tortillera", ellos están por encima de esa canalla machista-feminista. Y de ahí las generalizaciones.
Lo cierto, sin embargo, es que a la mayoría de escritores y artistas homosexuales y lesbianas, de reconocido y genuino talento, nunca les ha pasado por la cabeza establecer esta feroz discriminación. Gozo de la amistad de muchos y puedo afirmar que solo se trata de una escuadra de fanáticos, donde abundan los carentes de cultura.
Un rápido panorama de las mujeres nacidas en Cuba que tienen una obra literaria vigorosa, desmiente el juicio sectario: El más relevante escritor cubano vivo en 2016 es una mujer heterosexual: la poeta y ensayista Fina García Marruz. El único otro escritor cubano que acumula los más importantes premios nacionales y el decisivo Premio Pablo Neruda de Poesía es Reina María Rodríguez, tan heterosexual como lo fuese Dulce María Loynaz, Premio Cervantes. ¿Hace falta una lista a partir del siglo XIX? ¿Acaso no podemos armar una relación de poetas vivas de tanta valía como la de los hombres —por supuesto que sin darle importancia a sus gustos amatorios— con autoras heterosexuales como Carilda Oliver Labra, Belkis Cuza Malé, Maria Elena Blanco, Milena Rodríguez Gutiérrez...
Y claro que añadiríamos, porque son tan mujeres como las anteriores, a lesbianas cuyos poemas admiramos. Bastaría con incluir poemas de Magali Alabau, Nancy Morejón, Liliam Moro, Damaris Calderón, María E. Hernández Caballero, Lleny Díaz Valdivia... Además de alguna que otra bisexual, como sucede dentro de mi generación con Lina de Feria, cuya singular energía neobarroca disfrutamos desde que en 1967 —pronto hará medio siglo— compartiera con Luis Rogelio Nogueras el primer Premio David de poesía, con su cuaderno Casa que no existía.
Hace como seis o siete años unas feministas por poco me muerden cuando usé para ellas el femenino "poetisas" y no "poetas". Dejé de usarlo porque una amiga me convenció de que podría resultar kitsch, picúo, demodé... No porque sintiera que discriminase a las mujeres, pues lo mismo ocurriría con actriz, por lo que Meryl Streep sería actor; hablaríamos de la héroe y no de la heroína Juana de Arco o del rey Catalina la Grande...
En cualquier caso —como el de poetas lesbianas o dramaturgos gays…— se trata de no caer en la trampa clasificatoria. Creer que otorga valores literarios el hecho de que alguien sea negro o blanco, inmigrante o nativo, homosexual o transgénero, joven o viejo, campesino o pueblerino o capitalino, creyente o agnóstico, conservador o liberal, autodidacta o universitario, rico o pobre, promiscuo o ascético, tanático o erotómano, miserable o buena gente, creyente en lo que fuera la revolución o disidente del actual gobierno dictatorial...
La calidad —el canon que distingue, por ejemplo, a César Vallejo de otros poetas de habla hispana de su tiempo— se forma bajo argumentos estéticos y artísticos disímiles, complejos, donde también entran las distinciones anteriores, pero sin que ninguna sea determinante.
Suelo recordar una anécdota de Benavente, ya Premio Nobel y director de la Biblioteca Nacional. Una loca andaluza fue a pedirle trabajo. Le argumentó que era su coterráneo y coincidía en sus preferencias sexuales...
Benavente solo le preguntó: "¿Y qué más?".
Lo mismo habría que preguntarle a mi amigo y su sectarismo lésbico... Pero no hace falta, ese fanatismo —de cualquier lado— ya es obsoleto. Se ve —sobre todo entre los jóvenes— como prejuicios del pasado milenio... Y lo son. Así que "poeta nada más", sin sobrenombre.