Para probar que somos machos
En el fondo somos bastante inseguros respecto a nuestra virilidad
Por Luis Cino Álvarez | Desde La Habana | Cubanet
Con lo varoniles, voraces y desinhibidos sexualmente que aparentamos ser la mayoría de los hombres cubanos, en el fondo somos bastante inseguros respecto a nuestra virilidad. Y cómo no iba a ser así, si estamos precisados a demostrarla a cada instante, para no desentonar y pasar por flojos.
Se espera que seamos duros, fornidos, rudos, no dados a sentimentalismos, que controlemos nuestras emociones, que si alguna vez deseamos desahogarnos y sacar las penas del alma, que sea con unos tragos de ron de por medio y sin demasiados testigos.
Producto de mitos y prejuicios arraigados en nuestra sociedad, siempre está puesta a prueba la condición de “macho, varón, masculino” que, diga lo que diga el CENESEX, no ha cambiado mucho, en lo fundamental, desde los tiempos de nuestros bisabuelos.
Eso se inicia desde la cuna, con las mamás y los papás que exhiben la foto del bebé tomada de forma tal que se puedan apreciar “sus huevones”. Continuará luego con la enseñanza al niño de que los varones no lloran y hablan fuerte —nada de “ñiniñí”—, no juegan con las hembritas ni con los juguetes equivocados y no besan al papá, sino que le dan la mano.
Y nada de quejarse si otro niño se mete con él: los problemas se resuelven con los puños. “Y si el otro es más grande o más fuerte, agarra un palo o una piedra y pártele la cabeza, que luego yo respondo”, le dirá el padre.
Del resto de nuestra formación cromañónica se encargará la calle. ¡Y de qué modo!
Las primeras etapas del torneo de los machos se desarrollarán en las escuelas y alcanzarán sus puntos culminantes en el servicio militar, donde los sargentos instructores, a fuerza de insultos y castigos, se encargarán de “arreglar a los blandengues”.
Si a los doce o trece años el niño no tiene una noviecita en el barrio o la escuela, es motivo de preocupación para los padres. Es entonces que empiezan a preocuparse porque pasa demasiado tiempo con fulanito y menganito.
La mayoría de los padres cubanos suelen comportarse como detectives a la caza de “rarezas” de sus hijos y los amigos con los que anda.
La cantidad de novias es un aval. Los ligones son admirados. “Hay que barrer con cuanta jeva se te cruce por delante y te pinte un farol”. No importa si no te gusta, si es fea o “está mala”. Tienes que hacer “tu papel de hombre”. Dicen que “el que come malo y bueno, come doble”. Frases como esas las escuchamos desde antes de que nos brote el bigote. Y esas conductas depredadoras, las de ver a las féminas como presas a atrapar, se arrastran hasta la vejez.
De poco vale la educación sexual que chapuceramente se imparte en las escuelas y que tiende más a confundir que a esclarecer.
Desde la más temprana adolescencia, empiezan las preocupaciones e inseguridades con las proporciones de los genitales. Estas inquietudes, falocéntricos como somos, suelen ser estimuladas por los padres, los comentarios y comparaciones de los amigos o por los chismorreos de las chicas sobre sus lances amorosos.
El desempeño sexual es otra preocupación más seria aun. Si se exagera, puede tornarse patológica. De ahí parten muchos casos, tanto de exhibicionismo —los famosos “disparadores” y “pajeros”, que no son más que violadores frustrados— como de impotencia y todo tipo de disfunciones.
Nos pasamos la vida esforzándonos por comportarnos como atletas sexuales, y presumiendo de nuestras hazañas amatorias. Cuando fracasamos en alguna ocasión, en vez de analizar las causas, nos sentimos casi al borde del suicidio.
Se conoce de casos de jóvenes que han tenido que ser hospitalizados y hasta han muerto por tomar Viagra para estimular más su apetito sexual. Especialmente si es con alguien que no te gusta, como suelen hacer lospingueros para desenvolverse con efectividad en su negocio.
Desde hace varias décadas se ha generalizado entre muchos jóvenes una práctica de reminiscencias tribales: la de implantarse en el pene, generalmente sin adecuadas condiciones higiénicas, las llamadas perlas o perlanas, según dicen, para “hacer sentir más”.
Los anales de la sexualidad cubana están llenos de mitos y barbaridades, pero nos hemos acostumbrado. No reparamos en cuanto daño nos hace todo eso para funcionar como seres humanos equilibrados, sin tener que recurrir al psicólogo, al que tampoco es usual que acudamos, porque es otra muestra de debilidad.
¡Y con estos truenos, aspira nuestra sociedad, o al menos eso se dice, al fin de la violencia de género, la equidad entre los sexos y el respeto a la diversidad!