El regreso del Gran Satán
El revisionismo de Trump debilita al presidente Rohani y refuerza a los halcones del régimen iraní
Imagen de archivo (EL PAÍS) que muestra a dos mujeres iraníes frente a un muro con un grafiti contra EEUU
POR LUÍS BASSET | EL PAÍSEstados Unidos vuelve a ser el Gran Satán. El deshielo habrá durado apenas un año, si se cuenta desde el levantamiento de las sanciones en enero de 2016, y algo más si se parte de la firma del Acuerdo Nuclear, en julio de 2015, entre Irán y las cinco potencias, Estados Unidos, Rusia, Alemania, Reino Unido y Francia, además de la Unión Europea.
La República Islámica de Irán ha abandonado su programa de enriquecimiento de uranio, que podía darle acceso en muy poco tiempo al arma nuclear, y la comunidad internacional ha desbloqueado a cambio hasta 100.000 millones de dólares en depósitos y cuentas petrolíferas pendientes, que han proporcionado un alivio enorme a la empobrecida economía iraní.
El petróleo sube un 6% tras el pacto de la OPEP para recortar producción
A partir del 20 de enero, este intervalo puede convertirse en un paréntesis, si atendemos a las ideas del presidente electo, que considera el Acuerdo Nuclear “una estupidez”, quiere negociarlo entero de nuevo y considera a la República Islámica de Irán como su enemigo estratégico en Oriente Próximo, sobre todo una vez haya liquidado rápidamente al Estado Islámico, tal como propugna en su programa.
Fue el ayatolá Jomeini quien consagró la expresión de Gran Satán en 1979 para designar despectivamente a EE UU, en el momento de una ruptura de relaciones que dura desde hace 35 años. Ahora el presidente reformista Hasan Rohaní ha desenfundado aquella vieja retórica para atacar a Trump y sus propósitos revisionistas respecto al Acuerdo Nuclear y a la apertura económica iniciada por Irán, mientras acelera en cambio la firma de acuerdos comerciales y de explotación gasística y petrolera con la UE, Rusia y China para adelantarse a la nueva glaciación que se anuncia desde la Casa Blanca.
Gracias al Acuerdo Nuclear, Irán recuperará el crecimiento en 2017 hasta un mínimo del 4,5%, según estimación del FMI. Al año de su aplicación, ha incrementado su producción petrolera en un 30% hasta alcanzar los 3,7 millones de barriles diarios, cerca ya de los 4,3 millones que producía en 2011, antes de que el régimen de sanciones produjera sus efectos más devastadores. El régimen reformista ha completado este incremento de la producción con una muy buena negociación en la OPEP, que le permite seguir en el camino de recuperar su cuota de mercado petrolero en el mismo momento en que Arabia Saudí reduce los niveles de extracción para impedir que siga a la baja el precio del crudo.
Estos éxitos económicos debieran reforzar a los reformistas frente a los duros del régimen, sobre todo de cara a las elecciones presidenciales de este año próximo, pero no está claro que sean suficientes ni que les permitan aguantar el acoso al que les someterá Trump en cuanto llegue a la Casa Blanca. EE UU mantiene su régimen de sanciones aprobadas por el Congreso en castigo por las pruebas con misiles balísticos y con el terrorismo y ahora el Senado acaba de votar por unanimidad una prórroga de los poderes presidenciales para sancionar a Irán por diez años más, en un gesto de desconfianza hacia Teherán que hubiera sido meramente simbólico con Hillary Clinton pero puede convertirse en el instrumento para destruir el acuerdo en manos de Trump.
Arabia Saudí piensa en dotarse con su propia arma atómica si fracasa el acuerdo nuclear con Teherán
Obama ha aplicado una estrategia multilateral y de doble presión, la de las sanciones crecientes por una parte y la del diálogo diplomático por la otra, sin excluir, al menos verbalmente, la eventualidad de un ataque a las instalaciones atómicas, tal como le recomendaban desde Israel y desde Arabia Saudí, los dos enemigos y rivales estratégicos de Irán. Poco se sabe, en cambio de la estrategia de Trump, excepto su propensión a la amenaza y su desconfianza respecto a los medios diplomáticos y multilaterales.
Los halcones del régimen iraní, con el Guía Supremo de la Revolución, Alí Jamenei, al frente, preferían mantener el programa nuclear vivo —a la vista de las experiencias recientes de Libia, que sufrió un cambio de régimen tras abandonar su proyecto atómico, y de Corea del Norte, que ha mantenido el régimen gracias a la persistencia de su programa— y no les desagradaría del todo una ruptura del acuerdo que les permitiera reanudar la fabricación de la bomba. Por eso el todavía director de la CIA, John Brennan, ha calificado de desastre y de locura la propuesta de renegociación de Trump.
El vendaval trumpista amenaza las alianzas y estructuras de seguridad forjadas durante décadas, empezando por las que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, como la OTAN o el Tratado de Defensa Japón-USA, siguiendo por los que se fraguaron durante la Guerra Fría, como el trascendental Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, y terminando con los más recientes, especialmente los que llevan la firma de Obama, como la reanudación de relaciones con Cuba o el Acuerdo Nuclear con Irán.
El Acuerdo Nuclear (Joint Comprehensive Plan of Action en su nombre oficial) no adoptó la forma de un tratado internacional, que hubiera requerido la aprobación altamente improbable, sino imposible, del Congreso de EE UU, sino la de un mero acuerdo ejecutivo firmado por el presidente Obama, que puede ser naturalmente revocado sin mayor complicación por el presidente electo, tal como ya ha prometido.
Los efectos de una tal abrogación serían dudosos. Tratándose de un acuerdo multilateral, no vincularía a los otros cuatro firmantes del grupo 5+1, es decir, Francia, Alemania, Reino Unido y Rusia, además de la UE. Las nuevas sanciones que pudiera imponer Washington no tendrían por qué afectar a las empresas de los otros países firmantes y si lo hicieran darían a pie a complejas disputas comerciales. Para colmo, permitiría al régimen iraní regresar con toda legitimidad a la fabricación de uranio enriquecido.
La ruptura del acuerdo sería un estímulo explícito a la proliferación nuclear en la región, especialmente para la monarquía saudí, que considera al régimen de los ayatolás como una amenaza existencial y un centro de promoción del terrorismo en la región, en coincidencia con la percepción que tiene Israel. En el corto plazo volvería a estar sobre la mesa la eventualidad de un ataque israelí a las instalaciones nucleares y en el medio y largo la fabricación de la bomba saudí, probablemente con el auxilio de Pakistán, la única potencia nuclear islámica, tradicionalmente aliada del régimen de Riad.
Obama ha sido un paréntesis para Irán. Solo llegar a la Casa Blanca en 2009 mandó un mensaje directo al pueblo iraní, con motivo del año nuevo o Nouruz, en el que apostaba por la diplomacia y pedía un nuevo comienzo en las relaciones entre ambos países. Cuando se va, deja el legado del Acuerdo Nuclear, que es una puerta abierta a la incorporación de Teherán a la comunidad internacional similar a la que abrió Nixon en 1972 con su deshielo respecto a China. No es casualidad que Donald Trump quiera cerrar todas las puertas, la que abrió Nixon hace 44 años y las dos abiertas por Obama ahora con Cuba y con Irán.