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General: Verdades y mentiras de los Reyes Magos
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Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 05/01/2017 19:34
Las leyendas sobre sus
Majestades Reyes Magos se cuentan por decenas
Los persas que murieron torturados tras visitar Belén.  A día de hoy, se dice que sus restos están en la catedral de Colonia, donde fueron llevados después de que Barbarroja destruyera su lugar de reposo en Constantinopla.
 
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                                               La adoración de los Reyes Magos - Fray Bautista                       
(
Museo Nacional del Prado)
Verdades y mentiras de los Reyes Magos
                 MANUEL P. VILLATORO | ABC.es
Dentro de unas horas, Sus Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar repartirán regalos por las casas de los más pequeños. Ilusión, felicidad... Todo es posible esta noche. Sin embargo, y aunque todos sabemos de su existencia y de su manía de premiar solo a los niños buenos, pocos conocen dónde se encuentra su origen, el momento en el que nació su leyenda y las verdades y mentiras históricas que existen en torno a ellos. Un ejemplo es que, según cuenta la tradición, nuestros protagonistas eran tres astrólogos persas que, tras visitar Belén y ser bautizados, murieron martirizados por predicar el cristianismo.

El origen de todo
El origen de la leyenda de los tres Reyes Magos lo encontramos en la Biblia. Su artífice fue, para ser más exactos, Mateo. El Apóstol fue el único de los autores del libro sagrado que dejó constancia de la existencia de estos personajes en las crónicas. En sus textos afirma que, después de que Jesús naciera en Belén «vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle». No señalaba, por tanto, ni el número concreto de Sus Majestades, ni su raza.

La cuestión les llevó hasta Herodes, rey del país. Mateo determina que, al oír esto, «el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo». La respuesta de todos fue unánime: en Belén, pues así lo decía la profecía.

En palabras del Apóstol, Herodes tendió entonces una trampa a los magos: les envió a la ciudad y les pidió que averiguasen todo lo que pudiesen acerca del niño, pues él quería adorarle también. «Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño».

El evangelista continúa señalando que, tras entrar en la casa en la que había nacido el pequeño, se postraron, le adoraron y le entregaron los tesoros que portaban: «le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra». Posteriormente se marcharon, pero no cumplieron su promesa de avisar al rey tras ser advertidos en sueños (por un poder superior) de lo que este pretendía.

«Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino», completa Mateo. Esta es la información que, posteriormente, daría lugar a la llegada de Sus Majestades a todas nuestras casas en la noche del 5 de enero. Una tradición que ha ido evolucionando con el paso de los siglos debido, entre otras cosas, a las múltiples versiones existentes.

El número 3
Si Mateo no habló del número exacto de Reyes Magos que llegaron a Belén... ¿Por qué la tradición dicen que son tres? El establecimiento de este mito se lo debemos al «Liber Pontificalis» (una recopilación fechada en el siglo IX de varias historias y leyendas relacionadas con la religión cristiana). La cifra (basada en las creencias populares) fue oportuna y -presumiblemente- nació debido al número de regalos citados por el apóstol. Todo ello, sumado a la relación que tenía el número con la Santísima Trinidad. Así lo afirma el investigador histórico Omar López Mato en su obra «A su imagen y semejanza. La historia de Cristo a través del arte».

El historiador José Javier Azanza López ofrece (en su dossier «¡Ya vienen los Reyes! Historia, leyenda y arte en torno a los Magos de Oriente») una nueva visión del origen de la cifra. Según él, la cifra vendría del siglo III: «En cuanto a su número, si bien existen versiones que recogen entre dos y sesenta magos, en el siglo III el teólogo Orígenes indicó que los Reyes Magos eran tres, número que acabó por imponerse atendiendo a razones bíblicas, litúrgicas y simbólicas, y que fue confirmado por la Iglesia en el siglo V mediante una declaración del Papa León I el Magno en sus Sermones para la Epifanía».

Con todo, esta teoría es solo una de las muchas existentes. Así lo afirma Ariel Guiance (de la Universidad de Buenos Aires) en su dossier «La polémica antijudía en la Castilla Bajomedieval: la historia de los Reyes Magos». En palabras del experto, la tradición oriental habla de 12 magos, mientras que Occidente de 3: «Este número aparece en el Evangelio del Pseudo Mateo y en el Evangelio armenio de la infancia».

Los nombres
Una controversia similar existe con el nombre de Sus Majestades. Estos se popularizaron el siglo IX también gracias al «Liber pontificalis». En dicha obra, se estableció que eran Melchor («Melchior»), Baltazar («Bithisarca») y Gaspar («Gathaspa»).

No obstante, Azanza afirma que ya habían sido nombrados de esta forma antes: «Los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar aparecieron por primera vez en el Evangelio Armenio de la Infancia del siglo IV; pero no serán aceptados definitivamente hasta su inclusión en el “Liber Pontificalis”, fechado a mediados del siglo IX».

Santiago de la Vorágine, obispo de Génova y autor -en el siglo XIII- de «La leyenda dorada» (una compilación de los mitos que hablaban de la vida de los diferentes santos y de algunos pasajes bíblicos) asentó de nuevo estos nombres al afirmar que eran «Caspar, Melchor y Baltasar». Lo hizo en dos capítulos de la obra dedicados a estos curiosos personajes siglos después de que ya se incluyeran en el «Liber Pontificalis».

Magos y persas
Otras de las controversias que se han generado a lo largo de los años es la utilización de la palabra «magos» por parte de Mateo. Sí, todos sabemos que Sus Majestades deben tener algún que otro poder secreto para llegar a las casas de todo el mundo en tan solo una noche. Sin embargo, son muchos los expertos que consideran que este término tenía otras acepciones en la época.

Uno de ellos es Joao Scognamiglio, autor de «Lo inédito sobre los evangelios». Este afirma en su obra que «el nombre magos no debe ser entendido con las connotaciones de nuestro tiempo, pues en aquella época significaba personas de cierto poderío y que se distinguían especialmente en los conocimientos científicos, sobre todo astronómicos».

El historiador de la religión cristiana James Dixon Douglas es de la misma opinión. En su extensa obra «Diccionario Biblico del Mundo Hispano» señala que, en aquellos años, la palabra mago hacía referencia a una «casta religiosa entre los persas» con gran devoción por la astrología.

El término, no obstante, fue adquiriendo la connotación actual aproximadamente un siglo después, cuando empezó a aplicarse universalmente «a los adivinos y a los exponentes de cultos religiosos esotéricos». «Lo más probable es que fueran sacerdotes y astrólogos originarios de Babilonia o Persia, dado que ambos eran grandes centros astrológicos donde los magos eran una casta sacerdotal con mucha influencia», completa Azanza.

Con todo, y como sucede en todas las historias con siglos a sus espaldas, también existen algunos autores como Morton Smith que creen que realmente eran hechiceros.

En todo caso, la primera es la más aceptada y, además, es una teoría que desvelaría otro de los grandes misterios: el enigmático origen de estos Reyes (pues serían persas). Y es que, una de las primeras veces que se oye hablar de su procedencia es en siglo VII, cuando se dejó escrito en el «Evangelio armenio de la infancia» que Melchor reinaba sobre los persas, Baltasar sobre los indios, y Gaspar, sobre el país de los árabes.

Dixon es partidario también de esta idea: «No se sabe nada de su tierra natal, pero la teoría de que vinieron de Arabia Félix (Arabia del sur) es muy probable». De ser cierto los cabos estarían atados, pues en esa región se practicaba habitualmente la astrología.

¿Reyes?
Tampoco dice nada Mateo sobre que estos «magos» fueran reyes. ¿Por qué, entonces, la tradición les ha entregado la corona? El culpable de ello es Quinto Septimo Tertuliano. Este escritor romano -padre de la Iglesia allá por el siglo III- llegó a la conclusión de la nobleza de dichos personajes tras leer el Salmo 72 (incluido en uno de los libros sagrados). En él se explicaba lo siguiente: «Que los reyes de Sabá y Arabia le traigan presentes, que le rindan homenaje todos los reyes». Blanco y en botella para el religioso, quien (basándose en esta frase) empezó a denominar a estos personajes «Reyes».

Como la magia no era bien considerada por la religión, este apelativo hizo que nuestros protagonistas fueran bien aceptados. Por enésima vez, el ya archiconocido Santiago de la Vorágine logró popularizar esta idea en «La leyenda dorada». Concretamente, el autor dejó escrito que los magos «eran al mismo tiempo reyes y magos» y que, en su país de origen, solían subir a la cima de una montaña para observar los astros.

Martirizados
De forma independiente al momento exacto en el que nació su leyenda, cabe destacar que la tradición ha dado también un cruel final a los Reyes Magos. Según la creencia popular, nuestros protagonistas fueron bautizados por Santo Tomás y comenzaron a predicar el Evangelio por la India.

Según Juan de Hildesheim («El libro de los Reyes Magos») «consagró obispos a los tres Reyes y ellos, a su vez, eligieron entre las gentes del pueblo a personas sin mancha y las ordenaron obispos y sacerdotes». Estos, posteriormente, peregrinaron por multitud de pueblos. Algo que les causó no pocos problemas hasta que, finalmente, acabaron muriendo martirizados.

Tras la tortura (fechada por algunos autores en el año 70 d.C.) sus cuerpos fueron enterrados en el mismo sarcófago, lo que podría sugerir que eran familiares. En todo caso, la leyenda afirma que santa Elena (la misma que halló la Vera Cruz) se llevó sus restos hasta Constantinopla en el siglo IV.

Así, hasta que fueron llevados a Milán. A partir de aquí se les habría perdido la pista, pues se cuenta que -cuando el emperador Federico Barbarroja asedió la ciudad en 1162- los huesos fueron llevados hasta Colonia. Comenzaron su viaje en 1164 y, poco después, se edificó una iglesia en la región en su honor. En ella, a día de hoy, permanece su relicario.

El «nuevo» rey negro
Como última curiosidad relacionada con los Reyes Magos, cabe destacar que a Baltasar no se le representó como un rey de tez negra hasta el siglo XV. Antes, y tal y como señala Omar López Mato en su obra, fueron mostrados con aspecto occidental y considerados como los descendientes de Noé.

Azanza corrobora esta idea en su dossier: «En los albores del cristianismo, a los tres magos se les representaba como de una misma raza, tenían el mismo tipo e iban vestidos con el característico traje persa: bonete frigio y estrechos pantalones con faldilla».

Sin embargo, a partir del siglo XV todo cambió. «Con la intención de simbolizar la universalidad del cristianismo, se diferenciaron e individualizaron; de esta manera, cada uno adquiere rasgos propios que los asocia con las tres edades de la vida y con las tres partes del mundo entonces conocidas: Europa, Asia y África. ¿En qué momento aparece el rey negro en el arte cristiano? Aunque pueden considerarse algunos antecedentes aislados, la Edad Media ignora esta referencia condicionada por el rechazo al color negro que pasaba por ser el del demonio y el infierno. La figura del rey negro sólo se volvió habitual a finales de la Edad Media, y se impone a lo largo del siglo XV, tanto por el gusto creciente por lo exótico, como por las razones simbólicas indicadas».
FUENTE ABC.es


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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 05/01/2017 19:36
Noche de Reyes:
 Crecer o no crecer, decir o no la verdad a los niños
Sea como fuere, resulta muy positivo estimular la fe en su sentido más humano
 
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                   REDACCIÓN ABC.es
Se cuentan por millones los niños que aguardan expectantes el precioso regalo que los Reyes Magos le traerán esa noche. A la ilusión que provoca recibir regalos, se le une la magia de la intangibilidad y evanescencia de estos personajes, los Reyes Magos, y al protagonismo que los pequeños sienten al sentirse agraciados por la deferencia personalizada de los mismos.
 
Coaching Club analiza si es o no necesario contar a los niños y a qué edad, la realidad sobre los Reyes Magos. Crecer o no crecer, esa es la cuestión. Una de las preguntas que suelen recibir los terapeutas tras el paso de la Navidad. A qué edad y cómo desvelar el secreto tan preciado sin que sea perjudicial ni provoque un efecto negativo en los más pequeños.
 
Verónica Rodríguez Orellana, directora y terapeuta de Coaching Club explica, «Las razones para que esta tradición perdure en el tiempo se puede localizar en el aura de felicidad, esperanza e imaginación que provoca, esencialmente en los niños; en la importancia del hecho de creer en algún firme convencimiento y en mantener viva la ilusión, por más artificial que esta resulte. Como decían nuestras abuelas, que los niños conserven la inocencia, que ya habrá tiempo para que la pierdan».
 
Siempre surge la duda de si resulta saludable mantener viva esa irrealidad y los temores del efecto traumático que provocará el descubrimiento súbito de la verdad. En ese momento, el niño se topará de bruces con una amarga contradicción: los mismos adultos que reprenden y castigan la mentira son los primeros en participar de una descomunal patraña.
 
«Sea como fuere, resulta muy positivo estimular la fe, en su sentido más humano y no en el teológico, además de ciertos valores cualitativos y morales en los niños. Para resolver el anterior dilema, debemos tener en cuenta que no todo es marketing y bombardeo comercial en el teatro de esta ilusión navideña, sino que el regalo está asociado a un comportamiento, a unos méritos adquiridos. Será tanto más estupendo cuanto mejor se haya portado el receptor, existiendo incluso la posibilidad de no recibir nada si su conducta a lo largo del año dejó mucho que desear», explica Rodríguez Orellana.
 
Según Coaching Club, la fantasía es un elemento imprescindible en el desarrollo del pequeño, funda y sustenta su capacidad psicológica. Todo este proceso de soñar despierto y crear una escenografía propia a partir de unos pocos elementos comunes perdurará en la adolescencia y en la madurez. El que se queda sin sueños en la infancia, carece del recurso activo de la creatividad inmediata.
 
Hoy en día con el fácil acceso a las fuentes de información ha adelantado la edad a la que los niños descubren toda la verdad, sin embargo, tal descubrimiento no tiene que significar necesariamente que toda la historia y toda la ilusión se desmoronen como un castillo de naipes. En todo caso, hay que tener en cuenta que siempre existe en el subconsciente de los pequeños la sensación intuitiva de que algo no cuadra.
 
¿Hasta dónde hay que llegar en el sostenimiento del relato? Hasta el punto en que la credibilidad y la confianza en los padres puedan llegar a estar cuestionadas. La ficción debe ser sostenida mientras funcione como un andamiaje seguro para la creatividad del niño pero, si este preguntara sobre la realidad con preguntas concretas, no conviene negarla, pues hacerlo sería como descalificar sus propias percepciones y deducciones.
 
Una vez que se va imponiendo la realidad sobre la ficción, resulta trascendente acompañar el proceso para que el niño llegue a la convicción de que no lo engañaron del todo, que persiste el sentido mágico de la Navidad y que su fascinación trasciende el hecho de quiénes sean, en realidad, los que consiguieron y depositaron los regalos.
FUENTE ABC.es

Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 05/01/2017 19:38
La noche más larga
«Nada debe envidiar Papá Noel a los Reyes Magos (no vengo aquí, no se inquieten, a reivindicar nada), y supera, como mínimo, a quienquiera que llevara mirra el día que otro llevó oro, alterando para siempre las normas del amigo invisible. Si en algo mejora el trío al viejo de las barbas níveas es en su insoportable tardanza. Único regalo perdurable para quien, pudiendo mirarse los pies, mira el horizonte con el secreto deseo de no alcanzarlo nunca»
 
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RODRIGO CORTÉS - ABC.es
Nada tiene este escribidor contra Papá Noel –santo entrañable con ropa de saldo que bebe de la petaca, entre columnas, en el aparcamiento del centro comercial–, y su origen secular como obispo cristiano debería blindar a los tradicionalistas del recelo. Nicolases ha habido muchos, en diferentes tallas, del de Bari al de Goscinny, y más o menos todos han sido buenos. Poco puede objetarse al celo de quien desafía la estrechez de la chimenea para dejar calcetines bajo el árbol del niño pasmado: nada educa más en el carácter que la decepción. Tampoco extraña que los niños prefieran vestirse de fantasma para recoger caramelos a sentarse ante el Tenorio, como otros escuchan a Bach antes que a Falla, sin que Falla, que sabía lo que hacía, nada tenga peor que no ser Bach. El Tenorio mejora mucho y se desvela en su verdad si se viste a Don Juan de vampiro, y los niños aplauden más. O aplaudirían, sólo por acostarse tarde, objetivo último del infante con horarios, que son su techo de cristal. Los anglosajones dicen patio, mosquito y guerrilla, renunciando a mejorar palabras que ya les suenan bien, y viven en Los Ángeles (aunque le quiten la tilde, como los adolescentes de aquí), en el cruce de La Brea con Pico. O con Santa Mónica. O con San Vicente Boulevard (los americanos son también de afrancesarse, y dicen, sí, bulevar; dicen, a su manera, toilet, igual que nosotros fútbol, como los franceses escriben football y dicen luego lo que pueden, igual que nosotros champán, crep y cruasán). Me parece bien, por tanto, desde los angostos márgenes de mi entendimiento, que San Nicolás, Colacho, el Viejito Pascuero o Santa Claus velen por los niños buenos en la nieve del trópico o en el sol de aquí, y sólo –y por poner algún pero– discuto la fecha, anticlimática y confusa, que niega la espera y amortigua, sin querer, el placer irremplazable de la expectación.
 
Mi infancia no fue mejor que las infancias de ahora, que simplemente duran más. En Nochebuena sonaban tonadas de niños chillones sobre lavanderas y lechos de paja, y se visitaba a los parientes, que a veces se adelantaban y te visitaban a ti. Se comía, como ahora, con afán de plusmarquista, los mayores decían que qué rico el vino (aún no se sabía decir "capa fina") y se iba uno a la cama con sus primos, si no le tocaba el sofá o, directamente, el suelo. Se levantaba uno tarde, retomaba la comida justo donde la había dejado y el mundo giraba imperturbable con los Reyes como único horizonte; los demás días, con la excepción de la Nochevieja, eran corcho blanco para rellenar. En mi casa, en que se desconfiaba de la felicidad, sólo nos visitaban los Reyes, que ni siquiera eran demasiado espléndidos para las costumbres de Occidente. En la falda del día 25 nacía una larga rampa que conducía al cielo de quienes se sabían pecadores pero contaban con la indulgencia ajena. La ilusión, según elijo recordar, residía en la demora, aunque algunos padres –los de los demás niños, siempre más guapos que uno– decían lo de "los regalos, el 25; que los niños jueguen en vacaciones, que para eso están"; cuando jugar, lo que se dice jugar, se jugaba un día o dos, porque la pretendida magia –decía–, mucha o poca, residía en la demanda y no en su resolución, que tenía algo de derrota. Aquellos niños acababan recibiendo regalos las dos mañanas, la del 25 y la del 6; y en su cumpleaños, claro, y en el cumpleaños del hermano, para evitar llantos, y en el santo, y en el segundo santo, si el nombre era compuesto (los había bien sagaces), y en la primera comunión; y les daban dinero para el recreo, y para el campamento, y por si acaso, y porque sí... Aquella generación de padres (los míos eran, por lo visto, la resistencia) es la que empezó, se me ocurre, a claudicar; cuando se jodió el Perú; provisionalmente, se entiende, que estas cosas tienen de definitivas lo que un péndulo, que es un círculo hecho de rectas. Lo cierto es que, en su infancia, nuestra generación dejó ya mucho que desear; me acojo a la autoridad de quien no puede ponerse como ejemplo; y la siguiente hornada aterrizó más delicuescente incluso, y aún más la siguiente, hasta que la calle se llenó de negreritos flácidos formados en la certidumbre de su derecho a no ser frustrados, ni por sus padres, ni por sus compañeros, ni por la vida ni por los demás (que es lo que la vida es: los demás). La ola se extendió de las clases a las aceras, y, aunque de planes de estudio sé muy poco (sólo que, como uno mismo, parece que pueden mejorar), quizá el penúltimo clavo lo hundiera la pedagogía, corpúsculo intangible que acabó de confundirlo todo al obviar la naturaleza humana y enterrarla en abstractas intenciones al servicio del deber ser, a menudo bizcochable, inoperante casi siempre. Nadie encontró útil transmitir las reglas de la realidad que nuestros padres, y aún más nuestros abuelos, aprendieron sin querer, sin más mérito, por otro lado, que el que les prestó el contexto. Una vida sin pendientes garantiza la laxitud. Los hijos de nuestros hijos serán mejores, acaso, que nosotros, devueltos sin miramientos a las reparadoras virtudes de la frustración; el tiempo, que acostumbra a discurrir sin más sobresaltos que los que procura, lo aclarará. En mi corto registro de certezas –todas escritas a lápiz, por si acaso– consta que cada regalo que recibí de niño fue mejor la noche del 5 que la mañana del 6, que la anticipación del logro reporta más matices y texturas que el logro mismo, y que el esfuerzo de escalar una montaña añade más hierro al alma que la decepción de la cima, que acaba por ser el prólogo de una nueva ascensión. No hay película que compita con su tráiler.
 
Nada debe envidiar Papá Noel a los Reyes Magos (no vengo aquí, no se inquieten, a reivindicar nada), y supera, como mínimo, a quienquiera que llevara mirra el día que otro llevó oro, alterando para siempre las normas del amigo invisible. Si en algo mejora el trío al viejo de las barbas níveas es en su insoportable tardanza. Único regalo perdurable para quien, pudiendo mirarse los pies, mira el horizonte con el secreto deseo de no alcanzarlo nunca.
FUENTE ABC.es

Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 05/01/2017 19:43
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Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 06/01/2017 17:03
EL TRANSPORTE DE LOS REYES MAGOS
 
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Cinco cosas que no sabías de los camellos
Se reproducen poco, llegaron a vivir en el Ártico y en algunos países cargan también a Papá Noel 
                Por Antonio Villarreal  - El Español
Cada comienzo de año los vemos transportando a los Reyes Magos, recorriendo la cabalgata de nuestra ciudad o infiltrándose en nuestros hogares para colmarnos de regalos, pero los camellos siguen siendo unos grandes desconocidos.

LOS SALVAJES ESTÁN EN PELIGRO DE EXTINCIÓN
De acuerdo con la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza o IUCN, el Camelus ferus -así se llama el ejemplar de dos jorobas que vive en libertad, frente al domesticado y preferido por los Reyes Magos Camelus bactrianus- se enfrenta a perder el 80% de su población en las próximas tres generaciones. Desde 2002 está clasificado como en peligro crítico de extinción; el siguiente paso, si las cosas no mejoran, es la extinción en estado salvaje.

Actualmente sólo se encuentran en libertad en regiones desérticas de China y el sur de Mongolia. El número de ejemplares salvajes y genéticamente puros está sobre los 950.

LLEGARON A VIVIR EN EL ÁRTICO
Una serie de expediciones dirigidas por el Museo de Ciencias Naturales de Canadá encontró, entre 2006 y 2010, 30 fósiles de camello en la isla de Ellesmere, Nunavut, es decir, la región ártica canadiense. Son los restos de camélidos localizados más al norte, y pertenecen a un camello gigante que vivió en la zona hace 3,5 millones de años, a mediados del Plioceno.

"Quizá algunas características vistas en camellos modernos, tales como sus amplios pies planos, ojos grandes y la joroba para la grasa pueden ser adaptaciones derivadas de vivir en un entorno polar", explicaba Natalia Rybczynski, una paleontóloga de vertebrados empleada en el museo canadiense.

PAPÁ NOEL TAMBIÉN VA EN CAMELLO
Aunque en España sólo los Reyes Magos de Oriente van en camello y Papá Noel suele utilizar su trineo de renos, en otras latitudes -desde Egipto a Pakistán- donde la presencia de Santa Claus se ha convertido en costumbre en estas fechas, es habitual ver al entrañable personaje navideño a lomos de un camello.

SÓLO TIENEN UN HIJO CADA DOS AÑOS
Una de las claves de que los camellos estén en peligro es su peculiar sistema de reproducción. El embarazo del camello dura 13 meses, dos más que el de especies parecidas como los caballos, y además la productividad es muy baja: apenas tienen una cría cada dos años.

Otra curiosidad es que los camellos pueden aparearse con los dromedarios, su versión arábiga de una sola joroba, pero la descendencia de estos híbridos no está garantizada ya que los machos suelen ser estériles.

SU JOROBA NO TRANSPORTA AGUA
Los camellos son uno de los animales más resilientes que existen. En Mongolia, por ejemplo, tienen que lidiar con un rango de temperaturas entre los cero y los más de 50ºC que hay en el desierto del Gobi.

Uno de los mitos más extendidos es que la joroba sirve, de alguna manera, para almacenar ese agua. En realidad, la joroba es una montañita de grasa mezclada con tejido muscular. En un camello bien alimentado, puede pesar hasta 35 kilos y servirle para resistir hasta dos semanas sin comida alguna.

Una de las claves menos conocidas de estos animales para sobrevivir a un clima extremo es su capacidad de modificar su temperatura corporal entre los 34 y los 40ºC para evitar la sudoración excesiva. Sólo más allá de los 40º es cuando el camello empieza a sudar para prevenir el sobrecalentamiento. De este modo, puede preservar al máximo cada gramo de agua que almacena su cuerpo.
  
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