Trump contra la prensa Trump no parece entender, y nadie de su entorno le ha explicado, que el darle
la palabra la palabra solo a los que le tienen simpatía, no dota a la nación de la dignidad necesaria
Por Rui Ferreira | Miami | Cuba EncuentroEl día que el entonces aspirante presidencial republicano Donald Trump le espetó al reportero, Jorge Ramos en una rueda de prensa “regresa a Univision”, las alarmas se dispararon en la comunidad de los medios de comunicación.
Ramos lo único que quería era que le permitieran preguntar por qué el ahora presidente electo tenía planes de expulsar a los inmigrantes ilegales, sin el debido proceso, y los consideraba una plebe de violadores, ladrones y narcotraficantes, según había dicho.
Ramos fue de inmediato cercado por los guardaespaldas de Trump, sacado de la sala hasta que alguien de su entorno tuvo el buen sentido de convencerlo de hacer marcha atrás.
Pero el daño estaba hecho, porque Trump dejó diseñado lo que piensa serán sus relaciones con la prensa en un país donde los medios de comunicación se estiman por seguirle a los mandatarios todos sus pasos.
Trump nunca tuvo una relación fluida con la prensa, a menos que fuera la prensa rosa y se dedique únicamente a hablar de sus matrimonios y deslices, negocios y éxitos. “La prensa es mentirosa, está ahí para manipular a la gente y a eso se dedican”, dijo el mandatario electo en una fecha tan temprana como 1981 cuando estaba negociando la inversión de su actual Trump Tower y la prensa neoyorquina lo criticó por sus relaciones laborales.
Después de todo, Trump es como un militar, habituado a dar órdenes y no explicaciones. Como lo hacen los empresarios en cualquier país del mundo. El fallecido presidente Richard Nixon se quedó con la fama de ser un adversario de la prensa. Pero realmente lo único que le preocupaba era que descubrieran sus “pequeños trucos”, por algo le decían “Tricky Dick”, no el acceso que les dio a “su” Casa Blanca. La prensa, en última instancia, terminó por derribarlo con el escándalo Watergate, pero Nixon nunca, ni siquiera en sus memorias, contestó un ápice de lo informado, solo que consideraba “antiamericano” hacerlo en un momento en que Estados Unidos estaba envuelto en la guerra de Vietnam.
Con Donald Trump, el asunto es diferente. Desde el inicio de su postulación presidencial, el presidente electo intentó mantener a los informadores a raya y se ha dedicado a controlar su acceso a la información. Un método inédito ha sido su cuenta Twitter, a través de la cual el magnate vierte su versión de los hechos de campaña y opiniones. Pero también su desprecio. La cadena CNN ha sido su blanco favorito y el miércoles al negarle la palabra a Jim Acosta, el corresponsal de esa cadena en la Casa Blanca, escaló un paso más allá de su actitud con Ramos.
Muy pocos han salido en su defensa, teniendo en cuenta que durante los mítines de campaña Trump se habituó a burlarse de los periodistas presentes para alegría de sus seguidores que los hostigaban sin que él hiciera algo por impedirlo. La reacción no se hizo esperar.
“La hostilidad de Trump hacia la prensa es algo que estamos habituados, únicamente en regímenes autoritarios. Es una movida rara, en la rueda de prensa (del miércoles) Trump llenó la sala con sus empleados que se rieron de sus chistes y gritaron consignas de apoyo a sus respuestas retóricas”, dijo el presentador de televisión Seth Meyers.
Trump no parece entender, y nadie de su entorno le ha explicado, que el uso de los tuits, sus respuestas, muchas veces fuera de lugar y la marginalización que impone a la prensa, dando la palabra apenas a los que conoce y le tienen simpatía, no dotan a la suprema magistratura de la nación de la dignidad necesaria.
Lo dice el mismo senador Jeff Sessions, nombrado como secretario de Justicia. “Debe acabar con eso cuando llegue a la Casa Blanca”, admitió el lunes en el primer día de sesiones.
Es que, como recuerda el corresponsal del diario español El Mundo en Washington, Pablo Pardo, “Trump es a los corresponsales en Estados Unidos lo que Pearl Harbor fue a la industria de Estados Unidos: una bendición”.
“Gobernar un país no es dirigir un negocio, sino tener en cuenta una gama de intereses nacionales, personales y ciudadanos que siempre van a estar bajo el escrutinio de la prensa”, dijo a la cadena CNN el legendario periodista Carl Bernstein, uno de los investigadores del escándalo Watergate.
Lo más preocupante de la actitud de Trump hacia la prensa no es su actitud, sino que nadie de su entorno parece tener el poder de frenarlo. Algo así sucedió en Europa en los años 1930 del siglo pasado. “Primero vinieron por CNN. Pero yo no estaba mirando CNN. Y no dije nada”, escribió en su cuenta twitter el respetado profesor de la Universidad de Nueva York, Ian Bremmer. Que no vengan por nadie más.
Una versión de este artículo apareció en el Diario Las Américas.
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