El hombre que vive al pie de un flamboyán Algo tiene bien claro: no irá nunca para un albergue
Augusto César San Martín y Rudy Cabrera | Cuba | Cubanet Reinero Ramos Morales vive al pie de uno de los flamboyanes sembrados en la Calle 4 de la barriada La Timba, municipio Plaza. Según su testimonio, lleva años moviendo la improvisada covacha de un árbol a otro.
“Aquí llevo de siete a ocho años, en este pedacito de aquí para allí, en la esquina aquella”, dice el hombre del flamboyán.
Quien ahora vive en la extrema indigencia tiene su historia bien formada en la mente, que fluye hasta la credibilidad en su conversación pausada. Recuerda que conoció personalmente a Ernesto Che Guevara, recibió favores de Celia Sánchez y trabajó en el Consejo de Estado, muy cerca de la calle donde ahora duerme en su improvisado refugio.
Imaginarias o no, las cuatro hijas reflejadas en la memoria de Reinero cobran vida cuando describe su vínculo con Celia Sánchez Manduley, entonces Secretaria Ejecutiva del Consejo de Estado.
“Tenía cuatro hijas hembras, yo solo con ellas luchando. Me tenían traumatizado Celia Sánchez existía cuando eso. Celia me las becó allí, en Miramar”, y recuerda además como concibió pagar el favor.
“Yo pedí la renuncia de aquí (Cuba) porque quería irme con el Che para Bolivia, pero en esos días matan al Che, Celia (Sánchez) me dijo que me tendría presente para cualquier otro movimiento que existiera”, relata, sin interés de convencer a quien no le crea.
Durante los años 70 sufrió una crisis de nervios que lo mantuvo hospitalizado. Según la versión que cuenta de su vida, trabajó además en las oficinas del Partido Comunista de Cuba en Santiago, hasta que la agudización de enfermedad mental se lo impidió. Fue acogido por familiares hasta que se decidió a sumarse al ejército de indigentes que escarban la basura y duermen en las calles.
“En la década del 70 había una crisis de vivienda y demás. Una ambición de vivienda que todo el mundo quería y como yo no era de aquí (La Habana), no quise ambicionar nada que no me perteneciera a mí”, dice.
Las memorias que narra el hombre del flamboyán están apegadas a la sociedad en que vive, quizás esta es la principal causa por la que cobran autenticidad, a pesar del desequilibrio mental que padece.
Durante el periodo especial (1994) quedó cesante en el almacén de víveres donde trabajaba y comenzó a barrer calles por varios años.
Dentro de su ir y venir mental, algo tiene bien claro Reinero: no vivirá nunca en una comunidad de albergues de tránsito. La peor experiencia de su vida las tiene de su convivencia en los albergues donde van a parar las personas que pierden su casa por derrumbes.
“Apenas llego a un albergue me entra la crisis esa que padezco. Prefiero vivir aquí y subsistir de limpiar tarecos, recoger cosas de la basura y la ayuda que me dan los vecinos. Yo no voy a ir a esos lugares donde es mejor morir que pasar un día allí”.
Cierta o no, la historia que narra el hombre el flamboyán describe una realidad social más allá de una historia personal. Relata lo escondido detrás de la publicidad que proclama una sociedad repleta de igualdades que son difíciles de encontrar.