El Gobierno cubano, ni bajo la hostilidad de diez presidentes americanos, ni ante la
política aperturista de “mano tendida” del presidente Barack Obama, se ha siquiera tambaleado
El Malecón apacible
Alex Heny | Nueva York | Cuba EncuentroEn los últimos cincuenta y ocho años solo en una ocasión tuvo lugar una protesta espontánea en Cuba como resultado del crónico e imparable declive socioeconómico de la involución cubana.
Fue en agosto de 1994, un par de meses antes del nacimiento de mi hija menor que ahora, mientras escribo este texto, revisa en su teléfono su correo electrónico, sentada en el sofá al alcance de mi mano, a dos mil kilómetros y veintidós años de distancia del Malecón inquieto y de la Isla náufraga que hace apenas unos días se ha quedado sin salidas de emergencia.
Era, por aquel entonces, la sazón del desastre bautizado, por ustedes saben quién, con el más cínico eufemismo: Período Especial.
Período, que de cierta forma ya nunca se superó ni ha terminado, que de especial no ha tenido nada, y sí mucho de calamitoso; crisis galopante que el desmorone del Segundo Mundo y su socialismo de consignas y banderola dejó tras de sí y, mientras el Malecón ardía en aquel agosto, yo regresaba de Pinar del Río, donde había pasado una quincena buscando un tesoro extraviado y comiendo una pasta rosácea, nauseabunda, mechada con tramos de venas inmasticables, trozos de cartílagos, y pingajos de blanquecinos pellejos de indescriptible origen.
Era la época todavía de ustedes saben quién, que en paz no descanse, y de sus muchos delirios, y a mi regreso allí lo ví, en la televisión, arropado por sus manadas de cuadrúmanos del Contingente Blas Roca, paseándose con un insoportable aire triunfal por las calles despejadas a golpes de cabilla y garrote, vacías ya de aquellos habaneros que habían gritado, por primera y única vez, tras decenas de años de silencio, su desespero.
Unos días después Cuba reventaba de nuevo como una pústula infectada, yo perdía amigos que nunca más he visto, y comenzaba el tercer y penúltimo éxodo cubano del siglo XX, el de los balseros.
La apuesta más recurrente de estrategas foráneos, opositores de dentro y fuera, anexionistas, independendistas, patriotas y patrioteros, ha sido, siempre fue, que, si se atenazaba a Cuba con firmeza, si se sofocaba a los cubanos con tenaz agarre, la presión resultante quebrantaría el status quo, haría estallar el país, precipitaría un cambio definitivo y sería el comienzo del fin de lo que hay ahora y la iniciación de la nación cubana como país tercermundista capitalista; o sea, de un desastre diferente.
Para soportar esa apuesta durante años se colocó en la mesa de juego del conflicto entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba el bloqueo comercial, el aislamiento político, presiones, leyes, disposiciones, forcejeos y desencuentros de todo tipo.
Eventualmente, quedó demostrada la inutilidad de estrangulamientos económicos y acogotamientos comerciales: nada sucedió. Tampoco dió resultado lo contrario, la política de terciopelo de Obama.
El Gobierno cubano, ni bajo la hostilidad de diez presidentes americanos, ni ante la política aperturista de “mano tendida” del presidente Barack Obama, se ha siquiera tambaleado. La pretendida presión escapó en barcos, se asiló en embajadas, huyó en balsas, en aviones, viajó de la mano de coyotes a través de selvas, de Centroamérica, de las Antillas o aterrizó blandamente, hija, nieta de español, en el aeropuerto de Miami.
Los analistas tratan de endilgar esa pertinaz supervivencia del desgobierno cubano precisamente a esas huidas recurrentes de los cubanos, partiendo de la premisa de que, los que huyen, son los más decididos y aventureros, los que pudieran rebelarse en una contra-involución y terminar con castrismos, los Castro y secuaces.
Insisten en que, por culpa precisamente de Estados Unidos, se han dado esos salideros que no dejan aumentar la presión, gracias a la Ley de Ajuste, y la recién abolida disposición presidencial llamada “pies secos/pies mojados” (PSPM).
Quieren creer que los héroes cubanos están en la nación exiliada, y en la que quisiera exiliarse, y que solo el taponeo de la frontera —no de la cubana, sino de la estadounidense— traerá el cambio a Cuba.
Esa es la teoría. Unas personas son entrevistadas en La Habana. Les invita el periodista —de un medio digital, no oficial— a que opinen sobre la derogación de la política de PSPM.
“Yo creo que es bueno para los cubanos que eso pase…”, dice uno. “Yo no sé, ¿qué tú crees?”, replica otra. “No es conveniente que la gente se ahogue tratando de llegar a los Estados Unidos…”, comenta un tercero. Otros responden con frases más o menos trilladas, absurdas, casi ininteligibles. Uno incluso menciona una victoria de la Revolución.
“La gente en Cuba no tiene cabeza para otra cosa que no sea la comida y la supervivencia”, me dice mi hija, que a mi lado observa el video, “Para colmo, cuando tienen que hablar de un tema importante que se sale de la cosa cotidiana, adoptan automáticamente el lenguaje del Noticiero”, acota. “Ya ni siquiera saben pensar o hablar por sí mismos…”, concluye, y la tristeza le empapa la voz.
Esa es la práctica. El fundamento de la permanencia de los Castro en el poder radica en el apoyo de los cubanos de adentro; ya sea por inercia, convicción, adoctrinamiento, temor, o simplemente por supina ignorancia de las circunstancias en que viven y del mundo exterior sobre el que les escamotean información, presentándoles una realidad adulterada e inquietante.
El resultado es que la mayoría de la población cubana, cliente además del abrevadero igualitario de la educación y la salud, nunca se opondría abiertamente al Gobierno.
No creo entonces que el cierre de las vías de escape, cegadas sorpresivamente por Obama justo antes que terminara su presidencia, vaya crear ese esperado malestar, la gran desesperación, la definitiva frustración en esos que no pudieron escapar a tiempo, y que veamos otro Maleconazo.
La apuesta entonces sigue intacta, y con las mismas posibilidades de ganarse, o sea, casi nulas. Para colmo 2017 no es, ni remotamente, 1994.
Pero, además del miedo y la desidia, conspira en contra de esa apuesta uno de los aspectos más característicos de los cubanos contemporáneos: el individualismo. Los cubanos no forman comunidad, ni dentro ni fuera de Cuba, y sus planes y prioridades están exclusivamente enfocados al mejoramiento de su estado material personal. No de su cuadra, de su ciudad, de su pueblo, de su país: solo de sí mismos.
Compulsados a sobrevivir durante décadas de estrecheces de materiales e intelectuales, la idea —tantas veces mezclada y confundida con el chovinismo más pedestre— de Nación Cubana, ese ente supragubernamental, orgulloso, contestatario y progresista que propiciaría los cambios, no existe: ha sido sustituida por el “conmigo o contra mí”, por el “Por la Patria, la Revolución, el Socialismo”, por el absurdo convencimiento de que los males cubanos vienen del extranjero, desde ese mismo lugar donde están las soluciones para esa masa menor, apolítica, pragmática, oportunista, que solo quería huir, y no pelear.
Cuba, para desgracia de los que allí viven, seguirá siendo el lugar donde naufragan los cubanos. El futuro, ese que se decía tenía una salida de fin biológico, con la muerte de Fidel y Raúl, ya es casi pasado, y se muestra más difuso que nunca.
El Malecón, frontera habanera, ahora es un paseo apacible para turistas de medio pelo, sitio obligado de reunión para jóvenes que se evaden en las madrugadas, a falta de un lugar para donde huir, bebiendo ron tibio de cajas de cartón.
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